Con este nombre tan futurista, se ha lanzado en la red una iniciativa jurídico-política que tiene varios meses de vida. Consiste en un Derecho de Petición (art. 29 CE), considerado como fundamental, que pretende la implementación de un sistema de votación on-line que permita a los ciudadanos participar en la toma de decisiones en los […]
Con este nombre tan futurista, se ha lanzado en la red una iniciativa jurídico-política que tiene varios meses de vida. Consiste en un Derecho de Petición (art. 29 CE), considerado como fundamental, que pretende la implementación de un sistema de votación on-line que permita a los ciudadanos participar en la toma de decisiones en los órganos legislativos, haciendo uso de su firma electrónica, incorporada en el nuevo Documento Nacional de Identidad.
Este revolucionario método está causando sensación entre gran parte de la población, deseosa de intervenir y ser escuchada en la toma de decisiones políticas a nivel nacional, en un contexto de crisis sistémica que parece interminable, que lejos de remitir empeora, en gran parte, por las medidas que se están poniendo en práctica desde gobiernos nacionales o supranacionales.
Pero también, y en cierto modo es lógico, la Democracia 4.0 despierta cierto temor y recelo, fundados principalmente en tres argumentos: la brecha digital, la seguridad, la complejidad implícita en los temas que se han de votar y el carácter «individualista» del voto directo.
Que aproximadamente la mitad de la población disfrute de un acceso estable a Internet no debería ser excusa para frenar una iniciativa de este tipo. En primer lugar porque, aunque una persona o familia no disponga de conexión doméstica, es harto fácil habilitar salas de acceso en centros sociales y administraciones públicas. Al mismo tiempo, desarrollar la Democracia hasta los niveles más altos desde que existe como concepto debe ser razón suficiente y obligatoria para abrir otro debate, el de la neutralidad y gratuidad de internet, como un nuevo derecho fundamental, como herramienta esencial e imprescindible para el desarrollo humano, no sólo para aumentar la productividad y eficiencia empresarial o para descargar películas en la red. Internet puede jugar, efectivamente, un papel fundamental en el mundo globalizado como herramienta de organización política y social.
De conseguir implementar la Democracia 4.0, debemos exigir que se haga utilizando servidores públicos y software de código abierto. En el horizonte, no tan lejano, presionar y cambiar la legislación para que no sean empresas privadas las que monopolicen el acceso a Internet, pues, si va a convertirse en el medio para ejercer la soberanía, mediante el voto directo, este derecho tiene mucho más valor que el libre mercado o la libre empresa.
Pero al mismo tiempo que debemos acabar con esa brecha tecnológica, es necesario hacer hincapié en que existen otras muchas brechas. Hoy en día es obvio que una persona puede tener un acceso privilegiado, respecto a otras, a la salud, la educación o a la tutela judicial efectiva en función de su poder adquisitivo. No es coherente criticar la implementación de la Democracia directa por vía telemática existiendo aún todas estas desigualdades sociales. Es más, quizás si tuviésemos la posibilidad de proponer y votar políticas que redujesen esas otras brechas, podríamos avanzar a una sociedad más justa e igualitaria, sin depender en cada momento de la voluntad y los intereses de los partidos mayoritarios y de aquéllos lobbys que les marcan la agenda.
Por otra parte, la Administración Pública electrónica de nuestro país es una de las más avanzadas del mundo, contando con 85 sedes de firma electrónica, una de ellas precisamente en el Congreso, pero reservada únicamente para uso de los diputados. Si ya y desde hace un tiempo podemos pagar impuestos por internet, así como realizar otros actos jurídicos con nuestro DNIe, la objeción de la falta de seguridad no parece muy razonable. Existen conocimientos y tecnología suficiente para garantizar la validez de una votación telemática, si no completamente, al menos en igual o mayor medida que en las elecciones ordinarias y, desde luego, más que en el voto por correo, que tenemos perfectamente asumido. Es posible también, utilizando lo que se conoce como sistema de doble token, garantizar el voto secreto. Además, el coste total de todo el montaje técnico no sería demasiado costoso, aprovechando las infraestructuras ya existentes, y las votaciones on-line, sin duda, suponen menos recursos que movilizar a todo un país (policía, colegios electorales, juzgados, presidentes y vocales de mesa…) en domingo, para unas elecciones.
Más llamativo es aún el argumento que blanden algunas personas contrarias a la iniciativa Democracia 4.0 y que consiste en negar a una gran masa de población (en sentido orteguiano) los conocimientos o capacidades necesarias para tomar decisiones de tan alto calado político. Llama la atención, primeramente, porque a la hora de elegir a los diputados nadie se plantea ese hándicap, cuando, a mi parecer, es una responsabilidad de igual nivel. En segundo lugar, dudar de la aptitud de los ciudadanos para elaborar y votar leyes, mientras la clase política es uno de los problemas que más nos inquietan (el tercero según sondeos de opinión), existiendo cientos de casos de corrupción que se esparcen y multiplican por todo el territorio nacional, cuando atravesamos una crisis tremenda provocada, en gran medida, por las decisiones tomadas, me parece una razonamiento bastante pobre. Al final, las personas que comparten un mismo status socioeconómico deben tender a tomar decisiones más coherentes y acordes a su posición que las que pueda tomar un político profesional que disfruta de un nivel de vida muy superior, que vive, como ya han demostrado en muchas ocasiones, en una realidad diferente a la de la inmensa mayoría de la población.
El que no nos creamos capaces de asumir el papel que la Democracia nos otorga no es más que una autolimitación que nos imponemos o que nos han hecho creer, una buena excusa para justificar esta delegación de responsabilidades perpetua o esa desconfianza endémica en el ser humano, en nuestros amigos o convecinos. Empecemos a creernos nuestro potencial y a asumir la responsabilidad de convivir y gobernar nuestro propio país. Sin duda, la Democracia es el sistema político que más bienestar nos puede reportar, pero también es el que más trabajo cuesta conseguir y mantener.
Por último, y no exento de una paradójica incoherencia, un pequeño sector, incluso dentro del 15m, califica esta propuesta como de «individualista» y la acusa de querer acabar con la política.
Creo sinceramente que este razonamiento es debido a un déficit de comprensión o asimilación de la idea, por las causas que sean. Si hace apenas dos meses repetíamos el mantra #yoquierovotar, ¿cómo es posible que ahora nos opongamos precisamente al ejercicio del voto? ¿en qué condiciones lo pedimos? ¿Hay que convocar un referéndum cada vez que se apeuebe una ley importante, con el coste que ello supone? ¿hay que depender para siempre de los representantes? Quien esgrime este argumento se olvida, al mismo tiempo, de proponer una alternativa, de buscar una solución. El sistema asambleario de toma de decisiones parece que está generalmente asentado dentro de los grupos que componen el 15m, pero nos olvidamos de que la asamblea nacional está localizada precisamente en el Congreso de los Diputados, aunque en la actualidad se encuentre secuestrado por partidos y diputados (y por los bancos y empresas que financian sus campañas y colocan, después, a los altos cargos).
¿Cómo articular, por tanto y en base al sistema asambleario, esa toma de decisiones a nivel nacional sin usar las nuevas tecnologías?
La Historia nos narra que, ante cambios cualitativos de este calado, siempre han existido agoreros, personas reticentes a variar las instituciones sobre las que han construido sus propios marcos cognitivos, sus filias y sus fobias, su rutina diaria. Pero también queda patente en la Historia que, los cambios sociales, más aquéllos originados por el progreso técnico, gozan de un imperativo tecnológico fuerte y, una vez alcanzado cierto desarrollo, es más costoso volver atrás que llevar a cabo dicha transformación. De lo contrario, seguiríamos viajando en carromato, en el caso de que la rueda no hubiese despertado también temores y recelos.
Francisco Jurado Gilabert. Laboratorio de Ideas y Prácticas Políticas, Universidad Pablo de Olavide
Más información: www.demo4punto0.net
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