Este artículo no va de sexo, sino de política, como podrán comprobar. Intenta dar explicación a uno de los mayores misterios de la política en España: ¿Por qué sigue votando tanta gente al Partido Popular? ¿Será por los llamados medios de comunicación, los apoyos financieros, la falta de conciencia política, los errores de la izquierda, […]
Este artículo no va de sexo, sino de política, como podrán comprobar. Intenta dar explicación a uno de los mayores misterios de la política en España: ¿Por qué sigue votando tanta gente al Partido Popular? ¿Será por los llamados medios de comunicación, los apoyos financieros, la falta de conciencia política, los errores de la izquierda, la ley electoral…? No tiene una respuesta fácil. Veamos.
Hay quien piensa que es por la manipulación de los grandes medios de desinformación, alineados sin excepciones con el Gobierno. Influyen, claro está, ya que tienen una gran capacidad de deformar la realidad y las conciencias. Recuerdo oír a mi padre hablar del mitin de Manuel Azaña en Comillas. Fue un acto celebrado en este barrio del sur madrileño el 5 de octubre de 1935 al que asistieron unas 400.000 personas. Allí lanzó la idea de unidad que cristalizó en el Frente Popular que ganaría las elecciones del 16 de febrero. En aquellos tiempos, una concentración de masas creaba opinión y su eco perduraba durante años. Hoy, puede salir por la mañana un millón de personas a la calle y por la noche el Gobierno da la vuelta a sus demandas, aprovechando esa bomba atómica que es la televisión. El PP la utiliza desvergonzadamente, ya que, como bien dice Chomsky: «En un mundo en el que la riqueza está concentrada y en el que existen grandes conflictos de intereses de clase, el cumplimiento de tal papel requiere una propaganda sistemática». Pero no es un argumento suficiente; hoy en día, existen medios alternativos, redes sociales y otros mecanismos para intentar contrarrestar los manejos del poder.
Se podría pensar que se debe a los apoyos financieros. O al uso de las mordidas de la corrupción canalizadas hacia las campañas electorales como queda acreditado en los sumarios por corrupción que conocemos. Es cierto que no es lo mismo participar en la carrera electoral de forma limpia y en igualdad de condiciones, que hacerlo dopado para jugar con ventaja respecto a las otras formaciones políticas. Tampoco parece definitivo para explicar el voto masivo a partidos políticos que están procesados por delitos relacionados con la financiación a través de su caja b.
¿Se deberá a la existencia de un pueblo ignorante y desmemoriado, tanto en el corto como en el largo plazo? Algo puede haber, porque cuarenta años de franquismo no pasan en balde. Puede haber sectores de la ciudadanía más veterana que haya interiorizado aquella recomendación de la dictadura disuasorias de la participación del «Haga como yo, no se meta en política». Pero no podemos olvidar que estamos en los niveles más altos de la historia de este país en instrucción, formación académica y titulaciones. El miedo atávico tampoco lo explicaría.
¿Será por el apoyo de la conservadora Iglesia católica española través de los mecanismos de adoctrinamiento e influencia a su alcance? ¿La clave estaría en el clientelismo, para el que existe tradición y estructura caciquil, y que puede funcionar en zonas como la Galicia rural? En una sociedad cada vez más laica, libre y en todo el territorio, no parecen argumentos relevantes para condicionar el voto de grandes masas.
Otra explicación sería que en realidad la derecha no gana, sino que pierde la izquierda por sus divisiones. O porque no es realmente de izquierda todo lo que reluce. Este argumento tiene más enjundia, ya que el bloque progresista y el conservador están muy igualados y la ley electoral prima a quien concurre con mayor unidad para aglutinar el voto y beneficiarse del reparto de escaños con la regla de d´Hondt. Pero, seguro que tiene que haber algo más.
Ningún argumento es determinante para entender por qué 7,9 millones de personas votan a un partido que gobierna para las élites económicas, desmantela el Estado de Bienestar con los recortes sociales, y está podrido de corrupción con más de 800 encausados. Por no hablar de la mediocridad de sus dirigentes. El líder es torpe en la expresión y mohíno como actitud personal; y hay otros que cuando se relajan les sale el pelo de la dehesa de su pasado, porque no han entendido que para ser demócrata hay que ser primero antifascista. No obstante, hay que reconocerles su habilidad para arroparse en la bandera y que no se hable de otras cuestiones importantes.
En vista de que no hay ningún argumento concluyente que explique el gran secreto, por descarte va a tener razón un amigo veterano. Al final de una manifestación frente al Congreso, una señora indignada se preguntaba en voz alta «¿Cómo es posible que con lo que roba esta mafia, la gente les siga votando?». El jubilado le dijo con sorna «Está claro, nos echan polvos en el agua». Va a ser por eso, algo así como lo del bromuro en la mili. Porque, de lo contrario, tendríamos que pensar que 2.500 años después sigue existiendo la devotio ibérica o costumbre de seguir al líder hasta la muerte, que explica la autoinmolación como en Sagunto o Numancia.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/ideas/opinion/2017/11/20/votar-al-pp-polvos-en-el-agua/
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