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Sobre el movimiento de los "Indignados"

Pienso luego estorbo contra consumo luego existo

Fuentes: Rebelión

Pienso, luego estorbo. Consumo, luego existo «Pienso, luego estorbo», se podía leer ayer en una de las pancartas que adornaban la Plaza del Carmen de Granada, lugar de la capital nazarí donde durante todos estos días se viene realizando la acampada y la Asamblea del movimiento de los «indignados» en la ciudad. Era una forma […]

Pienso, luego estorbo. Consumo, luego existo

«Pienso, luego estorbo», se podía leer ayer en una de las pancartas que adornaban la Plaza del Carmen de Granada, lugar de la capital nazarí donde durante todos estos días se viene realizando la acampada y la Asamblea del movimiento de los «indignados» en la ciudad. Era una forma de transmutar a la causa reivindicativa la famosa máxima del Filósofo francés René Descartes hace ya casi cuatrocientos años: «Pienso, luego existo».

En general, es cierto que todo sistema que pretende imponer un totalitarismo de pensamiento único sobre el global de la ciudadanía, y el capitalismo lo es, no tolera el pensamiento heterodoxo, no al menos cuando dicho pensamiento puede de alguna manera tener la capacidad de llegar a amplias capas de la sociedad, y poner en peligro el funcionamiento mismo del sistema. El «Pienso, luego estorbo», es una frase que puede ser perfectamente válida para la sociedad consumista-capitalista actual, pero lo es también para otros muchos tipos de sociedades, desde las tradicionales sociedades teológicas, a las sociedades impuestas por los fascismos del siglo XX, e incluso para muchas pequeñas sociedades tribales donde el global de la población se mueve al son que marca una misma y uniforme estructura cultural, aunque, obviamente, las diferencias en cuanto a fines de estas últimas estructuras con las anteriores sean más que evidentes a poco que se tenga un mínimo conocimiento en Antropología social y cultural.

Sin embargo, por ello mismo, tal frase no sirve para determinar una crítica específica al sistema consumista-capitalista actual, en el que cual viven miles de millones de personas en todo el mundo, y, específicamente, es el sistema hegemónico y dominante en eso que llaman eufemísticamente el mundo desarrollado. Más, por no salirnos de la famosa máxima cartesiana, bien estaría completar la frase-protesta, dando sentido a la otra parte de la reflexión solipsista propuesta por Descartes: «Pienso, luego estorbo. Consumo, luego existo», diría yo.

Ahora sí, con esta otra frase, tenemos definido perfectamente el espíritu totalitario que rige nuestra actual sociedad consumista-capitalista. El capitalismo quiere gente que piense poco y que compre mucho. Quiere convertir, ha convertido, de hecho, a las personas en meros sujetos consumistas, sujetos-mercancía cuyo valor social se mide por su capacidad de consumo, que, por supuesto, previamente deben poner su fuerza de trabajo al servicio de las estructuras productivas en manos de la burguesía, del estado burgués, y, en general, de los intereses de las clases explotadoras que controlan con mano de hierro los designios de la economía globalizada, del sistema-mundo capitalista. O, por convertirlo en un eslogan de estos que se están escuchando estos días por las Plazas del estado español, el capitalismo te dice: ¡Menos pensar, y más comprar! Esa es su máxima, la máxima por excelencia de la sociedad consumista-capitalista.

No pienso, luego no estorbo. No consumo, luego no existo

Apliquemos ahora una negación a la máxima mencionada: «No pienso, luego no estorbo. No consumo, luego no existo». No es negación casual. Si partimos de la base de que la inmensa mayoría de la población vive, ha vivido mucho tiempo, y seguirá probablemente viviendo otro mucho más, sin cuestionarse el funcionamiento real del sistema capitalista, sin pensar si es un sistema justo o injusto, sin preocuparse si la riqueza de unos se construye sobre la pobreza de otros, sin querer ver que la miseria y el subdesarrollo de los pueblos del tercer mundo es una consecuencia directa del desarrollo de los países del primer mundo fundamentado en buena parte sobre la explotación de los recursos naturales y humanos de estos primeros, podemos afirmar que es un hecho que la inmensa mayoría de la población vive, ha vivido, y vivirá «sin pensar», luego no estorba. Y como no estorba, no siente las cadenas.

La inmensa mayoría de la población simplemente se deja llevar por la corriente cultural inserta en la sociedad que impone los valores propios de la sociedad de consumo como valores de pensamiento único, hegemónico y dominante, haciendo suyas las metas sociales que se le imponen desde esta, y determinando el sentido de sus vidas según los códigos culturales que emanan directamente de la ideología consumista-capitalista dominante. Los proyectos de vida de millones de personas en los países desarrollados, se han construido, y se construyen, sobre la base de la exigencias propias que la sociedad de consumo impone en la mentalidad de los individuos que la conforman, especialmente, y de manera clara, sobre los miembros de las clases trabajadoras, a los cuales se los consigue alienar con los fundamentos sociales del sistema haciéndoles creer que los intereses de la sociedad de consumo, son equitativos a sus propios intereses como ciudadanos, a sus propios intereses como sujetos que han sido arrojados a la existencia, y que necesitan de un proyecto vital, una expectativas, unas metas y unos códigos culturales valorativos que les sirvan de guía para dar valor a sus propias vidas, desde sus propios juicios de sentido.

Esta situación es especialmente significativa en las actuales generaciones de la juventud del estado español, primeras generaciones, las nacidas después de la muerte de Franco principalmente, educadas plenamente en los valores de la sociedad consumo, a las que se les ha martilleado incesantemente con todos y cada uno de los códigos culturales impuestos por dicha sociedad, sustentados sobre dos principios fundamentales: el amor al dinero y el sagrado respeto a la propiedad privada, las dos deidades por excelencia de la sociedad de consumo, de las que emanan todos los demás valores y mitos impuestos como verdades absolutas en la mentalidad de los ciudadanos y ciudadanas.

Dentro de esos códigos de valores, por supuesto, se incluye el mencionado «Consumo, luego existo». Tengo la impresión de que esta repentina explosión de indignación generalizada, especialmente de esas generaciones nacidas después de la muerte de Franco y que algunos estaban llamando ya la generación perdida, o la generación ni-ni, tiene mucho que ver con la negación de la máxima capitalista que sirve de referencia para las reflexiones de este artículo. Posiblemente, tal explosión tenga mucho que ver con el paso dado desde planteamientos generalizados de «No pienso, luego no estorbo», a una situación devenida en «No consumo, luego no existo».

Después de toda una vida dejándose arrastrar por los valores propios de la sociedad de consumo, habiendo hechos suyos tales valores como principios de vida, de haber pensado que el éxito social es aquel que viene definido por las estructuras propias del sistema, de no haber cuestionado en ningún momento si dicho sistema es justo o injusto, no de haberse parado a pensar si realmente había algún tipo de alternativa al sistema de valores sociales dominante, de haber creído, consciente o inconscientemente, que simplemente había que dejarse arrastrar por la corriente mayoritaria para alcanzar eso que se conoce como una vida «digna», de no cuestionar el papel del dinero en la sociedad (es más, habiendo hecho del dinero el motor central de sus expectativas de vida y el guión estrella de las películas de sus sueños), y de no haberse planteado en ningún momento el rol determinante que juega la posesión de la propiedad privada de los medios de producción en la estructura productiva (y la consecuente explotación y control del poder político que de ella se deriva), de repente una generación entera se ha visto abocada a una situación en la que nada tiene, en la que todos esos sueños construidos sobre el valor del dinero y sobre los códigos culturales propios del capitalismo, se ha acabado por convertir en una pesadilla, su propia pesadilla consumista-capitalista: «No consumo, luego no existo».

Tanto tienes, tanto vales: si nada tienes, nada vales

No pensaron, luego no estorbaban. Pero por no pensar, no pensaron si quiera que dejarse arrastrar por los valores de la sociedad de consumo, por el «Consumo, luego existo», por el «tanto tienes, tanto vales», era una peligrosa arma de doble filo: si no tienes para consumir, dejas de existir; si nada tienes, nada vales.

Ahora, cuando de repente han empezado a descubrir, abocados por las circunstancias socioeconómicas, que para la sociedad de consumo nada tienen los que nada poseen, que ellos, en realidad, nunca tuvieron nada, y que ahora además tienen menos que nada: no tienen si quiera un futuro de oportunidades al que agarrarse, que, en definitiva, «nada tienen, nada valen», que han dejado de existir según sus propios códigos de valores previamente interiorizados desde las estructuras ideológicas y culturales de la sociedad de consumo, se han cabreado, y con razón: Se han indignado.

Es una indignación personal, fruto principalmente de la frustración que genera sentir, darse cuenta, que todo aquello que te habían hecho creer, que todos esos códigos de valores que te han hecho aprender como auténticas verdades absolutas, como auténticos valores sagrados, no son más que un engaño, una patraña, una fantasía, una estrategia para que te sometas a unos intereses que no son los tuyos, para que te dejes arrastrar por una sociedad donde para que unos pocos ganen muchos, otros muchos tienen que perderlo todo. La naturaleza del capitalismo, escondida tras una realidad de ensoñaciones egoístas y consumistas fruto de la alienación, nada más.

Es una indignación, por tanto, que nace de creer, de haber estado toda la vida creyendo, que uno «vale por lo que tiene» (el triunfo del tener frente al ser, decía Fromm), y que, en consecuencia, al no tener nada, irremediablemente te lleva a acabar creyendo, aunque solo sea inconscientemente, que no vales nada: frustración, desencanto, malestar interno. Nada tengo, nada valgo. No consumo, luego no existo.

En esas estamos: nada tenemos, nada valemos. O eso pensamos. ¡Indignados!

¿Egoísmo o lucha por la justicia social?

Tal vez esto sirva para explicar porqué los mismos que se negaron a salir a protestar contra los recortes sociales en la Huelga general del 29 de Septiembre, que poco menos querían fusilar a los controladores aéreos por atreverse a hacer una huelga legítima mientras pocos días antes no se habían indignado en absoluto cuando el gobierno anunció el fin de la prestación a los parados de larga duración, que hasta prácticamente ayer preferían charlar sobre fútbol con sus colegas que leer un artículo sobre los orígenes de la crisis en cualquier web de internet, que pasaban por el lado de una manifestación de la izquierda alternativa y poco menos que la veían como una atracción de feria, que nunca jamás pensaron que era necesario un cambio social para acabar con las injusticias del sistema capitalista, ahora hayan salido en masa a las calles, junto a esa izquierda combativa y reivindicativa que ha estado ahí, en la calle, desde hace mucho, a pedir poco menos que una reforma integral de los principios fundamentales que sustentan el estado burgués desde las instituciones: el poder financiero y el poder político arrojado en manos de los testaferros de este primero.

Y tal vez, esto explica también, porque se niegan muchos/as a que los llamen antisistema: sencillamente porque no son antisistema.

No lo son: están cabreados, indignados, porque el sistema los excluye, no porque el sistema excluya, sin más. Si los excluidos fuesen otros, como lo han sido siempre…

Están cabreados porque el sistema los ha engañado a ellos (mi, yo, conmigo), no porque el sistema sea injusto, fuese injusto aún cuando ellos preferían dejarse llevar por la corriente, y aún cuando ellos no formase parte de los excluidos del sistema, si es que alguna vez no lo han formado. «No son antisistema, el sistema es anti ellos», dicen. Y llevan razón, insisto.

Están cabreados porque sus sueños, determinados y condicionados por los valores del sistema, no se cumplen, a una misma vez que ven que hay otros que siguen viviendo a todo tren dentro de esos valores del sistema con los que ellos siempre han estado, y siguen estando, de acuerdo; aunque ahora se quejen.

Están cabreados porque ahora el sistema que abrazaron como fuente única de sus proyectos vitales, del sentido de sus vidas, en base a esos mismos proyectos vitales, los ha dejado fuera de juego. Off side. Fallo de sistema (interno).

Están cabreados porque quisieran tener todo eso con lo que siempre han soñado: dinero, éxito, un coche lujoso, un piso en propiedad, etc, etc., y no pueden tenerlo; no les dejan tenerlo; pese a que hay otros que sí lo tiene, lo siguen teniendo.

No están cabreados porque el sistema sea intrínsecamente injusto, no están cabreados porque haya explotación a gran escala, o porque a los pueblos del tercer mundo se les siga robando día a día sus riquezas, no están cabreados porque el modelo productivo esté llevando al Planeta a su exterminio, ni están cabreados, en definitiva, porque el fundamento mismo del sistema sea la desigualdad económica y la injusticia social, sino, simplemente, porque ahora, en medio de esta crisis económica gigantesca, de esta envestida brutal de las clases explotadoras sobre los intereses y derechos de las clases trabajadoras, ellos (mi, yo, conmigo), están perdiendo: se han quedado fuera de sus propios sueños consumistas-capitalistas.

De 1984 a un «Mundo Feliz»: la naturaleza de los indignados que dicen no ser antisistema

Escribía el otro día en un artículo sobre el 15-M y la lucha de clases, que me parecía orwelliano que fuese posible manifestarse contra el sistema, y creer que no se es un anticapitalista, o, más orwelliano aún, que fuese posible pedir la cabeza de políticos y banqueros, de boca de precarios, parados y explotados, pero sin que tal hecho sea, pueda ser, lucha de clases. Obviamente, sigo pensando lo mismo. Toda expresión de resistencia y lucha de las clases trabajadoras contra las injusticias generadas por el sistema capitalista, contra los privilegios de las clases oligárquicas, son una manifestación de la lucha de clases, aunque los presentes no tengan consciencia de ello, porque simplemente no sepan siquiera qué es eso de la lucha de clases.

Sin embargo, como casi todo lo relacionado con el sistema totalitario de pensamiento único impuesto por las estructuras culturales y políticas consumistas-capitalistas, profundizando un poco en la naturaleza de este movimiento que se ha generado tras dicha fecha (15-M), me parece que tal hecho tiene mucho más que ver con algunos aspectos narrativos presentes en «Un mundo Feliz», de Aldous Huxley, que con lo escrito por Orwell en 1984, aunque ambas perspectivas son perfectamente complementarias para el caso que nos atiene: la posición de ese grupo de «indignados» que una misma vez que protestan contra el sistema, dicen no ser antisistemas; que, en todo caso, el sistema es antiellos (sic).

En concreto, decía que me parecía orwelliana dicha situación, en la medida que me recordaba a la idea expresada en 1984 a través del concepto «Doblepensar», esto es, la capacidad de pensar como verdaderas, desafiando el principio de no contradicción presente en toda lógica desde Platón y Aristóteles, una proposición y su contraria, y poner al fin cualquiera de ellas al servicio del pensamiento único cuando así sea requerido por el sistema. Rebelarse contra el sistema conscientemente y decir a una misma vez que no se es antisistema, me parecía una buena muestra de tal concepto. Me lo sigue pareciendo, de hecho.

Doblepensar, según el magnífico libro de Orwell, significa en concreto el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido (que controla el poder en la sociedad descrita por el escritor inglés en su famosa novela) sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc (doctrina ideológica que se impone como única en la sociedad de 1984), ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega. Eso es el doblepensar.

Así que protestar contra los bancos, el sistema financiero internacional o los políticos que sirven de testaferros al capital, y, a una vez, negar que se están manteniendo planteamientos antisistema, me parece un coherente ejercicio de doblepensar aplicado a la sociedad consumista-capitalista actual. Uno se puede rebelar contra partes del sistema, pero negándose a sí mismo que la condición de su protesta es antisistema se mantiene siempre dentro de los límites y los planteamientos del sistema. Doblepensar… al servicio del sistema.

Ahora bien, si ciertamente, como he dicho, no reniego de esta reflexión, y la considero en buena medida válida, y perfectamente ajustada a parte de la realidad de los hechos que estamos viviendo estos días, considero igualmente que existe un personaje en la novela de Huxley («Un Mundo Feliz»), que se ajusta todavía con más exactitud a estas actitudes de negar la condición antisistema de las protestas que estos días están siendo defendidas por muchos y muchas a través de las redes sociales, los foros de internet y las propias asambleas ciudadanas de los «indignados».

Este personaje tiene por nombre Bernard Marx, en la novela pertenece a la casta Alfa-Más (una de las castas superiores), pero posee características diferentes a la del resto de las personas que pertenecen a ésta, debido a que, decían de él chistosos su compañeros/as de casta, cometieron un error en su proceso de envasado (gestación del nacimiento del individuo a medida de lo que exige de él la sociedad) y se puso alcohol en su ración de sucedáneo de la sangre. Por ello, Bernard era marginado por la sociedad, los de su casta se reían de él, y hasta los que no pertenecían a su casta le daban la espalda debido a sus características físicas diferentes. En consecuencia, durante buena parte de la novela Bernard Marx muestra constantemente su indignación y su cabreo con el sistema, no lo acepta y trata una y otra vez de rebelarse contra él en la medida de lo posible. Deja de obedecer el Fordismo (doctrina ideológica que se impone como única en esta otra novela), tiene una escandalosa vida sexual (por ser demasiado casto en relación a la promiscuidad propia del resto de los miembros de la sociedad) y se identifica en muchos momentos como enemigo de la sociedad al conspirar contra el orden y la estabilidad establecida.

Sin embargo, a medida que avanza la novela, por una serie de hechos que van sucediendo y que llevan a Bernard Marx a alcanzar el éxito social que hasta entonces se le había negado, descubrimos que, en realidad, Bernard no es ningún antisistema, sino que únicamente «el sistema era anti él». En cuanto Bernard paladea el sabor del éxito social y pasa a ser uno más entre los de su casta, no sólo no reniega en absoluto de su condición como tal, sino que se muestra como el más fiel defensor de los valores propios del sistema que por tanto tiempo detestaba, o de alguna manera trataba de detestar, porque lo estaban excluyendo. En cambio, cuando el sistema pasó a brindarle sus favores, a Bernard se le olvidó toda crítica contra el sistema, es más, amaba el sistema como el que más, estaba tan determinado por los valores impuestos por el sistema, como todos aquellos a los que tanto había criticado desde perspectivas coyunturalmente antisistema cuando el excluido era él.

Este personaje contrasta además con la existencia de otro personaje en la novela, Helmholtz Watson, que, pese a tener todo lo necesario para ser un triunfador dentro de los valores establecidos por el sistema, y de hecho lo era, se rebela conscientemente contra él, al entender que su capacidad de pensamiento crítico, su libertad como sujeto, y sus perspectivas de futuro estaban totalmente determinadas por el sistema, un sistema que además era injusto y generaba una desigualdades inaceptables. Con el desarrollo de la novela, por su lado, descubrimos que Helmholtz Watson era un verdadero antisistema, consciente y orgulloso, a diferencia de su amigo Bernard Marx, al que en muchos momentos se había sentido unido por ser ambos críticos con el sistema, y estar en apariencia en una misma sintonía ideológica.

Sin embargo, llegada la hora de la verdad, cuando ambos personajes son condenados a ser desterrados a la «isla», una especie de lugar de castigo donde se llevaban a las personas que desarrollaban un pensamiento subjetivo no acorde a los valores propios del Fordismo (sistema único de pensamiento), Helmholtz Watson (Pienso luego estorbo), se siente feliz, pues allí podrá continuar con la elaboración de su propio pensamiento, allí podrá seguir pensando por sí mismo, y allí podrá, además, conocer otras personas que también están en esa misma dinámica antisistema que les permite tener y desarrollar su propio pensamiento al margen de lo impuesto por el sistema totalitario dominante y hegemónico en la sociedad de «Un mundo feliz». Bernard Marx, por su parte, (Consumo luego existo), al enterarse de la noticia, dice que prefiere ser ejecutado antes de lo que envíen a esa isla al margen de la sociedad, antes de que, en definitiva, lo saquen del sistema, de un sistema que él simplemente había cuestionado de manera coyuntural por sentirse exluido y rechazado del mismo, en ningún caso por creer de veras que el sistema era injusto. He aquí la confrontación que da título a este artículo: «Pienso luego estorbo vs consumo luego existo». Helmholtz Watson vs Bernard Marx.

Mucho me temo que, al menos por ahora, entre los asistentes a este movimiento de los indignados, hay muchos más Bernard Marx, que Helmholtz Watson, es decir, muchos más que se manifiestan contra el sistema única y exclusivamente porque el sistema, de manera coyuntural, es antiellos, que porque realmente crean que el sistema es injusto y habría que cambiarlo hacia otro modelo de sociedad y otro sistema económico, más igualitaria, más justo.

Muchos, que, a la hora de la verdad, preferían ser «ejecutados» antes que ver cambiado el sistema, muchos que tienen tan interiorizados los valores del sistema, que por más que se manifiesten contra aspectos concretos de él, a la hora de la verdad estarían en la barricada que defienda el sistema, si llegase el momento de una verdadera revolución que quisiese acabar de una vez y para siempre con el capitalismo.

Puede que Bernad Marx y Helmholtz Watson convergan en un momento determinado en sus planteamientos y reivindicaciones, incluso en sus luchas, como ahora está convergiendo la Izquierda anticapitalista y revolucionaria de siempre con grupos de «nuevos indignados» que se rebelan contra su exclusión coyuntural del sistema. Pero que nadie se confunda, mientras el Bernard Marx de turno no cambie sus valores y sus perspectiva contra el sistema, mientras no asuma una consciencia clara de que el capitalismo es un sistema intrínsecamente desigual e injusto, que hay que derrocar para que la sociedad y el mundo puedan avanzar hacia otro modelo necesario de justicia social y fin de la explotación del hombre por el hombre, podrán converger coyunturalmente, pero no están en el mismo bando. No lo están, aunque lo parezca.

Al igual que el personaje de la novela de «Un mundo feliz», Bernard Marx, si esos que ahora están en las «barricadas» (acampadas, asambleas, etc.) junto a los anticapitalistas y antisistema de siempre, mañana ven que sus condiciones de vida mejoran, que sus sueños dentro del sistema vuelven a ser satisfechos por el sistema, olvidarán las injusticias del sistema y todo lo demás, y volverán al rincón del que, en realidad, nunca se movieron, porque sus consciencias nunca cambiaron: el de la defensa del sistema, el de la alienación en los valores consumistas-capitalistas.

Porque, además, si la mayoría social sigue siendo como Bernard Marx, el mantenimiento del sistema está asegurado, y solo cuando la mayoría, a través de un proceso de reflexión y de toma de consciencia real de las injusticias del sistema, sea como Helmholtz Watson, el sistema estará en peligro. No es el caso de lo que estamos viviendo ahora, pero ni de lejos.

Condiciones subjetivas de la «revolución» de los Indignados

Decía Marx que las correcciones que se puedan introducir en el sistema capitalista no bastan para solucionar las crisis perpetua que éste provoca en las clases trabajadoras, y que lo que entra en crisis es el sistema mismo. Esta contradicción interna del sistema capitalista pone, según Marx, las condiciones objetivas para la destrucción del mismo. Por otra parte, esta situación de crisis hace que el conjunto de proletarios tome conciencia de la situación en que se encuentra, emergiendo con ello unas condiciones subjetivas que abren paso a los procesos revolucionarios. Cuando condiciones objetivas y condiciones subjetivas convergen en una misma sociedad, se dan, pues, los elementos necesarios para acabar con el sistema, que reduce a la mayoría de los hombres a un estado miserable, y los despoja de lo que los define como hombres, el producto de su trabajo. Se abre, en definitiva, el camino a la revolución, hacia un mundo más justo, hacia una sociedad sin clases, hacia el fin de la explotación del hombre por el hombre, hacia la justicia social.

Obviamente, las condiciones objetivas en la actual situación del estado español, no solo están dadas, sino que se van acentuando cada día que pasa. 45% de paro juvenil, casi cinco millones de desempleados, reforma laboral, reforma de las pensiones, planes de ajuste, aumento de la pobreza, desahucios, en fin, todo un conglomerado de situaciones y datos socioeconómicos que ponen en jaque los derechos e intereses de las clases trabajadoras. Una condiciones, no se niega, que han hecho posible esta situación de manifestaciones, acampadas y asambleas que se están dando en estos días a lo largo y ancho de todo el estado español, y aun en otros puntos del Mundo, en apoyo a las mismas.

Sin embargo, parece que las condiciones subjetivas que han desencadenado esta repentina explosión de indignación, no son precisamente las de una toma de consciencia para llevar a cabo un verdadero proceso revolucionario, me temo que si quiera proceso alguno de cambio estructural, todo lo más, si acaso, algunas reformas puntuales del sistema político y económico vigente. Como digo, no aprecio que haya una verdadera consciencia generalizada sobre la necesidad de cambiar un sistema que en intrínsecamente injusto. Aunque se griten y se lance proclamas contra el sistema, me temo que las condiciones subjetivas de estas movilizaciones están más centradas en el deseo de poder recuperar un espacio individual dentro del sistema, sin cuestionar si es justo o injusto el mismo, que en una verdadera consciencia sobre la necesidad de un cambio de paradigma político, social y económico que acabe con un sistema desigual por definición como es el capitalismo, da igual en su vertiente neoliberal o en cualquier otra versión, más o menos reformada.

Las condiciones subjetivas de esta «revolución» de los indignados, al menos de partida, no son, por tanto, a mi parecer, las condiciones subjetivas que permiten un cambio revolucionario: la toma de consciencia de la clase trabajadora sobre su situación de explotación y miseria dentro del sistema capitalista, y el consecuente deseo por acabar con el sistema que produce dicha condiciones de explotación y miseria, no desde una perspectiva subjetiva (de los intereses de cada cual), sino desde una perspectiva de clase, desde un deseo por acabar con la explotación, de generalizar la justicia social, y de no permitir que nunca más allá personas que queden excluídas por el sistema reinante; aunque no seamos nosotros/as.

Ojalá y todo este movimiento pudiese canalizar, en un día, un mes, un año, una década, da igual, en una situación verdaderamente revolucionaria, en un verdadero deseo de acabar con el sistema capitalista, en una verdadera toma de consciencia de que no es tolerable que se cometa una sola injusticia, que no es permisible un sistema que extiende la pobreza, la miseria, el hambre, la explotación, y el agotamiento de los recursos naturales, por el mundo entero.

Ojalá, quienes hoy estén allí, en las plazas, gritando contra el sistema bancario, contra los políticos corruptos, y contra una democracia representativa que no otorga capacidad de empoderamiento a los ciudadanos/as, todos, sin excepción, entiendan que el único camino posible es la lucha frontal contra el sistema capitalista que genera tales situaciones, aunque nunca antes se lo hubiesen planteado desde esa perspectiva, y aunque el impulso primero que les ha llevado a estar en esas plazas no sea más que la frustración generada por la incapacidad de poder satisfacer dentro del sistema los sueños y expectativas de vida que ellos mismos se habían marcado siguiendo las imposiciones alienantes del propio sistema consumista-capitalista.

Ojalá, en definitiva, todo esto sirva, cuando menos, para que haya una toma generalizada de consciencia contra el sistema capitalista y sus injusticias, para que la gente entienda de una vez que el único camino posible para alcanzar una sociedad mejor es la lucha y la resistencia organizada contra el sistema. De momento, simplemente no veo eso, y que me perdonen quienes se están partiendo la cara en la organización de todo esto, antes los cuales, sinceramente, estoy muy agradecido.

Lo que veo más bien es una minoría de gente que ya previamente estaba concienciada de los injusto y desigual que es el sistema capitalista, y me temo que una mayoría de gente que están allí porque quieren recuperar los sueños del sistema que el propio sistema les ha robado. No veo, en definitiva, condiciones para revolución alguna, ni, por supuesto, veo peligro ninguno para el sistema: «No somos antisistema, el sistema es antinosotros».

Pese a lo cual, insisto sinceramente y de corazón, me alegro, y mucho, de todo lo que está sucediendo, y estoy siendo partícipe de ello en la medida de mis posibilidades, siempre que mis «responsabilidades» en Kaos me lo están permitiendo, y aún, por supuesto, dándole cobertura y seguimiento continuado desde Kaosenlared, que también es un frente de organización, difusión y lucha, de este, como de otros muchos movimientos. Porque, dicho sea de paso, lo cortés, no quita lo valiente, y no sólo de revoluciones vive el revolucionario. La indignación generalizada contra las injusticias del sistema, aunque sean desde el egoísmo, y no desde la consciencia social real, siempre son y serán bienvenidas. Pero, al menos yo, a mí mismo (mi, yo, conmigo), no me quiero llevar a engaño… 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.