El trabajo de los cineastas por renovar el panorama del cine cubano abarca ya más de una década. Si bien no hemos logrado resultados concretos, el proceso ha ido forjando la unidad de un gremio interesado en armonizar a las diferentes generaciones y tendencias que lo integran. En ese ya largo camino hemos alcanzado importantes […]
El trabajo de los cineastas por renovar el panorama del cine cubano abarca ya más de una década. Si bien no hemos logrado resultados concretos, el proceso ha ido forjando la unidad de un gremio interesado en armonizar a las diferentes generaciones y tendencias que lo integran. En ese ya largo camino hemos alcanzado importantes consensos, levantados a menudo sobre apreciables diferencias, prueba de que es posible el diálogo cuando el objetivo general es incluyente y cada criterio es tratado con respeto.
Es en ese espíritu que muchos cineastas hemos hecho propias las recientes Palabras del Cardumen. No necesitamos estar de acuerdo con cada coma para eso y no pediremos a nuestros jóvenes cineastas la perfección y la mesura que no han tenido sus interlocutores. El propio diálogo al que ellos convocan debe servir para abordar matices y diferencias. En el pasado inmediato se encuentra la 17 edición de la Muestra, destacable por la calidad de varias de las obras en ella exhibidas y lastrada por la torpeza cultural, política y mediática con la que fue manejada. Tal como comenta Arturo Arango en su artículo La naturaleza del cardumen, «en ambas orillas hay quienes están pescando en las aguas de un río muy revuelto». Aguas estancadas por la ausencia de diálogos verdaderos que nos impiden, una y otra vez, aprovechar lo esencial de cada lógico y necesario encontronazo.
Tras tan largo proceso, los cineastas no pretendemos que nuestro bregar haya estado libre de errores, pero la realidad es que en todo momento hemos estado abiertos al diálogo. Ahí está el arduo trabajo desarrollado, durante ya más de una década, junto a las instituciones de la cultura y del Estado en el diseño de un nuevo sistema para el cine cubano. La Asamblea de Cineastas, surgida hace ya 5 años, y el presente manifiesto del Cardumen son -más allá de sus matices- parte entonces de un mismo y sostenido reclamo, pletórico en promesas aplazadas e incumplidas.
Pero, ¿qué es lo que queremos? ¿Qué es lo que nos ha transformado en ese gremio en el que algunos creen ver la eterna pata peluda del enemigo? ¿Por qué varios de nuestros medios, al hablar de nuestros propósitos y pronunciamientos, no son capaces de exponer claramente los objetivos que nos mueven? ¿Acaso no hemos sido capaces nosotros mismos de explicarnos de un modo más o menos claro para todos?
Los cineastas queremos revertir la ya extensa crisis del sistema cultural del cine cubano y ser parte activa de las decisiones que se tomen sobre el mismo. Los cineastas proponemos poner fin al limbo jurídico en el que se desarrolla gran parte de la producción audiovisual en el presente y que se reconozcan legalmente todos los actores que son parte de ella, sin distinción entre instituciones e independientes. Los cineastas proponemos tender puentes legales que faciliten la interacción con el resto de las entidades del Estado, con el sector privado y con los mecanismos de producción y distribución internacional propios del cine. Los cineastas proponemos modelos de trabajo (al estilo del Fondo de Fomento) que garanticen transparencia en los procesos de selección de proyectos y claridad en las estrategias de promoción y exhibición de nuestras obras. Los cineastas entendemos que la mejor manera de luchar contra la cultura global hegemónica es incrementar la presencia del cine nacional en nuestras salas y en la televisión con obras de disímiles enfoques y tendencias estéticas, ampliando el espectro del cine nacional al que nuestro público tiene acceso. Los cineastas proponemos recuperar y actualizar nuestro sistema de salas recurriendo a las formas de propiedad más diversas, supeditadas a una estrategia común de exhibición nacional. Los cineastas entendemos que la única manera efectiva de articular estas y otras aspiraciones es mediante una Ley de Cine de la que se derive un nuevo ICAIC, concebido como un organismo rector menos burocrático y más participativo, en el que los creadores tengan voz y voto sobre las decisiones que les atañen.
Los cineastas no solo proponemos, sino que hemos trabajado arduamente junto al ICAIC, el MINCULT y la Comisión Nacional de Implementación de los Lineamientos en los procedimientos y documentos legales requeridos para concretar estos y otros aspectos. Creemos firmemente que la cultura nacional saldrá fortalecida de este ejercicio y nos cuesta entender la extrema lentitud con la que nuestras instituciones han procedido.
Como cualquier creador de este tiempo, los cineastas no somos los autores de la realidad que reflejamos, sino una consecuencia de ella. Por eso nos hemos opuesto a las diferentes modalidades de exclusión y censura ejercidas sobre varias de nuestras obras. Durante años, hemos insistido en que los temas por venir en nuestro arte serán cada vez más complejos y expresarán, de manera creciente, el legítimo enfoque de las generaciones más jóvenes, quienes se suman a las múltiples miradas de quienes les preceden. Es un proceso natural y necesario que potencia las opciones de renovación y crecimiento del modelo de cine, cultura y, en consecuencia de sociedad, que creemos posible.
En mi caso, las tres películas que he filmado han sido producidas o coproducidas con las instituciones de la cultura y del cine cubanos. No han faltado debates, pero en cada uno de ellos la obra ha sido respetada. Esa es la posibilidad que defendemos para cada obra de arte, para nuestros medios y para el conjunto de espacios cívicos de nuestra sociedad. Tal como hemos expresado otras veces, las políticas y las estrategias editoriales que en todas partes existen son más o menos efectivas en la medida en que son capaces de integrarse a un sistema cultural y de valores que reconoce a la diversidad como uno de sus factores de progreso y crecimiento. Es precisamente en el diseño de ese sistema que los cineastas hemos trabajado y ese sería un terreno verdaderamente fértil para colocar ahora este debate.
Las Palabras del Cardumen provienen de egresados de nuestras escuelas de arte, jóvenes formados en nuestros sistemas de enseñanza, nacidos y crecidos durante una crisis que ya cubre la mitad de la historia de la Revolución Cubana. Más allá de los matices que cada cual tiene el derecho de apreciar en esas palabras, se trata de una invitación a un diálogo en el que también ellos habrán de escuchar a sus interlocutores. Ese diálogo real, largamente postergado, vuelve a ser la esencia de lo que está sobre la mesa.
Ernesto Daranas
Me parece oportuno retomar una Declaración aprobada por la Asamblea de Cineastas el 30 de mayo de 2015 (hará en breve 3 años). Nítida expresión de nuestros propósitos, del proceso seguido para alcanzarlos, de su estancamiento, del sistemático tratamiento del que ha sido objeto y de la convergencia en aspectos medulares con las actuales Palabras del Cardumen.
DECLARACIÓN DE LOS CINEASTAS CUBANOS
La Ley de Cine a que aspiramos
Desde el primer encuentro que sostuvimos, hace ya más de dos años, nuestra legítima decisión de actuar como gremio y la demanda de una Ley de Cine enfrentaron incomprensiones y suspicacias. Se pasó por alto que había comenzado una reestructuración del ICAIC de la que no éramos parte y que, seis años antes, habíamos presentado al VII Congreso de la UNEAC un pormenorizado informe en el que exponíamos la urgencia de remodelar el sistema del cine cubano, proponiendo un conjunto de medidas concretas para eso.
Así llegamos al VIII Congreso de la UNEAC, donde quedó evidenciado el retroceso del trabajo de esa organización que debe representarnos y una predisposición expresa frente a la necesidad de la Ley de Cine por la que abogamos. Tampoco esa vez se tuvo en cuenta que estábamos trabajando, en ese y otros temas, junto con la presidencia del ICAIC y la propia Comisión Nacional de Implementación de los Lineamientos, y que existía pleno consenso acerca de la importancia de esta Ley. Lo sucedido en el Congreso, la posición asumida por la UNEAC y la pragmática y agotadora metodología de trabajo de la propia Comisión Nacional de Implementación de los Lineamientos, nos dejaron clara la importancia de abrir al debate público los temas realmente cruciales para nuestro cine y nuestra cultura en el presente, dado que nuestros propósitos estaban siendo tergiversados o, por lo menos, mal interpretados.
La cultura se hace con los artistas, en sintonía con el patrimonio espiritual y popular de una nación; es ajena al verticalismo y exige de una participación real que la haga parte efectiva de la construcción de una sociedad. Por eso, nuestro reclamo de una Ley de Cine es el reclamo por el verdadero papel que la cultura toda debe tener en ese rediseño nacional del que queremos ser parte.
Se nos ha explicado que en el país están teniendo lugar cambios estructurales por los que se debe esperar; se nos dice que la Ley de Cine es el final de un proceso precedido de la aprobación de un grupo de objetivos parciales; se nos expone que la elaboración de una ley sigue un protocolo muy complejo, que solo es posible con la participación de todas las instancias del Estado, e, incluso, se nos ha dejado entrever que hay leyes y asuntos más urgentes que el nuestro. No estamos de acuerdo. Creemos que el propio trabajo que hemos compartido con el ICAIC y otras instancias del Estado evidencia la urgencia de articular el conjunto de nuestras necesidades y demandas en un sistema único del cual el propio ICAIC sería una parte esencial. Por lo tanto, es imposible una efectiva reestructuración de nuestro Instituto de Cine si no comenzamos por entender su función y lugar dentro de ese nuevo contexto.
Consideramos que es un error insistir en el tejido de esa sábana de retazos al que conduce la adopción de cada medida por separado, medidas que se hace complejo elaborar y aprobar, precisamente porque no son parte de un diseño integral. Es un error pretender que la sumatoria de esas medidas puntuales es la que va a definir el sistema al que aspiramos, cuando en realidad es el diseño previo del sistema quien debe otorgar sentido cultural y estratégico a cada paso que demos. Esta es la única manera para que ese lugar hacia el que queremos avanzar quede claramente expuesto a la vista de todos.
Ya en el orden práctico, la inexcusable lentitud en las respuestas que esperamos ha evidenciado que la Ley de Cine, pese a la complejidad que entraña su diseño, es el mejor camino para hacer entender lo que necesitamos. La mayor prueba la ofrece esa década que llevamos esperando por la creación de un marco legal de funcionamiento para las productoras independientes, responsables de la mayor parte del cine que hacemos, y en las que se inserta la mayoría de los jóvenes cineastas. Todos nuestros interlocutores nos aseguran tener plena conciencia de la importancia de resolver esta anormalidad, pero en el fondo existe una obvia dificultad para asumir el modelo de propiedad que ese reclamo entraña y, desde luego, hay inquietud por los contenidos que estas productoras generan y seguirán generando. Pero también pesa el hecho de que no se entiende el lugar de estas productoras dentro del sistema del cine cubano, ni los diferentes modelajes culturales y estratégicos que, para cada uno de los actores de ese sistema, una Ley haría posible.
A partir de estas y de otras consideraciones, nos queda claro que las opciones de trabajo y de diálogo que hasta aquí se nos han ofrecido no nos sirven para expresar cabalmente nuestros propósitos. La ausencia de resultados concretos evidencia su incapacidad para dar respuestas a tiempo frente a la gravedad de los problemas acumulados. Pero también son la prueba de que es un error reducir la complejidad de esos problemas a fórmulas de trabajo que no nos permiten desarrollar cabalmente nuestras inquietudes y propuestas. La Ley de Cine es el mejor terreno para hacernos entender. Por eso, aunque los pasos inmediatos siguen siendo la legalización de las productoras independientes y la implementación del Fondo de Fomento, la elaboración de nuestra propuesta de Ley de Cine se convierte en un objetivo prioritario para el nuevo grupo de trabajo que se derive de la elección libre y abierta que a continuación concretaremos.
La puerta vuelve a quedar abierta para el ICAIC, el MINCULT, la UNEAC y todas las instancias del Estado sin las cuales es imposible la aprobación de una Ley de esta naturaleza. Este será el mejor contexto para lograr un consenso verdadero. Mientras que este diálogo real no tenga lugar más allá del ICAIC y del propio Ministerio de Cultura con quienes ahora trabajamos, seguiremos expuestos a errores como el cierre por decreto de las salas 3D, la censura anónima de obras como Regreso a Ítaca, la reticencia a que se hable de la Ley de Cine en nuestros medios, o el desmesurado debate institucional que el paquete semanal desata. Simplemente, el propio Estado carece de un sistema cultural que asuma y articule el funcionamiento de esos actores que conforman la dinámica audiovisual y cinematográfica.
Las prohibiciones y censuras son la más clara evidencia de la ausencia de estrategias verdaderas en zonas tan sensibles de la producción y el consumo del arte en el presente. Un déficit con graves consecuencias culturales, sociales y políticas. Y no estamos hablando aquí del lugar previsto para la cultura en el rediseño nacional, sino del deber que le asiste a la cultura de ser parte activa de ese propio rediseño, en tanto cada medida que se toma en el terreno económico, político o social tiene un impacto cultural directo o indirecto. Es decisivo entonces recolocar la cultura y el debate continuo que ella propicia en el lugar que le corresponde. La Ley de Cine a que aspiramos apunta directamente en ese sentido.
Centro Cultural Cinematográfico Fresa y Chocolate, 30 de mayo de 2015