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Que algo cambie para que todo siga igual

Fuentes: Rebelión

Resulta curioso que la tópica cautela que tan obstinadamente hizo valer Pablo Iglesias para conjurar a los fantasmas políticos del pasado no parece haber servido para nada. La cita, sacada de la novela de Lampedusa El gato pardo, ha tenido gran fortuna entre las expresiones políticas al uso precisamente por la paradójica ambigüedad contenida en […]

Resulta curioso que la tópica cautela que tan obstinadamente hizo valer Pablo Iglesias para conjurar a los fantasmas políticos del pasado no parece haber servido para nada. La cita, sacada de la novela de Lampedusa El gato pardo, ha tenido gran fortuna entre las expresiones políticas al uso precisamente por la paradójica ambigüedad contenida en su significado. Tod@s entendemos que lo que quiere significar dicha expresión es la capacidad para lograr que las cosas continúen como estaban operando algunos cambios superficiales en la apariencia de las cosas. 

Mucho nos tenemos que Pablo Iglesias y sus advenedizos han logrado justo aquello que declaraban no querer cuando proclamaban esta cita a los cuatro vientos. Lo hacían en la creencia de que hacerla explícita evitaría que con ellos se llegase a realizar la apariencia de un cambio político. Pero en la realidad el conjuro no ha funcionado.

¿Por qué decimos esto? Veamos todo lo ocurrido y sus consecuencias tras las elecciones autonómicas y municipales. Aquell@s que recuerden nuestros artículos anteriores aparecidos en las páginas digitales de Rebelión ya saben que es nuestra costumbre la de realizar lecturas de los resultados y proyecciones electorales en la clave del análisis de clase. Tampoco en esta ocasión vamos a renunciar a sacar nuestras conclusiones obteniéndolas a partir de esa misma metodología.

En un primer artículo, publicado en el 02/12/2013 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=177581), antes de que Podemos se constituyera en fuerza política, poníamos en relación directa las dramáticas consecuencias de la crisis económica sobre las capas populares trabajadoras con su proyección del voto. A la vista del resultado obtenido por Podemos en las elecciones europeas dimos entonces por acertadas nuestras conclusiones una vez corregida la transformación del 15-M en una nueva y pujante fuerza política capaz de capitalizar la frustración y el lógico resentimiento de las clases populares trabajadoras de este país. A partir de ahí nuestra preocupación se centró en averiguar el alcance ideológico de Podemos y de sus líderes. Al hilo de esa búsqueda ideológica hicimos dos contra-críticas, una a la que llamamos La ideología de podemos, A propósito de las clases sociales en el capitalismo post-industrial (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=187144) y otra que titulamos como: Iñigo Errejón: regresión política y gestión del conflicto capital-trabajo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=189894). Los dos artículos trataban de reorientar la ideología de Podemos como una fuerza netamente anticapitalista. Lo cierto es que, muy lejos de conseguir ese objetivo, lo que ha venido ocurriendo es que Podemos ha ido moderando su discurso y corrigiendo su propuesta programática para llegar a las elecciones autonómicas y municipales con un programa de mínimos, tal y como ellos mismos han querido dejar constancia. Llegada la hora de la verdad ese programa de mínimos se puede resumir tan solo en el mantra mediático que viene repitiendo Pablo Iglesias: ‘Podemos tiene que ganarle las elecciones generales al PP’.

¿Acaso nos debe sorprender esta previsible deriva que configura a Podemos hacia una mera oposición de ‘izquierdas’? Baste recordar que, mientras la representación de IU en el Parlamento Europeo se negó a asistir al encuentro entre el resto las fuerzas políticas con representación en la UE y el rey español Felipe VI, Pablo Iglesias optó por hacer acto de presencia junto a los demás. Al encuadramiento ideológico de Errejón en la socialdemocracia que ya analizamos en su momento tenemos que añadir otros inconsistentes elementos configuradores de la voluntad política de Podemos. Uno de estos elementos tiene que ver con un hecho que le da una legitimidad solo aparentemente indiscutible: el origen netamente popular, abierto y participativo que ha estado nutriendo el movimiento político de Podemos desde sus orígenes. La procedencia desde las mareas de muchos de sus líderes y cuadros vinculados a problemáticas y reivindicaciones sociales muy específicas les otorga un incuestionable prestigio y una más que merecida proyección pública. No solo se trata del caso de Ada Colau. También es el de una mayoría de las personas que al final han integrado las candidaturas electorales de Podemos. Seríamos muy soberbios y unos arrogantes si nos atreviéramos por un momento a negar el inmenso valor político de todas esas personas.

Pero muy a pesar de ese valor político, nosotros damos por cierto que la conciencia de las problemáticas que se fundan sobre las distintas necesidades sociales normalmente permanecerá inconexa. Es muy difícil estructurar un programa antisistema (capitalista) si esas problemáticas sociales no se acompañan de una crítica y un análisis racional que las explique en su clave económica. No tenemos ninguna duda de que ciertos líderes de Podemos hayan dado hace ya un tiempo ese salto ideológico cualitativo. Ellos conocen perfectamente los límites y la imposibilidad del capitalismo para dar solución a esas mismas problemáticas sociales. Pero también entendemos que el verdadero problema está en lograr que toda la organización en su conjunto pueda dar ese gran salto. La cuestión que puede parecer intrascendente sin embargo no lo es.

Es relativamente lógico sumarse a posiciones revolucionarias y transformadoras cuando tu condición te empuja en esa dirección. Mientras no formas parte de las instituciones lo más fácil es creer que éstas no atienden tus necesidades y las de los tuyos porque quienes las gobierna no tienen la voluntad ni el interés en hacerlo. Pero cuando entras a formar parte de esas mismas instituciones su lógica de funcionamiento en clave presupuestaria te pone directamente ante los límites del sistema económico capitalista para atender la satisfacción de las necesidades sociales.

En ese caso sólo será una conciencia integral de la procedencia económica de los recursos institucionales y de su relación con los agentes económicos la que puede llevar a tomar aquellas decisiones para establecer la correcta prioridad en las acciones y programas de un gobierno auténticamente social. Si la contradicción entre lo público y lo privado, si la contradicción entre el trabajo y el capital no está suficientemente resuelta e integrada en las conciencias y en los programas de gobierno, las propuestas se acabarán por reducir a reclamar la demagógica bajada de impuestos (reducción de ingresos públicos) y a dejar la solución de las carencias sociales en el ámbito de lo privado. Esto será así por muy dramáticas que al final resulten sus consecuencias para las capas populares.

Explicado de otra manera, las personas, a pesar de su falta de ideología y de conciencia política, cuando están al margen de las instituciones se movilizarán contra ellas y se comprometerán políticamente mientras que su condición y sus necesidades les empujen a ello. Pero desde el momento en que entran a formar parte de las instituciones cambia su condición y entonces solo la conciencia y la convicción pueden evitar su deriva hacia posiciones reaccionarias y antisociales. Este proceso originado por la dependencia económica del ámbito público del privado se ve favorecido por la colusión de los intereses de ambos para que al final la corrupción resulte un fenómeno inevitable en el capitalismo, tal y como ya razonábamos en otro artículo: La corrupción estructural (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171492).

Así pues queda por demostrar que la mayoría de los cuadros políticos de Podemos posean esa conciencia política expandida que vaya más allá de las problemáticas sociales específicas y de una sincera y algo vulnerable vocación anticorrupción. Además, nosotros entendemos que la indefinición ideológica ha caracterizado a Podemos desde sus inicios. Primero se presentó pretendiendo cambiar el tradicional eje político horizontal izquierda-derecha por el vertical arriba-abajo como si fuera algo novedoso. En verdad no se trató más que de un artilugio dialéctico que solo en apariencia simplificaba la comprensión de lo político de una forma tan demagógica como confusa. A esto hemos de añadir la progresiva renuncia y su relativización de aquellos contenidos tan radicales con los se estrenaron en la arena política. En realidad tal radicalidad nunca se correspondió con la posición claramente socialdemócrata en la que se situó sin ambages Errejón. Sumemos a ello la dispersión del proyecto político de Podemos en un sinfín de pactos y apoyos cuya concreción respondió más a la necesidad de reclutar candidatos con un mínimo perfil político que a un objetivo político definido más allá de su movilización y de su denuncia de la corrupción. Y finalmente pensemos en lo peor. Solo el tiempo dirá hasta que punto la crítica a los ‘partidos de la casta’ surgidos del régimen del 78 se puede seguir ejerciendo. Esta crítica está quedando claramente en evidencia frente a la realidad institucional surgida de las elecciones: los ayuntamientos y los gobiernos autonómicos se deben constituir y la única combinación posible para ello son los pactos Podemos-PSOE. La aritmética parlamentaria es implacable y resulta muy difícil de creer que Podemos no le ceda su apoyo a la segunda fuerza política en votos del país, el PSOE, para impedir que sean el PP y Ciudadanos los que se constituyan en el gobierno de las distintas instituciones. Por eso es por lo que Pablo Iglesias insiste machaconamente en que su ‘objetivo es ganarle al PP en las generales’. Evidentemente se trata de un corto objetivo político común con el del PSOE. Ya nos previnimos hace un tiempo de los pactos entre Podemos y el PSOE a la luz de la propuesta ideológica socialdemócrata realizada entonces por Errejón.

Lamentablemente nosotros nos quedamos con la triste impresión de que Podemos no es más que un recurso del sistema institucional de este país para movilizar un cierto voto de izquierdas. Este voto se hubiera traducido claramente en una alta abstención ante la incapacidad del PSOE para recuperar su credibilidad entre una parte fundamental de su base social por el desgaste que le han ocasionado muchas legislaturas de políticas antisociales. Un voto que, además, de ninguna manera tenía que recoger IU por su posición y su programa auténticamente anticapitalistas.

Quizás el verdadero miedo de los poderes fácticos de este país fuera la deslegitimación de nuestro sistema institucional, tan solo formalmente democrático, ante el desencanto de muchos de los ciudadanos por la evidente incapacidad de las fuerzas políticas tradicionales pertenecientes a ‘a la casta’ para dar soluciones a la crisis. Al menos los cargos electos de Podemos tienen un indiscutible marchamo de honradez que ya no tienen ni el PSOE ni el PP salpicados por sus innumerables casos de corrupción. Los cargos electos de Podemos son una representación pública limpia y joven que sirve para seguir gestionando las instituciones de gobierno del capitalismo español en crisis junto al PSOE justo cuando, además de regeneración, les hace falta un relevo generacional. El escoramiento de todo el espectro político español hacia la izquierda como consecuencia de la crisis económica queda así soslayado. Que algo cambie para que todo siga igual.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.