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¿Por qué socialismo?

Fuentes: Rebelión

Introducción y traducción Sebastian Risau

Como es sabido, el 2005 fue elegido como el año de la física porque se cumplieron cien años desde la publicación de cuatro artículos esenciales de Albert Einstein en la revista Annalen der Physik. También se cumplieron cincuenta años desde su muerte. Quizás no sea el efecto menos importante de esta conmemoración el haber hecho comprender al gran público que sus contribuciones a la física del siglo XX van mucho más allá de la teoría de la Relatividad.

Lamentablemente, la celebración de la figura de Einstein no ha bastado para que su firme posición frente a los diversos problemas sociales de su (nuestro) tiempo reciba toda la atención que merece. La imagen del anciano distraído y bonachón se resiste a morir. Apenas se le reconoce un pacifismo diluido no incompatible con esta imagen.

Pero Einstein fue mucho más. Fue un intelectual comprometido y capaz de potentes declaraciones publicas en circunstancias políticamente desfavorables. No por nada estuvo en la mira del FBI hasta su muerte (ver al respecto el libro de Fred Jerome, The Einstein File). Una de sus tomas de posición menos conocidas fue su apoyo a la idea del socialismo a través del artículo que transcribimos más abajo, publicado en el primer número de la revista Monthly Review, en 1949.

Para comprender su significado es necesario conocer el contexto político en el que fue publicado el artículo. Einstein, había apoyado activamente la candidatura de Henry Wallace del recientemente creado Partido Progresista (integrado por socialistas y comunistas), quien acabo perdiendo la elección en 1948, siendo Truman reelegido para su segundo mandato. El furor anticomunista comenzaba a hacerse sentir. Truman había iniciado en 1947 un programa de seguridad destinado a buscar cualquier «infiltración de personas desleales» en el gobierno. Esto parecía además justificado por eventos externos: expulsión de no comunistas del gobierno checo (1948), bloqueo de Berlin por la URSS y, sobre todo, la proclamación por Mao de la República Popular China en 1949. Un año después Truman comienza el bombardeo de la Coreas del sur y del norte, para proteger a la primera de la «amenaza comunista» de la segunda. Algunos intelectuales prominentes como Leo Huberman y Paul Sweezy deciden abandonar  el partido por sus actitudes blandas hacia ciertas cuestiones sociales. En 1949 fundan la revista marxista Monthly Review y, a través de un amigo común y conociendo las posiciones de Einstein, consiguen que éste escriba el artículo principal del primer número. Demás está decir que este artículo, (cuya traducción sigue a estas líneas) y su cristalina argumentación a favor del socialismo, considerando incluso sus dificultades, fue un gran aporte a la difusión de Monthly Review, revista que aun hoy continua en circulación.

¿Por qué socialismo?

¿Es aconsejable que alguien que no es un experto en asuntos económicos y sociales exprese sus opiniones acerca del tema del socialismo? Creo, por una cantidad de razones, que lo es.

Consideremos primeramente la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Podría parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos intentan descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos con el objeto de hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad tales diferencias sí existen. El descubrimiento de leyes generales en Economía se complica por la circunstancia de que los fenómenos económicos observados están frecuentemente influidos por mucho factores que son muy difíciles de evaluar separadamente. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado periodo civilizado de la historia humana ha sido -como es bien sabido- grandemente influenciada y limitada por causas cuya naturaleza no son de ningún modo exclusivamente económicas. Por ejemplo, la mayor parte de los estados en la historia deben su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase pivilegiada del país conquistado. Se arrogaron el monopolio de la posesión de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus filas. Los sacerdotes, en control de la educación,  hicieron de la división de clases de la sociedad una institución permanente y crearon un sistema de valores mediante el cual de allí en adelante el pueblo fue, en gran medida inconscientemente, guiado en su conducta social.

Pero la tradición histórica es, por así decirlo, de ayer; en ninguna parte hemos realmente superado lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esta fase e incluso las leyes que podamos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Dado que el propósito real del socialismo es superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual no puede echar mucha luz sobre la sociedad socialista del futuro.

Segundo, el socialismo está dirigido hacia un fin socio-etico. La ciencia, sin embargo, no puede crear fines ni, aun menos, instilarlos en los seres humanos. Pero los fines en sí mismos son concebidos por personalidades con elevados ideales éticos y -si estos propósitos no son rígidos sino vitales y vigorosos- son adoptados y llevados adelante por aquellos muchos seres humanos que -semiincoscientemente- determinan la lenta evolución de la sociedad.

Por estas razones, deberíamos estar atentos a no sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos, y no deberíamos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse sobre las cuestiones que atañen a la organización de la sociedad.

Innumerables voces han estado afirmando desde hace ya algún tiempo que la sociedad humana esta pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de esta situación que algunos individuos se sientan indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, grande o pequeño, al que pertenecen. Para ilustrar este punto, déjenme registrar aquí una experiencia personal. Recientemente discutí con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, la que en mi opinión pondría seriamente en peligro la existencia de la humanidad, y comente que sólo una organización supranacional podría protegernos de aquel peligro. Tras lo cual mi visitante, muy calma y fríamente, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana ?»

Estoy seguro que apenas un siglo atrás nadie hubiera afirmado tan ligeramente algo semejante. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado en vano por alcanzar un equilibrio interior y que básicamente ha perdido  la esperanza de lograrlo. Es la expresión de una soledad y un aislamiento dolorosos de los que mucha gente sufre estos días. ¿Cual es la causa? ¿Hay una salida ?

Es fácil hacer estas preguntas, pero es difícil contestarlas con alguna seguridad. Debo tratar, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos suelen ser contradictorios y oscuros  y que no pueden ser expresados en formulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser  social. Como ser solitario intenta proteger su propia existencia y la de aquellos que le son más próximos, para satisfacer sus deseos personales y desarrollar sus habilidades innatas. Como ser social, busca ganarse el reconocimiento y el afecto de sus semejantes para compartir sus placeres, confortarlos en sus penas y mejorar sus condiciones de vida. Solo la existencia de estos diversos esfuerzos, frecuentemente en conflicto, puede dar cuenta del carácter especial del hombre, y su combinación especifica determina hasta qué punto un individuo puede alcanzar el equilibrio interior y contribuir al bienestar de la sociedad. Es bien posible que la fuerza relativa de estos dos impulsos esté, básicamente, fijada por la herencia. Pero la personalidad que finalmente emerge esta en gran medida formada por el entorno en el que el hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de dicha sociedad, y por su valoración de diversos tipos de conductas. El concepto abstracto «sociedad» significa para el individuo la suma de sus relaciones, directas e indirectas, hacia  sus contemporáneos y hacia todas las generaciones anteriores. El individuo es capaz de pensar, sentir, actuar, y trabajar por sí mismo, pero su dependencia de la sociedad es tanta -en su existencia física, emocional e intelectual- que es imposible pensar en él, o comprenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» quien le proporciona comida, ropas, u  hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, las formas del pensamiento, y la mayor parte del contenido del pensamiento; su vida se hace posible gracias al trabajo y los logros de los muchos millones, actuales y pasados, que están escondidos detrás de la pequeña palabra «sociedad».

Es evidente entonces que la dependencia del individuo hacia la sociedad es un hecho natural que no puede ser abolido -exactamente como en el caso de las hormigas y las abejas. Sin embargo, mientras que todas las acciones de las hormigas y las abejas están fijadas hasta el más mínimo detalle por instintos rígidos y hereditarios, los patrones sociales y las interrelaciones de los seres humanos son muy variables y susceptibles al cambio. La memoria, la capacidad de realizar nuevas combinaciones, el don de la comunicación oral han hecho posible desarrollos en los seres humanos que no están dictados por necesidades biológicas. Estos desarrollos se manifiestan en las tradiciones, las instituciones y las organizaciones; en la literatura; en los avances científicos e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica cómo ocurre que, en cierto sentido, el hombre pueda influir sobre su vida a través de su  propia conducta y que en este proceso el pensamiento y deseos conscientes puedan
 jugar un rol.

El hombre adquiere al nacer, por medio de la herencia, una constitución biológica que debe considerarse fija e inalterable, que incluye los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, adquiere durante su vida una constitución cultural que adopta de la sociedad por medio de la comunicación y de muchas otras influencias. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, está sujeta a cambios y la que determina en gran medida la relación entre el individuo y la sociedad. La antropología moderna nos ha enseñado, usando el estudio comparativo de las así llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de los seres humanos puede presentar grandes diferencias, dependiendo de los patrones culturales prevalecientes y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto que pueden fundar sus esperanzas aquellos que se esfuerzan en mejorar la suerte de los hombres: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse los unos a los otros, o a estar a merced un destino cruel y auto infligido.

Si nos preguntamos cómo deberían ser cambiadas la estructura de la sociedad y la actitud del hombre para hacer la vida tan satisfactoria como sea posible, deberíamos ser siempre conscientes del hecho de que existen ciertas condiciones que somos incapaces de modificar. Como fue mencionado antes, la naturaleza biológica del hombre no está, a todos los efectos prácticos, sujeta a cambios. Además, las condiciones creadas por los desarrollos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han llegado para quedarse. En los asentamientos con población relativamente densa, con los productos que son necesarios para su existencia, una profunda división del trabajo y un aparato productivo altamente centralizado son absolutamente necesarios. Los tiempos -que en perspectiva parecen tan idílicos- en que los individuos o grupos relativamente pequeños podían ser completamente autosuficientes se han ido para siempre. Es apenas una leve exageración decir que la humanidad ya constituye una comunidad planetaria de producción y consumo.

He alcanzado ahora el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Tiene que ver con la relación entre el individuo y la sociedad. El individuo se ha vuelto más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero no siente esta dependencia como un rasgo positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino más bien como una amenaza a sus derechos naturales, o incluso a su existencia económica.  Por otro lado, su posición en la sociedad es tal que los impulsos egocéntricos de su constitución son constantemente acentuados, mientras que sus impulsos sociales, naturalmente más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, en cualquier posición de la sociedad, sufren este deterioramiento progresivo. Involuntarios prisioneros de su propio egocentrismo se sienten inseguros y privados del inocente, simple y sencillo disfrute de la vida. El hombre sólo puede encontrar el sentido de la vida, corta y peligrosa como es, consagrándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista de hoy en día es, en mi opinión, la verdadera fuente de los males. Vemos ante nosotros una enorme comunidad de productores cuyos miembros se esfuerzan incesantemente en privar al otro de los frutos de su labor colectiva -no por la fuerza sino cumpliendo enteramente las reglas legalmente establecidas.  A este respecto es importante darse cuenta de que los medios de producción -es decir, toda la capacidad productiva necesaria para producir bienes de consumo así como bienes de capital adicionales- pueden ser -y en su mayor parte efectivamente son- la propiedad privada de algunos individuos.

Para simplificar, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a los que no participan en la propiedad de los medios de producción, aunque esto no corresponde exactamente al uso corriente del termino. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que devienen propiedad del capitalista. El punto esencial de este proceso es la relación entre lo que el trabajador produce y lo que se le paga, ambos medidos en términos de valor real. En cuanto el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce sino por sus necesidades básicas y por la necesidad de fuerza de trabajo de los capitalistas en relación con el numero de trabajadores compitiendo por empleos. Es importante entender que ni siquiera en la teoría la paga del trabajador esta determinada por el valor de lo que produce.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo alientan la formación de unidades mayores a expensas de las más pequeñas. El resultado de estos desarrollos es una oligarquía de capital privado cuyo enorme poder no puede ser controlado efectivamente ni siquiera por una sociedad política democráticamente organizada. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, en gran medida financiados o de alguna manera influenciados por capitalistas privados quienes, a todos los efectos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los sectores no privilegiados de la población. Por otra parte, en las condiciones actuales los capitalistas privados inevitablemente controlan, dire
 cta o indirectamente, las principales fuentes de información (prensa escrita, radio, educación). Es entonces extremadamente difícil, y  por cierto imposible en la mayoría de los casos, que cada ciudadano pueda llegar a conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación prevaleciente en una sociedad basada en la propiedad privada del capital está entonces caracterizada por dos principios maestros: primero, los medios de producción son propiedad de individuos, y estos disponen de ellos como mejor les parece; segundo, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura, en este sentido. En particular, debe señalarse que los trabajadores, por medio de largas y amargas luchas políticas, han conseguido una forma un tanto mejorada del «libre contrato de trabajo» para ciertas categorías de trabajadores. Pero, tomada como un todo, la economía actual no difiere mucho del capitalismo «puro».
 
Esta mutilación de los individuos es lo que considero el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo
como un todo sufre de este mal. Una actitud exageradamente competitiva se le inculca al estudiante, quien es entrenado para adorar el éxito adquisitivo como una preparación para su futura carrera.

Estoy convencido de que sólo hay una forma de eliminar estos graves males, y es a través del establecimiento de una economía socialista, acompañada por un sistema educacional que esté orientado hacia metas sociales. En dicha economía los medios de producción son propiedad de la sociedad misma y son utilizados siguiendo un plan. Una economía planificada, que ajusta la producción a las necesidades de la comunidad distribuiría el trabajo necesario entre todos aquellos capaces de trabajar y garantizaría los medios de vida a cada hombre, mujer y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias habilidades innatas, intentaría desarrollar en él un sentido de responsabilidad por su prójimo, en lugar de la glorificación del poder y el éxito de nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es preciso recordar que una economía planificada no es todavía el socialismo. Una economía planificada como tal puede ser acompañada por la completa esclavización del individuo. La realización del socialismo requiere la solución de algunos problemas socio-politicos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, considerando una muy abarcadora centralización del poder, conseguir que la burocracia no se vuelva todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden protegerse los derechos del individuo y mediante ello asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
 
Tener claras las metas  y problemas del socialismo es de gran importancia en esta época de transición. Dado que, en las circunstancias actuales, la discusión libre y sin trabas de estos problemas se ha vuelto tabú, considero la fundación de esta revista un importante servicio público.

Artículo original en: http://www.monthlyreview.org/598einst.htm