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Entrevista a Esteban Mercatante en LINKS

Por una alternativa comunista ecológica al decrecionismo y al ecologismo aceleracionista

Fuentes: La izquierda diario

En su nuevo libro, Rojo fuego. Reflexiones comunistas frente a la crisis ecológica, el marxista argentino Esteban Mercatante critica al capitalismo como la causa fundamental de la crisis ecológica “multidimensional”, a la vez que entabla importantes diálogos con corrientes ecológicas como el decrecionismo y el ecomodernismo. Frente a estas corrientes, Mercatante defiende una perspectiva ecomunista como única vía para evitar el desastre. Dado que el libro solo está disponible en español, Federico Fuentes, de LINKS International Journal of Socialist Renewal, conversó con Mercatante, quien también es miembro del consejo editorial de Ideas de Izquierda, para analizar algunos de los puntos clave planteados en su libro.

Dada la gama ya existente y en constante expansión de literatura sobre marxismo, ecología y la crisis climática, ¿qué te llevó a decidirte a escribir este libro?

Bueno, justamente, el tema se ha convertido en uno muy importante de la discusión contemporánea. La crisis ecológica es un tema transversal por decirlo de alguna forma, en los más diversos ámbitos disciplinares aparece la necesidad de dar cuenta de la misma y sus impactos.

Rojo fuego. Reflexiones comunistas frente a la crisis ecológica – Ediciones  IPS

En este libro me interesa trabajar dos cuestiones. Por un lado, pensando en el ámbito local de habla hispana y en particular de Argentina, donde se publicó el libro (también ha sido editado posteriormente en Estado Español), buscaba acercar elaboraciones ecológicas desde la mirada marxista que todavía son poco conocidas. Las corriente ecomarxista de las últimas décadas, desde las primeras contribuciones de John Bellamy Foster hasta lo más reciente de Kohei Saito o Andreas Malm, está todavía relativamente poco discutida. Entonces, pensando en la militancia de izquierda revolucionaria y sus discusiones con sectores del ambientalismo, me esfuerzo en sintetizar los postulados de esta corriente y presentar su relevancia para la crítica ecológica contemporánea. Por otro lado, quería meterme en algunas cuestiones donde queda todavía mucho trabajo por hacer en la elaboración ecomarxista, y en las que este libro busca aportar.

En primer lugar, pensar todas las aristas en las cuales la crítica de Marx de la economía política permite iluminar las condiciones antiecológicas de la acumulación de capital. Una parte del libro está dedicada a reconstruir las distintas fases de la producción y circulación de capital, desde la relación capital-trabajo hasta la conformación de un mercado mundial con flujos cada vez más acelerados de mercancías y dinero, para tratar de pensar cómo en cada paso del circuito se van generando distintas problemáticas.

En segundo lugar, hay otra cuestión clave que creo que al marxismo le viene costando abordar, y donde me propongo debatir, que es cómo se liga la crítica a la ecología del capital con una estrategia de superación revolucionaria del orden capitalista, y cómo podemos prefigurar una sociedad que vaya más allá del capital. Creo que los importantes trabajos de Foster, Saito, y otros autores, en este punto muestran mayor debilidad. Hay intentos más recientes que intentan introducir este problema, por ejemplo el llamado de Andreas Malm a desarrollar un “leninismo ecológico”. Pero a pesar de lo refrescante del planteo, la idea de que hoy no está planteada la toma revolucionaria del poder para empezar la transición hacia una sociedad socialista, deja medio en el vacío su propuesta. Bueno, en este libro busco aportar a esta discusión fundamental de cómo articular desde la crítica ecológica una estrategia revolucionaria que permita concretar una perspectiva de comunismo que una la liberación de la humanidad de la explotación y un metabolismo equilibrado con el conjunto de la naturaleza.

Muchos ambientalistas se enfocan en la crisis climática, pero en tu libro tu sitúas esta crisis dentro “de una crisis ecológica que es multidimensional”. ¿Podrás desarrollar un poco esta idea?

Bueno, la idea de que es una crisis multidimensional lo que atravesamos queda muy bien ilustrada con el enfoque que plantea el Centro de Resiliencia de Estocolmo, que define una serie de límites planetarios. Uno de ellos tiene que ver con los gases de efecto invernadero y el calentamiento global, pero también incorpora la pérdida de biodiversidad, la deforestación y cambios en el uso del suelo, la acidificación de los océanos, contaminación atmosférica, y varios otros. Este Centro define nueve dimensiones, y en cada una de ellas define una serie de umbrales críticos que no deberían sobrepasarse, ya que cuando eso ocurre se puede entrar en una situación de deterioro acelerado, con consecuencias imprevisibles para una vida humana “tolerable”, ya ni que hablar deseable. La noción de crisis ecológica multidimensional que planteo en el libro tiene que ver con esto, y creo que es importante rescatarla porque muchas de las propuestas de soluciones a problemas ecológicos que surgen del capitalismo verde se suelen enfocar en un solo aspecto, y generan respuestas que, en pos de subsanar un tema, terminan afectando otros. Por ejemplo, para la transición energética, se hace necesario contar en gran escala con minerales como el litio, para las baterías que la almacenan. Para obtenerlo, es necesario profundizar métodos extractivos que utilizan mucha agua y alteran ecosistemas en países dependientes como Chile, Bolivia y Argentina.

¿Por qué crees que la causa de esta crisis está en “el ADN del capitalismo”?

La sociedad capitalista se caracteriza por el ímpetu de convertir a la naturaleza en un objeto de su valorización. Es exactamente lo mismo que hace con la fuerza de trabajo, que si dependiera del capital quedaría sometida a producir valor en jornadas de trabajo sostenidas hasta lo que permitan los límites físicos. La lógica del valor, extendida a la naturaleza, implica priorizar el desarrollo de técnicas que permitan arrancar la mayor cantidad de materiales (ya sea que pensemos en rendimiento agrícola y ganadero o de plantaciones de árboles para madera, de cardúmenes de peces o de minerales) por el menor precio. La naturaleza solo es “valorada” por el costo que requiere apropiársela. También se apela a determinados espacios como “vertedero” de desechos, y todo esto aparecen como “servicios” que el capital aprovecha.

En la lógica del capital, históricamente el impacto ambiental fue algo que estuvo fuera de la ecuación de negocio. Por eso en la teoría económica tradicional aparece como “externalidad”, es algo que no es intrínseco al funcionamiento de las empresas. La gobernanza ambiental de los Estados capitalistas buscó “corregir” esto, a través de impuestos, multas y otros mecanismos, como los bonos de carbono. Pero esto básicamente no cambia la relación que tiene el capital con la naturaleza ni el impacto negativo de múltiples actividades productivas tal como se vienen desarrollando, sino que hace que las empresas paguen por contaminar. Le pone “precio”, pero eso evidentemente no hace nada por sanear los ecosistemas.

El capital prioriza el rendimiento de corto plazo, incluso cuando para obtenerlo deba generar consecuencias gravosas a mediano o largo plazo. Por supuesto, hoy estamos atravesando consecuencias no se preveían antes, como el cambio climático generado por la emisión de GEI. Pero incluso hoy que se conocen, vemos cómo las petroleras ante la perspectiva de que en algún momento futuro deban discontinuar su negocio, se apuran hoy por extraer hasta la última gota de petróleo, agravando el problema. Ese comportamiento, informado por la perspectiva que Saito describe bien como “después de mí, el diluvio” –haciendo suya una frase con la que Marx describía la lógica del capital– atenta contra cualquier idea de sostenibilidad intergeneracional. Aunque hoy la sostenibilidad se convirtió en una especie de mantra que muchas empresas buscan acreditar, mayormente es puro greenwashing.

El capitalismo intenta una “construcción de naturaleza”, en el sentido que planteaba el geógrafo Neil Smith, de una naturaleza que tiende a estar enteramente mediada por lo social, por el capital. Pero este mismo intento –y creo que esto es algo que Smith subestimada un poco– está plagado de tensiones porque los procesos metabólicos naturales son muy complejos, y los esfuerzos del capital por subsumirlos generan consecuencias imprevisibles, cuyos impactos son proporcionales a estos esfuerzos por dominarla. Esto era lo que Engels tenía en mente cuando hablaba de una “revancha de la naturaleza” ante la pretensión de dominarla desconociendo los límites que sus leyes nos imponen, queriendo “torcerlas” en beneficio de la ganancia.

En tu introducción, notas que la agenda ambiental está muy presente en las políticas públicas y en las prácticas empresariales. Pero, tomando un frase de Ajay Singh Chaudhary, argumentas que lo que reina hoy es un “realismo climático de derecha”. ¿Qué quieres decir con esto?

Chaudhary subraya correctamente que un sector significativo de la clase dominante juega un rol en moldear políticas climáticas cosméticas o impotentes, no porque sea negacionista, sino porque considera que puede sobrevivir incluso aunque se acelere el deterioro y los eventos climáticos se vuelvan todavía más recurrentes y catastróficos. Plantea la idea de “bote salvavidas militarizado”: los sectores con suficientes recursos pueden invertir –y lo hacen– en preparar bunkers bajo tierra provistos de todas las necesidades fundamentales, y al mismo tiempo invertir en desarrollar las tecnologías para que unos pocos elegidos puedan eventualmente evacuar el planeta.

Obviamente, acá surge la cuestión de cuánto de eso va a ser factible y cuánto es más bien ciencia ficción, por ahora al menos, pero me interesa esta idea de que, para estos sectores, reconocer la crisis ecológica no es contradictorio con no impulsar iniciativas que hagan algo al respecto. Desmiente la idea de que “estamos todos juntos en esto” que muchas veces aparece como discurso. No estamos todos juntos ante la crisis ecológica, y la clase trabajadora y el pueblo pobre debemos pelear por impulsar nuestras propias respuestas, porque ningún sector de la clase dominante, negacionista o no negacionista, lo va a hacer por nosotros.

¿Crees que el surgimiento de la extrema derecha a nivel mundial, y que hoy en día ocupa la Casa Blanca y la Casa Rosada, ha inclinado el balance más hacia el negacionismo, en términos de políticas nacionales y foros internacionales como el COP? ¿Y relacionado a esto, cómo interpretas el surgimiento de tendencias ecofascistas dentro de este espectro de extrema derecha?

Sin duda, a medida que las extremas derechas se van haciendo más fuertes en el mundo, las voces de este negacionismo que rechaza el Acuerdo de Paris, la Agenda 2030 y que quiere desentenderse de las COP, gana fuerza. Pero ahí surgen divisiones y tensiones que hacen que no todo sea tan claro y homogéneo. Hasta hace dos meses Trump y Elon Musk eran aliados, hoy están enfrentados. El primero siempre fue un negacionista y el segundo uno de los adalides de la movilidad eléctrica. Como resultado del choque hoy parece que avanzarán los recortes de fondos para vehículos eléctricos y otras tecnologías asociadas, pero es algo que también podría haber tomado otro rumbo. Como ocurre en varios planos, estas derechas, con su componente negacionista muy fuerte, no necesariamente lo traducen en una política articulada. Depende en cada caso de las alianzas que se formen, de las concesiones que deban hacer a sectores del gran capital, etc.

Creo que es importante tener en claro que el ataque de los negacionistas también contribuyó a legitimar la anquilosada agenda de los foros multilaterales. Pese a su impotencia y al tipo de gobernanza ambiental neoliberal que surge de estas instancias, ante el ataque de las derechas hay más inclinación en sectores de izquierda o progresismo a defenderlos, e incluso a callar críticas que antes realizaban a la parsimonia, impotencia y cinismo que campea en estos espacios. Todo esto, así como el “capitalismo verde” empresarial, gana créditos al recibir ataques de los negacionistas, y es un peligro contra el que tenemos que ponernos en alerta.

También sí creo que es importante, aunque todavía es algo más incipiente, el surgimiento de ecofascismos que mencionas. A medida que veamos consecuencias todavía peores que las actuales de la crisis ecológica, no debería sorprendernos que las “medidas de excepción” ante las catástrofes adquieran contenidos cada vez más abiertamente ecofascistas. Por ejemplo, en las extremas derechas ya aparece la vinculación entre la xenofobia y la percepción de que futuras amenazas de mayores oleadas de inmigración pueden estar vinculadas a la crisis climática.

Es importante tener en claro que, si la clase obrera no desarrolla una perspectiva política independiente, revolucionaria, que dé respuesta al conjunto de los sectores del pueblo pobre para salir de estas crisis terminando con el problema de raíz, que es el capitalismo, pueden imponerse salidas cada vez más reaccionarias.

Junto al crecimiento de tendencias ecofascistas vemos también el aumento de la promoción de visiones apocalípticas, particularmente en sectores de izquierda que creen que dicho discurso de colapso inminente puede ayudar a movilizar. ¿Qué opinas al respecto?

La noción de colapso aparece de distintas formas.

Una de ellas es esa especie de reedición del viejo catastrofismo mecanicista que ciertos sectores de la izquierda anticapitalista que ven en la crisis (económica o, en este caso, ecológica) un remedio que compense desde el plano objetivo las dificultades para la construcción de una subjetividad revolucionaria. En toda la historia del movimiento revolucionario encontramos corrientes con este tipo de perspectivas, no es raro que la crisis ecológica también las alimente.

Después hay otras vertientes de pensamiento colapsista, que plantean un diagnóstico de imposibilidad de sostener un tipo de organización social tan demandante en combustibles fósiles que escasean, y que este agotamiento va a imponer una inevitable reducción de la complejidad social. Se volverá insostenible la globalización, y se volverá a una centralidad de la esfera local, comunal. Es decir, es un diagnóstico que se liga a las perspectivas decrecionistas no como una propuesta de lo deseable, sino como un anuncio de algo que va a ser inexorable.

Finalmente, la idea de un colapso también aparece como una especie de sentido común o “estructura de sentimiento”, reforzada por la recurrencia cada vez mayor de trastornos ligados a la crisis climática. Aparece la idea de que ya no hay tiempo para cambiar de rumbo, que estamos yendo hacia una catástrofe ya inexorable, y entonces, en vez de ser un disparador para la movilización antisistema, crea un pesimismo paralizante.

Ya sea que surja como resultado del pensamiento mecanicista o del pesimismo, el colapsismo se convierte en un obstáculo para la acción. Y lo que necesitamos ante todo es luchar contra la catástrofe que nos amenaza.

Algunos plantean que el hecho de que los países del Norte son mayoritariamente responsables por la crisis, ellos deben cargan la mayor responsabilidad para solucionarla, mientras que los países del Sur deben tener el derecho de aprovechar sus recursos naturales para seguir desarrollando su economía. ¿Cuál es tu visión de este tema que se relaciona a lo que comúnmente se refiere como «responsabilidades comunes pero diferenciadas» o, en su forma más radical, la justicia climática?

Creo que ahí hay una impugnación importante a las desigualdades sistémicas. Aunque también es algo que formalmente se reconoce en la gobernanza internacional, por ejemplo cuando se plantean distintas exigencias para los países desarrollados y en desarrollo en lo que hace a la emisión de GEI. Los movimientos de justicia ambiental global han visibilizado muchas problemas. También la crítica ecológica desarrollo conceptos como los de intercambio ecológico desigual y deuda ecológica.

Sin embargo, creo que el problema para el mundo dependiente, es que ambicionar un “desarrollo capitalista” se volvió una entelequia, algo que si miramos la historia reciente no tiene formas de concretarse en el mundo imperialista. En mi libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial analizo cómo la conformación de las cadenas globales de valor condenó a los países dependientes a entrar en una competencia del tipo “carrera hacia el abismo”, pujando por ofrecer condiciones más laxas de reglamentación laboral, ambiental, incentivos fiscales, para atraer inversiones. El resultado de esto es que incluso los países que se insertan con cierto éxito numerosos eslabones de distintas cadenas de valor no mejoran su desarrollo significativamente. Se genera un reparto cada vez más desigual del valor en las cadenas, donde los países más ricos se llevan la mayor parte de la torta.

Esta es una cuestión, la segunda es que se debe problematizar qué significa el desarrollo en tiempos de crisis ecológica. Y acá entonces creo que entra la cuestión de introducir horizontes no capitalistas como única vía para, 1) cortar las cadenas de la dependencia y la expoliación 2) proponerse la construcción de una sociedad que compatibilice la satisfacción más plena de las necesidades y la conformación de un metabolismo socionatural equilibrado, que no puede ser la capitalista.

Vos escribís que “distintas corrientes del ecologismo crítico y el ecosocialismo dan respuesta muy diferentes a cuáles deben ser las coordenadas centrales que deberían orientar la organización de sociedades poscapitalistas”. ¿Cuáles son algunas de las principales corrientes de las cuales hablas?

A grandes rasgos, podemos decir que las miradas hoy tienden a polarizarse entre decrecionistas y aceleracionistas anticapitalistas o ecomodernistas.

El blanco principal del decrecionismo, como su nombre lo indica, es el crecimiento económico, que es identificado como la principal causa de la crisis ecológica en sus múltiples dimensiones. Hay un importante espacio dedicado en la mayoría de los textos de autores de esta corriente a la “ideología” del crecimiento. En muchos textos decrecionistas se reconstruye la historia de cómo un indicador como el aumento del producto bruto interno (PBI) se convirtió en una medida incontrovertible de éxito económico, y cómo toda la política económica desde la década del 30 en adelante se construyó en función de estimular su aumento continuo. El argumento decrecionista es que no se puede poner un signo igual entre crecimiento del PBI, o más específicamente de PBI per cápita, y bienestar. Pasado cierto punto, un mayor PBI per cápita no mejora de forma equivalente la vida de las personas, sostienen estos autores. Hay que tener en cuenta que estos autores escriben desde, y piensan en, la situación de los países ricos. Su argumento de que hoy se consume en exceso y de que la extracción material supera ampliamente las capacidades del planeta para realizar una reposición de lo extraído tiene sentido en referencia a lo que ocurre en estos países desarrollados. Aparecen conceptos como el de “modo de vida imperial”, que apuntan a esta idea de que las sociedades ricas están viviendo por encima de lo sostenible, y lo hacen a costa del resto del planeta, del que extraen recursos y sobre el que descargan los costos de sus impactos ambientales. Acá hay una cuestión interesante, que es que se incorpora la problemática del imperialismo en relación a los trastornos ecológicos. Pero aparecen varios problemas. La discusión acaba yendo más por el lado del consumo que de la producción en sí, lo cual, más allá de las intenciones, desdibuja un poco la raíz sistémica. Las clases trabajadoras de los países ricos terminan siendo partícipes de este “modo de vida imperial”, o al menos no quedan explícitamente excluidas, a pesar de que en las últimas décadas múltiples indicadores muestran que atravesaron un marcado deterioro de sus condiciones de vida como resultado de las privatizaciones y la reestructuración de la economía mundial. Todo esto no acaba de estar claramente incorporado en las posturas decrecionistas. Esto no significa que se igualen las cargas de responsabilidad. La desigualdad es una cuestión muy importante en estos enfoques, asociada a la idea de que los ultrarricos –con sus aviones, yates y mansiones– tienen una responsabilidad abrumadoramente mayoritaria en la producción de huella material. El cuestionamiento a la noción del crecimiento económico como fin en sí mismo que realiza el decrecionismo es algo cuya importancia no puede desdeñarse. El productivismo hace mella incluso en sectores anticapitalistas, y es una vía muerta, así que son valiosas esas advertencias. Pero lo que encontramos es una gran debilidad para el desarrollo de alternativas consistentes desde el decrecionismo. Se enuncia que debe haber cambios cualitativos en cómo se produce, pero cuesta otorgar valores concretos a estas formulaciones. El énfasis cuantitativo –reducción de la escala de la producción y el consumo– es lo único que resulta claramente articulado. Es que el común denominador entre las distintas miradas decrecionistas es un vago posicionamiento anticapitalista no exento de ambigüedades. Cuestionar el crecimiento económico como finalidad en sí misma es estar en contra de un aspecto básico del capitalismo, porque no puede haber acumulación continua de valor si no aumenta al mismo tiempo la escala de los procesos materiales. Pero otra cosa es traducir esta idea negativa en una alternativa positiva. No hay una postura común entre distintos exponentes del decrecionismo. Algunos autores, como Serge Latouche, son directamente hostiles a la idea del socialismo basado en la experiencia de los ex estados obreros burocratizados, y achacan a todo el marxismo posiciones productivistas. Hay otros que plantean que no es necesariamente imposible un capitalismo estacionario (es decir, donde se implementen y puedan sostener medidas para no crecer, que garanticen una reproducción siempre en la misma escala), y que, por ende, decrecionismo y capitalismo pueden no ser antagónicos. Tenemos miradas más anticapitalistas, como la de Jason Hickel; o la de Kohei Saito, que habla explícitamente de un comunismo decrecionista. No obstante dichos matices, lo que más o menos caracteriza a todas estas propuestas es centrarse en una especie de programa mínimo o inmediato, que puede variar un poco pero que básicamente está pensado como exigencias al Estado. Se incluyen algunas cuestiones interesantes y que podemos compartir –como la reducción de la jornada de trabajo– pero que no se articulan ni en una perspectiva transicional ni en una estrategia para terminar con el capitalismo o nada que se le parezca.

Contra estas posturas, y casi en espejo, en un juego de contrarios, se levanta el ecomodernismo. Desde esta perspectiva, la respuesta a la crisis ecológica está en la aceleración del desarrollo tecnológico. El diagnóstico central es que la innovación en el capitalismo se encuentra más limitada para desplegar todas sus potencialidades, porque le cuesta cada vez más traducirse en modelos de negocios rentables que justifiquen las inversiones. Aaron Bastani en Comunismo de lujo plenamente automatizado ejemplifica bien esta mirada. Liberar el desarrollo tecnológico de estas trabas que le imponen las relaciones de producción capitalistas permitiría, en opinión de Bastani, automatizar plenamente los procesos productivos. Este ecomodernismo es enemigo de la idea de que haya que reducir el metabolismo. Por el contrario, plantean la necesidad de seguir creciendo o crecer incluso más, para poder implementar innovaciones que solucionen los problemas ambientales. Los problemas generados por el capitalismo parecen reducirse simplemente a que no se puede planificar. El ecomodernismo proyecta más allá del capitalismo formas de consumo que son intrínsecas de este modo de producción, contribuye así a naturalizarlas y deshistorizarlas. La tecnología también se fetichiza, se le tiende a dar un aura de neutralidad, cuando todos los desarrollos e innovaciones que se introducen están moldeadas por las relaciones de clase. Para los ecomodernistas, el llamado desacople material de la producción, es decir el menor impacto en términos de materias primas utilizadas y deshechos producidos, casi no tiene límites. Por eso, se puede plantear la expansión de lo que Bastani define como “comunismo de lujo completamente automatizado” sin que haya problemas en términos de sostenibilidad. Se apoyan en la evidencia de que esto es algo que ya está ocurriendo hace tiempo bajo el capitalismo en los países más desarrollados. El problema es que, si bien hay ganancias de eficiencia en términos de impacto material que son innegables, las estadísticas sobre el llamado desacople mayormente dejan afuera el hecho de que, como resultado de los cambios en la división del trabajo mundial, estos países dependen mucho más de procesos materiales que ocurren fuera de sus fronteras. Procesos industriales en otros países que comandan las multinacionales de los países imperialistas. No hay desmaterialización sino deslocalización de los procesos materiales en terceros países, donde “tercerizan” los impactos ambientales. Cuando introducimos esta “deslocalización” de la huella material en la ecuación, el desacople se modera o desaparece. Sustentar la idea de que un comunismo de lujo automatizado tiene un camino despejado sobre la base de estos débiles presupuestos, puede ser ruinoso. Como no quieren poner todos los huevos en la misma canasta, por las dudas, imaginan entonces que si no hay suficiente desmaterialización, la minería espacial (la extracción de metales de los asteroides) y el uso del espacio puede ser destino para la chatarra que se acumula de manera cada vez más insostenible en numerosas partes del planeta puede ofrecer la respuesta. Finalmente, este economodernismo piensa más en términos de eliminación del trabajo que de transformación del trabajo. El escritor y artista Dave Beech define a esta corriente como “antitrabajo”. Esto se manifiesta en la ausencia de la clase trabajadora como sujeto que tenga algún rol en su propia emancipación, y en la construcción de otro metabolismo socionatural. Se apuesta más a que las contradicciones del sistema, exacerbadas por la aceleración que proponen, produzcan ese postcapitalismo que permita planificar y “democratizar”, extender, los patrones de consumo de los ricos bajo el capitalismo para toda la sociedad. Como estos no resultan universalizables de manera sustentable en los límites que plantea el planeta, no sorprende la necesidad de imaginar soluciones intergalácticas a los desafíos ambientales, como las que proponen algunos ecomodernistas como Bastani, que nos ofrece una variante “comunista” (de lujo) de los desvaríos espaciales de Elon Musk o Jeff Bezos.

Frente a estas corrientes, tu propones una perspectiva ecomunismo? ¿Que es el ecomunismo? ¿Por qué y en qué se diferencia del ecosocialismo?

El término Ecomunismo le da título al último libro de Ariel Petruccelli, que salió publicado casi en simultáneo con el mío. Yo adopto el término porque me parece que pone de relieve lo central en lo que el marxismo ecológico o ecosocialismo necesita enfatizar más. Que es que, más que ponernos a discutir si las “soluciones” pasarán por más tecnología o por reducción de los metabolismos, lo que necesitamos en organizar las fuerzas sociales que ataquen al centro de gravedad de la usina de destrucción ecológica que es el capitalismo, que son las relaciones de producción en que se basa este orden social explotador. En mucho ecologismo crítico, incluso en algunos ecosocialistas, las relaciones de producción aparecen como una “caja negra” un terreno inexplorado o solo tratado tangencialmente. Se pierde de vista la centralidad que tiene volver al problema de poner fin a la relación enajenada que caracteriza hoy a la gran clase productora, la fuerza de trabajo asalariada, con los medios de producción. Tanto ecomodernistas como decrecionistas mencionan la importancia de la reducción de la jornada de trabajo, aunque por motivos y con lógicas diferentes. Lo que no aparece ni en un caso ni en el otro es el protagonismo de la fuerza de trabajo explotada por el capital como agente de su propia emancipación, y, al mismo tiempo, de una transformación cualitativa de las relaciones sociedad/naturaleza.

Poner fin al monopolio de la propiedad privada de los medios de producción, terminando con el dominio social del capital, implica introducir una democracia ausente, la de quienes producen, que son también quienes consumen buena parte de lo producido, en el terreno que hoy es dominio privado del capital. Si en el capitalismo producción-consumo es una “unidad diferenciada”, mediada por el proceso de intercambio, en la cual la necesidad social solo puede expresarse como demanda solvente (y solo se puede manifestar en la elección de alguna de las mercancías que los capitalistas decidieron previamente enviar al mercado), la socialización de los medios de producción puede permitir restablecer la unidad real de ambos procesos, produciendo solo en la medida necesaria para satisfacer la demanda social, paso inicial de cualquier planificación. Este es un aspecto clave, para salir de la polaridad entre “más” o “menos” que viene dominando las discusiones en el pensamiento ecosocialista. La posibilidad de dominar racionalmente el metabolismo de la sociedad con la naturaleza, abriendo las bases para tomar de manera colectiva las decisiones de qué producir (en función de cuáles son las demandas sociales que deben privilegiarse y adónde deben volcarse los esfuerzos de inversión) no evitará las decisiones difíciles sobre cómo manejar el legado de destrucción ambiental que deja el capitalismo. Pero en vez de que estas sean definidas por el poder privado del capital, con apoyo de los gobiernos que tienen como función central la reproducción de las relaciones de producción basadas en la propiedad privada y el trabajo asalariado, será el conjunto de la clase productora, habiendo recuperado el dominio efectivo de los medios de producción, la que podrá delinear las alternativas para saldar estas cuestiones con miras a hacer compatibles tres objetivos: alcanzar la plena satisfacción de las necesidades fundamentales, tomar las decisiones de producción de forma democrática, y hacerlo teniendo presente en todo momento la necesidad de establecer un metabolismo racional con la naturaleza. Pero además, la “expropiación de los expropiadores”, permitirá abrir paso para la recuperación de una noción de riqueza más amplia, que es la base para romper con la idea de que abundancia debe traducirse en un consumismo creciente, con los mismos esquemas que necesariamente desarrolla el capitalismo para colocar un volumen creciente de mercancías.

A diferencia de las imaginerías postcapitalistas ecomodernistas, que proyectan la supresión del trabajo gracias a la automatización (y las propias máquinas, encarnación en última instancia del capital, aparecen como demiurgo de esta realización, la que en sí misma no dice nada tampoco sobre cómo se produce, cuánto, ni quién lo decide), el comunismo, como lo entendemos acá, tiene en la transformación del trabajo (y de su relación con la naturaleza) un punto nodal. Es la piedra de toque para recuperar todas las potencialidades negadas a la fuerza de trabajo por la relación enajenada por el capital, y al mismo tiempo para poner fin a la abstracción de la naturaleza. Estas son las precondiciones para pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad, lo que presupone también un metabolismo socionatural equilibrado.

Obviamente, no estamos planteando ninguna solución mágica a las peligrosas herencias de crisis ecológica que legará el capital a cualquier sociedad que surja hoy de la abolición de este orden social. Conquistar nuevas relaciones de producción que se apoyen en la deliberación colectiva no asegura que podamos, de un día para el otro, revertir los trastornos ecológicos producidos por el funcionamiento de este orden social. La propuesta, más sobria, es que no hace falta ilusionarse con un prometeísmo tecnooptimista del “comunismo de lujo automatizado” ni resignarnos a las estrecheces que propugna el decrecionismo. Por el contrario, conquistar una sociedad basada en la deliberación democrática del conjunto de los trabajadores y comunidades, apoyada en la planificación socialista del conjunto de los recursos de la producción social a través de la socialización de los medios de producción que hoy están en manos de una minoría de explotadores, puede crear condiciones para hacer compatibles los objetivos de (re)establecer un metabolismo socionatural equilibrado y la satisfacción más plena de las necesidades sociales.

Federico Fuentes. Editor y autor en @LinksSocialism y @greenleftonline.

Fuente: https://www.izquierdadiario.es/Por-una-alternativa-comunista-ecologica-al-decrecionismo-y-al-ecologismo-aceleracionista