La lista de sandeces, barbaridades y estupideces de los líderes de la derecha política (hoy expresada en el trifachito PP-C’s-Vox) es realmente espectacular. No tienen bastante con incluir en sus listas electorales a personajes venidos de profesiones tan «edificantes» como el toreo y las Fuerzas Armadas, sino que además van de disparate en disparate. Proclamas […]
La lista de sandeces, barbaridades y estupideces de los líderes de la derecha política (hoy expresada en el trifachito PP-C’s-Vox) es realmente espectacular. No tienen bastante con incluir en sus listas electorales a personajes venidos de profesiones tan «edificantes» como el toreo y las Fuerzas Armadas, sino que además van de disparate en disparate. Proclamas y medidas de corte falaz, ordinario, ignorante y desconcertante, que ni siquiera se molestan en estudiar a fondo, con lo cual, cuando los periodistas les interrogan un mínimo de dos veces sobre el asunto, quedan en el más espantoso de los ridículos. Eso mismo le ha ocurrido a la candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid por el PP, Isabel Díaz Ayuso, cuando ha anunciado recientemente en un desayuno informativo que (agárrense): «El concebido no nacido se considerará como un miembro más de la unidad familiar, para que se le pueda tener en cuenta a la hora de expedir el Título de Familia Numerosa, o de cara a una plaza escolar«. Y se ha quedado tan pancha. Cuando un periodista presente en el acto le ha preguntado qué pasaría si hay problemas durante el embarazo, la candidata, después de balbucear un poco, ha respondido que «no lo había pensado». Claro, porque seguramente si lo hubiera pensado, se hubiera dado cuenta de la barbaridad que había anunciado.
Porque para empezar…¿Quién es el «concebido no nacido»? Respuesta: Nadie. A lo más que llega nuestro Diccionario de la Real Academia es a la siguiente acepción de «Concebir»: «Referido a una hembra: empezar a tener un hijo en su útero«. Esa denominación (difundida por la Iglesia Católica, por cierto) está basada en intentar conceder un protagonismo actual a una existencia futura, es decir, en potencia. Se refiere a «alguien que será, pero que todavía no es». Porque para que sea, simplemente, tiene que haber nacido. La «concepción» (aplicada al ámbito que tratamos) no existe, sino la fecundación. El «No Nacido» nos lleva por otra parte a pensar que pudiera existir el contrario, es decir, «El Nacido», pero ya entonces tampoco lo llamaríamos así, sino por su nombre o identificación social, jurídica, personal o familiar. ¿Tiene sentido hablar entonces de que el «concebido pero no nacido aún» es alguien? Sólo desde un punto de vista fundamentalista religioso (católico, en nuestro caso) puede sostenerse tal afirmación, porque la religión sí concibe «la vida humana» desde la unión del óvulo y el espermatozoide. Pero en realidad, la sociedad entiende y habla de personas desde que ocurre el nacimiento, y alguno de los progenitores inscribe al bebé nacido en el Registro Civil.
Es entonces cuando a todos los efectos existe esa persona, tanto en su dimensión física, como jurídica y social. ¿Tendría sentido entonces hacer proyecciones con los «concebidos no nacidos»? ¿Tendría sentido contabilizarlos como población activa? ¿Quizá como futuros cotizantes? Si lo extrapolamos al mundo real, tampoco tiene mucho sentido hacer estadísticas con personas y situaciones en potencia: ¿Tendría sentido contabilizar a los estudiantes de Medicina como médicos en potencia? Sólo cuando finalizan sus estudios, aprueban el MIR y acceden a una plaza, son verdaderamente médicos para el sistema. De igual forma, ¿tendría sentido que una Cofradía contabilizara los embarazos de sus feligresas como miembros de la misma? Son ejemplos del contrasentido al que se podría llegar si aplicáramos la medida de la candidata del PP a cualquier otro contexto.
Lo que hay detrás de todas estas absurdas y fanáticas medidas es la presión de los denominados «Grupos Pro-Vida», todos ellos fundamentalistas religiosos, que hacen presión en la bancada de los grupos políticos de la derecha, para inculcar sus obsesivas medidas contra el aborto. Y todo vale en su objetivo de «abortos-cero». Estos grupos consideran la vida un «Don de Dios», porque para ellos sólo Dios puede darnos la vida y también quitárnosla, en lo que coinciden con los parámetros donde se mueve la Conferencia Episcopal, y que además les llevan a oponerse frontalmente a otros asuntos, como la eutanasia, que ha vuelto a salir recientemente a la palestra a través de otro penoso y mediático caso. Estos grupos parten de una cosmovisión religiosa en torno a la concepción (esta vez usamos la palabra con la acepción de «comprender, asimilar, entender») de la vida humana, por efecto e influencia de los preceptos de la Iglesia Católica en nuestra sociedad, y por tanto consideran que cualquier acción, decisión o comportamiento que lleve al ser humano a «interferir» en los procesos de esa «concepción» de la vida y de la muerte, es contraria a los designios de Dios, y no debe ser permitida.
El aborto ahora es combatido en positivo, y por ello el candidato del PP Pablo Casado ha propuesto en este contexto una Ley de Ayuda a la Familia. En el fondo, es esta dimensión «divina» de la vida humana la que les interesa, lo que prevalece, la razón última de la defensa de sus políticas. Pablo Casado ha dejado dicho: «Si pretendemos favorecer la natalidad, tenemos que pensar en cómo ayudamos a las madres a tener los hijos, no en cómo los abortamos«. En vez de tanta proclama falaz, más les valdría ocuparse de la propia dimensión humana de la vida, la cual parece que descuidan en cuanto esos fetos nacen. Por eso nos suena a fanatismo rancio eso del «concebido no nacido», porque además suele ser la misma gente que defiende la ley del darwinismo social, que proclama que la sociedad debe, después de que haya nacido, abandonar a cada cual a su suerte, para que venza y triunfe el más fuerte, el más poderoso, el que posea más medios.
Esos mismos a los que tanto les interesa la «vida» son los mismos que defienden la competitividad, la desigualdad, el egoísmo, el individualismo, valores que tanto se alejan de la humanidad, sobre todo en su dimensión social. Esos mismos que tanto alaban la «vida» son los mismos que están en contra de la protección social, de los servicios públicos, y de los humanos valores del bien común, de la igualdad, de la cooperación, de la confraternidad. A estos que tanto defienden la «vida» más les valdría estar en contra del neoliberalismo, porque éste sí que acarrea muerte, destrucción, odio, competencia, miseria y caos. Pero no, parece ser que para ellos/as, el único tramo de la vida digno de ser protegido es el del «no nacido». Y una vez nacido, parece que no importa si no puede ser criado y alimentado por sus padres (la pobreza infantil se ha disparado en nuestro país durante los últimos años), si no pueden darle una buena educación, si la sanidad no puede atender sus posibles enfermedades, si (en el caso de ser una persona discapacitada) la sociedad renuncia a su deber de asistencia, si una vez adulto no puede disfrutar de un trabajo digno, de una vivienda digna, o si una vez ancianos/as, la sociedad no le garantiza unas mínimas prestaciones para seguir viviendo dignamente. Parece que todas estas dimensiones de la vida, como ya son humanas y terrenales, no divinas, ya no interesan tanto, y las personas se pueden ver abocadas a su suerte, y continuar viviendo en la pobreza, en la miseria, en la indigencia, en la barbarie, en la precariedad, en la exclusión, en el desempleo o en el exilio. ¿No deberíamos también proteger a los «concebidos nacidos» en todo momento de su vida?
En la propia doctrina y comportamiento de la Iglesia Católica encontramos la base del pensamiento de estos grupos: frente a la defensa más enraizada de la vida del «concebido no nacido», y frente al más enconado fervor por penalizar el aborto y estigmatizar a las mujeres que defienden el derecho a poder practicarlo cuando entiendan que no van a poder procurarle a su hijo/a esa vida, se encuentra también el mayor silencio, la mayor complicidad, la mayor colaboración y la mayor insensibilidad moral a la hora de alinearse y de defender las políticas capitalistas y neoliberales, esas que atacan al auténtico derecho a la vida. Por tanto, ¿están por la vida humana en toda su dimensión, o son simples rehenes de un integrismo religioso? Las conclusiones y los planteamientos no pueden estar más claros. Que cada cual se sitúe en la posición que quiera, pero que no intenten darnos gato por liebre, e inculcarnos una sesgada y ciega fe en un supuesto derecho a la vida sólo mientras somos un conjunto de células en división constante, mientras se nos niega cuando ya somos personas, seres sociales, con personalidad jurídica.
Y es que en el fondo, el PP no sabe ya qué medidas va a proponer para desincentivar y desmotivar a las mujeres embarazadas para que no aborten (obsesionado como está con este asunto), que ya deliran y protagonizan los ridículos más espantosos. Hace pocos días, en entrevista radiofónica, también le preguntaban por este asunto al número 2 por Madrid, Adolfo Suárez Illana («de atrás le viene el pico al garbanzo», como reza el dicho popular), y éste respondía con absoluto desparpajo que «En Nueva York acaban de aprobar una ley para que se pueda practicar el aborto después de haber nacido«, sin caer en la barbaridad que había dicho, porque precisamente, si el feto ya ha nacido, no puede haber «aborto», porque este término se aplica únicamente para la interrupción del embarazo, y lógicamente, si el embarazo ha llegado a su fin y el feto ha nacido, no se puede hablar de aborto. Como es lógico, el candidato tuvo que disculparse también esa misma tarde, por sus poco afortunadas declaraciones. En fin…¡qué daño están haciendo las Iglesias de todo el mundo a la vida de las personas! Rompamos con la tremenda hipocresía e ignorancia de los que se alzan en paladines del «derecho a la vida» y de la importancia del «concebido no nacido», pues no son más que fanáticos fundamentalistas y voceros del cruel y feroz sistema capitalista que ataca a la vida, a todas las formas de vida, de forma continua y despiadada.
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