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¿Por qué la izquierda pierde apoyo electoral?

Fuentes: Rebelión

«El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en este claroscuro surgen los monstruos« (Antonio Gramsci)   «La construcción de una izquierda integral, alter-sistémica y capaz de dar la batalla democrática también en el plano transnacional, se hace cada vez más imprescindible en el juego de todo o nada que nos propone […]

«El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en este claroscuro surgen los monstruos«

(Antonio Gramsci)

 

«La construcción de una izquierda integral, alter-sistémica y capaz de dar la batalla democrática también en el plano transnacional, se hace cada vez más imprescindible en el juego de todo o nada que nos propone hoy el capital terminal«

(Andrés Piqueras)

 

En todas las recientes citas electorales, tanto de nuestro país como del resto del mundo, la izquierda (en los lugares donde existe) pierde apoyo ciudadano, apoyo social y electoral, en resumidas cuentas, pierde fuerza y votantes. Es un fenómeno internacional, no aislado o reducido a un ámbito geográfico concreto. Evidentemente la ofensiva reaccionaria es brutal en todos los órdenes, pero creemos que no es mérito de la derecha, sino demérito de la izquierda. Dicho en otros términos, tiene más responsabilidad la propia izquierda de sus retrocesos y declives que mérito la derecha por hostigarla, desprestigiarla y atacarla. Básicamente, la izquierda fracasa cuando deja de ser alternativa real. Asistimos a toda una oleada ultraconservadora basada en un repliegue nacionalista, un culto exacerbado a la identidad nacional, una visión excluyente del conjunto de la ciudadanía, una serie de tintes xenófobos y racistas, una fervorosa religiosidad, y un desprecio hacia las mujeres, las minorías, y el pensamiento alternativo. Por su parte, la izquierda, cuando existe, ha dejado de ser izquierda…¿dónde está la izquierda en Francia, en Alemania o en Italia? ¿Dónde está la izquierda en el mundo?

Se trata de una vuelta al pensamiento dominante con más dosis, si cabe, de exaltación y de fanatismo, que han sabido canalizar el descontento popular (provocado por la ofensiva neoliberal que ha despojado de tantos derechos y libertades a las mayorías sociales) dirigiendo las miradas hacia chivos expiatorios muy bien definidos, como los extranjeros. Pero como decíamos anteriormente, son incluso más culpables de esta evolución las propias izquierdas, que no han sabido estar a la altura. Para entenderlo es preciso que comprendamos cómo funciona el fenómeno del desplazamiento del arco ideológico. Vamos a imaginar un arco ideológico que fuera desde la izquierda hasta la derecha en una escala del 1 al 10. Supongamos que en un ámbito geográfico determinado (una comunidad, un país, un Estado) tenemos desde la izquierda más radical (representada con un 1 en la escala) hasta la derecha más ultra (representada por ejemplo con un 8). Pues bien, puede suceder que la izquierda radical entienda (equivocadamente) que para captar más apoyo electoral debe suavizar sus propuestas, es decir, abandonar sus propuestas más radicales y abrazar la «moderación», con lo cual se desplaza en el arco ideológico antes mencionado.

Pues bien, cuando esto sucede, en realidad no afecta sólo a la(s) formación(es) política(s) que haya(n) efectuado este desplazamiento, sino que todas las demás también se ven desplazadas, quizá por un procedimiento mimético para evitar confundir sus mensajes y propuestas con las de otra formación. Entonces, si la izquierda radical que estaba en la escala en el 1 pasa al 3, por ejemplo, entonces la derecha más ultra se desplaza también, hasta el 9, es decir, se vuelve más radical. Así, la izquierda muy moderada se volverá todavía más, y la derecha más centrada y moderada se moverá hacia la derecha más extrema. Exactamente eso es lo que está ocurriendo, tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Es decir, la pérdida de radicalidad de los extremos, su desplazamiento hacia posturas más centradas y moderadas, más suavizadas, provoca también el desplazamiento del resto de formaciones. Y así, unos partidos tradicionales (situados en las órbitas conservadora, liberal o socialdemócrata) se ven afectados por ese desplazamiento, y copian las recetas más extremas, abriendo así la puerta a que cierta parte del electorado legitime las propuestas de los extremos, y acabe votándoles, simplemente porque prefiere el original a la copia. En nuestro país, uno de los mejores ejemplos, hemos pasado desde la radicalidad, rebeldía y pureza de las propuestas del Movimiento 15-M (que dio origen a la frescura del Podemos original), a la entrada en el Parlamento andaluz de la ultraderecha más retrógrada (Vox), simplemente porque esa izquierda ha ido perdiendo gran parte de esas características originales. 

La izquierda, adalid del mensaje de que «otro mundo es posible», no puede perder nunca el norte, «la mirada de tigre», la agresividad y radicalidad que la caracteriza, y esto se pierde con más facilidad de la que sería deseable, en cuanto las formaciones políticas que la representan se «civilizan», es decir, intentan integrarse en el sistema, jugar con sus cartas, participar de sus canales y estructuras, beneficiarse de sus prebendas. La izquierda debe quedarse en el «anti-sistema». Pero hoy día, volviendo a nuestro país, ese Podemos ha quedado muy descafeinado, y las centrales sindicales mayoritarias, bajo los nuevos modelos laborales y el tremendo acoso del gran capital transnacional, están absolutamente descolocadas, y sólo juegan a la concertación. Bajo esta «sociedad del cabreo» (en expresión de Andrés Piqueras), el capitalismo en su fase terminal lleva golpeando a las mayorías sociales desde hace demasiado tiempo. Y en esta situación social tan amenazada, los monstruos que mencionaba Gramsci no tardan en aparecer. La única manera de luchar contra estos monstruos es diseñar una alternativa radical, y tener la valentía de «sostenella y no enmendalla». Porque una cosa es que la izquierda tenga que actualizarse desde los postulados de Marx de hace 200 años, enriqueciéndose con otras disciplinas que complementan su discurso, y otra cosa es que esa izquierda se banalice, abandone sus orígenes y renuncie a la verdadera transformación social.

Cada vez que la izquierda se debilita en el sentido que explicamos, la ultraderecha engorda, gana adeptos y votantes, fortalece su discurso, se envalentona, se empodera. La valentía, coherencia e integridad de la izquierda, por el contrario, la radicalidad de su discurso y su ambición para cambiar el sistema desde la base, acobarda a la derecha más radical, que ve precisamente en esa izquierda un grave peligro que tiene que combatir (piénsese en las terribles campañas de desprestigio hacia Podemos cuando surgió en 2014, y cómo han desaparecido hoy día ante un Podemos que ya está institucionalizado, acomodado, y que por tanto no representa una gran amenaza). ¿Pero en qué consiste hoy lo «anti-sistema»? Hemos de partir de la base de que nuestras capacidades de decisión política están absolutamente coartadas por el gran capital y todas sus instituciones y organismos, nacionales e internacionales. Ellos son los que marcan la pauta, y ordenan lo que es posible y lo que no lo es. Su fuerza es tremenda, y anulan por completo la soberanía de cualquier país o Estado. Desde la política económica hasta la política exterior, están protegidos frente a cualquier decisión democrática. Las estructuras supranacionales están situadas fuera del campo democrático (la UE, la OTAN, la OMC, la OCDE, el FMI, el BM, el G20, el Foro de Davos…).

En primer lugar, recuperar la democracia implica recuperar la soberanía en todos los campos (monetario, económico, energético, político…), y mientras esto no se consiga, las propuestas de una izquierda radical no serán posibles, porque serán interceptadas por el poder de las instancias supranacionales. Se impone, por tanto, la salida de todas esas organizaciones. No nos dejemos engañar por discursos que hablan del «signo de los tiempos», y de la imperante «globalización», porque aquí lo único que se globaliza es el capitalismo neoliberal, y con él las desigualdades, la miseria, la pobreza, y el poder y la impunidad del gran capital. En segundo lugar, la izquierda debe dar la batalla y apostar nítidamente por los derechos humanos, de los pueblos, de los animales y de la propia naturaleza. Sólo si se defienden estos principios desde la radicalidad más absoluta, cueste lo que cueste, la izquierda podrá diferenciarse nítidamente del resto de opciones. En nuestro caso, la izquierda sólo puede ser creíble si cuestiona desde su base el Régimen del 78, en su totalidad, con todas sus consecuencias, y no hace como ahora, que se queda a medio camino, en opciones intermedias, entre Pinto y Valdemoro. En su intento de estar «al plato y a las tajadas», como reza el refrán popular, no contenta ni a tirios ni a troyanos, y ello se traduce en una ambigüedad que después se paga muy caro en las urnas.

Y para el resto de las transformaciones, está claro que hay que responder con la misma radicalidad. No puede hablarse en el mismo lenguaje que el resto de opciones políticas. Los mensajes de la izquierda han de ser distintos. Propuestas como la nacionalización de los grandes sectores productivos y estratégicos de nuestra economía, la banca pública, la auditoría y el repudio de una parte de la deuda, la renta básica universal, y muchas otras que la izquierda ha ido dejando en el camino (por miedo a ser demasiado radicales), han de ser recuperadas. Y ello no por una cuestión estética, sino porque no es posible poner la economía al servicio de las mayorías sociales mientras los grandes medios de producción estén en manos de unas élites cada vez más ricas. Hay que explicarle a todo el mundo que el blindaje de los derechos sociales, laborales, políticos, económicos y culturales no es posible dentro del capitalismo, y hay que hacerlo con valentía, contundencia y claridad. No cabe duda de que los ataques de la derecha política, social y mediática serán enormes, pero lo iban a hacer igual ante un simple programa reformista o socialdemócrata, que es lo que hoy día propone Podemos. Hasta el actual gobierno del PSOE de Pedro Sánchez es atacado, y no es precisamente un gobierno comunista. En resumen, el reto de construir una izquierda verdaderamente alternativa, altersistémica, requiere volver a la radicalidad de las propuestas. Mientras no seamos conscientes de esta tarea, estaremos alentando el fuego donde se cuece la ultraderecha, pues el mundo y el sistema en crisis, que genera los agravios y profundiza las injusticias, son, también para ellos, su caldo de cultivo.

Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es

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