Hace ya diez años nos abandonaba el sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002), dejando tras de sí una extensísima obra sociológica y una profunda labor de crítica social. Si unos se quedan con el agitador de conciencias, megáfono en mano denunciando a los poderosos, otros prefieren al científico «puro», entregado exclusivamente a la investigación y a la […]
Hace ya diez años nos abandonaba el sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002), dejando tras de sí una extensísima obra sociológica y una profunda labor de crítica social. Si unos se quedan con el agitador de conciencias, megáfono en mano denunciando a los poderosos, otros prefieren al científico «puro», entregado exclusivamente a la investigación y a la producción intelectual. Sin embargo, se olvida con frecuencia que ambas facetas eran en Bourdieu dos caras de una misma y única pulsión: la indignación ante las formas de dominación que atraviesan el mundo social, del más minúsculo gesto cotidiano a la configuración más compleja, y que paradójicamente se perpetúan sin suscitar revuelta, convirtiendo lo intolerable en natural.
Sin ella es difícil comprender, por ejemplo, sus trabajos iniciales de antropología en Argelia a finales de los cincuenta, en plena guerra. Producidos en parte contra la abstracción y el desconocimiento de la realidad que percibía entonces en los medios intelectuales parisinos -lo que no impedía que éstos se posicionaran abiertamente a favor o en contra de la independencia-, fueron decisivos en la formación del sociólogo: allí, a través de la inmersión completa en una sociedad ajena, cruzó definitivamente la línea que separaba la filosofía de las ciencias sociales, comenzó a forjar varias de sus herramientas analíticas posteriores y desarrolló esa forma reflexiva y creativa de investigar, alejada de los corsés habituales y atenta a cualquier material útil (estadísticas, fotografías, conversaciones, observación de la vida cotidiana). De hecho, sus reflexiones iniciales sobre la sociedad cabilia serían una fuente de inspiración continua en su trabajo posterior, además de la ocasión para escribir sus primeros escritos políticos conocidos, en los que trataba de dar a conocer la «revolución dentro de la revolución» que estaba teniendo lugar en ese momento en Argelia: la revolución más visible contra el sistema colonial se acompañaba de la disolución de las estructuras de la sociedad tradicional argelina y el desarraigo, el paso a una economía capitalista y el desarrollo de un subproletariado ambivalente, alejado de la visión idealizada del «pueblo revolucionario» y dividido entre la voluntad de cambio y la resignación fatalista.
Bourdieu traducía así su «impulso cívico» o político, su indignación inicial «en términos científicos» 1 produciendo nuevas preguntas y trabajos de investigación. Pero hacer ciencia social no era para él una simple forma de «purificar» los fenómenos sociales despolitizándolos, según una concepción ingenua de la «ciencia pura» pretendidamente neutra, sino al contrario una forma de romper con el sentido común, con la visión dominante del mundo social y las ideas recibidas, para devolvernos a continuación una visión más compleja y politizar aquello que, naturalizado, nos parecía más evidente, desvelando las formas de dominación menos visibles. Y ello sin ceder en cuanto a rigor analítico y exigencia de fundamentación empírica.
Es el caso, entre otros, de los célebres trabajos que desarrolló con su equipo en los años sesenta y setenta -un trabajo siempre colectivo aunque con frecuencia sólo se recuerde su nombre- sobre las desigualdades ante la educación y la cultura, mostrando los complejos mecanismos sociales que tienden a la reproducción del orden social y la desigualdad. Destruían así el mito de la escuela liberadora poniendo de manifiesto las desigualdades de acceso a la enseñanza de las diferentes clases sociales y la función de selección de la escuela, que expulsa a las clases populares de forma explícita (a través de notas, exámenes) o implícita (a través de la autoselección que tiene lugar cuando las clases populares ajustan sus aspiraciones subjetivas a sus posibilidades objetivas de clase; Los herederos , 1964); o la ideología del don , al mostrar la importancia de las diferencias de capital cultural producidas primero en el seno de la familia y reproducidas e incluso agravadas luego en una escuela indiferente a las diferencias ( La reproducción , 1970, con J.-C. Passeron). Destruían también la creencia ingenua en la libertad del gusto , entendido como algo puramente individual y espontáneo, al poner de manifiesto sus «bases sociales», las diferencias de gustos y prácticas culturales de los sujetos según su posición en el espacio social (definida principalmente por su capital económico y cultural), las jerarquías culturales (que separan lo «popular» de lo «culto» y éste de lo «pequeño-burgués») y las formas de distinción cultural que contribuyen a perpetuar las desigualdades de clase ( La distinción , 1979).
Bourdieu era muy consciente de que las ciencias sociales así concebidas podían generar un gran desencanto y una actitud pesimista frente al cambio social, pero creía firmemente que el conocimiento de los determinismos sociales que pesan sobre nosotros es la condición -necesaria, pero no suficiente- para liberarnos de ellos. A partir de una sociología compleja de la dominación (en la que la desigualdad es naturalizada con la incorporación de categorías de percepción y formas de ver el mundo que la hacen aparecer como evidente – violencia simbólica -; en la que los dominados contribuyen sin darse cuenta a su propia dominación; y en la que los dominantes son también dominados por su propia dominación), basada en una concepción anti-esencialista del mundo social («lo real es relacional» 2 ), creía que la sociología podía contribuir a fundar la acción política en un utopismo realista siempre atento a las condiciones sociales de posibilidad del cambio. Pero nunca en calidad de portavoz autodesignado o profeta: «Si el sociólogo tiene un papel, éste consiste más bien en dar armas que en dar lecciones» 3 (de hecho, el estilo de sus intervenciones más guerreras contra los «amos del mundo» contrasta con el de sus intervenciones ante los movimientos sociales y ciudadanos, que solía empezar con un «Estoy aquí para dar mi apoyo…»).
La intensificación de sus intervenciones públicas a partir de los noventa en apoyo de distintas iniciativas y movimientos sociales (la huelgas de 1995 en Francia, el movimiento de los parados, los movimientos anti-globalización, el movimiento gay) 4 , fruto en parte del sentimiento de culpa y de deber que le generaba su posición privilegiada en el campo intelectual, le hizo ganarse el descrédito de muchos. Y, sin embargo, su denuncia del neoliberalismo -y del «mito de la globalización» que le acompaña- como un programa político que se presenta a sí mismo como una evolución natural e inevitable y cuyas políticas no hacen sino promover una precariedad generalizada (lo que intenta estudiar en La miseria del mundo , 1993); su denuncia del racismo de Estado; su crítica de la pérdida de autonomía de los medios de comunicación y del mundo de la cultura, víctimas de una «revolución conservadora»; su crítica de la representación política y de la desposesión ciudadana frente a los profesionales de la política; su crítica de los intelectuales (tecnócratas e intelectuales de Estado o intelectuales mediáticos, fast-thinkers y doxósofos); o sus llamamientos a un movimiento social europeo, a una Europa social, a una internacional de los intelectuales y artistas, a una «izquierda de izquierdas», o a «pensar la política sin pensar políticamente» (es decir, sin adoptar acríticamente las categorías de la política institucional y el pensamiento de Estado) parecen todavía hoy de rabiosa actualidad.
Lejos de contentarnos con la alabanza a un gran clásico, no estaría de más repensar la utilidad de algunas de las armas que nos lega para comprender el mundo y las formas posibles de transformarlo. Creo que Bourdieu tiene aún unas cuantas cosas que decir.
París, 3 de febrero de 2012
Javier Rujas Martínez-Novillo
Sociólogo, investigador en formación de la UCM.
Principales trabajos de Pierre Bourdieu:
Sociología de Argelia y Tres estudios de etnología cabilia , Madrid, CIS, 2006 [1958 y 1972].
Los herederos. Los estudiantes y la cultura , Buenos Aires, Siglo XXI, 2009 [1964].
La reproducción . Elementos para una teoría del sistema de enseñanza (con J.-C. Passeron), Madrid, Popular, 2001 [1970].
La distinción. Criterios y bases sociales del gusto , Madrid, Taurus, 1998 [1979].
Las reglas del arte . Génesis y estructura del campo artístico , Barcelona, Anagrama, 1995 [1992].
La miseria del mundo (dir. P. Bourdieu), Madrid, Akal, 1999 [1993].
Las estructuras sociales de la economía , Barcelona, Anagrama, 2003 [2000].
Sur l’État. Cours au Collège de France, 1989-1992 , París, Seuil, 2012 (ed. P. Champagne, R. Lenoir, F. Poupeau, M.-C. Rivière). Se puede leer un anticipo en castellano online: « Cómo se forma la opinión pública «; « Las dos caras del Estado «.
Obras más accesibles de P.B., que pueden servir de introducción:
Cuestiones de sociología , Madrid, Istmo, 2003.
Cosas dichas , Barcelona, Gedisa, 2000.
Recopilaciones de sus intervenciones políticas:
Intervenciones, 1961-2001. Ciencia social y acción política , Hondarribia, Hiru, 2004 (eds. Franck Poupeau y Thierry Discepolo).
Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal , Barcelona, Anagrama, 2000.
Contrafuegos 2. Por un movimiento social europeo , Barcelona, Anagrama, 2001.
1 P. Bourdieu, Intervenciones, 1961-2001. Ciencia social y acción política , Hondarribia, Hiru, 2004 (eds. Franck Poupeau y Thierry Discepolo).
2 Razones prácticas , Barcelona, Anagrama, 1997.
3 Cuestiones de sociología , Madrid, Istmo, 2003.
4 Reunidas en Intervenciones, 1961-2001. Ciencia social y acción política , Hondarribia, Hiru, 2004 (eds. Franck Poupeau y Thierry Discepolo); Contrafuegos , Anagrama, 2000, y Contrafuegos 2 , Anagrama, 2001.
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