Para Paco Puche, Jesús Otaola y Beatriz Méndez, con amistad, agradecimiento y admiración. No recuerdo exactamente cuando visité una librería por primera vez. ¿A los 14, a los 15 años? Pocos libros en casa. Una enciclopedia –Monitor la llamaron, de la editorial Salvat- que yo me iba haciendo poco a poco. Comprábamos los fascículos en […]
Para Paco Puche, Jesús Otaola y Beatriz Méndez, con amistad, agradecimiento y admiración.
No recuerdo exactamente cuando visité una librería por primera vez. ¿A los 14, a los 15 años? Pocos libros en casa. Una enciclopedia –Monitor la llamaron, de la editorial Salvat- que yo me iba haciendo poco a poco. Comprábamos los fascículos en el quiosco. Mis padres, que habían empezado a trabajar de niños, a los 8 años, en el campo apenas sabían leer y escribir. Sin embargo, como tantas otras familias obreras de padres nacidos en las primeras décadas del siglo XX, enseñaron a sus hijos a amar los libros y a los escritores, a respetarles. A respetar la cultura, en su propio decir. Yo les debo a ellos ese amor (y casi todo lo esencial de mi vida). Recuerdo emocionado cuando mi madre me ayudaba a comprar los libros del selectivo de Ciencias visitando librerías, facultades y lugares de la ciudad que nunca antes había pisado. Estaba orgullosa, feliz, y más libre y guapa que nunca, aun gastándose un dinero que no abundaba en casa.
Los primeros libros que adquirí en esa librería que visité de adolescente (de cuyo nombre no logro acordarme) fueron poemarios de Neruda, Espriu y Miguel Hernández. También una biografía de Marx (la de Mehring, la que editó Grijalbo), y otra de Lenin (de Gerald Walter). Y La madre de Gorki que leí con pasión. Por eso mi primer «nombre de guerra» en la lucha antifascista fue Sara.
Esa primera visita se convirtió en placentera rutina. Iba a todas las librerías que podía. Laicos actos litúrgicos semanales para mí. Algunos nombres: Documenta, Cinc d’Oros, Leviatan más tarde. Una vez, lo confieso con vergüenza, tenía entonces 19 años, me cogieron robando libros en el Drugstore de Paseo de Gracia. Andaba mal de dinero. Uno de los que me llevé, pagué finalmente, era La revolución teórica de Marx de Althusser. No he vuelto a hacerlo, por supuesto que no. Hay que evitar esas tentaciones. Las librerías no son las grandes corporaciones cultas del capital.
Durante un tiempo creí que podía retener en mi memoria todos los libros que se iban editando (en castellano y en catalán) y que con esfuerzo, sin perder tiempo en tonterías, podría leerlos todos. Todos los nombres, todos los libros.
Soñé más tarde -no fue una vez tan sólo- en tener una librería propia. Con amigos, con compañeros. Lo conseguí algunos años después. «Nou Vents» se llamaba «mi» librería, una librería de activistas del MC (yo militaba entonces en el partido) que entonces estaban agotados, que ya no podían más. Pero aquello no duró mucho. Mi compañero de aventura libresca tenía otras finalidades, más crematísticas las suyas. Me fui. La lucha de clases perspectivas no podía ni debía habitar en aquel lugar sagrado.
Pensé después en otra aventura, «Tot poesia» era el nombre. Una librería en Barcelona, en lugar popular y céntrico, donde nos especializaríamos en libros de poesía, sólo de poesía, con espacios para lecturas, encuentros, presentaciones. Fue un sueño, una idea, una ideílla más bien. Nada más, nunca se concretó.
Estas visitas librescas le suelen hacer a uno y a mí mi hicieron. Es muy usual que cuando visite cualquier ciudad, de España o de cualquier otro lugar (Lisboa, Porto, París, Firenze, por ejemplo), visite sus librerías. Todas ellas interesantes, hermosas. Pero ninguna hasta el momento como nuestra librería, nuestra premiada librería, la PP… Perdón, la Promeo Prometeo.
¿Cuál es la singularidad de la Librería Promeo? El amor sincero por los libros, que no son simples mercancías a colocar «al cliente-comprador», y la capacidad de sus trabajadores para mostrar ese amor que sienten por su «materia prima» y por su trabajo. Yo mismo lo comprobé un día viendo y escuchando como Jesús Otaola, sin que me viera, explicada un libro a una persona amiga. Lo compruebo con frecuencia cuando veo como Nuria prepara los libros que luego editan (porque también editan, también existe Ediciones del Genal).
Además, por si faltara algo en este cuadro, estuve por vez primera en Proteo en abril de 2016, doce después de mi matrimonio con Mercedes Iglesias Serrano. Fue en un 14 de abril además. El amigo Paco Puche nos llevó al hermoso templo y nos presentó a todos los compañeros y compañeras que allí trabajan. Nunca olvidaré esa visita y nunca habitará mi olvido sobre sus gentes y sobre ese lugar maravilloso de mil iniciativas, de buen gusto (incluso arquitectónico) y de goce. Un espacio donde el poder (que no es poder) está en buenos manos: el libro es el rey… perdón, es el presidente de una república abierta a todos los trabajadores y a todos los ciudadanos sin condiciones de entrada ni de salida. Solo respeto y amor por los libros, otra de las formas en la que la dignidad se presenta.
Lástima no tener el arte y la voz de Silvio Rodríguez para poder decir como él los versos de Brecht. Lo intento con alguna modificación. Hay librerías que duran tres o cuatro años, y eso está bien, muy bien. Otras duran más, dos, tres décadas; mejor si cabe. Pero hay otras, como la librería Proteo, que duran toda la vida, todas nuestras vidas. Estas últimas son las imprescindibles. Nos han hecho y nos seguirán haciendo. Un regalo que debemos seguir mereciendo.
Jamás en ella y en sus gentes habitará nuestro olvido. Solo cabe nuestro cariño, respeto y devoción, la devoción a ellos debida.
PS: La dirección, por si se acercan a Málaga: Calle Puerta Buenaventura, 3, 29008 Málaga. No se la pierdan.
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