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¿Por qué el infierno tiene que parecernos una fiesta?

Fuentes: Rebelión

Cada cierto tiempo leemos en la prensa, en la sección de sociedad, que se ha desarticulado una red de prostitución, y ante tal noticia, en principio no tendríamos porque aventurar que lo que se desarticula es una organización criminal que consiste en raptar, coaccionar o en el «mejor de los casos» engañar a mujeres de […]

Cada cierto tiempo leemos en la prensa, en la sección de sociedad, que se ha desarticulado una red de prostitución, y ante tal noticia, en principio no tendríamos porque aventurar que lo que se desarticula es una organización criminal que consiste en raptar, coaccionar o en el «mejor de los casos» engañar a mujeres de distintos países -en vías de desarrollo, en trámites de ser «occidentalizados», o en subdesarrollo total-. Tampoco tendríamos porque aventurarnos en la conjetura de una esclavitud sexual consistente en la ruptura con los lazos de origen, en la cautividad y en la tortura física y psíquica para mantener el ritmo de trabajo exigido, facilitando el ser violada con la mayor frecuencia posible lo que asegura el incremento de los beneficios de producción para el dueño de los «medios».

Insisto que ante un titular de desarticulación de una red de prostitución no tendríamos porque pensar inmediatamente en lo anterior. O en realidad sí, o en realidad sucede todo lo contrario, y en el momento en que leemos en la prensa o vemos en la televisión, o escuchamos en la radio, la detención de algunos sujetos que han dedicado su vida a lucrarse, a triplicar sus bienes económicos, a costa de la esclavitud sexual de algunas mujeres y niñas, entonces y solo entonces nos permitimos el pensar e imaginarnos el infierno.

El domingo 10 de abril de 2005, El País [Madrid] publica «las mujeres engañadas en Rumania con falsas promesas de trabajo, eran obligadas a prostituirse», algunas eran consideradas legalmente menores, entonces uno se permite todavía más la imagen del infierno, eran obligadas a trabajar en la calle Montera y Gran Vía desde el mediodía hasta bien avanzada la noche. Y cuando uno por fin se imagina el infierno, entonces decide no deseárselo a nadie, y menos a los niños.

Las dictaduras militares han pecado durante el siglo veinte de igual manera, han conseguido representar en el imaginario colectivo la misma imagen: la imagen de la tortura. Concepto arduo peligroso, porque parece ser que a la especie humana le sigue gustando alardear de ser la especie transgresora, y ahí el frágil límite de convertir el infierno en una fiesta. Inversión factible ¿cuándo las víctimas consienten?, ¿cuándo alguién se divierte?… ¿cúando hablamos de la autodeterminación de los cuerpos?… ¿cuándo alguién se lucra?…

Y cuando por fin la sociedad consigue ser definitivamente la sociedad del espectáculo… puede ser que el infierno exista cuando alguien sufre y dice que se divierte, o como parece proponer el capitalismo patriarcal, en su afán neoliberalista, cuando alguien vive en el infierno, pero tiene que decir que trabaja. El ocio en nuestras sociedades expira violencia de género por todos los poros de la piel, los varones -el 99% de los clientes en la prostitución son varones – se divierten a cualquier hora del día en distintos espacios con forma de centros comerciales y con el mismo fenómeno a la carta; cuerpos femeninos, cuerpos femeninos, cuerpos femeninos – el noventa por ciento de las cuerpos prostituidos son de mujeres -.

En las calles de Bangkok, en donde no hay que guardar las apariencias tras las rejas de los clubs de alterne europeos -puesto que en Tailandia no se escribió la Ilustración – , las niñas tienen que reclamar a los turistas con espectáculos en donde se puede penetrar la vagina desde con una botella de cerveza, animales vivos, muertos, hasta cuchillos y hojas de afeitar. Auténtica libertad de acción y de expresión, rienda suelta a la imaginación ¿sexual?

Cómo va a seguir a la lista del derecho, al aborto, a ser libre sexualmente, a decidir sobre nuestro cuerpo y su regulación ¿el derecho a ser prostituida?. La historia debiera recordarnos y no hacernos olvidar que la esclavitud se extiende como la pólvora cuando conviertes la voluntad en la piedra de toque de las libertades. El derecho a ser libre es una cuestión de iure, ¿o lo vamos a deducir a posteriori?. ¿ Es que los pobres son pobres porque no quieren trabajar y los ricos son muy ricos porque siempre han querido trabajar?.

¿Tenemos que seguir invisibilizando las estructuras que nos dividen en pobres y ricos, en blancos y negros, en hombres y mujeres, independientemente de nuestras voluntades?

¿Por qué las mentes críticas sospechan cuando se usa el reclamo del sexo para vendernos un coche, produciendo el eterno retorno de la peste endémica de nuestros siglos – el negocio de los hidrocarburos- o para vendernos un teléfono móvil, y sin embargo cuando con el reclamo del sexo lo que se nos quiere vender es a una mujer o a una niña, todo el mundo deja de sospechar?, y donde antes teníamos pensamiento crítico ahora tenemos la pegadiza «creencia» y se despliega con toda naturalidad el proceso reduccionista insistiendo en encerrarnos a nosotras, una y otra vez, en nuestros cuerpos. O es que a nadie le importa que el patriarcado desde los años noventa vuelve con más fuerza y no nos deja ni respirar porque tenemos que ser todo, todo, todo el tiempo cuerpos, cuerpecitos, sexuados.

Una verdadera encrucijada es esclarecer la fábrica del patriarcado por excelencia; la prostitución, en donde uno se lava la conciencia imaginando la voluntad de la víctima, pues hay que ver, que ganas, que ganitas madre, tienen las inmigrantes, nativas de países tercer mundistas y países»liberados» del comunismo, de venir a sostener con su cuerpo entero varias cosas: la riqueza exuberante de los proxenetas, el estado de emancipación de las mujeres blancas occidentales y el excedente patriarcal para los hombres.

¿Por qué a uno y a una cuando le arrojan a la cara las estadísticas del mercado de la prostitución – un mercado abastecido en un 90% por mujeres y menores inmigrantes provenientes de unas situaciones sociales extremas- le da por imaginar más que nunca, y casi con todas sus fuerzas, la voluntad de todas esas «trabajadoras»?. En las ganas, y el derecho que tienen a «trabajar» y ganarse la vida sosteniendo un estado patriarcal constituido por una demanda de clientes de todas las clases -sociales, económicas, y religiosas – que gozan de un reducto machista, en donde se erigen como sujetos frente al cuerpo objetualizado de la mujer convertido en mercancía privada, que mira tú por donde las mujeres blancas nacionales se han negado – porque pueden – a seguir abasteciendo. Los clientes consumiendo cuerpos de mujeres de todos los colores y de todas las edades, hacen girar con una mano la globalización del planeta mientras que con la punta de sus genitales siguen reduciendo a las mujeres a la esclavitud, que por muy sexual que esta sea no deja de ser esclavitud.

Tal vez ya no nos quede más remedio que liberar prejuicios y dejar de ser unos reaccionarios y conservadores que asocian el sexo con lo prohibido, con lo tabú, con la posibilidad de transgredir, qué tipo de transgresión produce el macho cuando demanda cuerpos de mujeres y niñas incrementando el tráfico mundial, que hace que la cifra anual sea de cuatro millones. Qué fácil debe ser bajar la Montera [calle de prostitución en Madrid], y ante lo que parece la hora del recreo de un instituto del Este, imaginar una orgía de voluntades. ¿Quién se empeña en distinguir entre prostitución forzosa y voluntaria? ¿los que quieren convertir el infierno en una fiesta?

No quiero ser invitada a esa clase de imaginación.

21 abril de 2005