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¿Por qué Donald Trump iba a adoptar la política fallida de Marco Rubio hacia Cuba?

Fuentes: The National Interest

Cuando Raúl Castro se retire de la presidencia de Cuba dentro de un año, en febrero de 2018, Donald Trump será el primer presidente de Estados Unidos en la era post-Castro. Eso le da una oportunidad única para conformar el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba al asociarse con una nueva generación […]

Cuando Raúl Castro se retire de la presidencia de Cuba dentro de un año, en febrero de 2018, Donald Trump será el primer presidente de Estados Unidos en la era post-Castro. Eso le da una oportunidad única para conformar el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba al asociarse con una nueva generación de líderes cubanos -si mira hacia adelante y no hacia atrás. Pero si la atención del presidente está en otra parte, los cubanoamericanos nombrados a cargos y vinculados al senador Marco Rubio podrían desperdiciar la oportunidad histórica de Trump, encerrando a su administración en una política de hostilidad de la Guerra Fría que no sirvió para nada durante los últimos cincuenta años y no sirve a nadie más que a los intereses de esa gente.

Durante las primarias republicanas, Rubio obtuvo mucha prensa gratuita por ser el crítico más despiadado de la apertura de Obama hacia Cuba -de la misma manera que fue despiadado (por no decir obsceno) en sus críticas a Trump. Por el contrario, el señor Trump dijo que pensaba que la apertura de Obama a Cuba estaba «bien», y aun así apabulló a Rubio en la primaria de la Florida.

El hecho es que casi nadie apoya la vieja política de hostilidad hacia Cuba, excepto la antigua generación de exiliados cubanoamericanos en el sur de la Florida y sus políticos favoritos -no la comunidad cubanoamericana en su conjunto, no la comunidad empresarial estadounidense, no el pueblo estadounidense, no el pueblo cubano ni los aliados extranjeros de Estados Unidos. Los únicos beneficiarios de un retorno al antagonismo serían China y Rusia, que con mucho gusto entrarían en el vacío, tanto en Cuba como en América Latina de manera más amplia.

Rubio y miembros del Congreso como Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz-Balart continúan agitando la bandera de esos exiliados recalcitrantes, pero ¿qué les debe realmente Donald Trump? Ellos no apoyaron su candidatura, pero ahora que ha ganado, están tratando de reclamar el crédito por su victoria al insistir en que entregaron el margen decisivo de la victoria en la Florida. Es una tontería egoísta, destinada a congraciarse con el presidente electo en un intento por reclamar el control de su política hacia Cuba para sus propios fines.

Hillary Clinton ganó el sur de la Florida por 100 000 votos más que Barack Obama en 2012. Trump ganó 52-54 por ciento de la votación cubanoamericana, sólo unos pocos puntos porcentuales mejor que Mitt Romney y muy por debajo de los márgenes de dos a uno que había antes de 2012. Por el contrario, en los condados rurales predominantemente blancos a lo largo del corredor I-4 y en el norte del estado, Trump aplastó a Clinton por grandes márgenes.

Donald Trump ganó la Florida por la misma razón que ganó Pennsylvania, Michigan, Ohio y Wisconsin. Los obreros blancos, hartos de la política y los políticos que no estaban atendiendo sus necesidades, acudieron a votar en números récord declarando, con sus votos, «Estamos locos de indignación, y no vamos a aguantar más».

Lo que Donald Trump prometió fue empleos (que el comercio con Cuba produciría), fronteras seguras (que un nuevo acuerdo migratorio con Cuba ayudaría a lograr) y la seguridad contra el terrorismo y el crimen (que la cooperación policial y contra narcóticos con Cuba ayudaría proporcionar). Todo esto es posible porque Cuba ya no se ve a sí misma como un enemigo implacable de Estados Unidos. Cuba quiere ser un buen vecino; debemos dar un sí como respuesta.

Cuba está cambiando. El proceso de reforma económica en curso lo está alejando de una economía planificada de estilo soviético a una con un sector privado real abierto a la inversión extranjera. El progreso ha sido lento -demasiado lento para la mayoría de los cubanos, especialmente la generación más joven. Cuando una nueva generación de líderes tome las riendas en 2018, seguramente acelerará el ritmo del cambio, a menos que estén bajo la amenaza de Washington. Entonces los viejos y familiares hábitos de la mentalidad de asedio de la Guerra Fría se establecerán, ralentizando las reformas que los cubanos necesitan y desean desesperadamente.

La vieja guardia de La Habana construyó su carrera atacando a Estados Unidos y la vieja guardia en el sur de la Florida construyó su carrera atacando a Cuba. Tienen un interés común en aferrarse a las animosidades del pasado, en lugar de mirar hacia adelante a las oportunidades del futuro.

El presidente electo Trump no debe permitir que los políticos del sur de la Florida, que se beneficiaron de la vieja política de hostilidad, capturen su política hacia Cuba para poder mantener energizada su propia base política. Su base no es la base del presidente; sus intereses no son los intereses del presidente. El presidente Trump tiene una oportunidad histórica para, en sus propias palabras, «traer a Cuba de vuelta al redil», pero sólo si se asegura de que la gente que hace la política de Cuba es leal a su visión, no a la de Marco Rubio.

William M. LeoGrande es profesor de Gobierno en la Universidad Estadounidense de Washington, DC y coautor con Peter Kornbluh de Canales clandestinos a Cuba: La historia oculta de las negociaciones entre Washington y La Habana (University of North Carolina Press, 2015).

(Tomado de The National Interest)

Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.

(Nota del Editor: Este artículo fue publicado por The National Interest a principios de enero de este año, antes de que el Presidente Trump hubiera tomado posesión. Con los rumores sobre la intención del gobierno de revertir la política de Obama hacia Cuba, creemos que todavía vale la pena leerlo).