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Intervenciones de Luis Alegre, Yayo Herrero y el autor, Santiago Alba

Presentación en Madrid de «¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor»

Fuentes: Rebelión

El 27 de enero se presentó en la librería «Enclave de Libros», en Madrid, el último libro de Santiago Alba Rico, editado por Pol·len. No era cualquier día. Unas horas antes se había anunciado la retirada por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid del proyecto privatizador de seis hospitales y la dimisión del […]

El 27 de enero se presentó en la librería «Enclave de Libros», en Madrid, el último libro de Santiago Alba Rico, editado por Pol·len. No era cualquier día. Unas horas antes se había anunciado la retirada por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid del proyecto privatizador de seis hospitales y la dimisión del consejero de Sanidad Javier Fernández-Lasquetty.

La alegría de la calle electrizaba también el ambiente de la presentación, a la que asistieron el autor, acompañado de Yayo Herrero, Carlos Fernández Liria, Luis Alegre y el editor, Jordi Panyella.

Por su interés, publicamos la transcripción de las intervenciones que quedaron registradas. Lamentablemente, faltan las palabras pronunciadas por Carlos Fernández Liria y la primera parte de la intervención de Luis Alegre.

Luis Alegre Zahonero: «El manifiesto de la Izquierda que seremos»

[…] Esta brecha de principios incontestables, de principios universales es la que hay que aprovechar. Para aprovechar esa brecha, creo que la fórmula adecuada es la que condensa Santi en la tesis fundamental del libro, y que ya ha utilizado en otros sitios, como el prólogo a La Taberna Errante, esa novela magnífica de Chesterton. La fórmula de que hay que ser revolucionarios en lo económico, reformistas en lo instituciona y conservadores en lo antropológico.

Revolucionarios en lo económico implica que sin desactivar el sistema capitalista, pero sin desactivarlo de raíz, completamente, sin margen para ninguna reforma, nos vamos a encontrar siempre en la balsa de La Medusa, nos vamos a encontrar siempre con que la alternativa es comernos los unos a los otros o morir. En este sentido, no cabe más posibilidad que ser revolucionario en lo económico. Ser al mismo tiempo reformista en lo institucional.

Reformista en lo institucional significa: aprovechemos ante todo las brechas que permite el orden jurídico, la posibilidad de enfrentar a los poderosos con sus propias contradicciones. Que, sencillamente, no pueden cumplir las leyes que se dan a sí mismos, por el hecho mismo de ser leyes. Basta con que tenga que dar a las cosas forma de leyes – esto lo decía el otro día Julio Anguita, y pensé, parece mentira, parece que está hablando al dictado de Carlos Fernández-Liria, es una cosa verdaderamente increíble, hasta que descubrí que está hablando realmente al dictado de Sócrates, en el Libro I de La República- Decía: basta que los poderosos den a las cosas forma de ley para que ya no puedan cumplirla, para que ya sólo puedan hacer como que las obedecen encanallándolas. En este sentido es conveniente siempre ser reformista en lo institucional, no pretender nunca andar inventando la pólvora.

Y, mucho menos, en lo antropológico, en lo que cabe ser hasta conservador. Hasta conservador en el buen entendido, claro, no de conservar todas las tradiciones, todo este pringue, siempre con carácter universal, machista, patriarcal, etc, pero sí no andar teniendo grandes ocurrencias sobre los mecanismos que cabe pensar respecto a cómo los hombres y las mujeres deben ser felices. Mejor no tengamos muchísimas ocurrencias sobre esto. Los hombres y las mujeres encontramos la felicidad de formas bastante sencillas, bastante recurrentes, que basta con que el capitalismo nos deje un poco de tiempo libre como para que lo mejor que se nos ocurra hacer sea dedicarnos a pasar tiempo con nuestros amigos, a cuidar a nuestros hijos, a emborracharnos y a las cosas a las que nos dedicamos los humanos. ¡Ah! y a hacer política, y a recobrar la dignidad por la vía de asumir la tarea de no ser súbdito más que de esas leyes de las que sea uno mismo legislador. No obedecer a más leyes que aquellas de las que ha sido uno mismo el soberano.

Y esto implica también ser conservador en lo antropológico en el sentido de que por favor, no tratemos de inventar nada mejor que el ser humano. El ser humano es una chapuza, somos envidiosos, somos no sé qué, esta chapuza de la que habla siempre Dani, en esa reseña espectacular que has hecho del libro para Cuarto Poder hoy. Somos una chapuza que necesitamos del Derecho. No vamos a regenerar la naturaleza humana, pero sí podemos inventar leyes más justas, leyes en las que los ciudadanos puedan controlar a sus representantes, puedan exigirles que legislen en su nombre, puedan empoderarse. Sin necesidad de cambiar la naturaleza humana y conseguir algo mejor que el ciudadano que sería un hombre nuevo, como siempre insiste Carlos.

Y creo que estamos realmente en un momento en el que ese empoderamiento ciudadano es posible, en el que es posible plantar cara al secuestro institucional y la tiranía económica a la que estamos sometidos. Es posible plantarles cara. Yo no sé si es que estoy medio de pedo entre lo de Lasquetti y el ritmo que está tomando esta iniciativa que, en gran medida, el propio Santi impulsa. La iniciativa de PODEMOS, que está siendo ya en la semana que lleva de vida un mecanismo de empoderamiento ciudadano que ha hecho temblar en gran medida al sistema de partidos de la izquierda, que es una oportunidad espectacular.

Te quiero dar las gracias, Santi, no solamente por el libro, que espero sea el Manifiesto de la izquierda que seremos, o por lo menos de la que deberíamos ser, pero yo tengo confianza en que es la izquierda que vamos a ser, a fuerza de recuperar y no pelearnos con el sentido común, aprovechando en gran medida -y aquí aprovecho para pinchar un poco a Carlos- que vivimos en un país en el que, milagrosamente, el sentido común, es de izquierdas; gracias al 15-M el sentido común se ha vuelto de izquierdas, aunque su expresión política siga siendo de derechas.

Esto es una cosa alucinante. El CIS pregunta a la gente: «¿Está usted a favor de la nacionalización de la banca?» 80% sí. «¿Usted es de izquierdas o de derechas?» Respuesta: «¿yo? de derechas». Muy bien. Nos encontramos con una situación en que por primera vez el sentido común es de izquierdas y su expresión política es de derechas.

A lo mejor es un espejismo en el que estamos sencillamente embriagados, podría no ser más que un espejismo, pero nos encontramos en una semana de empoderamiento ciudadano gracias a la iniciativa de PODEMOS de la que Santi es impulsor, y te lo quería reconocer y agradecer. Podemos encontrarnos en un escenario en los próximos meses en el que no solamente el sentido común sea de izquierdas, sino que su expresión política también sea de izquierdas. Y para eso yo creo que necesitamos en gran medida un manifiesto. Y lo tenemos.

Yayo Herrero: «Repensar la dependencia, la producción, el concepto de riqueza, los espacios de militancia… confiar en la gente»

Yo querría señalar algunos aspectos que me han hecho pensar y que creo que pueden ser útiles del libro ayudarnos a repensarnos a nosotros mismos como personas que integran este espacio diverso amplio que llamamos la izquierda. En mi caso, las reflexiones que voy a hacer es como persona que integra el movimiento ecologista desde la perspectiva del ecologismo social, de un ecologismo anticapitalista. Voy a rescatar algunas ideas del libro que me parece que nos ayudan a replantar creencias que han colonizado nuestra cultura, y que pueblan los imaginarios tanto de la derecha como de la izquierda.

En primer lugar, el libro llama la atención sobre la necesidad de tomar conciencia de cuáles son las bases materiales que sostienen la existencia humana. Bases materiales que, a su vez, son condiciones antropológicas de vida. Y se señala de una forma clara cómo somos seres eco-dependientes que dependemos de la naturaleza. Una naturaleza que tiene límites, en cuanto a la cantidad de recursos que existen, en cuanto a la propia velocidad de regeneración de aquello que es renovable, como el ciclo del agua… Pero también existe una segunda dependencia material, la dependencia de los otros seres humanos. El libro hace un reconocimiento explícito y extenso a la tarea que en las sociedades patriarcales, no por el hecho de estar genéticamente mejor dotadas para hacerlas, sino por el hecho del rol que impone la división sexual del trabajo, han realizado y realizan las mujeres. El cuidado de los cuerpos vulnerables es una tarea profundamente material, pero también cargada de afectos y emociones.

Los seres humanos somos seres absolutamente inmanentes, vulnerables y ese elemento insoslayable de la vida humana, para mí, marca la política de un forma clara. Cada ser humano, en solitario, simplemente no puede sobrevivir. En el ciclo de vida humano es evidente en la primera infancia, es evidente cuando somos personas mayores y necesitamos del cuidado de otra gente simplemente para vivir vidas que merezcan la pena vivirse, aquellas personas que tienen alguna diversidad funcional o enfermedad necesitan también del trabajo -insisto- material, del cuidado de los cuerpos vulnerables de otras personas. Y, por tanto, es absolutamente imposible pensar en la supervivencia de un ser humano en solitario.

Es decir, somos seres interdependientes. Y eso, creo que es una clave central cuando pensamos qué es ser de izquierdas o qué es hacer política. El capitalismo ha ignorado sistemáticamente cuáles son las bases materiales que sostienen la vida, y por eso en las cuentas del sistema, ni se contabiliza la polinización, ni se contabiliza la fotosíntesis, y no son percibidas como riqueza. Pero tampoco contabiliza ese cuidado de los cuerpos vulnerables que hace simplemente que hoy todos y todas podamos estar aquí.

¿Qué es lo que sucede? Que una buena parte de la izquierda históricamente tampoco lo ha tenido en cuenta. Y por eso nos encontramos con movimientos de izquierdas a los que todavía les cuesta entender que el planeta tiene límites; que siguen apostando por salir de la crisis con políticas de corte neo-keynesiano, que no se van a poder sostener porque no hay recursos ni dinámica de la naturaleza que puedan sostenerlo; que siguen creyendo que vivimos en sociedades donde los cuerpos flotan por encima de sus propias necesidades y de su propia materialidad, sin que nadie los atienda. Digamos que hay sectores de izquierda, igual que el capitalismo en su conjunto, que siguen viendo la economía como si fuera ese iceberg del que solamente se mira lo que se compra y lo que se vende, lo que está sujeto a las reglas del mercado, sin darse cuenta de que, debajo, sosteniendolo todo, sosteniendo el conjunto del metabolismo social, hay una cantidad ingente de horas de trabajo que se incauta el sistema para ponerlo al servicio de la generación de beneficios, y que hay también una cantidad enorme de recursos que se extraen del planeta, que se deterioran irreversiblemente y que no serán susceptibles de otros usos en el futuro. El libro de Santi plantea esta problemática de una forma clara.

Negar la inminencia de los cuerpos, negar la vulnerabilidad de la vida humana ha contribuido de alguna manera a patologizar la dependencia. Desde luego, el capitalismo considera la dependencia una patología que hay que remediar de alguna manera. Y su solución es construir esa imagen, esa ficción de trascendencia, creando la dependencia del mercado. Es decir, nos creemos personas absolutamente independientes y autónomas, y lo que hacemos es ir destruyendo relaciones antropológicas esenciales y haciéndonos depender del mercado. Pero la izquierda también ha construido en buena medida históricamente esa pretensión de autonomía. Ese valorar, o subvalorar, mejor dicho, el poder de las relaciones y el poder de los vínculos.

¿Cuántas veces hemos participado en algún colectivo donde alguien, muy iracundo, decía «yo aquí no he venido a hacer amigos»? Pues yo, donde milito, quiero hacer amigos, porque no me parece que sea posible afrontar un reto como el que tienen que afrontar hoy los movimientos de izquierdas y los movimientos de emancipación si no construimos esos vínculos afectivos y de confianza. La lucha que tenemos por delante es tan desigual, tenemos tan pocas posibilidades que, o somos capaces de construir esa lucha con emociones, con sensación de apoyo mutuo, con la convicción de estar rodeados de la mejor gente que existe, de la más generosa, de aquella con la que podemos caminar, o será muy difícil poder hacerlo. Porque no nos gusta estar en espacios hostiles, no nos gusta estar en espacios donde la gente de la que te separa apenas nada es la que te machaca. Y yo creo que esa es una enfermedad que ha tenido una buena parte de la izquierda, que de forma permanente construye espacios hostiles que a casi nadie le gusta habitar.

Otro eje de reflexión es el de la producción, una noción en la que izquierda y derecha tienen percepciones bastante parecidas. El sistema capitalista, pero también una buena parte de las visiones más productivistas y desarrollistas de izquierdas, han reducido el concepto de producción al mero incremento de los excedentes sociales medidos en términos monetarios. Ciertamente con pretensiones muy distintas después: una es la redistribución y la otra es la acumulación del poder. Pero el problema es que medir la producción en términos monetarios, nos mete en un enorme lío. Porque cuando medimos la producción en términos monetarios dejamos de preguntarnos por la naturaleza de la actividad que sostiene ese crecimiento de la producción; dejamos de preguntarnos para qué sirve lo que producimos. Y llamamos producción lo mismo a las bombas de racimo que al trigo. Y una de esas «producciones» directamente impide la satisfacción de las necesidades humanas, las destruye, destruye el futuro; mientras que la otra producción lo que hace es sostener la vida. Por eso es muy importante vincular la producción a la satisfacción de las necesidades. Pensar en qué, para quién, cuánto y por qué lo producimos. Esta reflexión es crucial en un planeta con límites físicos.

Esto nos lleva directamente a otro tema nodal. Si hablamos de un planeta físicamente limitado, la única posibilidad de justicia es el reparto de la riqueza, pero no sólo de la monetaria. Hablamos del uso del poco petróleo que queda; hablamos de la viabilidad de universalizar determinados bienes que, incluso la gente de izquierda, ha acuñado la idea de que son casi derechos humanos: ¿Puede toda la población del planeta tener coche? ¿Puede toda la población del planeta comer carne cuatro veces a la semana? Físicamente no es posible . Aquello que no es generalizable, no es un derecho, sino que es un privilegio. Y, por tanto, si somos de izquierda y somos conscientes de que hay siete mil millones de personas en el planeta, de alguna manera, todos esos mitos que conducen a establecer determinados modelos productivistas o determinados modelos de desarrollo, habrá que revisarlos también.

Lo que plantea este libro nos puede hacer repensar, por ejemplo qué es un sindicato, cuál es la acción sindical que necesitamos hoy y qué es el trabajo. El sistema económico capitalista y la izquierda más ortodoxa comparten la misma noción de trabajo. «Trabajo es aquello que se hace en el espacio mercantil a cambio de un salario». Si pensamos en cómo se reproduce y se mantiene generacionalmente la vida, trabajo también es cuidar de los cuerpos vulnerables. Y de hecho, no es posible que exista el sistema económico capitalista si no es porque se apropia de un excedente en forma de tiempo social que las mujeres crean en los hogares para que los hombres, y algunas mujeres, puedan liberar tiempo para dedicarlo exclusivamente al mercado. Dice textualmente el libro: «Parir también es un trabajo». Y cuidar de los cuerpos vulnerables es un trabajo. Y el sistema económico capitalista, bajo su propia lógica, jamás podría reproducir una materia prima esencial del proceso productivo, como es la mano de obra. No hay manera de fabricar un ser humano dispuesto a trabajar por el mercado con salarios como los que hay ahora, de 600 euros, bajo la propia lógica capitalista. No lo podría pagar nunca. Por tanto, estamos concibiendo la mano de obra, que no es otra cosa que vida humana, como una mercancía que se pone al servicio del sistema económico capitalista sin valorar el trabajo que cuesta «producirlas», que no solamente es físico, sino que impregna además e involucra las emociones.

Esta forma de pensar ha conducido a que buena parte de la izquierda y el propio capitalismo hayan establecido conceptualizaciones abstractas y descontextualizadas de los seres humanos. En el sistema económico capitalista hablamos del «Homo economicus», ese ser abstracto que supuestamente concurre cada día a los mercados y se da codazos con todo el que tiene alrededor para satisfacer su propio egoísmo. La «mano invisible» de Adam Smith es la que transforma toda esa suma de egoísmos en bien común. Pero la izquierda también ha acuñado sus propios seres abstractos, como cuando hablamos del «hombre nuevo» que llegará. Cuando hablamos de «la victoria final» que llegará, hablamos de seres desencarnados, que no pisan en su contexto, y cuya acción es guiada por las certezas universales e inamovibles de la izquierda. Pero los seres humanos vivimos en carne, pisamos contextos, y siempre estaremos sujetos y sujetas a todo tipo de contradicciones, a todo tipo de incertidumbres, porque la incertidumbre es una condición básica del funcionamiento complejo de la vida, como la física, la termodinámica y la ecología se encargaron de demostrar. Las leyes de la mecánica sirven para fabricar tornillos, pero no sirven para explicar lo vivo y, la política también es vida.

Dice Santi en el libro, de una forma sugerente, «si no hay hombre nuevo como ser abstracto que flota, y no hay momento idóneo de victoria final que vaya a estar libre de contradicciones y riesgos, el socialismo es el camino». El socialismo es también cómo hacemos las cosas, y por eso no nos da lo mismo hacerlas de una forma o de otra. Nos importa mucho el cómo construimos ese futuro, nos importan mucho los procesos por los cuales llegamos a él. Porque es ahí como se va construyendo «hombre nuevo» y es ahí como vamos estableciendo las relaciones de ese mundo que queremos que sea, con todas sus contradicciones.

A mí me parece que el libro nos aporta la posibilidad de repensar muchas categorías. Pensaba al leer el texto que la propia categoría de «clase» la hemos venido tratando como si fuera absolutamente estática, ahistórica, como una noción cristalizada. Si lees por ejemplo a Thompson, el plantea la clase, como una categoría también sujeta a evolución. Si llegamos a la convicción de que la producción es algo más que la producción mercantil capitalista, si incorporamos la idea de que la «producción de vida» también sostiene el metabolismo social, podemos reconfigurar y dar cabida dentro de la categoría clase a sujetos, habitualmente invisibilizados, que tienen experiencia de clase, pero no conciencia. Y yo creo que es fundamental incorporar y visibilizar a todos estas personas a la hora de construir grandes mayorías que puedan darle la vuelta a la situación que tenemos.

Hay una cosa en la que difiero con el libro, que la quiero poner sobre la mesa por si luego sirve para el debate. Santi hay un momento determinado en el que afirma que la situación de la naturaleza y de los ecosistemas es tan vulnerable ahora mismo que hace falta sostener a la naturaleza, sostener a la biosfera. Yo eso no lo creo. Si hablamos de sostenibilidad de la naturaleza es para sostenernos a nosotros mismos. Si cambian de una forma importante las condiciones biofísicas que hacen posible que los seres humanos vivamos en la Tierra, siempre habrá otras especies que puedan adaptarse e las nuevas condiciones. La biosfera ha pasado por grandes crisis y ha sido capaz de reorganizase. LO que puede suceder es que las condiciones hacia las que evoluciones no sean tan favorables para la especie humana. El concepto de sostenibilidad es enormemente antropocéntrico. La apuesta por la sostenibilidad es una apuesta por la viabilidad de la especie humana. Por eso sorprende que sea vista como una preocupación meramente ecologista.

Y me gustaría finalizar diciendo que creo que lo peor de las izquierdas más ortodoxas es cuántas veces se desprecia a la gente, lo poco que se confía poco en la capacidad de las personas de poder construir movimiento. Vivimos un momento delicado en el que convive la regeneración de la movilización política con el riesgo de emergencia de movimientos fascistas. Hay mucha gente extremadamente vulnerable, extremadamente precaria, extremadamente sola, extremadamente despolitizada, y eso es el caldo de cultivo para el fascismo. Hace falta reconvertir el metabolismo económico a una velocidad enorme y no creo que sea posible si no se consigue generar movilización social que parta de la idea básica del apoyo mutuo, de la vulnerabilidad de la persona. No hay manera de construir movimiento si no es así. Necesitamos movilizarnos con la racionalidad y con las emociones Y la izquierda necesita construir ese movimiento y esa ilusión, porque mientras tengamos el riesgo de que con una señora que no puede pagar la bombona de butano en su barrio de la periferia de Madrid se sienta más apoyada por un fascista que la izquierda organizada no podemos hacer nada.

Lo dejo aquí. Simplemente quiero señalar que a mí me ha servido este libro para repensar muchas cosas de mí misma y del movimiento en el que soy activista y creo que es un instrumento muy valioso para abrir muchos debates y tratar de ver cómo podemos virar este camino que nos lleva directamente al desastre.

Santiago Alba Rico: «Un programa de izquierdas al borde de un mundo mucho peor: revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico»

Yo creo que hemos entendido todos bien lo que ha querido decir Luis cuando hablaba de un «subidón». Si uno cae en un abismo de dos mil metros y abajo hay una cama elástica que te permite subir de pronto dos metros, es un subidón, aunque nos quedan todavía 1998 metros para salir del abismo…

Quiero dar las gracias obviamente a Luis, a Carlos y a Yayo, que no están aquí por casualidad, ni tampoco el acuerdo al que ha aludido Carlos es un azar. Me parece extraño que Yayo diga que gracias a este libro ha repensado cosas. Bueno, son estos viajes de ida y vuelta; las cabezas son centrifugadoras donde se lava la colada de mucha gente; y, obviamente, si a ella le obliga a repensar cosas es porque, de alguna manera, yo también las he pensado gracias a ella. Lo mismo con Carlos y con Luis. Y lo mismo con algunas otras personas que están aquí: Eduardo, o Nonita, o Clara, o Dani, o Belén, que me ha hecho una enorme ilusión que viniera esta tarde a este acto y con quien tengo una deuda afectiva e intelectual enorme. El hecho de que Carlos, Luis y Yayo estén aquí, obviamente, tiene que ver con ese acuerdo y, sobre todo, con los dos aspectos más polémicos del libro: el que tiene que ver con eso que yo llamo «reformismo institucional» y con lo que llamo «conservadurismo antropológico», la ética de los cuidados, el ecofeminismo y demás.

Naturalmente, querría dar las gracias a la librería Enclave de Libros, que no conocía y que nos ha dado hospitalidad esta tarde, a todos los que estáis aquí y al editor, al que le decía que no sabía si darle las gracias o maldecirle: cuando me propuso escribir este libro yo tardé mucho tiempo en responderle, por motivos obvios que todos comprenderéis, y que, probablemente, compartiréis. Tengo muchas más preguntas que respuestas, tengo muy pocas certidumbres; digamos que durante los tres últimos años algunas de las certidumbres que creía muy asentadas, incluso, se han debilitado; y cuando me hizo esta propuesta Jordi en nombre de Pol-lens, tras algunos meses, si no recuerdo mal, de silencio y de pensarlo largamente, que a lo mejor el desafío de escribir este libro era una forma de responderme a mí mismo algunas preguntas, algunas cuestiones que no tenía en absoluto claras. En todo caso, hay que decir también, que todos los que lo habéis leído sabéis que este triple programa -revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico- se remonta muchos años atrás. Empecé a hablar de este triple programa probablemente hace ocho o diez años. En ese sentido, el libro no hace sino articular, de una manera más amplia y -yo espero que más o menos coherente- esta triple propuesta.

Al mismo tiempo, sin embargo, sí que creo que hay cuestiones en el libro que tienen que ver con esa articulación en un momento en el que, por un lado, es muy necesario salir de ese abismo en el que estamos cayendo y que tiene que ver con eso a lo que aludía Yayo al final de su intervención; tiene que ver con un cierto desprecio por la gente, que a mí, personalmente, se me ha hecho muy manifiesto a lo largo de lo que se ha mal-llamado «primavera árabe», revoluciones árabes, etc.

En cualquier caso este libro tiene un título que puede parecer provocativo «¿Podemos seguir siendo de izquierdas?», y encima, un subtítulo que parece como una lítote o atenuación: «Panfleto en sí menor». Y hay muchas personas que me han preguntado: ¿por qué la pregunta? y ¿por qué, además, esta atenuación en la respuesta?, y creo que es necesario explicarlo. Yo, en broma, algunas veces he dicho: «bueno, podía haberlo titulado: «Manual de instrucciones para linchar a Santiago Alba Rico», pero me hubiera parecido inmodesto y demasiado narcisista. Y, por lo tanto, me parece que este título cumple la misma función, pero es más riguroso y más impersonal.

«Podemos». El verbo poder es de una enorme ambigüedad semántica. Cuando vemos una señal de tráfico de prohibido adelantar, no podemos adelantar porque lo prohibe la ley y porque a lo mejor si adelantamos y viene un coche de frente, nos matamos y matamos a alguien. Pero, en principio, no hay ningún límite material: una señal de tráfico no es un muro en el camino. Hay poderes que son prescripciones, otros que son prohibiciones, otros que señalan límites materiales infranqueables. Si el título del libro hubiera sido «¿Podemos seguir siendo buenos?» «¿Podemos seguir siendo solidarios?» «¿Podemos seguir siendo justos?» «¿Podemos seguir siendo generosos?» Es más, «¿Podemos seguir queriendo a nuestros hijos?» o «¿Podemos seguir cuidando a nuestros ancianos?» o «¿Podemos seguir respetando a los enfermos, prestándoles atenciones?» La pregunta hubiera generado un cierto escándalo, hubiera parecido que esto es de un cinismo tremendo, o que el programa que iba a defender es un programa de aniquilación de los niños, de los ancianos, de aniquilación de los enfermos. Y, en algún sentido, cuando me pregunto ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? me refiero sencillamente a si es materialmente posible. Como ha dicho en su intervención Luis, refiriéndose a un acontecimiento histórico que utilizo como una metáfora, el de la balsa de «La Medusa»: en un universo en el que los padres tuviesen que comerse a sus niños, que no sería la primera vez que ha ocurrido -de hecho, en largos períodos de la historia los abandonaban los bosques, como relatan los cuentos, y desde luego el capitalismo, si pensamos en el libro de Mike Davies sobre las hambrunas en el período victoriano tardío en la India o en China, demuestra cómo a partir de cierto grado de hambre, todos los vínculos sociales se descomponen y se acaban haciendo barbaridades: la elección finalmente parece que es : «o me suicido o me como a mi hijo». En esas condiciones no es posible ser de izquierda.

El libro no es optimista. Parte de ciertos datos que hay que afrontar con claridad. Imaginemos que estamos realmente en vísperas de la disolución del capitalismo, en una fase terminal del capitalismo. Sería una gran ingenuidad -y esto tiene que ver con algunas de las cuestiones que planteo luego sobre la relación y la pugna entre la historia y la sociedad- creer, como creyó la clase obrera durante mucho tiempo, entre 1880 y 1930, que estamos nadando a favor de la corriente, que lo que sustituya al capitalismo va a ser necesariamente mejor. Lo que entrevemos por ahí es que el mundo puede ir mucho peor. Si pensamos en un contexto de degradación ecológica, con una saturación de armamentos capaces de destruir muchas veces el planeta, con un retroceso de conquistas sociales, con eso que yo llamo la fase superior del capitalismo, que es la mafia, una creciente presencia de las mafias, podemos pensar que vamos a vivir en un mundo mucho peor. Y claro, si finalmente vivimos en un mundo tan malo que la única posibilidad que le queda a las mujeres es soñar con encontrar un harén donde estén a merced de un hombre muy rico y más o menos generoso, y a los hombres convertirse en esbirros del mafioso más poderoso y que mejor les proteja de una muerte inminente, pues ahí ser de izquierdas es complicado.

Al mismo tiempo, esta pregunta -¿podemos seguir siendo de izquierdas?- viene a decir: en vísperas de un mundo que podemos imaginar así, para evitarlo, ¿podemos seguir siendo de izquierdas de la misma manera? Yo ahí concluyo con algunos datos, que se pueden aceptar o no, y que habrá que discutir, sin duda. El dato, primero, de que la sociedad, que tiene sus propias leyes de construcción, muchas veces enfrentada a la historia, ha buscado incluso a lo largo de los últimos quince mil años evitar ser subsumida en ese vientre de ballena devorador que es la historia. La sociedad de alguna manera es irrecuperable para la transparencia, para la conciencia; va a haber siempre zonas necrosadas, opacas, va a haber diversas fuentes de opresión y de alienación con las que no vamos a poder acabar. Si tenemos una sociedad que es irrecuperable para la conciencia; si tenemos un sentido común capitalista en el que, como en un precipitado químico, se mezclan el consumismo, el hedonismo de masas, la incapacidad material a través de las nuevas tecnologías para representarse los efectos que introducimos a nivel mundial; si tenemos nuevas tecnologías, no sólo capaces de destruir el mundo, sino que generan nuevas fuentes de alienación; y si, además, somos los herederos de una historia en la que se mezclan la derrota violenta, por parte de un enemigo feroz y sin escrúpulos, junto con un fracaso que tampoco se puede negar, en vísperas de ese mundo imaginable, de guerra de mafias o de sectas, con armamentos brutales en el que a las mujeres no les va a quedar más solución que el harén y a los hombres convertirse en esbirros de mafiosos, hay que preguntarse: ¿podemos seguir siendo de izquierdas de la misma manera?

De eso trata el libro. La respuesta es cuál sería un programa de izquierdas en vísperas de ese «otro mundo posible», mucho peor que este, para evitarlo y construir un mundo mejor que, como dice Wallerstein, sea relativamente más igualitario, relativamente más justo y relativamente más democrático. Ese programa es eso que yo propongo discutir que es: revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico.

Sobre el primer punto creo que no hay ninguna diferencia fundamental entre nosotros. Quiero decir, que el Manifiesto Comunista de Marx y Engels sigue siendo de una actualidad pavorosa. De hecho, es cada día más actual. Y es un texto básico, comprensible para todos, que permite saber -porque ahí lo explica muy bien Marx- por qué el capitalismo es irreformable, y cómo funcionan las crisis; cómo, en realidad, en una crisis toda solución desde el interior que se pretenda para solucionar una crisis capitalista agrava el problema, naturalmente en beneficio de una clase social que va a acaparar los beneficios.

Y luego están los otros dos puntos, que quizás sí plantean más problemas. Y empiezo por el último: conservador en lo antropológico. Naturalmente, a nadie se le ocurrirá que se me está pasando por la cabeza defender la ablación del clítoris, la lapidación o el patriarcado. Estoy hablando de cosas muy sencillas. Y de algo que tiene que ver con el hecho de que las apariencias son de alguna manera irreductibles, que lo que caracteriza esa chapuza que llamamos ser humano tiene que ver con las apariencias: los seres humanos no viven entre las causas, viven entre las cosas, viven en un mundo de apariencias. Y la apariencia es irreductible.

Por una casualidad que lamento que se haya producido ahora, porque hubiera introducido esa cita en mi libro, releyendo los pensamientos de Pascal me encontraba con una frase que, como tantas otras de Pascal -que era un gran materialista, sobre todo cuando tenía que pensar lo imaginario, la hegemonía cultural- dice algo así como: cuando de algo no se sabe la verdad, es bueno que haya errores comunes que fijen el espíritu humano. No dice que es «inevitable», que lo es; dice que es incluso «bueno». Es el hecho de que los seres humanos no viven entre las causas, viven entre cosas: viven entre montañas, entre árboles, entre otros seres humanos, viven entre objetos que ellos mismos han creado, y cada vez que introducen algo en el mundo, con ese cuerpo que ya es una fuente de opacidad y de alienación, introducen una nueva opacidad en el mundo, cuya consistencia coriácea habrá que combatir.

Quiere esto decir que si las apariencias son irreductibles, y habiendo, como hay, muchas maneras de decir el ser humano, lo que no hay es una forma científica de ser hombre. Creo que eso es algo que deberíamos aceptar. Si no hay ninguna forma científica de ser hombre, tenemos, de alguna manera, que resignarnos, pero buscando ahí también placer, satisfacción, a vivir en un mundo de apariencias. Y cuando hablo de apariencias -y por eso digo conservador- ¿de qué estoy hablando? Estoy hablando de la Tierra, estoy hablando de los objetos y estoy hablando de los cuerpos. Una silla es una apariencia, no sólo porque es un relato que hay que desmontar para saber quién lo ha fabricado y en qué condiciones de producción, sino porque cuando uno se sienta en una silla olvida, legítimamente, el esfuerzo que ha hecho falta para fabricarla. Y es muy legítimo olvidar la silla en la que uno está sentado.

Una silla es una apariencia. Y si hay algo que reprocharle al capitalismo, aparte de todos los muertos que ha producido, todas las guerras, la destrucción del planeta, es precisamente que mantiene una guerra a muerte contra las apariencias. Y por lo tanto, digamos, a contra de la crítica que se hace al capitalismo y al consumo desde la derecha, por «materialista», es una corriente mística, que lo disuelve todo en un permanente proceso constituyente. Un permanente proceso constituyente es un permanente proceso destituyen. Y eso es la mística. Los santos que se iban al desierto lo que decían era: «cuidado, todo es apariencia y todo debe ser disuelto en el único poder constituyente que es Dios, y vamos a entrar en relación directa con Dios». Yo creo que los seres humanos no pueden entrar en relación directa con ningún dios: lo hacen siempre a través de ídolos, de montañas, de árboles, a través de otros cuerpos. Y, en cualquier caso, es bueno, es necesario, frente a ese tsunami místico del capitalismo, defender las apariencias. Defender la tierra, defender las cosas y defender los cuerpos. ¿Y por qué no hay ninguna forma científica de ser hombre? Porque si hay muchas maneras de decir el ser humano, en todo caso, en todos los lugares del mundo, hay dos formas de decirlo que se repiten, y todas dicen: el ser humano es mortal, es finito; y el ser humano se reproduce a través de los cuerpos femeninos. Lo que genera luchas, que no tienen que ver siempre con la lucha de clases, que las atraviesan, y que son fuente de atrocidades sin límite.

En todo caso, estas dos formas de decir el ser humano que de alguna manera comparten todos los decires del ser humano son las que generan, y generarán siempre, una forma de producir sociedad humana, inseparable de focos necrosados, de alienación. Como decía Lukács, no habrá, -y yo no quiero que haya- otro mundo posible sin lucha de clases en el que la cuestión cotidiana, la única que tendrá que afrontar el ser humano, será la cuestión metafísica de la muerte y, por lo tanto, del sentido de la vida. El ser humano si algo ha producido siempre es sentido de la vida. Justicia, pocas veces. Igualdad, muy pocas veces. Derecho, muy pocas veces. Pero sentido de la vida lo producimos, lo segregamos como los caracoles baba. Y por lo tanto, no será ese el problema. Y no es ese el problema al que debe hacer frente la izquierda.

Si reconocemos que hay un ámbito que es social, que tiene sus propias leyes de construcción, enfrentado al vendaval de la Historia que ta bien ha descrito Carlos, al que cito muchas veces en el libro, ¿cuál es la mediación que existe entre la Historia y la sociedad? Identificando la Historia como una fuerza natural, que impide -como bien ha explicado Carlos- la apertura de espacios contra el tiempo para sostener en público palabras con sentido. Pues la única mediación que a mí se me ocurre es, precisamente el Derecho. La única transparencia que hay en un mundo de opacidades entre el vendaval de la Historia y la necrosis social es el Derecho. Y como, en cualquier caso, los seres humanos tenemos un cuerpo mortal, del que nos avergonzamos, porque si algo produce vergüenza -eso lo llamaban los griegos «aido», pudor- es el ir a morirse, la única transparencia que se puede introducir entre la sociedad y la historia es el Derecho. Y digo, como en cualquier caso, esa transparencia va a estar siendo permanentemente borrada por la finitud de las relaciones humanas, los cuidados, por todas las trampas que nos tiende el lenguaje y todas las trampas que nos tienden los cuerpos, hay que fijar esa transparencia en leyes, porque, de otra manera, olvidaríamos qué es exactamente lo que debemos hacer, lo que significa un progreso bajo el vendaval de la Historia o bajo la presión espesa de las tradiciones.

Esto es lo que yo cuento en este libro, a sabiendas de que una vez que termina uno un libro, el mundo sigue encadenando acontecimientos y uno sigue pensando. Es una suerte poder escribir un libro, porque te obliga a pararte y a reflexionar, pero obviamente, este libro yo mismo ya lo he superado. Como decía Bernard de Claraval, un gran teólogo, muy malvado por lo demás, que acababa siempre sus libros: «terminó el libro pero no la búsqueda». Y es así, esa búsqueda es sin duda de un mayor conocimiento, y creo que desde la izquierda, a veces, una cosa que nos falta es conocimiento. Y por eso es para mí un privilegio no solamente tener sobre mis hombros el peso de las generaciones muertas -«la democracia de los muertos» de la que hablaban Marx y Chesterton-, sino también esta atracción de las generaciones que me suceden, que yo creo que en bastantes aspectos son más inteligentes, lúcidas y están mejor formadas que la nuestra. La búsqueda, por lo tanto, implica aprender más acerca de lo que está ocurriendo, tratar de conocer lo más posible. Pero también es una búsqueda de una práctica política que, aceptando que estamos en vísperas de un eventual apocalipsis y partiendo de los datos que he mencionado en este libro, es necesaria una práctica política que entronque con esas mayorías que, como digo en el libro, creen ser de derechas, pero son de izquierdas.

Por tanto, la respuesta a «¿Podemos seguir siendo de izquierdas?» requiere añadir dos preguntas más: Una es ¿qué queremos? Y la otra es si queremos. Gracias