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Camino de Vistalegre II

Podemos ante sí mismo

Fuentes: Viento Sur

El segundo congreso de Podemos fijado para los días 11 y 12 de febrero, a modo de catarsis interna y externa, condensa todos los debates estratégicos del partido que emergieron abruptamente tras el estallido de su equipo de dirección en marzo de 2016. La ruptura en la cúspide hizo visibles discusiones que hasta entonces estuvieron […]

El segundo congreso de Podemos fijado para los días 11 y 12 de febrero, a modo de catarsis interna y externa, condensa todos los debates estratégicos del partido que emergieron abruptamente tras el estallido de su equipo de dirección en marzo de 2016. La ruptura en la cúspide hizo visibles discusiones que hasta entonces estuvieron sólo presentes de forma larvada y balbuciente y/o planteadas exclusivamente por parte de las minorías críticas que siempre se opusieron al modelo de partido y a la estrategia codificada en el primer congreso de Vistalegre en octubre de 2014. Repasaremos en este artículo la naturaleza de las opciones internas en liza (no tanto sus propuestas concretas para el congreso sino sus posiciones políticas de fondo) y haremos un balance del modelo de partido adoptado en Vistalegre desde el punto de vista organizativo.

Las tres almas de Podemos

En la muy mediática senda hacia el segundo Vistalegre se pueden ver en acción a las tres almas de Podemos, personificadas por Iglesias, Errejón y Anticapitalistas. Las dos primeras todopoderosas. La tercera tan pequeña en su poder institucional como consistente en lo político. Al lado de las tres, coexisten sin duda otras sensibilidades, pero menos cristalizadas y de menor perfil, sin un proyecto tan definido o de alcance sólo local o regional.

Las corrientes de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón compartieron el liderazgo del proyecto desde los primeros compases del grupo impulsor lanzado en enero de 2014, en el que marginalizaron rápidamente a Izquierda Anticapitalistas (luego transformada en Anticapitalistas), hasta su ruptura en marzo de 2016, ante sus diferencias tácticas de cómo orientar Podemos tras las elecciones generales del 20 de diciembre y, sobre todo, en medio de una crisis de confianza debido a disputas de poder en el seno del aparato central que enrarecieron las discusiones. Éstas fueron el caldo de cultivo para que afloraran de golpe las hasta entonces discrepancias soterradas, o puntuales, existentes en el equipo ejecutivo de Podemos.

El precedente remoto de dicha situación fue el debate acaecido en primavera de 2015 ante la inesperada emergencia de un nuevo contrincante, Ciudadanos, el neoliberal «Podemos de la derecha» que, durante buena parte de 2015, oscurecería las perspectivas de la formación morada. Torpedo a toda pretensión de «transversalidad», la irrupción repentina de los de Albert Rivera fue el primer contratiempo de la hipótesis estratégica aprobada en Vistalegre. Errejón planteó entonces una política de amabilidad hacia el novel contendiente que, en el fondo, equivalía a una suerte de ciudadanización relativa de Podemos, a modo de un reverso de la vampirista podemización relativa de Ciudadanos que el partido de Rivera pretendía en aquel momento operar, con tal de apropiarse del impulso podemita y desviarlo hacia un proyecto neoliberal de regeneración democrática. No sin titubeos y vaivenes, pasos adelante y atrás, Iglesias acabó encabezando una política de confrontación con Ciudadanos, señalando su función como muleta y/o recambio de los partidos del régimen. Fue la primera discusión relevante, y el primer conato de debate estratégico público en la cúspide del partido, ante la constatación que la avenida triumfal hacia la victoria electoral diseñada en Vistalegre iba a tener sorpresas imprevistas /1.

El quiebre del equipo dirigente en marzo de 2016 abrió paso a un periodo inédito de discusión semipública, con la militancia fundamentalmente como espectadora y sin demasiados cauces internos para intervenir en ella. Las dos fracciones en liza fueron reformulando parcialmente su proyecto y entonaron una cierta autocrítica incompleta, más forzada por las circunstancias que por convicción, de la fórmula político-organizativa aprobada en Vistalegre, en pos de una mayor democratización de la misma. La principal consecuencia de dicha ruptura fue la normalización, por la vía de los hechos, del debate interno y de la pluralidad, aunque las formas de dicho debate hayan sido prisioneras de la cultura política y la dinámica organizativa del modelo de Vistalegre. Ello ha incluido también la regularización de la existencia de Anticapitalistas y el progresivo reconocimiento público por parte del mismo Iglesias del papel que destacados dirigentes anticapitalistas tuvieron en el nacimiento del proyecto. El estallido de la dirección dio la estocada casi final al relato falsificado sobre la génesis de Podemos difundido tras las elecciones europeas en el que Izquierda Anticapitalista fue borrada de la narrativa oficial (recordando en forma de farsa purgas de siniestra memoria) y en el que las y los miembros del equipo dirigente embellecieron su propia contribución al proyecto (exceptuando el propio Iglesias cuya centralidad en el diseño de Podemos es conocida y auto-evidente) y su clarividencia histórica retrospectiva.

Iglesias encarna un populismo pragmático-instrumental mezclado con un eurocomunismo impaciente y acelerado (que a diferencia del original no tiene miedo a una victoria electoral). Busca combinar una retórica plebeya impugnadora con una perspectiva gubernamental moderada, cuya referencia histórica más explícita ha sido el compromiso histórico de Berlinguer. El abrazo acrítico del legado berlingueriano, combinado con la falta de balance alguno de la experiencia de Syriza, sintetizan las aporías estratégicas de su proyecto. Del compromiso histórico berlingueriano a la capitulación histórica de Tsipras puede haber una muy delgada línea roja. En cierta forma la propuesta de Iglesias es punch en la oposición y razón de Estado en el gobierno. Es decir, mantiene el grueso de la perspectiva estratégica que sostuvo en los dos pasados años, pero llegó a la conclusión que el vigor de Podemos radica en su capacidad para aparecer como una fuerza impugnadora del establishment y que su normalización acabaría comportando una desmovilización y desafección de su base social potencial, que fija más en los estratos populares y trabajadores que no en las clases medias.

El eje del trabajo político en la propuesta de Iglesias sigue siendo el marco electoral-institucional, pero a diferencia de las teorizaciones de Vistalegre donde la lucha social estaba ausente, ahora ésta juega un rol real en su esquema, aunque secundario, a modo de complemento de la actividad electoral-institucional. La retórica impugnadora de Iglesias, y sus referencias a la «lucha», por muy cercenadas que queden cuando se las inserta en una perspectiva de «compromiso histórico», han contribuido sin duda a generar un entorno de debate en el seno de Podemos más favorable a las propuestas radicales, activistas y movimentistas. De golpe quienes defendían un horizonte que fuera más allá de la tríada elecciones-trabajo institucional-comunicación, vieron como el secretario general de Podemos también entonaba parte de esta música. Un cambio de atmósfera valioso.

El proyecto de Íñigo Errejón, que podemos denominar populismo constructivista profundo, representa la normalización permanente de Podemos y un intento de homologación política del partido haciéndolo portador de una propuesta de cambio tranquilo cuyo contenido real dista muy poco de un recambio de los viejos partidos agotados, y que busca encarnar las aspiraciones generacionales de una juventud frustrada y hundida por la crisis y de la población de mediana edad que no quiere resignarse a la alternancia PP-PSOE.

Detrás de su idea fuerza de «transversalidad» se esconde un proyecto orientado en particular a las clases medias, si bien a partir de una retórica posclasista, con énfasis especial en la meritocracia y en una transición sin sobresaltos hacia un porvenir mejor, casi por relevo natural. La preocupación por la transversalidad impulsada por Errejón y sus afines se ha movido entre la discusión real y seria acerca de cómo articular un nuevo bloque mayoritario y de cómo agregar grupos y sectores sociales diversos, y la mera coartada para diluir toda arista rupturista presente en Podemos en torno a un proyecto cada vez más superficial en sus propuestas. Se dirige así a un centro político-social amorfo, construido políticamente como el eje gravitacional del «nosotros» y del «pueblo». Su énfasis en «los que faltan»/2, siempre planteado como necesidad de llegar a sectores aún no convencidos de que Podemos es un partido solvente para gobernar el Estado español, tiene la debilidad fundamental de que da por descontado la lealtad de los que ya están, sin concebir que el precio para atraer a «los que faltan» puede ser perder parte de los primeros.

El esquema de Errejón consiste en mantener una polarización discursiva entre un «nosotros blando», construido a través de un discurso amable dirigido a un sector social intermedio y poco politizado, y un «‘ellos’ duro» /3. La complejidad de dicha operación estriba en que el carácter «blando» del «nosotros» y el discurso comedido en que se basa, a pesar de acompañarse de fuerte carga simbólica, emotiva e identitaria, dificulta a la larga la propia operación de polarización, máxime cuando ésta se sostiene fundamentalmente en el terreno discursivo y está desconectado de una actividad social movilizadora que genere un clima propicio a la divisoria entre ellos/nosotros. Dicho en otros términos: polarizar con un discurso superficial es más complejo que con una retórica impugnadora, y polarizar desde la pasividad social es más difícil que en una dinámica de movilización.

Errejón siempre ha negado que su concepción estratégica fuera asimilable a los catch-all parties convencionales, alegando que su propuesta politiza, reivindica las pasiones y enfatiza las fronteras «nosotros-ellos», mientras que los primeros se basan en el marketing despolitizador y banalizador /4. En realidad, más que un modelo antagónico al catch-all mainstream, la propuesta de Errejón representa una especie de populismo-constructivista atrapalotodo, y ofrece un resultado final parecido al primero, pero partiendo de lugares distintos, lo que implica por tanto un trayecto y un método diferente. El punto de partida de Podemos y Errejón no es el mismo que el del PSOE o Ciudadanos. Por tanto, la forma de llegar a construir una mayoría de gobierno tampoco. Pero su estación de destino se parece. Los partidos catch-all tradicionales son fuerzas legitimadas que buscan ampliar su base social y electoral para derrotar al contrincante ritualizado. La lógica atrapalotodo del populismo discursivo de Errejón tiene, a la vez, la doble función de ampliación de su base social y electoral y de normalización y homologación (sino absoluta al menos sustancial) del partido.

Ante los límites del modelo «máquina de guerra electoral» y la necesidad de articular una perspectiva en el medio y el largo término la propuesta errejoniana es la de pasar a una fase de «movimiento popular», en el que éste es entendido sobre todo en términos de un trabajo cultural y social complementario de lo electoral /5. El paso a esta nueva etapa, en la que la metáfora de la guerra relámpago es sustituida por la del cerco, se sintetiza en cuatro tareas: dinamización del tejido social, cultural y de ocio; creación de una identidad simbólica cultural fuerte; formación de cuadros y técnicos; arraigo territorial e inserción social potenciando los círculos /6. La debilidad de este planteamiento es doble: primero, su puesta en práctica se ve menguada por el tiempo perdido debido a la adopción del modelo de máquina de guerra electoral en 2014, que expulsó hacia fuera muchos de los militantes que ahora deberían implantarse en el territorio, vació los círculos que tendrían que relacionarse cotidianamente en la sociedad, y generó desconfianzas entre una sociedad civil organizada con la que ahora habría que trabajar más estrechamente. Segundo, entre la antigua maquinaria de guerra electoral y el nuevo movimiento popular no hay ningún papel asignado a la movilización social (y no digamos la auto-organización). Aparece ahí una de las inconsistencias estratégicas fundamentales del pensamiento político de Errejón: si por un lado analiza certeramente el significado del 15M y las posibilidades políticas que abrió, por el otro no integra en su perspectiva futura la necesidad de un nuevo empujón social, de otro equivalente al 15M y a las Mareas contra la austeridad, de un relanzamiento de las luchas sociales, para poder completar la ruptura definitiva del sistema político tradicional /7. La perspectiva errejoniana no excluye el conflicto. Parasita el conflicto real, las brechas abiertas por las movilizaciones, para cabalgar sobre las mismas mediante una polarización discursiva artificial que no se corresponde con la del contenido real superficial de su propuesta de (re)cambio. El conflicto es concebido en términos fundamentalmente discursivos, comunicativos, y electorales, despreocupándose de la construcción politizada del conflicto social, en el barrio, el territorio y el centro de trabajo productivo.

El resultado final de la reorientación propuesta para la nueva etapa es que cambian las tareas y los ejes de intervención, para prepararse para una batalla de más duración, pero prosigue invariable la vía hacia la normalización política de Podemos trazada en Vistalgre y la acelerada auto-reducción de sus ambiciones de cambio social y político. Las ansias de victoria electoral son proporcionales al poco alcance de sus propuestas para el día después. La voluntad de poder es mucho mayor que la de transformar el mundo. Por ello, lo que en su esquema viene tras la victoria electoral es una imprecisa e incierta «guerra de posiciones» en el interior del Estado, cuyos objetivos finales no pasan de una genérica voluntad redistributiva y regeneradora, y que evacua de la discusión la cuestión decisiva de cómo evitar que el (limitado) ímpetu inicial del proceso de cambio vaya quedando ahogado por la propia maquinaría del Estado que se pretendía transformar. En ello radica una de las paradojas de la política de Errejón: por un lado, ha sido el más estratega de los dirigentes políticos de Podemos, pero por el otro su propuesta reduce y rebaja la estrategia a un mero debate sobre cómo ganar las elecciones y no a una discusión sobre cómo cambiar la sociedad. Ha sido además, el principal artífice de un modelo de partido basado en la estrategia sin debate estratégico, donde ésta venía dada por la dirección unilateralmente, sin feed-back alguno por parte de la militancia.

Finalmente, los proyectos de Iglesias y Errejón se diferencian también en su grado de constancia y sus fundamentos ideológicos. Iglesias tiene un pensamiento mucho más ecléctico y un marco teórico-estratégico más impreciso, acompañado de permanentes oscilaciones discursivas que han pasado factura a su credibilidad. Éstas dejan entrever una tensión entre su vertiente populista y su vertiente heredera de las tradición (euro)comunista y del movimiento obrero. Una tensión que se desdobla también entre su alma gobernista y realpolitiquera y su alma (más pequeña y episódica, pero presente) rupturista. Errejón, por su parte, ha sostenido una perspectiva estratégica mucho más homogénea teóricamente (su referencia en Laclau es conocida), más constante políticamente y más internamente coherente. Su principal límite, sin embargo, ha sido la auto-incapacidad para enmendar y corregir su propia hipótesis de trabajo. Al contrario, cuando tuvo que hacer virajes bruscos, como pasar de la defensa de un modelo de partido homogéneo y centralista en todo el Estado a improvisar alianzas y confluencias en Catalunya, Galicia y País Valenciá en la senda de las elecciones generales del 20 de Diciembre, lo hizo siempre pretendiendo que no había giro alguno y que cada nuevo viraje en realidad ya estaba inscrito en el código fuente de la hipótesis de Vistalegre /8. La combinación entre una práctica política que ha tenido giros inevitables con la petrificación de las hipótesis estratégicas, en vez de su reajuste consciente más allá de la asunción de que hay que prepararse también para una batalla de largo plazo, ha dado como resultado un enroque teórico-estratégico-político que minó la operatividad de sus propuestas. Estratégica y teóricamente a la ofensiva en el cénit de la máquina de guerra, pasó a una posición más defensiva y reafirmativa tras su ruptura con Iglesias.

Una de las síntesis metafóricas para conceptualizar las diferencias entre Iglesias y Errejón que más fortuna tuvo en el debate de los pasados meses, fue la del rapero, ensayista y partidario de Iglesias, Ricardo Romero, Nega, al afirmar (vía twitter el 9 de Setiembre) que: «Hay dos Podemos (siempre los hubo) uno que quiere ser amable como Coldplay y otro que quiere ser como Bruce Springsteen. Seamos como el #Boss». La comparación, de evidente atractivo visual y gran fuerza evocadora, es útil si se interpreta como dos propuestas de contenido diferente. Sin embargo, el símil musical facilita que la comparación entre el Boss y los de Parachutes se conciba como una diferencia sólo de formas y de estilo y que la discusión se haga en torno a estas cuestiones. Pero el debate sobre el futuro de Podemos es sobre proyecto estratégico, contenido, y estación de destino y, también, sobre la relación con la sociedad y la forma de articular una mayoría. Esto último no tiene sentido en sí mismo si no queda claro para qué se hace y con qué objetivo. No es el estilo del partido, sino el contenido de su proyecto el punto de partida para la discusión. La analogía musical pecaba también, al menos un poco, de autocomplaciente. Nadie duda de las cualidades comunicativas y discursivas de Iglesias. Pero de ahí a apuntar hacia el Boss…

Más allá de Springsteen y Coldplay, Podemos tiene, como mínimo, otra alma importante, representada fundamentalmente por Anticapitalistas, hoy la principal animadora de la candidatura Podemos en Movimiento para el próximo congreso. Actor clave en la génesis del partido morado, la propuesta estratégica de Anticapitalistas ha sido desde el comienzo articular un espacio político que desarrollara el potencial abierto tras el 15M, tanto desde el punto de vista de la ventana de oportunidad electoral existente como desde el punto de vista de las posibilidades de emprender una senda de ruptura con el actual régimen político y las políticas de austeridad. Su propuesta representa una síntesis, no siempre fácil, entre ambición de radicalidad y vocación mayoritaria. El modelo de partido planteado para vehicular dicha propuesta ha sido el del partido-movimiento, una fórmula en contraposición con la máquina de guerra electoral y que intentaba metamorfosear políticamente el legado del 15M. Su modelo organizativo enfatizaba la democracia interna, su práctica giraba hacia la sociedad (más allá de la comunicación) y no hacia dentro, y su perspectiva estratégica ha intentado forjar una definición de la victoria, del significado de «ganar», como una síntesis dialéctica entre autoorganización-movilización-elecciones-instituciones. Consustancial a esta propuesta ha sido el énfasis en el debate programático, en el abordaje de las cuestiones decisivas sin las cuales es imposible pensar una política seria de transformación (banca, deuda…), y en la necesidad de sacar las lecciones pertinentes del fiasco de Syriza, cuyo soslayamiento por parte de la dirección de Podemos arroja una sombra siniestra para el futuro.

A contracorriente desde el comienzo, la existencia de una sensibilidad política como ésta, a pesar de su reducido poder institucional y de la persecución sufrida tras la eclosión de Podemos en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014, ha sido decisiva en la historia del partido. Sin ella las desafecciones militantes en los círculos hubieran sido aún más grandes, los contrapesos democráticos y movimentistas al equipo dirigente virtualmente inexistentes, y los intentos de organizar por debajo a la militancia para darle otra perspectiva de futuro imposibles. Es por ello que, aún fuera del foco mediático del duelo de titanes entre Iglesias y Errejón, el grado de apoyo que obtenga Podemos en Movimiento será determinante para el porvenir del partido, a modo de garantía de que, en cualquier circunstancia, incluida la más adversa, la llama del cambio social real y no epidérmico, la ruptura con la austeridad y el régimen, y la democracia interna seguirán vivas dentro de Podemos.

La máquina por dentro

Planteadas someramente las opciones de fondo en liza para el segundo congreso de Podemos, realizaré en este punto un balance retrospectivo del modelo de la máquina de guerra electoral aprobado en Vistalegre no tanto desde el punto de vista de la estrategia política, sino del modelo organizativo y de partido construido.

Ante la evidencia palmaria de sus innumerables límites, tanto Iglesias como Errejón han admitido la necesidad de operar cambios organizativos y de dinámica política en un sentido democratizador. El primero propone reformas organizativas limitadas que suponen una democratización parcial y selectiva del proyecto. El segundo, sabedor de que su propuesta parte en principio con desventaja ante el secretario general, enarboló interesadamente, y de forma poco creíble, la bandera de la democracia interna y el respeto al pluralismo que tan poca consideración le merecieron cuando era de facto el dirigente central del aparato.

En ambos casos, para justificar su apoyo en el primer congreso de Vistalegre en 2014 a un modelo de partido que se reveló desastroso, han tendido a presentar a la «máquina de guerra electoral» como un mal necesario, un estadio inevitable propio de una situación extraordinaria en que conseguir la victoria electoral pasaba por encima de cualquier otra consideración. Detrás de esta argumentación subyacen dos problemas: primero, justifica como una elección forzada por la coyuntura lo que fue una apuesta estratégica que reflejaba la concepción de la política y la cultura política del núcleo dirigente de Podemos. Ni el electoralismo, ni el verticalismo, ni la falta de democracia eran medidas transitorias de «excepción», sino un intento de articular un modelo de partido oligárquico bajo el férreo control de su burocracia dirigente; segundo, no hay ninguna evidencia sólida que muestre que la fórmula de Vistalegre contribuyera a mejorar los resultados electorales que se habrían conseguido con otro modelo y otra estrategia. Más bien hay sospechas de lo contrario, pues es razonable imaginar que un partido más participativo, con más militancia activa, en el que los mejores cuadros no fueran marginados si no eran fieles a la dirección, con más énfasis en la implantación social, y en el que los dirigentes no se erosionaran tanto empleando procedimientos anti-democráticos, no hubiera funcionado peor en las urnas, sino igual o mejor.

Los problemas político-organizativos que experimentó Podemos desde su fundación (dificultad para consolidar una estructura, conflictos, falta de cuadros, arribismo y carrerismo…) no pueden atribuirse al modelo «máquina de guerra electoral». Son contratiempos que cualquier nuevo partido experimenta y que se habrían dado de todos modos. Pero el modelo adoptado por la dirección de Podemos contribuyó a acrecentarlos hasta extremos inauditos. Quizá la cuestión más visible de ello tiene que ver con el vaciamiento de las estructuras de base, y la caída drástica de la militancia en los círculos (no así la participación puntual por internet que se mantiene, en los momentos cumbre, en un nivel considerable y sin equivalente).

La participación militante tiene rasgos espasmódicos y, en todo proceso político o social, tras las primeras afluencias masivas de personas a reuniones y asambleas suele haber un descenso, por cansancio, falta de interés, o delegación implícita a los que se quedan. La militancia líquida, reciclando el término popularizado por Bauman, es decir a la carta e inestable, es la traducción político-organizativa de una sociedad fragmentada, individualizada y con biografías inestables. El déficit del modelo Vistalegre no es no haber conseguido articular por debajo de forma duradera una capa amplia de activistas con vocación de implantarse socialmente. El principal problema es que el modelo de máquina de guerra electoral-comunicativa populista renunció a hacerlo y en muchos casos hizo todo lo posible para desmovilizar a unos círculos cuyo ímpetu inicial siempre fue visto con sospecha y con temor burocrático.

En un proceso de oligarquización interna cuya rapidez y profundidad hubiera noqueado intelectualmente al mismísimo Robert Michels, el partido se concibió como una emanación lineal de la orientación política del grupo dirigente en el que quienes no comulgaban con ella aparecían como intrusos de un proyecto partidario patrimonializado por la dirección. El miedo a la democracia presidió la génesis del modelo Vistalegre y su gestión posterior. La dirección de Podemos, extrañamente, siempre se sintió muy poco segura de sí misma y rehusó confrontaciones democráticas con otras propuestas dentro y fuera del partido, a menudo desgastándose innecesariamente con maniobras aparateras que con procedimientos más democráticos hubiera posiblemente sacado adelante de todos modos.

Al contrario, se parapetó tras una estructura política diseñada para evitar la capacidad real de las bases de influir en las decisiones de la dirección y en la marcha del partido, pero que acabó siendo en muchas ocasiones esclerótica para los propios fines de la dirección que, demasiadas veces, se encontró encabezando un flan endeble que no resistía por debajo, ni en sus rangos intermedios, ninguna embestida, requiriendo un sostén artificial desde la cúspide. Paradójicamente, a pesar que Gramsci figura de manera omnipresente entre las referencias intelectuales de las dos familias de la dirección de Podemos, en realidad su concepción de la política ha sido muy poco gramsciana en el terreno organizativo, a diferencia del terreno discursivo y comunicativo, donde sí ha demostrado grandes cualidades para generar contra-hegemonía. En lo que a la estructura organizativa se refiere, la búsqueda de la hegemonía quedó relegada a la dominación aparatera pura y dura. A vencer sin necesariamente convencer.

Eliminar el problema de la militancia se convirtió en el objetivo fundacional del proyecto aprobado en Vistalegre. La fórmula para conseguirlo se sustentó en tres patas. La primera, la adopción de una estructura de decisión online que, lejos de ser un intento creativo para facilitar la implicación de personas con poco tiempo o menor compromiso, devino una estratagema para cortocircuitar en permanencia a la militancia de base activa y legitimar plebiscitariamente las decisiones de la dirección del partido y, a menudo, elegir direcciones regionales/locales y listas electorales que carecían del apoyo de la militancia real. La segunda, un sistema mayoritario de elección en el que casi siempre «el ganador se lo lleva todo», que permitió que los órganos de dirección se convirtieran de facto en instrumentos de la facción o grupo mayoritario en cada lugar y no en espacios de integración y síntesis política, excluyendo a las otras sensibilidades de toda relación orgánica real con el partido. La tercera, un esquema ultracentralista en el que una autonomizada dirección central del partido era omnipresente, reduciendo a las direcciones regionales a meros apéndices de aquélla, sin legitimidad política real ni recursos organizativos y financieros propios, y por debilidad, vulnerables a crisis internas endémicas.

En este contexto, los círculos no se convirtieron ni en espacios de discusión política ni en ámbitos de intervención hacia el exterior, planificando campañas de sensibilización propias o insertando al partido en el tejido social. Carentes de función definida en la marcha triunfal hacia la victoria electoral, acabaron relegados a un marco, cada vez más vacío, de confrontación sin rumbo, peleas locales y falta de horizonte más allá de las propias elecciones internas a los cargos del partido o de las listas electorales.

Se dibujó así un modelo de partido electoral-profesional basado en una contradictoria participación plebiscitaria sin democracia diseñado para desbordar y desarmar a la militancia de la organización. Ésta fue vista no como un recurso cuyo potencial había que desarrollar y como la base primaria constitutiva del proyecto, sino como un enemigo interior para los intereses de la burocracia dirigente en gestación, portadora de una cultura interna schmittiana basada en la distinción «amigo-enemigo» /9. Éste último, representado por todo aquél que discrepaba de la dirección, tomó siempre una doble forma: un carácter anónimo y abstracto expresando el miedo burocrático atávico a la militancia, y un carácter concreto encarnado por Anticapitalistas.

La máquina comunicativa refrendataria-plebiscitaria centralista se convirtió en el correlato organizativo de la máquina de guerra electoral y en una verdadera máquina de triturar militantes, sueños y entusiasmos. Llevado al La extremo, el modelo de partido codificado en Vistalegre encarnaba la imposible utopía del partido sin militantes, equivalente político-burocrático de la utopía capitalista de la fábrica sin trabajadores que las sucesivas olas de automatización y robotización han hecho aparecer recurrentemente a lo largo de la historia. Una utopía político-burocrática (y por tanto distopía para todo proyecto emancipador) no tan distinta de la conservadora fantasía de la «democracia sin pueblo» que el propio Errejón crítica certeramente /10.

Durante un periodo la máquina de guerra electoral, a modo de un cierre abrupto de cualquier pretensión de experimentación político-organizativa, pareció agotar en sí misma todo el horizonte político, condensando a ritmo vertiginoso todos los problemas clásicos que han experimentado las fuerzas políticas emancipatorias (burocratización, oligarquización interna, institucionalización, adaptación…). Por un tiempo fue más fácil imaginar el fin de Podemos que el fin de la máquina de guerra. Era más creíble imaginar que el establishment tumbara al recién llegado, que no que éste pudiera ser enmendado en un sentido democrático. Sólo algunas voces outsiders intentaron mantener en medio de una realidad distópica la antorcha de otro Podemos posible.

Hoy, desgastado por sus propias aporías, el modelo político-organizativo del primer Vistalegre será sin duda revisado en el inminente segundo congreso. Pero sólo desde una crítica real a él, y no desde su apología como método de excepción, es posible pensar en un porvenir partidario distinto y no en un simulacro de cambio. Éste es el sentido de las propuestas de Podemos en Movimiento, que agrupa a quienes nunca hicieron apología de lo indefendible.

Sin embargo, desandar lo andado no es posible. El primer Podemos, el de la auto-organización espontánea en la fase previa a las elecciones europeas y la ilusión desbordante tras éstas, no volverá. Con él se fueron miles de militantes y voluntades. Los errores políticos no pueden simplemente rebobinarse para reemprender el camino correcto donde en su día se tomó la senda equivocada. Las bifurcaciones pasadas ya acontecieron y no pueden deshacerse. Pero su recuerdo es útil para buscar una vía propia de refundación y relanzamiento, social y militante que, sin nostalgia, le devuelva al proyecto su frescura burocráticamente confiscada. Para ello tres elementos son cruciales: un funcionamiento democrático, una práctica diaria volcada en la intervención social, y una buena discusión estratégica permanente.

Alta escuela de estrategia

Ser una alta escuela de estrategia revolucionaria (retomando una expresión utilizada por Trotsky /11 respecto al tercer Congreso de la III Internacional en 1921) o, si prefiere una alta escuela de estrategia para la ruptura, que contribuya a elevar en permanencia la capacidad política de sus militantes, es precisamente a lo que debería aspirar toda fuerza política emancipatoria. Nada más lejos de lo que ha sido Podemos hasta la fecha, con sus debates-express, los apresurados cierres plebiscitarios de las controversias políticas, la reducción de toda discusión a cómo ganar las elecciones, y la lógica internista de su actividad. Alta escuela de estrategia y máquina de guerra electoral-comunicativa son, sin duda, proyectos antitéticos. No en vano, ha sido el estallido del equipo dirigente que urdió el modelo de Vistalegre lo que permitió por primera vez un debate estratégico real, aunque con todos los vicios heredados de aquél.

Así planteado, lo que está en juego en el segundo Vistalegre es el grado de ruptura o de continuidad que supone respecto al primero y, con ello, el grado de solidez estratégica y de profundidad de su proyecto de transformación social. Las tres opciones encima de la mesa son claras: la corriente encabezada por Miguel Urbán representa la ruptura cristalina con una pesadilla político-organizativa que jamás debió producirse; Pablo Iglesias encarna la continuidad fundamental del modelo con reajustes democráticos parciales y la ratificación de una retórica impugnadora compatible con un horizonte de cambio autolimitado; e Íñigo Errejón supone la reafirmación del legado político de Vistalegre, combinada con reformas democráticas interesadas, como palanca para dar otro paso, ¿definitivo?, en la homologación de Podemos en un partido que vehicule el malestar y el descontento social hacia sendas inocuas para el poder.

 Notas:

1/ Antentas, Josep M. (2015). «Ciudadanos, Podemos y la centralidad deseada», Público, 2 de Mayo. Disponible en: http://blogs.publico.es/dominiopublico/13227/ciudadanos-podemos-y-la-centralidad-deseada/ ; Antentas, Josep M. (2015). «Ciudadanos: el cambio falaz», Público, 7 de abril. Disponible en: http://blogs.publico.es/dominiopublico/13026/ciudadanos-el-cambio-falaz/

2/ Errejón, I. (2016). «Del asalto al cerco: Podemos en la nueva fase», El diario.es 17 de julio. Disponible en:http://www.eldiario.es/tribunaabierta/asalto-cerco-Podemos-nueva-fase_6_538306170.html

3/ Errejón, Íñigo. (2016) «Podemos a mitad de camino.» Ctxt, 20 abril. Disponible en:http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-poder-cambio.htm

4/ Errejón, Íñigo. (2016) «Podemos a mitad de camino.» Ctxt, 20 abril. Disponible en:http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-poder-cambio.htm

5/ Errejón, Íñigo. (2016) «Podemos a mitad de camino.» Ctxt, 20 abril. Disponible en:http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-poder-cambio.htm

6/ Errejón, I. (2016). «Del asalto al cerco: Podemos en la nueva fase», El diario.es 17 de julio. Disponible en:http://www.eldiario.es/tribunaabierta/asalto-cerco-Podemos-nueva-fase_6_538306170.htm

7/ He desarrollado un poco más esta cuestión en: Antentas, Josep Maria. (2016). «El desconcierto de una noche de verano.» Público, June 29. http://blogs.publico.es/tiempo-roto/2016/06/29/el-desconcierto-de-una-noche-de-verano/; y, Antentas, Josep Maria. (2016). «Hace cinco años empezó el futuro. #Globaldebout», Viento Sur, 15 de mayo. Disponible en: http://vientosur.info/spip.php?article11295

8/ Errejón, I. (2016). «Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las elecciones generales», Público, 11 de enero. Disponible en: http://blogs.publico.es/dominiopublico/15529/abriendo-brecha-apuntes-estrategicos-tras-las-elecciones-generales/

9/ Schmitt, C.(2014[1932]]) El concepto de lo político. Madrid: Alianza.

10/ Errejón, I y Mouffe, Ch. (2015). Construir pueblo. Barcelona: Icaria.

11/ Trotsky, L. (1924)The First Five Years of the Communist International. Volume 2. Disponible en: https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-2/01.htm#f1

Josep María Antentas es profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona y miembro del Consejo Asesor de Viento Sur

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article12160