En el marco del debate sobre la identidad andaluza en el siglo XXI creo de interés plantear una reflexión, necesariamente preliminar, dado el escaso conocimiento sobre el fenómeno, sobre la importancia de incorporar la dimensión identitaria andaluza en un movimiento como el aflorado con el 15M, o de los indignados, denominación que, por su mayor […]
En el marco del debate sobre la identidad andaluza en el siglo XXI creo de interés plantear una reflexión, necesariamente preliminar, dado el escaso conocimiento sobre el fenómeno, sobre la importancia de incorporar la dimensión identitaria andaluza en un movimiento como el aflorado con el 15M, o de los indignados, denominación que, por su mayor amplitud, creo más adecuada. Dimensión identitaria sin la cual corre el riesgo de perder la imprescindible conexión con las realidades y problemáticas específicas de los pueblos, en particular el andaluz, en los que se desarrolla, perdiendo con ello la consistencia que proporciona a cualquier forma de acción social su enraizamiento en un contexto socioeconómica, histórica y culturalmente diferenciado, corriendo además mayor más riesgo aún de ser anulado en su capacidad de incidencia de lo que ya de por sí conlleva su naturaleza en buena medida virtual.
En mi reflexión parto de una concepción Antropológica y fuerte de la idea de identidad colectiva, que la entiende ligada indisociablemente a la de cultura, –concebida igualmente de una manera fuerte–, que es la que dota de fundamento a la primera.
Cultura e identidad colectiva
De este modo, entiendo la cultura como un conjunto complejo de modelos de comportamiento y de formas de expresión materiales e inmateriales que son aprendidas por los individuos que forman parte de una colectividad y que definen una forma de vivir, un modo de estar en el mundo, una manera de ser personas, que caracteriza a un conjunto de individuos y los constituye como grupo.
La identidad es la que establece la diferencia cualitativa entre un mero conjunto o agregado de individuos y un grupo o sociedad.
En cuanto a las identidades colectivas, entiendo se construyen a través de los valores, normas, pautas de comportamiento, símbolos, conocimientos, prácticas, creencias,… en definitiva del conjunto de aspectos y dimensiones que constituyen cada cultura, compartidos en sus elementos fundamentales por la mayoría de los miembros de un determinado grupo. A los elementos compartidos en torno a los cuales se construye la identidad de un colectivo es a los que se denominan marcadores identitarios y son ellos los que producen la generación del sentimiento y sentido compartidos de pertenencia que son los que sustentan el reconocimiento y la identificación de los individuos que lo conforman como entidad social específica y diferenciada, y les empujan a implicarse en y con ella.
En relación a lo anterior, y desde esta concepción fuerte, parto de la idea de que ni las identidades, ni l as identificaciones colectivas son creadas, no son fruto de la voluntad individual y no pueden ser «inventadas» por nadie. Las identificaciones colectivas son construidas socialmente. Son resultado de procesos históricos específicos a través de los que se van estableciendo tupidas y profundas redes de relaciones sociales, económicas, simbólicas entre las personas y los grupos que conviven y comparten un territorio, y que tienen como consecuencia la conformación de una colectividad con «identidad» propia diferenciada, de una «comunidad», en el sentido simbólico del término, de la que cada una de esas personas y grupos se siente y reconoce como parte.
Es esa identificación colectiva de la población la que define la «identidad» de un determinado grupo, más allá de sus características «objetivas», aunque siempre sobre la base de ellas. La existencia de marcadores identitarios no supone la toma de conciencia automática por parte de la mayoría de los miembros del colectivo de su existencia específica y diferenciada como grupo, su identificación consciente de la misma como comunidad simbólica.
Para que se produzca esa toma de conciencia deben darse determinadas circunstancias, internas y externas, de carácter geográfico, medioambiental, demográfico, histórico, económico, político, etc., y que algunos factores adquieran el carácter de catalizadores del proceso que pueda llevar a esa toma de conciencia, y que algunos actores la promuevan, articulando y haciendo compatibles sus intereses particulares con los colectivos.
La toma de conciencia por parte de los miembros de un colectivo de su existencia como realidad social implica el reconocimiento de su especificidad y ello lleva, de manera más o menos inmediata, a la toma de posición y a la acción. Es aquí donde se sustenta, a mi entender, la dimensión política de la identidad colectiva y lo que convierte a la misma en fundamentación de lo político, la que produce el sujeto colectivo cuya existencia es imprescindible para la constitución de todo poder político.
La identidad colectiva y los nuevos movimientos sociales
El movimiento de descontento ciudadano que subyace a la convocatoria 15M, o si se quiere de manera más amplia, de los indignados, presenta muchas de las características que autores como Manuel Castells (1986, 2004, 2006) o Alberto Melucci (1980, 1985, 1989, 1994) atribuyen a los denominados «nuevos movimientos sociales». En relación a ellos, uno de los elementos que, desde mi punto de vista, contribuyen a la debilidad del movimiento y a su falta de capacidad para la acción tiene que ver con el»factor identitario» que, según Melucci, define principalmente a dichos «nuevos movimientos sociales» en comparación con los «tradicionales», orientados hacia fines específicos y de carácter utilitario. En ellos, la identidad colectiva es el elemento que suplantar a los intereses económicos y de clase que en los movimientos anteriores desempeñaban las funciones de motivación, orientación y alineación de los sujetos (Melucci, 1994; Gusfield, 1994; Johnston, Laraña y Gusfield, 1994) Aunque, como señala acertadamente siguiendo a Boaventura de Sousa Santos (2001), lo que realmente constituye la novedad de estos «nuevos movimientos sociales», no es el supuesto rechazo que realizan de la política, sino la ampliación de ésta, «politizando»lo social, de lo cultural e incluso de lo personal, ensayando nuevos ejercicios de ciudadanía más allá del marco del estado y de los partidos políticos
El movimiento indignado presenta una notable extensión y heterogeneidad internas, tanto en cuanto a sus integrantes como a sus objetivos, adoleciendo de una mayor y más estrecha vinculación con las realidades y problemáticas específicas de los diferentes territorios en los que se manifiesta.
Esta falta de enraizamiento en la realidad específica, este déficit identitario, no solo supone una debilidad en cuanto a su capacidad de movilización de sectores más amplios en cada uno de ellos, sino que incluso tiene el riesgo de convertirse en funcional al sistema globalizado, al reproducir los «valores» dominantes en la ideología del globalismo, como la desterritorialización y el universalismo individualista que pretenden la desactivación de la memoria y la conciencia colectiva de los pueblos, a las ve que como obstáculos a la consolidación de un orden global correspondiente a las necesidades y a la lógica de funcionamiento del sistema económico globalizado.
La identidad del 15M andaluz
En el caso de Andalucía, este debilidad adquiere particular relevancia dadas las características especialmente graves que, a mi entender, presenta el déficit democrático en nuestro país, acentuado por las críticas condiciones socioeconómicas que padece, lo que lleva a una creciente desarticulación social y a una desafección de la política de parte de un amplio sector de la población, que nos deja inermes ante el proceso de profundización de nuestra marginalización en el contexto del estado español y europeo. Agotados los cauces tradicionales de representación política y de acción social, el movimiento indignado, como en su momento el movimiento ciudadano por la autonomía, podría y debería jugar un importante papel en la regeneración democrática y en la superación de la dependencia.
Para ello creo que es imprescindible la afirmación de la especificidad andaluza de este movimiento a través de su mayor conexión con los problemas y necesidades que configuran nuestro hecho diferencial con respecto a otros pueblos y países dentro del estado español y de la unión europea. Para ello es necesaria su fundamentación sobre algunos de los marcadores culturales que, aunque debilitados, siguen constituyendo aún hoy el sustento de nuestra identidad colectiva como pueblo. Entre ellos destacaría la centralidad que en la cultura andaluza se otorga al ser humano y la importancia fundamental de las relaciones personalizadas; la negativa a aceptar la inferioridad económica, social y política, y la rebelión simbólica y pacífica frente a la opresión y la injusticia; la potencialidad integradora del relativismo y el pragmatismo ideológico; la fuerza del sentimiento de pertenencia local. Valores que tienen, no obstante, un carácter ambivalente, pudiendo estar también en la base de algunos comportamientos y actitudes, como el clientelismo, el localismo o el nihilismo que han influido negativamente en el desarrollo de la conciencia andaluza y la articulación de movimientos sociales amplios y con capacidad transformadora en nuestra tierra.
Para ello, el rescate de nuestra memoria colectiva tiene una importancia capital y en concreto la recuperación y actualización de la rica tradición organizativa del pueblo andaluz, empezando por el 4D y el movimiento popular en demanda de libertad, autonomía y reforma agraria, hasta las experiencias de carácter comunitarista, cantonal, juntero, federalista y libertario que han caracterizado a buena parte de los movimientos sociopolíticos desarrollados en nuestra tierra a lo largo de los dos últimos siglos: desde el movimiento obrero-jornalero, a las juntas liberalistas y el asociacionismo vecinal.
Por otro lado, un movimiento como este, alimentado por los valores culturales andaluces e identificado con Andalucía podría actuar como motor de la imprescindible renovación y recreación de la cultura andaluza, ayudando a integrar en ella muchas de las aportaciones de la gente que en los últimos tiempos ha venido incorporándose a nuestra tierra.
Bibliogafía
Castells, M. (1986) La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos. Madrid: Alianza Editorial.
(2004) The power of identity. Oxford: Oxford University Press
(2006) La sociedad red: una visión global. Madrid: Alianza Editorial
Johnston, H., Laraña, E. y Gusfield, J. (1994) «Identidades, ideologías y vida cotidiana en los nuevos movimientos sociales», en E. Laraña y J. Gusfiled (eds.) Los nuevos movimientos sociales: de la ideología a la identidad. Madrid: CIS, pp. 3-42
Melucci, A. (1980) «The New Social Movements: a theoretical approach». Social Science Information, 19, 199-226
(1985) «The symbolic challenge of social movements». Social Research, 52(4), 789-816
(1994) «¿Qué hay de Nuevo en los nuevos movimientos socials», en E. Laraña y J. Gusfiled (eds.) Los nuevos movimientos sociales: de la ideología a la identidad. Madrid: CIS, pp. 119-149
Sousa Santos, B. de (2001) «Los nuevos movimientos sociales». Observatorio Social de América Latina, 5, 177-184
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