La crisis en la que está sumido el país augura un periodo de gran inestabilidad política, como se responde con un régimen podrido por la corrupción hasta sus más altas instancias, el saqueo de lo público y una crisis generalizada y multifacética. Tomando en cuenta además el marco asfixiante de la UE, los conflictos de […]
La crisis en la que está sumido el país augura un periodo de gran inestabilidad política, como se responde con un régimen podrido por la corrupción hasta sus más altas instancias, el saqueo de lo público y una crisis generalizada y multifacética. Tomando en cuenta además el marco asfixiante de la UE, los conflictos de clase acumulados y la confrontación ideológica que existe en la sociedad española, el periodo terminará en una ruptura, que hay que prepararse para que desemboque en la emancipación de los pueblos del estado español.
En ese contexto, la repetición de las elecciones generales debe ser una oportunidad para la izquierda de avanzar en las urnas y en su implantación institucional. También, una ocasión para crear opinión a favor de los contenidos del cambio, recuperar la movilización y crear mimbres de un poder popular, necesario para hacer posible una salida de la crisis favorable a los trabajadores, las capas sociales desheredadas y oprimidas y todas las víctimas de la crisis.
El acuerdo de la confluencia electoral de la izquierda, y en particular el pacto Unidos Podemos, ha generado en amplios sectores de la sociedad la ilusión por un cambio real. Por un lado, porque la suma de votos puede servir para sortear y amortiguar la antidemocrática ley electoral; por otro, porque puede permitir dar un paso adelante para generar un bloque social amplio que afronte la exigencia de la Comisión Europea a quien gobierne en España de recortar 8.000 millones de euros, la necesidad de cambios políticos y el objetivo de una ruptura democrática que culmine en un proceso constituyente. El pacto alcanzado crea esperanzas más allá de sus insuficiencias, y por consiguiente defendemos acudir a las urnas para votar UNIDOS PODEMOS y las candidaturas de confluencias en Catalunya, Galicia y Pais Valenciá, y en cualquier caso sacar al PP del gobierno.
Por otra parte, las propuestas electorales incluidas en los «50 puntos para gobernar», son manifiestamente insuficientes. Renuncian a atender necesidades básicas de la mayoría, como el paro dramático, hay carencias sorprendentes respecto de lo que son reivindicaciones populares plenamente asumidas en la izquierda (semana laboral de 35 horas sin reducir el salario, nacionalización de sectores estratégicos, salir de la OTAN, derogar el artículo 135 de la constitución, la Republica, etc…), y, en fin, la ambigüedad y falta de concreción son inquietantes.
Estas cuestiones debilitan el valor político de Unidos Podemos, y lejos de movilizar pueden causar decepción. Sin embargo, frente a la campaña del miedo y de la abstención que propicia el PP para seguir gobernando a favor de los ricos, de los intereses de la banca y del sistema, es necesario movilizar el voto del cambio y derrotar la derecha y el bipartidismo, lo que de conseguirse tendrá un efecto estimulante para la mayoría social.
Hay que tener en cuenta además que las nuevas elecciones tienen lugar después de una fase desmovilización social, dominada por el desconcierto, y la propia expectativa electoral de cambio. Las direcciones de los partidos, los viejos y los emergentes, han contribuido a ello, con una acomodación institucional, la entrada en el juego cupular de la política y el olvido de los problemas y necesidades reales de los ciudadanos.
Resaltamos así la necesidad ya expresada de relanzar con urgencia la movilización popular. La movilización es el mejor antídoto contra esas desviaciones señaladas, cuya persistencia hay que evitar con la actividad y participación creciente del pueblo organizado. Por otra parte, no cabe alimentar el espejismo de una alternativa electoralista. La crisis no se resolverá en el parlamento. Ninguna de las medidas que urgen, desde las más mínimas hasta las que implican un relativo progreso social, pueden conseguirse sin la presión de la movilización social y la toma sistemática de la calle.
Esta es una conclusión histórica y elemental de la lucha política. El trabajo institucional difícilmente puede remover las raíces profundas que asientan el desorden existente si no se combina con la expresión de descontento y rebelión de las masas oprimidas. Hacer descansar las ilusiones del pueblo con la presencia en las instituciones, incluido el gobierno, es una falacia que no se puede nutrir. La presión popular es la única garantía de los cambios políticos.
Por tanto, elevando la vista más allá del 26J, si se quiere evitar la situación desoladora de sufrimiento, dolor, falta de esperanzas, precariedad, sobreexplotación, y si se busca con voluntad un cambio radical de este estado de cosas, el reforzamiento del poder popular es imprescindible.
En las circunstancias presentes ha surgido también otra exigencia. Se trata de algo tan simple como la coherencia política: un requisito que han dejado de cumplir desde hace tiempo los dirigentes políticos y del que pasan lamentablemente las fuerzas de la izquierda. Proponen reformas con toda ingenuidad y se animan incluso a competir en la oferta de soluciones ilusorias, sin tener en cuenta la realidad y el contexto político en el que se han de imponer y lograr dichas soluciones.
Sabido es que nuestra participación en el proceso de la integración europea ha supuesto una cesión de soberanía, y que en particular la inserción en la unión monetaria ha desprovisto de todos los instrumentos esenciales para hacer frente a los problemas de la sociedad, con la imposibilidad de manejar el tipo de cambio, disponer de una política monetaria propia y, con la crisis y desequilibrios generados por el euro, tener que ejecutar una política fiscal siguiendo las exigencias de los mercados y los dictámenes de la troika, constituyéndose la política de austeridad en la única alternativa disponible.
El país se encuentra por el endeudamiento en una posición extremadamente vulnerable, lo que equivale a afirmar que no hay dentro del marco de la unión monetaria márgenes posibles para otra política, algo que además resulta inocultable pues las autoridades europeas avisan con insistencia que el próximo gobierno que habrá de adoptar crudos ajustes para cumplir con el Pacto de Estabilidad europeo.
En estas condiciones todas las propuestas de la izquierda en orden a combatir las profundas desigualdades sociales, la degradación del estado del bienestar y el abrumador nivel de paro hacen caso omiso de las condiciones políticas. Son, por tanto, ficticias y se sustentan en el vacío.
No se dice la verdad a los votantes al proponer una política económica y social alternativa sin completarla con un proyecto de recuperación de la soberanía económica que tome en consideración el estrangulamiento que ejerce el euro y la austeridad impuesta por Bruselas. En este punto la coherencia política hace aguas estrepitosamente y no parece que ninguna opción electoral que surja de las confluencias está dispuesta a tomarla en consideración.
La democracia exige la soberanía económica. Y sin soberanía económica la democracia es una burla. El caso de Grecia está demasiado próximo en el tiempo y en el espacio para poder ser omitido, pero los dirigentes políticos parecen dispuestos a repetir el mismo modelo de Syriza, – querer romper con la austeridad con independencia de las exigencias de la troika y sin preparar la alternativa – y, por tanto, abocar al país a una claudicación tan desoladora como la de Tsipras.
La confusión existente en este punto esencial genera dudas y reticencias comprensibles. Ni Podemos ni IU han respondido a la demanda de un significativo grupo de ciudadanos dirigida a los parlamentarios para plantear siquiera la desvinculación al Pacto de Estabilidad. Estas manifiestas debilidades de la coalición debemos superarlas con el debate y la presión social, obligando a los representantes elegidos de la izquierda a cumplir sus promesas, forzando la confrontación con la unión europea hasta donde sea necesario. En otro caso, se producirá una profunda decepción del tipo de Grecia, que tendría como consecuencia un nuevo agravamiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población y además unas implicaciones políticas que no sería exagerado calificar de históricas.
Instalados en la inestabilidad política, es hora de preparar una alternativa de ruptura que combine la mejora de la relación de fuerzas, con la unidad y la movilización, y la fijación de unos objetivos programáticos que sean coherentemente alcanzables.
El 26 J a votar por el cambio y dar puerta al PP y el bipartidismo.