Al hilo del debate sobre las polémicas primarias convocadas por el Consejo Ciudadano de Podemos, me gustaría llamar la atención de entrada sobre un curioso efecto óptico que no sólo explotan los medios del régimen obstinados en desprestigiar el proyecto podemita: el de la «falta de democracia». Veamos. Entre la «democracia» y la forma «partido» […]
Al hilo del debate sobre las polémicas primarias convocadas por el Consejo Ciudadano de Podemos, me gustaría llamar la atención de entrada sobre un curioso efecto óptico que no sólo explotan los medios del régimen obstinados en desprestigiar el proyecto podemita: el de la «falta de democracia». Veamos. Entre la «democracia» y la forma «partido» hay la misma relación de complementariedad contradictoria que entre la «voluntad» y el «cuerpo»: el cuerpo es el medio que expresa y limita la voluntad como la forma partido es el medio que expresa y limita la democracia. Cuando un partido trata de organizarse democráticamente -y en la misma medida en que es «organización»- se vuelve enseguida, y de manera objetiva, insuficientemente democrático y, por lo tanto, antidemocrático. Esa es la diferencia entre los partidos clásicos, que nunca pretendieron ser democráticos, y Podemos, cuyo impulso fundacional mismo está asociado a la democracia más pura; es decir, a la defensa de una voluntad sin cuerpo. Esta diferencia aboca a una curiosa y perversa paradoja. Los partidos tradicionales no son antidemocráticos porque no son democráticos mientras que Podemos, porque es el único partido construido democráticamente, no es ya lo bastante democrático y, puesto que no es lo bastante democrático, acaba siendo, tanto para los periódicos de la derecha que aceptan con naturalidad la ausencia de primarias en el PP o en Ciudadanos como para un sector de la izquierda alérgico a los cuerpos, acaba siendo -digo- el único partido antidemocrático del arco político español. En este sentido, conviene recordar que el reglamento de primarias no ha sido «impuesto» por Pablo Iglesias sino aprobado por el Consejo Ciudadano, elegido a su vez por los inscritos, y que el hecho de que algunos de sus miembros se hayan abstenido o votado en contra revela precisamente el carácter banalmente democrático de la decisión.
Ahora bien, una vez denunciado este efecto óptico que explotan de manera hostil y fraudulenta la derecha y la izquierda por igual (el de que el partido más democrático parezca el único antidemocrático) conviene recordar que la democracia organizada, como la voluntad corporizada, admite distintos grados y calidades. Convocar primarias es siempre más democrático que no convocarlas, pero las primarias convocadas por el Consejo Ciudadano de Podemos son objetivamente menos democráticas que otras alternativas posibles, y ello tanto en lo que se refiere al reglamento mismo como a los plazos establecidos. El centralismo jurisdiccional, la prelación corregida a continuación por una decisión arbitraria y, desde luego, la concepción misma de las listas configuran un modelo que sólo puede defenderse al margen de la legitimidad participativa. Lo que me importa, en todo caso, no es tanto el contenido mismo del debate como el análisis de los lugares desde los que se interviene en él, así como los efectos que esas intervenciones introducen en el proyecto de cambio de Podemos en vísperas de las elecciones más decisivas de los últimos 35 años.
Son cuatro -me parece- las posiciones reconocibles respecto del contenido «insuficientemente» democrático de las primarias podemitas. La primera es la de los que consideran el cuerpo sobre todo un obstáculo para la voluntad. Esta izquierda -que en otras ocasiones he llamado «líquida»- tiene toda la razón en sus críticas, pero tiene razón -digamos- «fuera de lugar», desde ninguna parte, como pura voluntad sin medios. Es imposible no compartir su preocupación, así como muchos de los principios enunciados, pero están tan fuera de lugar que no sólo son incapaces de incidir en la construcción organizativa sino que, de algún modo y al contrario, acaban contribuyendo a «solidificar» sus tentaciones más conservadoramente «corporativas».
El segundo lugar desde el que se aborda el debate también esta «cargado de razón»: es el de algunas familias internas de Podemos, ya articuladas en sus nervios dirigentes, que denuncian la «insuficiencia» democrática de las primarias, menos por principio que por cálculo, en el marco de una negociación conflictiva, muy de vieja política, por cuotas de poder y territorios.
En tercer lugar está la posición -digamos- propiamente «organizativa», la que ha decidido la votación del Consejo Ciudadano, que ha aceptado de manera muy conservadora los límites impuestos al mismo tiempo por el «aparato» y por el enemigo; es decir, los riesgos de un adelanto electoral, los peligros de un parlamento poblado de Patos Donald y la propia relación de fuerzas interna entre distintos modelos estratégicos y de liderazgo. Como algunas veces antes, da la impresión de que este conservadurismo organizativo no se ha percatado de que -dice el refrán popular- «lo barato sale caro» y que el menor riesgo produce a menudo el mayor mal. El cuerpo es un obstáculo para el vuelo pero un medio para el salto y uno tiene la sensación de que los órganos elegidos por los inscritos apuestan casi siempre por una inmovilidad cautelar que expone a más peligros de los que acarrearía un pequeño salto o un pequeño sobresalto.
Pero está finalmente el cuarto lugar, el de la «gente», que es el que me interesa, un lugar en el que este debate no tiene la menor relevancia o incidencia. Eso no es bueno, desde luego, pero es un hecho. Esa «gente» es la materia prima con la que hay que construir «ciudadanía» o «pueblo», y ello requiere como condición su apoyo electoral. El reglamento y la temporalidad de las primarias son criticables desde un punto de vista democrático, pero son más criticables aún desde el punto de vista de la interpelación electoral. A la gente no le importa el debate pero sí las listas y la consecuencia evidente del carácter insuficientemente democrático del reglamento y de la premura insuficientemente democrática de los plazos es que reduce las posibilidades de que Podemos se abra a candidatos exteriores cuyo peso y autoridad transversales movilicen al mismo tiempo a los círculos y al electorado. Ni hay tiempo para buscarlos ni es fácil que, en estas condiciones, los mejores acepten. No es que no me importe que se pierdan votos por la izquierda, pero me importa más que no se ganen por la derecha. Estas primarias soliviantan a una pequeña izquierda que tiene razón fuera de sitio, reactivan divisiones internas, alimentan el conservadurismo organizativo y, sobre todo, limitan las posibilidades de arrancar votos al PSOE y a la abstención con una lista realmente «popular» -y no sólo plural partidista. Quizás no se podían hacer mejor las cosas y habrá que esperar el resultado de las negociaciones; cuando se tiene cuerpo -es la paradoja- la voluntad se mueve menos libremente. Pero incluso con este cuerpo (que es insuficientemente democrático, como todos, pero bastante democrático, como muy pocos lo son) se podían haber hecho mejor las cosas.
Grecia ahora -con la victoria inapelable de la moderación política y la dignidad democrática- nos da un empujón al mismo tiempo que nos exige cometer los menos errores posibles. Por los griegos, por Europa, por la gente que lucha en todo el mundo, es ya un imperativo casi moral ganar las próximas elecciones.
Santiago Alba Rico. Filósofo y columnista. Su última obra publicada es Islamofobia. Nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015).
Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/2015/07/06/primarias-podemos-el-cuerpo-y-la-voluntad/7281