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Por una refundación republicana, democrático federal y socialista de Izquierda Unida

Fuentes: El Viejo Topo

1.- Que IU está atravesando una crisis extremadamente grave, nadie lo duda. Se puede encontrar matices en cuanto a sus orígenes o causas, y, sobre todo, a las posibles salidas de esta difícil situación. Es más, crece el pesimismo, hasta el punto de que algunos consideran que esta crisis es terminal y que hay que […]

1.- Que IU está atravesando una crisis extremadamente grave, nadie lo duda. Se puede encontrar matices en cuanto a sus orígenes o causas, y, sobre todo, a las posibles salidas de esta difícil situación. Es más, crece el pesimismo, hasta el punto de que algunos consideran que esta crisis es terminal y que hay que pensar en un cambio de escenario.

Dos cosas es preciso afirmar desde el principio: que el proyecto de IU sigue siendo hoy, si cabe, más necesario que cuando se fue definiendo a finales de los 80. La experiencia de las izquierdas a nivel europeo e internacional así lo prueba. El otro asunto es mucho más concreto y preciso: la debilidad del referente alternativo de la izquierda está propiciando el desarme cultural e ideal de una parte significativa de la ciudadanía y contribuye objetivamente a la deriva autoritaria y de derechas que se observa en la opinión pública española. IU es necesaria y no tiene alternativa.

La disyuntiva es simple: refundarla o permanecer impasibles ante su lenta y mortal decadencia.

La crisis es triple: de proyecto, de estrategia política y de modelo organizativo. De proyecto, porque a estas alturas la síntesis política y programática que IU articuló se ha ido difuminando, perdiendo contorno, hasta el punto que una parte sustancial de la propia militancia no es capaz de precisar en qué consiste el carácter transformador y alternativo que IU dice defender. Los llamamientos, más o menos piadosos a profundizar en la definición ecologista, pacifista y feminista de IU han quedado sepultados en el «magma» de la gestión burocrática, de las diferencias, de la lucha por el poder interno y la discriminación de las minorías en las diversas Federaciones.

Sobre la estrategia política la cuestión va más allá de las relaciones con el PSOE y de la gestión del legado de Julio Anguita. Para decirlo claramente, lo que está en juego es la autonomía del proyecto, el carácter alternativo, democrático socialista y federalista que ha caracterizado a una fuerza política que ha hecho de la lucha contra las políticas neoliberales el centro de su estrategia y, consecuentemente, de su política de alianzas. Parecería que la cultura del acontecimiento y del titular de prensa nos obligara permanente mente a empezar de cero y no ser capaces de aprender de nuestros aciertos y errores. Se puede y se debe tener una política autónoma y llegar a cuerdos tácticos con tal o cual formación política en tal o cual problema conyuntural o no. Esto nunca ha debido ser el problema: lo fundamental es la defensa de un proyecto definido desde una análisis propio de la correlación real de fuerzas, vista desde los de abajo, es decir, vista desde los intereses de las mayoría sociales y de los trabajadores y trabajadoras; esto es lo decisivo.

A estas alturas sabemos ya con mucha precisión que el gobierno de Zapatero no ha significado una ruptura con el modelo sociopolítico neoliberal imperante y, lo que es más grave, está propiciando una dinámica que fortalece a la derecha y debilita a las fuerzas democráticas. La confianza ciega de Zapatero en su buena fortuna impulsa una dinámica política que la derecha combate con todas sus fuerzas en una contraofensiva sostenida y permanente. Ante esta, el gobierno se repliega y acaba cediendo en aspectos fundamentales pagando el conjunto de la izquierda los costes de esta política. Ejemplos de esto son la reforma educativa, las relaciones con la Iglesia Católica, la Ley de la Memoria Histórica o la política internacional, donde la presencia en Afganistán viene a compensar la actuación positiva de retirar las tropas españolas de Irak, por no hablar de la política socioeconómica. Lo peor de esta dinámica es que se le deja a la derecha la iniciativa política y el control de la calle, es decir, la movilización social. Este es, sin lugar a dudas, donde se ve con más claridad los errores de fondo del gobierno Zapatero: propiciar una estrategia de derechos que no se basan en poderes sociales organizados, en la movilización activa y consciente de la ciudadanía, a la que se convierte en sujeto pasivo de un Estado que, más o menos formalmente, defiende sus derechos.

La crisis orgánica de Izquierda Unida es la más evidente, hasta el punto que hace difícilmente soportable la militancia en ella. La convivencia es cada vez más difícil, el debate político se anula y la presencia activa en la sociedad es casi inexistente; si no fuese por la red de cargos públicos de IU en los diversos niveles, nuestra organización sería socialmente inexistente. Y, sin embargo, hay miles de hombre y mujeres afiliados a IU, en los movimientos sociales, en los sindicatos, y en todo tipo de asociacionismo ligados siempre a la defensa de los derechos democráticos y a los derechos sociales. Esta paradoja es solo aparente: IU como organización, su estructura, y sus modos de establecer el debate político no generan una intervención positiva en la sociedad. Si esto es fatal para cualquier organización política, para una fuerza transformadora y alternativa es la condena a su progresiva desaparición.

El asunto es aún más grave: IU no está en condiciones de garantizar en su seno derechos que la Constitución vigente ampara y defiende. Así de simple. Los censos se han convertido en un secreto que cada dirección regional maneja a su antojo sin que los órganos colectivos Federales tengan un conocimiento exacto de quien somos, cuantos somos y quien cotiza. Esto sucede a todos los niveles, sea cual sea la mayoría dominante, lo que hace que el ejercicio de los derechos del afiliado y la afiliada y la seguridad jurídica sea algo meramente formal, donde al final lo que impera es la lucha entre aparatos por el control de los cargos internos y públicos, marginando a las minorías respectivas y usándolas muchas veces como rehenes en la negociación cupular. A esta caricatura se le ha llamado muchas veces el principio federal, que no consiste en otra cosa que «tu no me toques y yo no te toco» y «respetémonos».

2.- Es cierto que el análisis de lo que nos pasa puede matizarse u profundizarse en diversos sentidos: lo importante, al final, es la terapia, como salir de esta situación y hacerlo colectivamente, sumando esfuerzos e ilusiones e incorporando a lo que tenemos, que es mucho, a tantos hombres y mujeres que se fueron y que siguen estando disponibles y más allá, a colectivos, a jóvenes que buscan referentes a la izquierda.

Lo decisivo es insistir en lo ya dicho: o nos refundamos o la lenta y sistemática desaparición. No podemos seguir engañando y engañándonos. Lo prudente en este supuesto es la apuesta por una decisión de fondo más allá de los tacticismos y de los alineamientos fraccionales.

¿Qué significa refundar IU? En primer lugar, hacer un balance de lo que hemos sido, de nuestros aciertos y errores, evitando tirar el niño con el agua sucia. En segundo lugar, reafirmar lo sustancial del proyecto. Es decir, su carácter de movimiento sociopolítico, de una izquierda transformadora y alternativa y en tercer lugar, definir, clarificar y precisar una identidad programática e ideal a la altura de los desafíos de la izquierda europea de la que formamos parte. Habría una cuarta característica que hay que reivindicar hoy absolutamente: incorporar a este debate a los hombres y mujeres de IU.

Definir a IU como republicana es apostar por una concepción de la democracia participativa y crítica con la idea, hoy dominante, que la configura solo como un conjunto de procedimientos para elegir a las élites gobernantes, desligada de la justicia social y de la igualdad material entre ciudadanos y ciudadanas. Definir a IU como republicana es reivindicar el poder constituyente del pueblo en un sentido preciso: abrir una nueva etapa constitucional, es decir, superar el actual marco jurídico político que nos lleve a la III República y que convierta a nuestra futura constitución en la hoja de ruta de las transformaciones económicas, sociales y políticas que nuestro país precisa.

Definir a IU como una organización democrático federal es apostar por un modelo de Estado y de democracia que tiene sólidos antecedentes en la izquierda española y que engarza con las nuevas demandas en torno a una democracia auténticamente participativa. Y va más allá, porque pretende construir un nuevo poder político. Como IU ha venido defendiendo teóricamente, se trata a la vez de descentralizar el poder político y de democratizarlo sustancialmente. No se trata de crear nuevos centralismos, sino de usar técnicas y modelos federales para asegurar el protagonismo de una ciudadanía activa, moral y políticamente implicada en la gestión de la cosa pública, en un proceso de progresiva socialización del poder y de construcción de la vida cotidiana. Partir de una ciudadanía compleja, atravesada por cuestiones de género, que exige tratamientos desiguales para hacer efectivas las libertades y la participación real en la comunidad política.

Definir a IU como una fuerza europeista, crítica y de izquierdas, es situarnos activamente como parte de una alternativa de izquierdas en Europa, sabiendo que una alternativa socialista en el Estado Español requiere también una correlación de fuerzas favorable en Europa ya que las cuestiones de Europa no son para nosotros «cuestiones internacionales» sino realidades profundamente interconectadas que requieren de una estrategia común. La lucha por otra Europa, democrática, igualitaria y pacífica se convierte en una tarea imprescindible en nuestra acción política cotidiana.

Definirse como socialista en el siglo XXI, es parte de nuestro sentido común, es defender una coherente posición anticapitalista desde una apuesta inequívoca por la emancipación social, en la perspectiva de construir una nueva sociedad ecológicamente fundamentada e internacionalista. No se trata de ponerle más adjetivos a las cosas, sino de concretar programas y propuestas dirigidos a este fin, reivindicando la vieja definición de Rosa Luxemburgo cuando decía que los fines están en los medios.

3.- A mediados de los 80, Claudio Napoleón decía que el gran error de la izquierda era su incapacidad para pensar la política en grande. Veinte años después hay que decir que el viejo economista y comunista siempre heterodoxo no se equivocaba. El peligro es el politicismo y su hermano gemelo, el tacticismo ciego. Hacer política en grande no significa, sino al contrario, hacer política en tiempo y en espacio reales, es decir, combinar una política basada en principios con respuestas políticas concretas con principios y con alianzas adecuadas al momento y al problema, sabiendo que se trata de un arte y no de una respuesta prefabricada. El problema es siempre el mismo: somos una minoría ya muy minoritaria y que necesitamos fortalecernos, ganar apoyo social y militancia. El como hacerlo es difícil, pero no imposible. Lo hemos sabido hacer en otro momento y lo sabremos hacer si aprendemos de nuestros errores y, también, de las muchas cosas que hemos hecho bien. Siempre dependió de nosotros.

Es cierto que la historia vive en nuestro medio político y cultural una situación difícil, caracterizada, al menos, por tres elementos muy significativos e importantes: – el primero, una derecha cada vez más reaccionaria, neoliberal y ferozmente anticomunista; una derecha extrema que busca con todo tipo de procedimientos (el racismo es uno de ellos) insertarse sólidamente en las capas populares; – el segundo, una socialdemocracia sin proyecto y sin estrategia, configurada como la izquierda del neoliberalismo e incapaz de una auténtica política reformista; – el tercero, un movimiento obrero y sindical extremadamente debilitado, sin apenas capacidad de respuesta sociopolítica alternativa y con enormes dificultades para representar al mundo de la precariedad y de la emigración.

Construir en un contexto así una fuerza alternativa y transformadora es muy difícil. Dicho esto, hay que señalar, también con fuerza, que estas izquierdas en Europa tienen peso electoral significativo, son parte activa de los movimientos sociales y ejercen un papel contrahegemónico notable Hay dificultades, problemas nuevos que son difíciles de afrontar e inercias del pasado que no se logran superar. Lo que se constata es que los espacios se construyen en base a principios claros, a una combinación eficaz entre trabajo institucional y trabajo social desde una valoración ajustada de la correlación de fuerzas. También en este sentido cabe decir que en Europa la izquierda transformadora sigue tendiendo un peso más significativo que el que tiene hoy Izquierda Unida en España.

En nuestro Estado se está abriendo una nueva fase y es necesario, como diría Gramsci, encontrar los «centros de anudamiento» que articulan las contradicciones y que permiten construir política y alianzas sociales. La cuestión del modelo de desarrollo está llamada a ser uno de los centros de actividad y de lucha social. Este modelo de crecimiento se está agotando y la alternativa al mismo será la gran batalla del próximo futuro. Como es se sabe, en torno al citado modelo se engarzan cuatro elementos decisivos: el predominio de la dinámica inmobiliaria, la financiarización y el carácter especulativo y parasitario del poder económico, la depredación del medio ambiente y la corrupción. En definitiva, el control de la política por los poderes económicos dominantes y la supeditación de los intereses colectivos a una oligarquía financiero-inmobiliaria sólidamente asentada en el control de los medios de comunicación.

Un fuerza política se define también por los enemigos y los adversarios que intenta batir; esto nos lo ha enseñado la experiencia histórica y es el mejor legado que nos dejó Julio Anguita y lo llamó dignidad. La reconstrucción y relanzamiento de IU dependerá de su capacidad para luchar contra estos poderes desde la defensa de los de abajo.