La formación morada que trazó una bisagra llega a su primera década habiendo perdido mucho poder territorial y con solo cinco escaños. Todo ello tras una corta pero intensa vida de persecuciones, ataques judiciales y mediáticos y cismas internos. Auge, descenso, ¿y resurrección?
La puerta del Teatro del Barrio, uno de los emblemas de la vida bohemia y progresista del barrio de Lavapiés, estaba abarrotada de activistas y simpatizantes. Era un frío 17 de enero de 2014, a cinco minutos de la Puerta del Sol que había sido llenada durante los días de hartazgo de la crisis que luego se llamarían «el 15M». Allí se presentaba formalmente aquella jornada una plataforma política llamada Podemos.
«Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos», afirmó un Pablo Iglesias Turrión treintañero, con una camisa gris oscura arremangada, hablando en un atril. El profesor univesitario de la Complutense y doctor en Ciencia Política, que ya era conocido como «el coletas» por sus apariciones en las tertulias televisivas de Madrid y su programa La Tuerka, estaba acompañado de los otros cofundadores del espacio (Miguel Urbán, Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero y su amigo personal por entonces, Iñigo Errejón).
El día fue el 17E pero el germen del acto se plantaría un mes antes, cuando Iglesias, sus aliados y un nutrido grupo de activistas y académicos deciden participar de las elecciones europeas de 2014 con él como cara principal. La idea era ocupar y superar el espacio de Izquierda Unida, organización a la que tenderían la mano y con la que harían una confluencia más tarde.
«No somos una lista, somos un grito. Somos alegría porque somos mayoría», dijo aquel día invernal Monedero, quien un tiempo después dimitiría de tener cargos en la organización pero nunca dejaría ser militante del partido. Por aquellos días, en esa gesta que era montar un partido a la izquierda del PSOE sin estructura de base ni recursos, también estaban involucrados Rafa Mayoral, Jorge Moruno, Sergio Pascual, Pablo Echenique, la andaluza Teresa Rodríguez y la por entonces pareja de Iglesias, Tania Sánchez, que era dirigente de IU, entre otros.
El objetivo era convertir «la indignación ciudadana en cambio político» y se planteaba como algo «abierto a toda la ciudadanía». Por aquellos días resonaba el término «movimiento transversal», que desbordara las fronteras ideológicas de izquierda-derecha y, por supuesto, el bipartidismo, para rediscutir el Régimen del 78. Así daban a conocer el manifiesto ‘Mover Ficha’.
Para que las nuevas candidaturas tomaran vuelo y se registraran, los impulsores habían propuesto tres condiciones: un apoyo popular con más de 50.000 firmas, que el método de configuración de las listas y el programa político estuviera abierto a la participación de toda la ciudadanía y que se buscara la unidad de todos aquellos que protestaban contra la austeridad y las recetas neoliberales de aquellos tiempos.
«Algunos piensan que la política es cosa de los políticos: unos señores encorbatados que ganan mucho dinero y encarnan los privilegios. Si la gente normal no hace política, al final te la hacen otros y eso es peligrosísimo», decía Iglesias en un atiborrado Teatro del Barrio. Había hambre de cambio y este grupo «de la Complu», amateur y repleto de utopías, lo sabía.
Un cohete entre meteoritos
«Yo milito en un partido que tiene más de 40 años, y veo que ellos no han llegado a una década y ya ganaron elecciones, fueron parte del Gobierno, se pelearon, cambiaron líderes, etcétera. Subieron y cayeron como un cohete, demasiadas cosas en poco tiempo y eso no es gratis», comenta un diputado aliado de una fuerza de izquierda de la periferia que ha sido testigo privilegiado los últimos meses del fratricidio entre Podemos y Sumar.
Da en el clavo en esa referencia a la velocidad del auge y descenso. Un movimiento que fue luego partido y luego coalición, todo en un lustro, en tiempos de poscrisis y con un establishment que hizo todo lo posible para aplastarlo y desgastarlo. Cabe recordar que en el debut electoral, en mayo de 2014, obtuvo nada menos que 1,2 millones de votos y cinco eurodiputados.
A partir de ese hito la historia se acelera: los escándalos de Púnica y las tarjetas black de Bankia ponen el discurso contra la corrupción y el bipartidismo en el cenit. En Grecia vence Syriza mientras la mayoría absoluta del PP causa estragos con su política económica neoliberal y con calamidades como la Ley Mordaza.
A un año y poco más de su fundación, Podemos muestra su músculo en las municipales y gobernaría las tres ciudades más grandes del Estado español: Madrid, Barcelona y València, además de muchas capitales relevantes como A Coruña o Valladolid. Esto se logra gracias a una inteligente política de alianzas territoriales. En las generales de fin de año Podemos obtendría el 20,66 por ciento, más de cinco millones de votos, y ganaría nada menos que en la CAV y Catalunya además de obtener el segundo lugar en Madrid. El Palco del Bernabeu empezaría a temblar y operaría al respecto.
En marzo de 2016, según las fuentes consultadas y la hemeroteca al respecto, es cuando comienzan a desmadrarse las disputas internas entre el sector pablista y el errejonista. Amigos íntimos y luego enconados rivales, no se puede entender la segunda etapa de Podemos sin recordar el conflicto político-personal entre Errejón e Iglesias. La noción de «España» y sus símbolos serían parte de ese conflicto, aunque soslayado por los deseos de organización (el movimientismo al estilo peronista de Errejón chocaba con la idea de un partido más vertical y organizado, al estilo PCE, que anhelaba su rival).
La posible alianza gubernamental con Ciudadanos y el PSOE fue una de las principales dicotomías que agrietó a los bandos. Existía un debate interno que se filtraba por todos los medios, inmersos en un festival para desguazar el capital político de un partido que prometía una transformación del régimen. Empezaron a aparecer las denuncias sobre la financiación del partido y presuntas irregularidades, las cuales llegaron a superar la veintena aunque todas y cada una fueron archivadas por el Tribunal Supremo, en lo que constituiría uno de los casos de lawfare más flagrantes de las democracias occidentales.
Con 69 escaños, Podemos cambió la dinámica del Congreso de los Diputados, tanto en estética como en los contenidos del debate. Iglesias sería el primer dirigente español con relevancia estatal en aludir a Felipe González y sus manos «manchadas de cal viva» en la guerra sucia contra ETA, por ejemplo. Un más joven Pedro Sánchez se quedaría sin ser presidente del Gobierno ante la negativa de la cúpula pablista a pactar con Ciudadanos y se repetirían las elecciones, que lo defenestrarían en el PSOE por oponerse a abstenerse en favor de Mariano Rajoy.
En febrero de 2017 llegaría Vistalegre 2, que bien puede ser considerado el punto de inflexión del partido y también una exhibición de su potencia entre la militancia de izquierda. En esa asamblea estatal votaron más de 155.000 personas, en lo que constituyen las primarias abiertas más grandes de la historia del Estado español. Las tesis defendidas por Iglesias, y su sector, ganarían por el 50% mientras Errejón se quedaba en un 33%.
Para evitar una división que dañara el reparto de escaños, Podemos acuerda una alianza electoral con Izquierda Unida, algo a lo que también se oponía Errejón. Viene entonces el momento más tenso del «procés» con el 1 de octubre y el discurso de Felipe VI. Allí también el errejonismo planteaba sus discrepancias. El examigo y rival total deja la portavocía y la asume Irene Montero, quien sería la primera mujer en la historia (y la más joven) en defender una moción de censura (contra Rajoy).
En 2018 Podemos tiene un papel activo en otra moción, que sí triunfa, echa a Rajoy y encumbra a Sánchez. Se sabe que Iglesias fue uno de los que intentó articular los apoyos con el soberanismo vasco y catalán para granjear los votos necesarios. El año siguiente, antes de las municipales y las autonómicas, se produciría la repentina escisión de Errejón, que pactaría otro partido con Manuela Carmena y dejaría a Podemos huérfano en Madrid, con un enorme desgaste mediático.
Ya luego vendría otra etapa, la de pérdida de poder territorial y resistencia, pese a todo, en la arena del Congreso, que le permitirían forzar el primer gobierno de coalición progresista del posfranquismo.
Presente fénix
La ida de Iglesias de Podemos fue orgánica pero no simbólica. Su relación con la número dos del partido, Irene Montero, que a su vez es íntima amiga de la secretaria general Ione Belarra, hace que la cúpula morada, lo que queda de ella, esté muy alineada al pablismo. La confrontación con Yolanda Díaz y Sumar han sido una prueba de ello.
Las últimas municipales y autonómicas del 28M fueron un duro retroceso para la formación morada, y el acuerdo exprés con Sumar, debido a las generales anticipadas decididas por Sánchez, redujeron a los diputados morados a 5, un número exiguo respecto a lo conseguido antes de la pandemia.
La escisión del grupo parlamentario y el repliegue dentro del impersonal Grupo Mixto son la foto de un nuevo momento en el que los que han quedado en el partido (decenas de cargos se han decantado por Sumar o por retirarse de la política) esperan pasar de la resistencia a un ave fénix político, que al estilo Perro Sanxe logre una remontada inesperada.
Ese es el objetivo central detrás de la candidatura de Montero como cabeza de lista de las europeas de junio próximo, en las que Podemos vuelve a ir en solitario, sin siquiera Izquierda Unida. Medir fuerzas, adquirir visibilidad y nueva financiación para tratar de volver a asaltar los cielos. Creen que sí se puede. Algunos consideran que ya es una causa perdida pero otros recuerdan que en su momento también hubo agoreros del pesimismo y que sí, se pudo.