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Polarización social: ¿situación real o estrategia de las élites políticas?

Fuentes: Rebelión

Durante la pasada legislatura (2003-2007), más conocida como de la crispación, aunque uno personalmente la definiría como la del ensañamiento permanentemente interesado, los partidos estatales, y de rebote alguno de los periféricos, elevaron el nivel de degradación política hasta un límite insoportable. Nunca la política fue prostituida tan intensamente, nunca como hasta entonces había dejado […]

Durante la pasada legislatura (2003-2007), más conocida como de la crispación, aunque uno personalmente la definiría como la del ensañamiento permanentemente interesado, los partidos estatales, y de rebote alguno de los periféricos, elevaron el nivel de degradación política hasta un límite insoportable. Nunca la política fue prostituida tan intensamente, nunca como hasta entonces había dejado de ser un arma al servicio de la ciudadanía para encamarse con la corrupción ideológica más pestilente y el populismo más insaciable. Porque nunca como entonces toda interrogación pareció accidental y periférica.

Y es que los dos grandes partidos, el PP y PSOE generaron un clima de falsa polarización social con una clara intencionalidad electoral.1 Personalmente creo que esa polarización, que tanto el PP como el PSOE utilizaron en sus discursos, mítines, programas y demás recursos ideológico-electorales, es artificial e inducida. O cuando menos formateada en las factorías de opinión de los respectivos partidos al margen de las condiciones vitales de las gentes, obviando las verdaderas dificultades para vivir del pueblo llano, el lugar donde habitan los poetas de la existencia real, ese que casi todo el mundo ignora, precisamente porque es el único sujeto que sobrelleva una realidad que al resto les parece incómoda.

La derecha postaznarista reconvertida en rajoyana de alta intensidad, avalada por las élites del poder mediático y gran parte de la cúpula eclesial, se pasó cuatro pueblos durante la legislatura pasada. Lo siguen haciendo. A su manera. Porque en algunas sacristías barrocamente decoradas, en ciertos consejos de administración de no pocas empresas públicas y privadas, a través de ciertas cadenas de radio conectadas con el cielo redentor de unos pocos o en muchos centros educativos, la crispación social y el calentamiento global de la sociedad como arma disuasoria del contrario es, en ocasiones, un arma letal que polariza y encrespa a la sociedad.

La Fundación Alternativas, que viene a ser la FAES   socialista, elaboró en el año 2007 el informe La democracia en España 2007, la estrategia de la crispación, en él se definió la crispación como el «desacuerdo permanente y sistemático sobre casi cualquier iniciativa, propuesta, gesto, decisión o actuación del otro, presentada desde la otra parte, cualquiera que sea su alcance, como un signo de cambio espurio de las reglas del juego, incompetencia, electoralismo, carencia de proyecto, corrupción, revanchismo, oportunismo, etcétera y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia, al imperio de la ley, los valores establecidos o el consenso democrático». Continuaba el informe manifestando que «en este tipo de estrategia deliberada predomina la negación del adversario y de su legitimidad Pero la estrategia de la crispación es otra cosa, permanente y deliberada. Se refiere tanto a la aspereza de las formas utilizadas por algunos actores políticos como a la concentración de la agenda política en torno a unos temas sobre los que, habitualmente, existe algún tipo de consenso, tácito o explícito, para dejar fuera y al margen del debate político y de la competición electoral». 

Siguiendo esta descerebrada y apocalíptica manera de enfrentar la política, la derecha más enfermiza, la de Acebes y Esperanza Aguirre, la de Rouco y la de Mayor Oreja, se envalentonó durante cuatro intensos años echando órdagos a la sociedad española, a los partidos de la oposición y a la izquierda social. Esa derecha recrecida, delirante y extremista, a la que aún le dura la erección, machacó insistentemente con temas como la sacrosanta indivisibilidad de España, bramó contra la despenalización del aborto, el matrimonio de los homosexuales, los nuevos modelos de familia, el aconfesionalismo, el terrorismo o el nacionalismo. A estos temas, convertidos en problemas de Estado por obra y gracia de las factorías mediáticas del poder, el socialcentrismo español y otras fuerzas de izquierda le entraron a saco. Tal vez con razón. Aunque con escaso crédito y menos pegada política de la esperada. De esta manera se institucionalizó una falsa polarización social al redefinirse en el contexto político conceptos ideológicos, valores políticos y productos sociales que se vendieron como auténticos problemas de la ciudadanía. Pero en realidad esas ideas definidas y manejadas por las élites forman parte del juego político y por sí solas no generan descohesión social si no van acompañados de medidas restrictivas para unas u otras clases sociales.

Mi pregunta es hasta qué punto esta polarización emitida por las élites culturales de los partidos y defendidas por esos grupos de presión política e intelectual, es real, es sentida y asumida de forma congruente por las clases populares, la gente de a pie de obra, sus vecinos o los míos. Creo que no. Esa polarización respondió, todavía responde, a un juego electoral puntual, pero también finalista. Como dice Antoni Doménech «la polarización política ha sido básicamente el resultado de una estrategia de combate electoral destinada a inducir confusión en el campo adversario y, sobre todo, a afianzar el voto de unas bases sociales consideradas propias».

Uno cree también que esta táctica trata de teatralizar una polarización falsificada, una supuesta fractura social dramatizada en busca del voto de centro o moderado, ese que garantiza el poder casi de por vida si se sabe gestionar. Pero aún más, esa tensión ideológica impulsada por la derecha más fanática y fundamentalista pero incuestionada por una buena parte de la izquierda absolutamente despistada y complaciente, invalida y olvida el debate político de altura, especialmente el relacionado con los grandes problemas económicos y sociales que sí crean división social.

De lo anterior no debe deducirse que no haya polarización. No seré yo quien niegue la existencia de los graves problemas que sí provocan desajustes sociales y permiten insondables injusticias. Veamos si estos datos que siguen no forman parte de la auténtica polarización social: una persona perteneciente al privilegiado grupo de individuos con mayores niveles de renta en España, un 5% de la población, vive 10 años más que trabajador no cualificado con más de cinco años en paro. Pese a la idea ampliamente difundida de que en el Reino de España se vive bien, la realidad empírica desmonta el tópico político y socialmente interesado. Esta idea fuerte de los gobiernos neoliberales viene a manifestar que  la mejor forma de favorecer el bienestar es conseguir altas tasas de crecimiento económico y de creación de empleo, pero la experiencia española parece desdecir tal estereotipo. Según el informe Foessa de 2008, casi la mitad de la población española (un 44%) sufrió, en algún momento durante los siete años analizados, algún periodo de pobreza. Ese mismo informe manifiesta que el 19,4 por 100 de los hogares viven en condiciones de pobreza o exclusión. Son más de dos millones de familias que agrupan a 8 millones de pobres. Algo muy sabido pero muy poco conmovedor. Esta gente vive, o sobrevive con rentas situadas entre el 25 y el 50 por 100 de la renta media, es decir con menos de 550 euros al mes. Pero aún hay más pobres: entre un 2,6 y un 4% de la población española vive en la pobreza más extrema, casi 1.600.000 personas, tantas como los habitantes de Barcelona. Más, en España uno de cada tres trabajadores tiene un contrato temporal. Esa temporalidad es especialmente impactante en las vidas de los trabajadores más jóvenes porque el 40% de la población comprendida entre los 16 y los 34 años vive con un contrato de trabajo temporal. Y es que el mercado laboral español es, con diferencia el país que más se aprovecha de la precariedad de estos contratos: aunque emplea sólo al 9,2% de la población ocupada de la UE-25, tiene casi un cuarto de todos los contratos temporales que se hacen en Europa. Trabajadores temporales que destinan el 65% del sueldo a pagar la hipoteca, cuando lo aconsejable es no emplear más del 40%. Y es que, como se observa en el mismo informe, la adquisición de una vivienda se ha convertido en una amenaza estructural para las estrategias de estabilidad personal o familiar. Las familias, incluso algunas enmarcadas entre las clases medias, se han megaendeudado acrecentando los factores de riesgo en sus dinámicas cotidianas de supervivencia en la medida que el esfuerzo económico mensual estrangula sus economías. Y es que «la tasa de riesgo que están soportando muchas familias, constituye una presión permanente que tiene efectos estructurales sobre sus modelos y estilos de vida. Las consecuencias reales que esta presión económica está ejerciendo sobre la realidad cotidiana de muchas familias son evidentes: fracaso escolar, natalidad, conflictos familiares, relaciones intergeneracionales, cuidado de los padres, etc.» 2

No es de extrañar entonces que un  60% de asalariados españoles cobre mil euros o menos al mes mientras algunos teóricos e intelectuales pesebristas insisten en desmontar la idea de la supervivencia de las clases sociales en un intento negacionista de la sociedad actual y sus conflictos.

Hablemos de la infancia: la tasa de pobreza infantil en España no sólo es mayor que la de la media de la población -uno de cada cuatro niños vive con rentas por debajo del umbral- sino que es una de las más altas de la UE-25. Esta realidad es especialmente visible en el caso de los hogares monoparentales o de las familias numerosas. Si hablamos de trabajo, o de malas condiciones laborales, no ya solo escandalizan las muertes en el tajo, 841 durante el año 2007, sino algo quizá peor, las muertes que no se registran por trabajar. Casi dos millones de personas sufren en España dolencias como resultado de su mal trabajo, de ellos 14.000 hombres y 2.000 mujeres fallecen cada año como consecuencia de enfermedades contraídas en el lugar de trabajo. Las mutuas laborales callan y sus abogados tapan sus responsabilidades.

Sin embargo hay una España opulenta que deslumbra. España es hoy uno de los 10 países del mundo con más millonarios. Lo mismo ocurre en cuanto a multimillonarios, es decir, personas que ganan al año más de 24 millones de euros. Según el Informe sobre la riqueza mundial, elaborado por el Banco de Inversiones Merrill Lynch, hay en España 1.500 españoles que ganan más de 24 millones de euros al año. Más: según la Agencia Tributaria, el fraude fiscal alcanza el 10% del PIB y se concentra en los grupos más pudientes de la población, sin embargo se estigmatiza y persigue a los más vulnerables. Por otro lado, el desvergonzado incremento de las rentas del capital desentona con el escaso crecimiento de las rentas del trabajo. El salario promedio en el año 2008 tenía la misma capacidad adquisitiva que en 1997 y había crecido sólo el 0,4% en 10 años. ¿Quién centra el debate en estas cuestiones?

Paco Roda. Trabajador social e historiador

Notas:

1 Hay que agradecer a dos autores la introducción de ciertas categorías de análisis social, si no novedosas, si reelaboradas al amparo de la crítica política de más alto nivel. Tanto Antoni Doménech, como Vicenç Navarro, cada uno en su estilo y partiendo de posicionamientos diferenciados, vienen a introducir un análisis refrescante y atrevido de las causas, consecuencias y fundamentos del concepto conocido como la polarización social. Este artículo es, en parte, una reflexión sobre las lecturas de ambos autores

2 VI Informe sobre la exclusión y desarrollo social en España, 2008, Fundación FOESSA, caritas España, Madrid, 2008