No por repetir la frase estaremos pensando y actuando como país. A mi juicio resulta obvio que el compañero Díaz-Canel no nos conmina a asumir un pensamiento único, válido para todas las situaciones; por el contrario, pensar como país implica hacerlo desde la diversidad que somos; esto es: poner en común las distintas visiones y […]
No por repetir la frase estaremos pensando y actuando como país. A mi juicio resulta obvio que el compañero Díaz-Canel no nos conmina a asumir un pensamiento único, válido para todas las situaciones; por el contrario, pensar como país implica hacerlo desde la diversidad que somos; esto es: poner en común las distintas visiones y propuestas de la diversidad de sectores y actores que sustentan la opción patriótica, antimperialista y socialista en Cuba.
Desde hace años mi colega y amiga Georgina Alfonso propuso en el colectivo de investigación al que pertenezco la idea de acompañar los procesos de participación e integración en los territorios sobre la base de considerarnos como red de trabajo cooperado y solidario, tanto a nivel territorial, local, como de país. Se trata de pensarnos y articularnos como una red a la que pertenecen las diversas formas de propiedad y de gestión que concurren en el proceso de actualización en curso en el país: la empresa estatal socialista renovada y las distintas formas que incluyen el sector no estatal (las cooperativas, la micro, pequeña y mediana propiedad privada), todas legitimadas política y jurídicamente, aunque en el imaginario del pasado modelo de estatalización, aparecen como rezagos o formas llamadas a desparecer en el proceso de la construcción socialista.
Superar los estereotipos y prejuicios sobre el sector no estatal constituye una premisa para lograr los encadenamientos productivos que necesitamos en lo interno de cada sector referido y entre ambos. Ello no significa sacralizar a la propiedad privada como la solución de los problemas acumulados en el país.
La aparición de elementos de mercado en el proyecto supone como contraparte hegemónica popular y socialista, ensanchar el corredor crítico político-cultural no capitalista en la sociedad cubana.
Anotamos también que en esa red se incluyen las distintitas iniciativas de autogestión comunitaria que revelan la riqueza de la participación popular, siempre que encuentren el estímulo y apoyo político y gubernamental. Es necesario también distinguir la acción antisistémica impulsada por la estrategia imperialista de aquellas iniciativas que emergen desde lógicas diferentes a las incorporadas en el sentido común socialista homogenizador. La sospecha bien fundamentada es un momento necesario y legítimo inherente a la actitud de defensa de la Revolución, siempre y cuando no se erija sobre la base de un único patrón axiológico desde donde deslindar «lo revolucionario de lo no revolucionario».
La diversidad no es un lastre a superar sino un aprendizaje político y humano que debemos articular en función de la hegemonía popular y socialista en nuestra sociedad.
El éxito del proceso de actualización, sobre la base de las correcciones necesarias a nivel macro y microsocial es un desafío estratégico no solo para Cuba sino para el movimiento social-popular latinoamericano y caribeño. Las subjetividades de ese movimiento social-popular han sido cooptadas por el sistema de dominación hegemónico, al presentar al socialismo como una sociedad en la que no tienen cabida los sectores medios. Cuba se podrá convertir cada vez más en un referente sobre la posibilidad y viabilidad histórica de la alternativa de un socialismo próspero y sostenible frente al capitalismo neoliberal, depredador y conservador que se quiere imponer a los pueblos de nuestra América.
Pensar y actuar como país es un objetivo permanente que supone concebir la democratización socialista no como un acto que se realiza de una vez y para siempre sino como un proceso continuo de participación y empoderamiento popular en el que todavía tenemos mucho por andar.
La aspiración a construir un socialismo próspero y sostenible devino una convocatoria novedosa y necesaria en tanto superó una lógica sacrificial que identificaba al socialismo exclusivamente con el sacrificio de la prosperidad en la vida cotidiana. Por supuesto que la idea de socialismo próspero supone, por una parte, asumir el criterio martiano de prosperidad y, por otra, ecologizar el pensamiento y la acción dirigidos al logro de esa prosperidad en la vida productiva y material de la sociedad.
La sostenibilidad de ese socialismo se da en la economía, pero ajustada a la pauta ambiental que garantiza no reproducir bajo el manto socialista las prácticas depredadoras del capital que han conducido a la crisis ecológica de nuestro tiempo.
Por último, se trata de que las circunstancias adversas que entorpecen el despliegue de ese pensamiento y acción colectivos nos obliguen a asumir el llamado sin retorizarlo como una frase recurrente en el discurso político actual.
Pensar y actuar como país implican no separar nunca a Cuba del destino de nuestra América. Haciendo viable la alternativa cubana contribuimos a descolonizar la subjetividad que padece el movimiento social-popular en América Latina y el Caribe.
Cada cual tendrá que interpretar y asumir la convocatoria a trabajar de modo distinto superando vicios burocráticos y formalistas que inhiben la capacidad creadora de nuestro pueblo.
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