Leyendo sobre la famosa Revolución de los claveles portuguesa se puede apreciar un hecho curioso: todos los partidos, moderados o radicales, auto-proclamaban a bombo y platillo que su objetivo era el socialismo. Los partidos revolucionarios lo hacían de forma sincera, aunque muchas veces desde la impotencia del que necesita delimitarse de forma sectaria para justificar […]
Leyendo sobre la famosa Revolución de los claveles portuguesa se puede apreciar un hecho curioso: todos los partidos, moderados o radicales, auto-proclamaban a bombo y platillo que su objetivo era el socialismo. Los partidos revolucionarios lo hacían de forma sincera, aunque muchas veces desde la impotencia del que necesita delimitarse de forma sectaria para justificar su existencia, ya que la competencia por el sello de autenticidad era feroz. Los partidos que trataban que la caída de dictadura de Salazar mantuviera intactos los privilegios de los poderosos, decían que su objetivo era el «socialismo» porque no podrían decir otra cosa. A ese ejercicio donde los poderosos imitan lo radical extirpándole su contenido rupturista lo hemos llamado «mimetismo». En la revolución portuguesa el proceso de mimetización culminó proclamando en la Constitución que el objetivo del país era alcanzar el socialismo. No hay más que ver los nombres de los principales partidos que componen hoy el parlamento portugués: Partido Social-Demócrata (centro-derecha), Partido Socialista (centro izquierda), Partido Comunista y Bloco de Esquerda. Y mientras tanto, 30 años de neoliberalismo.
En el Estado Español el proceso de mimetismo presente en toda crisis de régimen se está produciendo en otros parámetros. Nadie habla de socialismo (excepto Pedro Sánchez, lo cual dice mucho de lo cínico que puede llegar a ser, pero también de lo vacío que ha quedado el término), pero todas las fuerzas políticas de la oposición hablan de cambio, regeneración, mostrando un consenso tácito en la sociedad de que algo hay que cambiar. El 15M inició ese proceso y Podemos lo materializó en el plano político. ¿Por qué entonces Podemos no consigue liderar esa oleada difusa de cambio y, a pesar de los eslóganes para el consumo interno, va perdiendo fuelle a medida que pasan los meses?
En una sociedad dividida en clases y en fuerzas políticas antagonistas, siempre existen sombras intermedias, espacios comunes producto de las relaciones de conflicto existentes entre esas fuerzas. Eso abre la posibilidad de las conquistas sociales sin romper con el capitalismo (el reformismo y/o transformismo como respuesta de la clase dominante a las demandas de las clases trabajadoras) pero también la posibilidad de la cooptación de una fuerza opositora por parte del régimen. Esto nunca se hace de forma «pura», sino que se hace extirpando los elementos rupturistas, a través de un ejercicio de «mimetismo selectivo». Este proceso ha ido en dos direcciones durante los últimos meses. Por una parte, Ciudadanos se mimetiza cada vez más con Podemos, con un discurso regenerador light, con Albert Rivera siendo la versión pija de Pablo Iglesias, copiando descaradamente frases inventadas por Podemos. Permítasenos la ironía: Albert Rivera hace el papel del novio que toda madre «sensata» querría para su hija, frente al papel que le ha tocado a Pablo Iglesias, que no es otro que el del «macarra» que intenta convencernos de que ha cambiado pero que no lo consigue. Y es que la gran tragedia de los últimos meses no son la combinación de golpes frontales y mimetismo que ha sufrido Podemos. Esto entraba dentro de lo previsto y estamos seguros de que la dirección de Podemos, que no es precisamente estúpida (aunque ahora todo el mundo, como suele pasar en España, se cree más listo que ellos) se lo esperaba. La cuestión fundamental es que el mecanismo del mimetismo ha operado con una fuerza irradiadora (habría que ver quién es realmente el núcleo irradiador en todo esto) en un sentido. Podemos correr el riesgo de parecerse cada vez más al resto de los partidos. Podemos ha perdido buena parte de su carácter rupturista y el que conserva no se lo debe ni a su discurso ni a su práctica, sino más bien a que las élites no tienen una táctica unificada contra Podemos, sino que combinan varias. Así, la estrategia mimetista convive con otra producto del carácter obtuso de un sector de la oligarquía española. Esa pandilla de brutos que sólo entiende la confrontación como algo frontal. Y es que existe un sector de las élites españolas que, aunque parezca increíble en pleno siglo XXI, forma parte de una derecha «pre-gramsciana», que tiene el poder mágico de hacer pasar por radical lo que es algo integrable.
Ese proceso combinado de ataques e imitación ha tenido como consecuencia la moderación de Podemos. Moderación no sólo entendida como un discurso descafeinado, centrista, sino también como contención. En previsión de los golpes que inevitablemente iban a llegar, la dirección de Podemos tenía dos opciones. O huir de la trampa del mimetismo (ser tan sólido como para que nadie pueda imitarte y ser tan fluido como para que nadie pueda cooptarte) planteando una pelea radical que, por supuesto, no garantizaba nada o bien, tratando de enfriar la cosa, buscando la homologación y consiguiendo el sello de calidad de la «opinión pública oficial» (que no es sino la de los que tienen dinero para mantener un periódico) que les permitiera alcanzar el gobierno. En Vistalegre se apostó por la segunda opción. Así, el Partido dejaba de estar en movimiento. A partir de entonces se estructuraría no de acuerdo con las formas que el 15M había experimentado en las calles y en las luchas, sino que la organización, el discurso, etc., se articularía tomando como base las instituciones del régimen. Esa mutación en máquina de guerra electoral olvidó que para ganar las elecciones se necesita una máquina de guerra que también se despliegue en lo social. La sacralización de la figura del Secretario General obvió que la clase dominante posee los medios de producción y de destrucción necesarios para producir y destruir liderazgos. A su vez, el desarrollo de un programa, un discurso y unas prácticas crecientemente moderadas que han aburrido a propios y extraños, y que, al fin y al cabo, vienen a transmitir la sensación que lo que se puede cambiar es nada o muy poquito. Un cinismo tacticista en política comunicativa, escondido tras grandes palabras como «responsabilidad» y aupado sobre la idea de que «antes decíamos cosas radicales porque no íbamos a gobernar, ahora nos comportamos así porque vamos en serio». Esa actitud, que mucha gente ha interpretado como arrogancia, ha sido central a la hora de desinflar el fenómeno Podemos y es, probablemente, el peor error que se ha cometido en los últimos meses. De esta forma, lo que Podemos ha perdido estos meses es lo que el régimen no tenía: credibilidad.
Pero volvamos la vista atrás. Lo que el 15M puso encima de la mesa fue una respuesta a la crisis de la izquierda, a su incapacidad para responder a la crisis capitalista, con una determinada forma de movilización y auto-organización adaptada (parcialmente, porque faltan otros sectores de las clases trabajadores que no han entrado al ciclo político) a la nueva composición de clase: flexible, abierta, asamblearia, con el barrio o la plaza con punto de articulación de las comunidades vivas. Podemos puso la táctica: frente a todo el movimientismo impotente, las insurrecciones del siglo XXI en Occidente (ya que estamos con Gramsci), se hacen efectivas mediante la disputa electoral. Hay por lo tanto dos potencias que el «movimiento real» ha generado: no hay posibilidad de construir una alternativa si no se trabaja sobre las dos cuestiones antes señaladas. Sin embargo, el 15M ya es apenas un Acontecimiento que rememorar y Podemos, con su estrategia, ha apostado por ser su «thermidor». Sin nostalgias, podemos decir que la tarea de construir el partido-movimiento sigue vigente, porque sin dinámica social, sin surfearla, no hay victoria electoral. Y asumámoslo sin dramas, con mirada larga: la posibilidad de ganar las elecciones se aleja. Pero no nos da igual el resultado.
A este respecto, nos vamos a permitir la licencia de reproducir una cita larga de Mario Tronti en un artículo llamado «Clase y Partido» de 1964, en el que hablaba de la relación entre el sector radical del movimiento y el Partido Comunista Italiano. Una cita que, creemos, clarifica el momento que Podemos está viviendo: «No se trata de utilizar el PCI en sentido revolucionario. La situación se halla mucho más retrasada, la tarea es todavía negativa. Se trata de impedir la socialdemocrátización del Partido Comunista. Porque impedir esto ya significa impedir la estabilización del capitalismo en Italia. Impedir esto significa no permitir que el movimiento se adecue ahora, de modo rápido, al reformismo del capital en su conjunto, cuando fuera del movimiento oficial no hay nada, desde el punto de vista de clase, no existe ninguna fuerza organizada, y por lo tanto, ninguna propuesta practicable seria de organización política alternativa, significa pues evitar una terrible derrota, que haría retroceder años de luchas que cerraría la perspectiva de una ruptura a corto plazo».
Las citas son siempre eso, citas, porque la historia se repite primero como una tragedia y luego como una farsa: ya nos gustaría que Podemos tuviera la fuerza y el arraigo social que tuvo el PCI. Pero que nadie se confunda: sería terrible que Podemos fuera el PCI. Sin embargo, usamos esta analogía espuria y atrevida para recordar una cosa: la derrota de Podemos sería la derrota de todos. Y su aniquilación, al contrario de lo que muchas veces han pensado los sectarios, no abriría el paso a la «revolución», sino a una sensación profunda de derrota, a la hegemonía discursiva y material del «no se puede». Por eso, estas elecciones no son unas elecciones más, a pesar de que finalmente, la dirección de Podemos haya terminado enfocándolas como tal y no como una acción de insurrección electoral. La confluencia ha fracasado (aunque la verdad, la opción de un pacto por arriba con IU tampoco hubiera solucionado nada), generando un fortalecimiento de los aparatos de los partidos sin que eso haya significado el fortalecimiento de la organización política por abajo, la composición de las listas ha sido de todo menos pluralista, producto de esa tendencia a confundir a Podemos con el «pueblo» y a la dirección de Podemos con el conjunto de Podemos: las vacunas contra el «mimetismo» no se han puesto a tiempo y ahora Podemos llega cansado, con poco fuelle, arrinconado, moderado, pero a la vez siendo la única opción para mantener la llama y garantizar la «inestabilidad» (y por lo tanto, las oportunidades para construir una alternativa) del régimen.
Sin embargo también vamos a tener estas elecciones generales algunos ejemplos interesantes. En Galicia se ha fraguado un acuerdo entre ANOVA, Podemos y Esquerda Unida que puede ser un punto de partida para ampliar los horizontes de las alianzas y de la construcción de un movimiento político-electoral fuerte. Del acuerdo destacan dos cosas muy positivas: el reconocimiento de Galicia como sujeto soberano, lo que facilita el encuentro entre sectores diversos del campo popular gallego y el colocarse abiertamente por la ruptura con el régimen del 78 y por una apuesta radical en lo programático. ANOVA es una organización muy particular, que combina la defensa de la independencia de Galicia con una sensibilidad municipalista y movimientista que le ha permitido integrarse de forma natural en el ciclo político, y aunque es bastante más débil a nivel de implantación militante que las CUP catalanas, resulta muy positivo que las políticas de alianzas de Podemos se abran hacia este sector; aunque no existan organizaciones similares en España (la cuestión nacional no existe como punto agregador) si existen sectores que comparten la misma sensibilidad movimientista y municipalista de ANOVA. Esta apertura de Podemos aun está por hacerse en el resto del Estado y es una reserva que puede ampliar de forma importante el campo popular. El acuerdo todavía está por desarrollarse (de la retórica de los acuerdos a su realización median los hechos), iremos viendo los espacios de participación e implantación territorial que se concretan en esta coalición gallega, pero es un paso adelante que puede obtener resultados electorales sensiblemente mejores que en el resto del Estado.
¿Y para qué todo este rollo? Pues en realidad, para decir dos cosas. Por un lado, que quienes vemos a Podemos como una herramienta para el cambio dediquemos nuestros esfuerzos para que saque el mejor resultado posible en las próximas elecciones generales y, también, aprovechar la campaña para retomar el contacto con la gente, para que pase lo que pase, estar en la mejor posición posible para el día después. Y, por otro lado, que hay que desbordar a Podemos desde ya y sobre todo, en cuanto pasen las elecciones, si queremos organizar una victoria que merezca la pena. Prepararnos para ganar es prepararnos, como decía la canción, para una lucha dura y sin pausa.
Brais Fernández es militante de Anticapitalistas y forma parte del secretariado de redacción de Viento Sur.
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