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Persiste el ciclo progresista

Fuentes: Rebelión

Al final ha habido remontada progresista, tal como unos pocos vaticinábamos a comienzo de la campaña electoral. Las derechas extremas de PP y VOX no alcanzan el suficiente apoyo parlamentario para gobernar, y lo más probable es la investidura del socialista Pedro Sánchez, en alianza con Sumar y el apoyo nacionalista. No termina el ciclo institucional de progreso, tal como pretendía liquidar el bloque reaccionario, y se abre una nueva etapa de necesaria profundización de la política social y la regulación de la plurinacionalidad, particularmente catalana, con la ampliación y consolidación del bloque progresista.

La victoria de las izquierdas y su aliados

Los factores que apuntaban hacia el avance de las derechas son muy poderosos, incluido en el ámbito internacional. Incluso su base social de apoyo y su representatividad se han ampliado algo desde los 10,4 millones de votos de 2019 hasta los 11,2 millones de ahora, y desde el 43,1% de votos y 153 escaños hasta el 45,6% y 171 escaños actuales (incluido el definitivo añadido por el voto del extranjero y el de UPN y sin contar el de Coalición Canaria).

Pero su prepotente relato infravaloraba un hecho decisivo, la firmeza social y democrática de la mayoría social progresista, con la consistencia de sus tres bloques que puede garantizar la gobernabilidad de progreso y plurinacional: el Partido Socialista, la coalición Sumar y las fuerzas nacionalistas. En total, y con el descontado por el cambio producido en Madrid por el voto extranjero, llegan a 12,4 millones, con 171 escaños y el 49% de votos: 7,8 millones al PSOE (31,7% y 121 escaños), 3,0 millones a Sumar (12,3% y 31 escaños), 1,2 millones entre ERC, EH-Bildu, PNV y BNG (5% y 19 escaños), socios habituales del Ejecutivo. Aparte están los cerca de 0,4 millones de Junts (1,6%), con sus siete escaños sometidos a la incertidumbre sobre su voto en la investidura de Pedro Sánchez y la negociación de la gobernabilidad progresista.

Aunque habrá que esperar a las encuestas postelectorales para analizar las transferencias de voto, se pueden avanzar algunos desplazamientos que han favorecido, sobre todo, al Partido Socialista, que ha aparecido como la fuerza principal del bloque progresista, incluidas las izquierdas y las derechas nacionalistas, para contraponer al bloque reaccionario, en una fuerte polarización de proyectos sociales y democráticos de país.

Particularmente, el incremento del millón de votos parece que proviene de sectores abstencionistas y parte del electorado simpatizante de Sumar y de ERC. En particular, el PSC en Catalunya ha aumentado siete escaños y el PSOE en el resto de España ha perdido seis, con lo que queda un saldo positivo de un escaño. Es decir, el crecimiento le viene por su izquierda y constituyen a su vez un condicionamiento para sostener unas alianzas y un contrato social y político de mayor firmeza en la política social y territorial. Por otro lado, es evidente el refuerzo del electorado de EH-Bildu, con su imagen más social, que también ha recogido votos de Sumar.

Factores sociopolíticos que explican la derrota de las derechas

Tres tipos de factores intervienen en la conformación de esta dinámica sociopolítica e institucional que apunta a la persistencia del ciclo progresista. El primero, histórico-estructural respecto de la configuración de las fuerzas sociales y políticas; desde hace más de una década, con el proceso de protesta social progresista de 2010-2014, la formación de un campo sociopolítico democrático y por la justicia social diferenciado de una socialdemocracia debilitada, la configuración político- institucional del espacio del cambio a partir de 2015 con la superación del bipartidismo continuista y la conformación del llamado sanchismo como cierto giro de izquierdas y de alianzas de progreso hasta el actual gobierno de coalición.

Pues bien, en términos de tendencias sociales y electorales ese proceso ha producido una ligera ventaja y consistencia a la corriente socio-electoral progresista, democratizadora y plurinacional frente a la conservadora, autoritaria y de nacionalismo españolista excluyente. En el plano político-institucional existe un cierto empate estratégico, con la primacía derechista en determinados campos de poder económico, judicial y mediático, así como en el ámbito institucional municipal y autonómico, derivado del 28M; igualmente, existen constricciones del marco internacional dominante, en particular por la hegemonía estadounidense y sus intereses geopolíticos y estratégicos, con la subordinación europea y el desempeño neoliberal del poder económico mundial.

Pero en el plano democrático, en esta década larga, se ha mantenido esa relativa ventaja de apoyo social y electoral, con un reflejo institucional discontinuo, que apuesta por una trayectoria reformadora, aunque sea limitada, en beneficio de la mayoría social y que garantiza una legitimidad básica a las fuerzas progresistas. Es el ciclo político de progreso y su base de legitimidad social que la oleada reaccionaria pretende revertir, también a nivel europeo e internacional. Es lo que ha fracasado en España.

El segundo tipo de componentes se asienta en la experiencia popular masiva de los dos hechos más significativos percibidos en la sociedad frente a las amplias situaciones de dificultades socioeconómicas, desigualdades sociales, territoriales y de género e incertidumbre vital: por un lado, la gestión gubernamental positiva, aun con sus claroscuros, que se ha querido embarrar y difuminar, y por otro lado, la comprobación real e inmediata del carácter regresivo, antifeminista y de conflictividad respecto del actual estatus territorial (‘tensionar Catalunya’) de la alianza de las derechas extremas en sus pactos autonómicos y municipales y que amplios sectores sociales temían por sus mayores implicaciones regresivas a nivel estatal.

El tercer grupo de elementos corresponde a las estrategias políticas, con la reafirmación del bloque progresista y sus tres componentes: la firmeza confrontativa socialista, el refuerzo de la unidad de la izquierda transformadora de Sumar y el aguante democrático del bloque nacionalista periférico.

Por tanto, se ha producido una polarización de planes, modelos y proyectos de país, no solo de propuestas en positivo sino con un giro político confrontativo, que debiera haberse articulado con un debate argumentado y realista y que las derechas han preferido embarrar y confundir. No obstante, las izquierdas han traslucido la garantía de una estrategia transformadora, imprescindible para la activación participativa de las bases progresistas y la relegitimación de sus representaciones políticas.

No era momento de consenso y contemporización entre bloques, ante el sesgo reaccionario e involutivo de las derechas, sino de firmeza democrática, resistencia cívica, determinación política y acierto comunicativo. Había que frenar la tendencia derechista y ofrecer credibilidad transformadora a las mayorías populares respecto de sus ejes vitales fundamentales. Esta firmeza estratégica y reorientación discursiva, avaladas por el compromiso reformador, es lo que ha permitido activar la actitud mayoritaria y participativa, concentrado más en el apoyo ‘útil’ al Partido socialista. Aunque, a su vez, ese hecho constituye un condicionamiento para el cumplimiento del sentido de progreso del nuevo contrato social y electoral, democratizador y compartido, del bloque progresista.

Un relato reaccionario irreal

Vuelvo a la coyuntura y el balance electoral, cuyo pronóstico aventuraba la posibilidad de la victoria de las izquierdas, con apoyo nacionalista, y objeto de una fuerte pugna política y mediática por el relato condicionante para el voto. Es necesario el máximo rigor analítico, aun dentro de la relativa incertidumbre de los estudios demoscópicos y valoraciones cualitativas de la opinión ciudadana; es una cuestión incumplida por la mayoría de analistas y comunicólogos, algunos atados a la simple propaganda sesgada o directamente a la mentira.

Por mi parte, por un lado, partía de los datos de las encuestas electorales del CIS y de 40dB, con su diagnóstico de cierto empate técnico entre las derechas y las izquierdas (con apoyo nacionalista). Ofrecían mayor amplitud y rigor y son las que más se han acercado a los resultados. Y han fracasado el resto de estudios demoscópicos privados -la mayoría financiados por medios de derechas- que aventuraban una amplia victoria del bloque reaccionario de Partido Popular y Vox.

Por otro lado, apuntaba varios hechos que modificaban las tendencias a las que se aferraba la derecha, para imponer su marco victorioso del 28 de mayo, relevante en poder institucional autonómico y municipal pero con menor ventaja en términos de voto. Ese relato pretendía desactivar la motivación participativa del electorado progresista y hacía mella en parte de las bases sociales de las izquierdas, con reflejo en cierta pasividad abstencionista y una subjetividad derrotista o, bien, en el trasvase de cierto electorado socialista hacia el Partido Popular, que absorbía todo el electorado de Ciudadanos y una parte del de VOX.

Todo ello estaba arropado con el fatalismo mediático del recambio de ciclo de progreso, con el desalojo del Gobierno de coalición progresista (el sanchismo y sus aliados) y la derogación de sus principales políticas públicas de avance social, feminista, democrático y territorial. Suponía todo un plan regresivo, excluyente y autoritario, con particular énfasis contra el feminismo y los derechos LGTBI y el reconocimiento de la plurinacionalidad, en particular vasca y catalana, así como con el cuestionamiento de los avances sociales, laborales y de protección pública y el negacionismo de la crisis medioambiental.

Pero la base analítica y mediática de ese relato era performativa y estaba basada en la fabricación, entre otras, de la mayor mentira: la inevitabilidad de la victoria del bloque de las derechas (incluso de una victoria suficiente del PP) y el fin del ciclo progresista, con la derrota de las izquierdas y el soberanismo plurinacional.

La estrategia política y comunicativa de ambas derechas extremas conllevaba la degradación ética y democrática en la utilización de todos los medios políticos y comunicativos para deslegitimar a las izquierdas y el nacionalismo periférico. Pretendía marginar a la mayoría social progresista y apropiarse del poder legislativo y ejecutivo, una vez ocupado el grueso del resto del poder institucional territorial, judicial y mediático. Presentaba un augurio autoritario preocupante. Finalmente, la mayoría de la ciudadanía lo ha hecho fracasar.

Hay nuevos elementos en la etapa que comienza, pero persiste el largo ciclo progresista. Su refuerzo constituye un desafío para las fuerzas progresistas, políticas y sociales.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.