Transcripción (abreviada) de la exposición realizada el 28 de julio en el marco del 32 Encuentro Internacional de Jóvenes de la IV Internacional, organizado en Bélgica. Agradezco las aportaciones de quienes intervinieron, que me han llevado a retocar y precisar este texto en algunos puntos. En abril de 2014, dos equipos diferentes de glaciólogos americanos […]
Transcripción (abreviada) de la exposición realizada el 28 de julio en el marco del 32 Encuentro Internacional de Jóvenes de la IV Internacional, organizado en Bélgica. Agradezco las aportaciones de quienes intervinieron, que me han llevado a retocar y precisar este texto en algunos puntos.
En abril de 2014, dos equipos diferentes de glaciólogos americanos especialistas en la Antártida llegaron -por métodos diferentes, basados en la observación- a la misma conclusión: debido al calentamiento global, una parte del casquete glaciar ha comenzado a derretirse y este deshielo es irreversible.
Aunque los científicos son reacios a decir que sus proyecciones son ciertas al 100%, estos fueron categóricos: «El punto de no retorno se ha sobrepasado» declararon en una conferencia de prensa conjunta. Ya nada, según ellos, puede impedir una aumento del nivel de los océanos de 1,2 metros en los próximos 300 o 400 años. Consideran más que probable que el fenómeno provocará una desestabilización acelerada de de la zona adyacente, lo que posteriormente podría desencadenar un aumento suplementario del nivel de los océanos de más de 3 metros /1.
La catástrofe silenciosa está en marcha
Las consecuencias de un aumento del nivel de los océanos de tal magnitud no se le escapan a nadie. Es suficiente recordar que 10 millones de habitantes de Egipto viven a menos de 1 metro de altitud, 15 millones en Bangladesh, unos 30 millones en China e India, unos 20 millones en Vietnam… Sin contar las grandes ciudades construidas en las zonas costeras: Londres, Nueva York, San Francisco…
Sin duda, se pueden construir diques de un metro de alto, a condición de contar con los medios financieros y tecnológicos. Pero no se pueden construir diques de diez metros de altura. Incluso si se pudiera, pocas personas aceptarían vivir tras él.
Ahora bien para comprender bien la dimensión de la amenaza, hay que saber que el deshielo del casquete antártico solo es una de las cuatro causas del alza del nivel de los océanos. Las otras tres son: la dilatación térmica de las masas de agua, el deshielo de los glaciares de las montañas y el deshielo del casquete de Groelandia. Si la cantidad de hielo acumulada bajo las tierras sumergidas se fundiera completamente, le seguiría una subida del mar de más de 90 metros.
Uno de los autores del capítulo «aumento del nivel del mar» del cuarto informe del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), Anders Levermann, intentó globalizar las proyecciones del aumento que los modelos imputan a estas cuatro causas. Su conclusión es inquietante: a cada grado Celsius de aumento de la temperatura media de la superficie respecto a la de finales del siglo XVIII le correspondería un aumento del nivel de los océanos de 1,3 metros en el punto de equilibrio/2.
El diferencial de temperatura en relación al periodo es actualmente de 0,8º C de aquí a final de siglo Si Levermann tiene razón, el correspondiente aumento de 1,84 metros en el equilibrio es ya inevitable.
Fatih Birol «economista jefe» en la Agencia Internacional de la Energía no es ni un bolchevique ni un ecosocialista. Recientemente, ha admitido que la tendencia actual en materia de emisión de gases de efecto invernadero es perfectamente coherente con un recalentamiento de 6º C de aquí a finales de siglo, pudiendo llegar más allá de 11ºC /3.
En la hipótesis en que las conclusiones de Levermann sean exactas, entonces estaríamos creando las condiciones del equivalente aumento del nivel de los mares en equilibrio de 13,8 metros o más. Es una de las razones por las que ninguna adaptación a un calentamiento de esta amplitud es posible en un mundo de 9.000 millones de habitantes /4.
En estas proyecciones la expresión «en equilibrio» significa esto: el momento en el que se alcanzará un nuevo punto de equilibrio entre la temperatura media de superficie y la cantidad de hielo presente en el globo. Concretamente esta vuelta al equilibrio energético del sistema Tierra debería tardar entre mil y alrededor de dos mil años.
De mil a dos mil años, es mucho tiempo. Pero el aspecto importante es que el proceso, una vez iniciado, no puede detenerse: a determinada concentración atmosférica X de gas invernadero corresponderá inexorablemente una aumento Y de la temperatura, que provocará una dilatación Z de las masas de agua y el deshielo de una cantidad Z’ de hielo que, transformado en agua, aumentará el volumen de los mares.
La única manera de parar este encadenamiento de causas y efectos sería colocar el planeta en el congelador. Existe una especie de congelador natural: son las glaciaciones. Pero evidentemente, las glaciaciones no se desencadenan por encargo. Los astrofísicos creen que la próxima sucederá lo más pronto, dentro de 30.000 años.
Hasta ahora, solo he recordado el impacto del calentamiento sobre el aumento del nivel de los océanos. Este aumento da una imagen impresionante del terrible peligro -irreversible a escala humana del tiempo- que se acumula en silencio encima de nuestras cabezas. Pero, como sabéis, es solo una de las consecuencias del cambio climático. Me limito a enumerar rápidamente otras, que son más amenazadoras a corto plazo que el aumento de las aguas y algunas de las cuales ya son perceptibles:
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El descenso de la productividad agrícola. Se estima que la productividad global aumentará hasta 3ºC de aumento de temperatura respecto al siglo XVIII. Pero ahora baja en algunas regiones tropicales, especialmente en África subsahariana.
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Los fenómenos meteorológicos extremos. Si este campamento de jóvenes hubiera empezado dos semanas antes, habría llegado en plena canícula, con temperaturas superiores a los 35º durante más de una semana lo que en otro tiempo era excepcional en estas regiones, pero que tiende a producirse cada vez más a menudo.
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Las consecuencias para la salud: si vuelve a hacer calor y os tumbáis en el bosque, tened cuidado con las garrapatas. Estos acáridos portadores de la enfermedad de Lyme son mucho más numerosos que antes porque los inviernos son cada vez más suaves. En las regiones subtropicales, la extensión de la zona propicia al desarrollo de la malaria es ya un grave problema sanitario.
Una degradación acelerada de todos los parámetros ecológicos
Al mismo tiempo, el cambio climático solo es una manifestación entre otras de una degradación acelerada del medio ambiente. A propósito de esto, se habla de una «crisis ecológica». He explicado anteriormente por qué esta expresión, en mi opinión, es impropia. Limitémonos por ahora con dejar constancia de que la «crisis ecológica» conlleva numerosas facetas. Las principales son las siguientes:
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La acidificación de los océanos: constituye una seria amenaza para numerosos organismos marinos cuyo esqueleto externo de carbonato de calcio no resistiría una acidificación demasiado fuerte.
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El declive de la biodiversidad: actualmente se conoce lo que los biólogos denominan la «sexta ola de extinción» de los seres vivos y es más rápida que la precedente que es la de la desaparición de los dinosaurios hace sesenta millones de años.
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La alteración del ciclo del nitrógeno y el fósforo, lo que podría provocar un fenómeno mal conocido de muerte súbita de los océanos que parece que ya se produjo de forma natural en la historia de la Tierra.
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La destrucción de la capa de ozono en la estratosfera que nos protege de los rayos ultravioletas. Es el único dossier medioambiental importante sobre el que los aspectos positivos han mejorado, volveré sobre esto más adelante.
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La degradación y sobreexplotación de las reservas de agua: actualmente, el 25% de los cursos de agua no llegan al mar porque sufren captaciones muy importantes, especialmente por la agricultura de regadío.
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El envenenamiento químico de la biosfera: en un siglo, la industria química ha creado 100 millones de moléculas que no existían en la naturaleza y de las que un cierto número, especialmente los compuestos tóxicos, no pueden ser descompuestos por agentes naturales.
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La destrucción de los suelos y la pérdida de tierras cultivables.
Todos estos fenómenos están interconectados y el cambio climático ocupa una posición central. La acidificación de los océanos, por ejemplo, es el resultado de las crecientes concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, que al mismo tiempo, es el principal gas de efecto invernadero. El declive de la biodiversidad, así mismo, se debe en parte al calentamiento: es tan rápido que algunas especies no llegan a salvarse mediante la migración.
Sobre todo, todos estos fenómenos tienen en común que su representación gráfica permite observar curvas análogas, de tipo exponencial, con una aceleración neta desde los «Treinta Gloriosos»:
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la curva de las concentraciones atmosféricas de gas de efecto invernadero en función del tiempo es exponencial;
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la curva del número de especies que desaparecen en función del tiempo es exponencial;
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el aumento de la acidificación de los océanos en función del tiempo es exponencial;
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la cantidad de suelos destruidos es una curva exponencial
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la cantidad de fosfatos y nitratos arrojados al mar lo es igualmente;
El perfile común de todas estas curvas demuestra claramente un origen común. La cuestión planteada es: ¿cuál es este origen?
Sí a la transición demográfica, no a las maniobras de distracción
A esta pregunta, un sector reaccionario y misántropo, muy presente en los medios de comunicación de masas, responde señalando con el dedo la naturaleza humana o la población, o a las dos. La Tierra estaría «enferma de humanidad» como dice James Lovelock en la conclusión de su ensayo sobre Gaia /5. Patriarcado obliga, las mujeres están en el punto de mira de esos señores.
Debemos ser muy firmes en esta cuestión. Se da por supuesto que el número de seres humanos sobre la Tierra, es un factor de la ecuación medioambiental. Sería estúpido negarlo. Además, somos partidarios de la estabilización de la población, lo que se llama la transición demográfica. Pero ponemos en guardia sobre las soluciones autoritarias, neoliberales y bárbaras que la obsesión demográfica hace germinar en ciertos cerebros, por ejemplo, la proposición de establecer «derechos de procrear» intercambiables, semejante a los «derechos de contaminar».
La transición demográfica depende fundamentalmente de dos elementos: el derecho de las mujeres a controlar su propia fecundidad -incluyendo el derecho al aborto en buenas condiciones- y una seguridad social digna de ese nombre -especialmente, un sistema de pensiones que permita a las personas mayores vivir dignamente sin la ayuda de numerosos hijos-.
Si se excluyen las soluciones bárbaras -¡y evidentemente hay que excluirlas!- la transición demográfica es un proceso lento, que no responde a la urgencia medioambiental. Por eso, hay que estar vigilantes: lo más normal es que quienes buscan una solución a la crisis ecológica por parte de la población quieren distraernos de sus auténticas causas.
Ahora bien, no es porque somos demasiado numerosos, por lo que el 50% de los alimentos producidos a nivel mundial nunca acaba ni en nuestros platos ni en nuestros frigoríficos.
No es porque somos demasiado numerosos que la parte que acaba en nuestros platos o en nuestros frigoríficos llega después de haber recorrido miles de kilómetros a menudo inútiles.
No es porque somos demasiado numerosos que esta parte implica cada vez más la carne, especialmente la de vacuno, cuando la alimentación con mucha carne es mala para la salud.
No es porque somos demasiado numerosos que las empresas gastan fortunas en publicidad para provocar en la gente artificialmente necesidades de consumo alienadas, compensación miserable para la pobreza de las relaciones humanas en esta sociedad.
No es porque somos demasiado numerosos que las empresas rivalizan en ingeniosidad para que las mercancías que nos venden se usen y se averíen cada vez más rápido y que no sean reparables.
No es porque somos demasiado numerosos que los estados gasten fortunas y derrochen ingentes recursos en armamento y en materiales de vigilancia y seguridad.
No es porque somos demasiado numerosos, en fin, por lo que quienes toman las decisiones económicas y políticas, aunque estén perfectamente informados de los peligros, rechazan desde hace medio siglo organizar seriamente la transición hacia un sistema energético basado exclusivamente en las renovables que bastan ampliamente para satisfacer las necesidades energéticas de la humanidad.
Un doble callejón sin salida del capitalismo
En realidad, lo habéis comprendido, la causa de estos fenómenos no es la población ni la naturaleza humana sino el capitalismo y la «naturaleza» de esta forma de producción contra natura. En realidad, las curvas exponenciales de la degradación medioambiental no son otra cosa que la manifestación de la ley fundamental del capitalismo: «Siempre más».
Un capitalismo sin crecimiento es una contradicción en sus propios términos. La explicación es simple: en este sistema basado en la competencia por el beneficio, cada propietario individual de los medios de producción está obligado a buscar permanentemente reducir sus costes, especialmente sustituyendo a trabajadores por máquinas que aumenten la productividad del trabajo. Este requisito es completamente imperativo: quien quisiera sustraerse a él sería inmediatamente condenado a la muerte económica.
Por tanto, el capitalismo es por esencia, productivista. Siempre produce más mercancías, lo que implica apropiarse y saquear más recursos naturales, explotar siempre más la fuerza de trabajo -sea directamente en la producción, sea indirectamente en los servicios y en la reproducción de la fuerza de trabajo-, y destruir siempre los saberes y las lógicas alternativas a su propia «lógica» bulímica.
En esta lógica capitalista insensata, la «crisis ecológica» misma solo se percibe como una «estupenda oportunidad para nuevos mercados». Por eso, la prensa económica exalta las posibilidades del mercado de las renovables, del mercado de los derechos de contaminar, del mercado de la agricultura (seudo)bio, etc. Desaparecida la globalidad del problema, la solución global también desaparece tragada por el apetito de beneficio de los capitalistas particulares.
Es evidente que las seudosoluciones de este «capitalismo verde» no resolverán nada. No derrocharía mi tiempo en explicarlo. Como decía Albert Einstein, no se resuelve un problema con los medios que han causado el problema. No se resolverá la crisis ecológica mediante los mecanismos de mercado y el productivismo que son la causa de la crisis ecológica.
A propósito de esto, tomad nota: como he mencionado, el único aspecto de la crisis ecológica en el que la dinámica exponencial de la destrucción se ha roto, es la desaparición de la capa de ozono. Las emisiones de gas responsables del fenómeno disminuyeron mucho después del Protocolo de Montreal (1987). Ahora bien, justamente es en el único ámbito en el que los gobiernos (por una serie de razones muy particulares en las que no voy a a profundizar) recurrieron a medidas de regulación más que a mecanismos de mercado /6.
La conclusión salta a la vista: no es la naturaleza la que está en crisis, es la sociedad capitalista. Hemos llegado a un estadio en el que el absurdo de este modo de producción altera gravemente las relaciones entre la humanidad y la naturaleza de la que forma parte hasta el punto de poner en peligro mortal a una buena parte del género humano. Por esta razón no me gusta la expresión de «crisis ecológica».
El término de «crisis» es además, incorrecto. Una crisis es un momento de transición entre dos estados de un sistema. En mi opinión, no se puede hablar de «crisis» para describir el conjunto de fenómenos exponenciales de degradación del medio ambiente que ya he recordado y que se amplían desde hace dos siglos.
No es a una «crisis» a lo que tenemos que responder sino a un doble callejón sin salida del capitalismo, a la vez en el plano medioambiental y en el plano social (en síntesis: la tendencia a la baja de la tasa de beneficio y la forma en la que el capital intenta contrarrestarla).
Es sorprendente que sobre estos dos planos -social y medioambiental- el sistema choca contra límites que ni él mismo es capaz de identificar. Esto valida el análisis de Marx, que decía que «el único límite del capital, es el capital mismo» y concluía que este Moloch, si no se elimina a tiempo, agotaría «las dos únicas fuentes de toda riqueza: la Tierra y el trabajador».
Lucha ecológica, lucha de clases
Este enfoque permite enmarcar la lucha que debemos llevar. No es una «lucha ecológica», en el sentido de una especie de lucha de lujo de quienes no tienen demasiados problemas sociales. Es una lucha social para salvar la existencia de este planeta, especialmente, el mundo del trabajo, las mujeres, la juventud, el campesinado, los pueblos indígenas, en resumen, las personas explotadas y oprimidas que el capitalismo amenaza con sacrificar en masa.
La lucha que debemos llevar por el medio ambiente es una lucha de clases, una lucha anticapitalista que engloba, por así decir, todas las otras luchas y que tiene el potencial de unirlas. Una lucha cuyo desenlace decidirá la elección entre una humanidad digna de ese nombre, que cuida con amor de sí misma y de la naturaleza de la que forma parte, o un caos bárbaro de destrucción social y medioambiental.
Esta lucha es a la vez poética -está cargada de emociones y de pasiones, pues se trata de salvar lo maravilloso de este mundo que nos hace plenamente humanos- y racional. Pero no nos hacemos ninguna ilusión: no se ganará ni por la poesía ni por la razón, cualesquiera que sean las la belleza de la primera y el rigor de la segunda.
Vista la actualidad de estas últimas semanas, ilustraría esta afirmación con una parábola griega: ¿que tienen en común Yanis Varufakis y las grandes organizaciones ambientalistas? La ilusión de creer que los dramas humanos y los argumentos racionales, apoyados por premios Nobel, podrían convencer al adversario de que su política es absurda, incluso desde el punto de vista de sus propios intereses capitalistas.
Esta creencia es verdaderamente ilusoria. Antes que nada, no se trata de la ignorancia o de la falta de información de los «responsables», sino de intereses materiales. Para salvar el clima, 1º ) las compañías petrolíferas, gasísticas y del carbón, deberían renunciar a explotar las cuatro quintas partes de las reservas de combustibles fósiles de los que son propietarias y que determinan su cotización en Bolsa y 2º) la mayor parte del sistema energético mundial -que equivale más o menos a una quinta parte del PIB global- debería desmantelarse antes de su amortización. En los dos casos, esta destrucción de capital acarrearía una enorme crisis financiera.
Se puede hacer otra comparación a la griega: ¿qué tienen en común Schäuble, Lagarde y los escépticos del cambio climático? Una férrea determinación de proteger el sistema, el de la clase capitalista de la que forman parte y que construye lo esencial de su potencia desde hace dos siglos sobre la explotación de las energías fósiles.
Este sistema, los Straüble y los Lagarde de todos los países están dispuestos a mantenerlo al precio de grandes destrucciones, del sacrificio de millones de seres humanos, incluso precipitando el mundo en un caos ingobernable a no ser por medios que no tendrán nada que ver con la supuesta «civilización» ni de cerca ni de lejos.
Cuando el mal esté hecho, los Straüble y los Lagarde verterán lágrimas de cocodrilo sobre las víctimas hablando de «catástrofe natural». Pues esta gente cree que las leyes de mercado son leyes naturales, tan intangibles, sino más, que las leyes de la física.
El economista burgués Schumpeter decía que el capitalismo sale de sus crisis periódicas por la «destrucción creadora». Lo que Ernest Mandel llamaba el capitalismo de la «tercera edad» solo puede salir de ese doble callejón social y ecológico por la «destrucción destructora».
Ciertamente se trata de una lucha, no de un debate académico, y el ejemplo de Grecia nos muestra a pequeña escala hasta qué punto esta lucha será implacable.
Explicar, bloquear, «comunistizar»
¿Qué hacer? Como decía el otro… ¿Qué hacer para limitar al máximo la catástrofe climática?
La primera tarea es explicar sin descanso y por todos los sitios la gravedad de la situación y sus causas, en particular en las organizaciones populares, el movimiento sindical, las organizaciones de mujeres y los movimientos juveniles. Es necesario un enorme trabajo de educación permanente en que que debemos participar. Hablar es ya actuar, es sembrar las semillas de la gran cólera indispensable.
La segunda tarea es luchar en todos los lugares contra los grandes proyectos de inversión al servicio de la industria fósil: aeropuertos, los nuevos oleoductos, las nuevas autopistas, las nuevas perforaciones, las nuevas minas, la nueva locura del gas de esquisto, los nuevos caprichos de los geoingenieros que sueñan en dotar a la Tierra de un termostato… del que ellos tendrían el control.
Naomi Klein tiene toda la razón al llamar a reforzar en todas partes la respuesta que llama «Blokadia». Tiene razón porque este bloqueo, en efecto, es de una importancia estratégica: el nivel actual de desarrollo de infraestructuras no permite al capital continuar quemando las masas de combustibles fósiles que nos coloquen en la vía de un calentamiento de 6ºC de aquí a 2100 /7. Las movilizaciones como las de Notre-Dame des Landes, o el oleoducto Keystone XL, o el parque Yasuni, son como barreras que bloquean el camino. Defendámolas y coordinémonos para defenderlos.
La tercera tarea es sostener todas las alternativas colectivas, sociales y democráticas que hacen avanzar la noción de lo común, de los bienes comunes y de la gestión común de la Tierra «como buenos padres y madres de familia». No miremos con desprecio los grupos locales de compra de productos locales de agricultura orgánica y otras alternativas que, por ejemplo, favorecen la soberanía alimentaria. Por supuesto, no creemos que el capitalismo pueda ser derribado de esta forma, por contagio. Esto no impide que estas iniciativas puedan ser palancas de concienciación, en particular cuando organizan el diálogo y, consecuentemente, rompen la separación, generada por el capital, entre productores y consumidores, o cuando implican el movimiento sindical.
Sin embargo, la supuesta educación permanente, los bloqueos y las iniciativas de conquista del común no son suficientes. La lucha requiere un proyecto de sociedad alternativo, un programa y una estrategia. Pasaré rápidamente revista a estos tres aspectos.
Proyecto de sociedad: la actualización ecosocialista
Llamemos al pan pan y al vino vino: el proyecto de sociedad alternativo solo puede ser de tipo socialista. Se trata de suprimir la producción de valores de cambio para el provecho de una minoría capitalista y reemplazarla por la producción de valores de uso para la satisfacción de las necesidades humanas reales, determinadas democráticamente. No hay otra elección posible, otra alternativa posible a este modo de producción. Ahora bien, esta alternativa corresponde fundamentalmente a la definición del socialismo.
El movimiento autónomo de las mujeres interpela a nuestras organizaciones para que tengamos en cuenta que el socialismo implica no solamente la supresión de la explotación del trabajo asalariado sino también la lucha contra la opresión de las mujeres. El trabajo doméstico gratuito al servicio del mantenimiento y la reproducción de la fuerza de trabajo es un pilar del sistema cuidadosamente ocultado por el patriarcado que oprime también a gays y lesbianas. Nuestro movimiento intenta extraer todas las conclusiones sobre qué tipo de socialismo queremos.
De igual manera, debemos explorar lo que la gravedad de la crisis ecológica implica para nuestro proyecto socialista. Aquí, también es necesaria una actualización. Citaré brevemente, tres puntos:
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La tecnología. Lenin decía que «el socialismo son los soviets más la electricidad». Hoy está claro que esta definición es insuficiente. ¿Cómo se producirá la electricidad? ¿Con el carbón, el petróleo, el gas natural, la energía nuclear? Un socialismo digno de ese nombre exige una electricidad producida exclusivamente por fuentes de energía renovables y usada con el máximo de eficiencia. En otras palabras, la «crisis ecológica nos lleva a concluir que las tecnologías no son neutras».
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Los límites. Engels ensalzaba el «desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas» que sería posible, según él, una vez que la humanidad se desembarazase de los «obstáculos capitalistas». Se puede debatir sobre el sentido exacto de esta frase, de la importancia que Engels daba a las fuerzas productivas no materiales como el conocimiento, etc. Pero una cosa está clara: el proyecto socialista está taponado por lo que Daniel Bensaid llamaba las «escorias productivistas». Eliminémoslas. Luchamos por un socialismo que respecta los límites de los recursos, los ritmos y los modos de funcionamiento de los ecosistemas así como de los grandes ciclos naturales. Un socialismo que aplica el principio de precaución y renuncia al «dominio de la naturaleza».
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La descentralización. Marx había dicho de la Comuna de París que era la «forma política por fin encontrada de la emancipación del trabajo». Sobre la base de esta experiencia revolucionaria, abandonó concepciones más centralistas, se pronunció por una federación de comunas como alternativa al Estado y se puso a estudiar las formas comunales de las sociedades precapitalista. Una democracia real de productores asociados no es factible sin la destrucción del Estado y su sustitución por una federación de estructuras de autoorganización descentralizadas que se coordinan. La necesaria transición energética nos anima a optar de forma mucho más audaz por esta concepción, pues las renovables implican una descentralización avanzada que facilite la gestión por las comunidades o bajo su control. Podemos completar la fórmula de Marx: «la comuna es la forma política encontrada por fin de la emancipación del trabajo y de la sostenibilidad ecológica» (en el verdadero sentido del término).
Estos tres puntos son suficientes, creo, para mostrar que el ecosocialismo es algo diferente al mismo perro con otro collar: es un proyecto emancipador que integra los nuevos desafíos a los que se enfrenta la humanidad por la destrucción capitalista del medio ambiente y de la desastrosa experiencia del «socialismo real».
Programa: una radicalidad ineludible
En lo referente al programa, diría que quienes piensan que la cuestión ecológica corre el riesgo de desviarnos de las respuestas anticapitalistas que se oponen a la austeridad se equivocan totalmente. La verdad es justamente lo contrario: en realidad, la urgencia y la gravedad de la crisis ecológica dotan de fuerte legitimidad a un programa extremadamente radical, revolucionario, cuya clave principal es la doble expropiación/socialización de la energía y del sector financiero, sin indemnización, ni compensación y bajo control obrero.
Estos dos sectores están profundamente imbricados, sobre todo, porque las gigantescas inversiones en el sector fósil (prospección, perforaciones, minas, refinerías, centrales eléctricas, líneas de alta tensión, etc.) son inversiones a largo plazo, financiadas mediante créditos. Visto lo que se ha dicho más arriba sobre el desguace del sistema energético antes de la amortización, así como sobre las reservas fósiles para dejar bajo tierra, la nacionalización es la condición sine qua non para que la colectividad disponga de palancas y de medios que le permitan organizar la transición energética independientemente del imperativo del beneficio, en un marco descentralizado.
Bajo esta clave, se pueden organizar numerosas reivindicaciones más inmediatas que no detallaré aquí. Solamente, diré que dos cuestiones me parecen de gran importancia en una doble perspectiva de respuesta a la austeridad y la propagación de la idea de lo común.
La primera es la de la gratuidad: por ejemplo, la gratuidad de los servicios de base correspondientes a las necesidades socialmente necesarias en materia de acceso al agua, a la luz, a la movilidad y a la calefacción (combinada con una tarificación rápidamente progresiva más allá de esas necesidades).
La segunda es la del repliegue de la esfera de mercado del beneficio de un sector público democrático con los mecanismos de control y de participación de la población: sociedades públicas de aislamiento tèrmico y rehabilitación de viviendas, sociedades públicas de transporte público, etc.
Estrategia: convergencia de las luchas campesinas, indígenas, obreras y feministas
Terminaré por la estrategia. Es obvio que la humanidad solo podrá salir del callejón al que el capitalismo la ha arrastrado por medios revolucionarios. Es obvio también que la lucha anticapitalista que hay que llevar a cabo implica necesariamente un rol central de la clase obrera, es decir, de quienes su existencia depende de la explotación directa o indirecta de su fuerza de trabajo por el capitalismo en la producción, en los servicios o en la reproducción de la fuerza de trabajo.
Pero la revolución, no son dos ejércitos bien delimitados -la clase obrera y la burguesía- que se colocan frente a frente en un campo de batalla. Toda situación revolucionaria es el producto de una crisis de la sociedad entera, de una efervescencia confusa de iniciativas de las clases, pero también de fracciones de las clases, de las capas sociales, etc. En esta efervescencia, la clase obrera debe conquistar la hegemonía demostrando en la práctica que su programa aporta respuestas a los problemas y a las aspiraciones de todas las personas explotadas, de todas las personas oprimidas.
Esta puntualización es especialmente pertinente aquí puesto que la «crisis ecológica» es como la amenaza de la guerra atómica: interpela y moviliza a millones de hombres y mujeres de todas las capas de la sociedad porque sienten inquietud por el futuro del planeta y el de sus hijas e hijos.
Por eso, las grandes movilizaciones ecológicas, como las grandes movilizaciones pacifistas, tienen a menudo un lado interclasista. Sin duda, las trabajadoras y trabajadores son mayoritarios, al menos en los países «desarrollados» donde la clase obrera forma la mayor parte de la población, pero no participan en su condición de tales con conciencia de su papel específico.
En mi opinión, la tarea de los revolucionarios en este contexto no es quedarse al borde del camino para repartir panfletos llamando a una respuesta socialista. Ciertamente, esos panfletos son útiles pero nuestra tarea es también construir el movimiento de masas y orientarlo hacia soluciones anticapitalistas
Esta discusión de estrategia es tanto más importante, cuanto que la clase obrera esta hoy en la retaguardia de la lucha sobre el clima, mientras que los agricultores y los pueblos indígenas están en primera línea con reivindicaciones anticapitalistas, en los dos casos, las mujeres jugando un papel clave.
Construir el movimiento de masas, tenemos que hacerlo con la preocupación estratégica de arrastrar al mundo del trabajo cuyo papel será decisivo. Pero para ello, debemos comprender las razones específicas que explican la baja participación relativa del movimiento obrero en la lucha ecológica en general, climática, en particular.
La explicación no es complicada. Hoy, cuando los pequeños agricultores luchan por sus condiciones de vida contra el agronegocio, las reivindicaciones inmediatas que ponen por delante coinciden ampliamente con el programa agrario aplicable para salvar el clima. Además, saben que necesitan apoyo de la población en general para hacer frente a un adversario muy poderoso que quiere destruirlos, de manera que se inclinan mucho más hacia la alianza «obreros-agricultores» que hacia un programa pequeñoburgués. Igual sucede, mutatis mutandis, con los pueblos indígenas en defensa de su modo de vida basado en la simbiosis con el bosque, por ejemplo.
En estas dos categorías, no es sorprendente que las mujeres desempeñen un rol clave. No por por una «esencia femenina» ecológica sino porque las mujeres asumen el 80% de la producción de alimentos a nivel mundial por una parte, y por el papel de «cuidar» que el patriarcado les atribuye en la división del trabajo, se enfrenta directamente a alguno de los impactos más brutales del cambio climático como la escasez de agua, por otra.
Las cosas se presentan de forma diferente para las trabajadoras y los trabajadores. No hay coincidencia sino tensión, incluso oposición aparente, a primera vista, entre las reivindicaciones inmediatas que plantean espontáneamente para ganarse el pan, por una parte, y el programa que debería ser aplicado en materia ecológica, por otra.
Es evidente que esta oposición solo es aparente pero por ello, no es menos obstáculo, sobre todo en los combates llevados empresa a empresa. A menudo, los trabajadores de empresas contaminantes afirman sentirse desgarrados entre la conciencia de carácter ecológico nocivo de su actividad y la obligación en que se encuentran de preservar su puesto de trabajo.
Este desgarro solo puede ser superado por respuestas anticapitalistas, las únicas que permiten responder a la vez a las necesidades sociales y a las obligaciones ecológicas. Así es el camino estratégico general de ecosocialismo.
No voy a enumerar un catálogo de las reivindicaciones, están en gran medida por inventar en las luchas concretas, a partir, sobre todo, de las luchas por la salud en los lugares de trabajo, pero hay una que me parece crucial: la reducción radical del tiempo de trabajo sin pérdida de salario con una contratación compensatoria y fuerte disminución de los ritmos de trabajo bajo control obrero.
Es una reivindicación decisiva porque la reducción radical del tiempo de trabajo con bajada de ritmos constituye la mejor manera de luchar contra el paro luchando contra el productivismo. Para comprender la importancia estratégica de esta reivindicación desde el punto de vista ecológico, hay que saber, en particular, que reducir la producción material y los transportes es una condición sine qua non para una transición energética hacia las renovables en el respecto de la obligación climática
Numerosos elementos se oponen a la difusión de estas reivindicaciones ecosocialistas en el movimiento obrero. Entre ellos, uno es evidentemente, la existencia de una burocracia sindical que practica la colaboración de clases y que espera por esta argucia -¡ otra vez una ilusión!- acompañar una «transición justa» hacia un capitalismo social y ecológico.
Invertir en la construcción de este movimiento de masas en defensa del medio ambiente en general, y del clima, en particular, es tener capacidad de presentar cargos contra la lógica capitalista a partir de este movimiento, en la acción, a una escala masiva. Esto solo puede incitar a las trabajadoras y trabajadores a sumarse a la lucha con sus armas y jugar el papel decisivo que, en definitiva, será el suyo.
La estrategia revolucionaria, no es el obrerismo o el economicismo denunciados por Lenin. No se trata de correr detrás de los Verdes. Se trata de responder globalmente al callejón sin salida del capitalismo, en todos los terrenos y en todos los medios. Se trata de renovar con las más hermosas tradiciones revolucionarias del movimiento obrero, como se expresaban en esa bella canción de los obreros vieneses, un canto ecosocialista anticipado: «Somos los fundadores de un nuevo mundo/ Somos los campos, el sembrador y el grano/ Somos los recolectores de las próximas cosechas/ Somos el futuro y somos la vida»
26/08/2015
Traducción VIENTO SUR
Notas
1/ http://www.nytimes.com/2014/05/13/s…
2/ http://www.realclimate.org/index.php/archives/2013/08/the-inevitability-of-sea-level-rise/
4/ Corinne Le Quere, Tyndall Centre for Climate Change Research, University of East Anglia ‘The scientific case for radical emissions reductions’. http://tyndall.ac.uk/communication/…
5/ J ames Lovelock, » La Terre est un être vivant, l’hypothèse Gaïa «, Paris, Flammarion, coll. » Champs «, 1999.
6/ http://www.esrl.noaa.gov/csd/assessments/ozone/2010/executivesummary/#fig1
7/ Corinne Le Quere, op. cit.