Somos iguales cuando así nos reconocemos los unos a los otros. Pero si este reconocimiento no es recíproco uno de los sujetos pierde su humanidad y se transforma en cosa, en un recurso para otros, en un objeto que puede aprovecharse.
Al sustituir el término “España vacía”, por “España vaciada”, sus habitantes dieron el primer paso para el reconocimiento de sí mismos. Se expresaron por fin en términos de denuncia: no estamos vacíos, nos vacían. El término “vaciada” expresa una voluntariedad, una culpa: alguien la ha vaciado. ¿Pero quién? ¿Quién es el vaciador? ¿Quién es el responsable?
La respuesta es un silencio incómodo. Y la España vaciada enumera con precisión los síntomas de su abandono y su agonía, pero no llega a diagnosticar las causas, no identifica al agente agresor. En su lugar se susurran vaguedades: los culpables son “las ciudades”, “el mundo moderno”, “los políticos”… Da la impresión de que hubiese una presencia oscura, un poder perverso al que es mejor no irritar, que ejerce aquel que no puede ser nombrado.
Una relación colonial
En un proceso destructivo que dura siglos, ese ente socioeconómico al que llamamos Madrid ha tenido una relación dañina con el resto de los territorios y se ha convertido en un auténtico agujero negro que genera empobrecimiento y vacío sobre todo en aquellos que están más cercanos a su horizonte de sucesos.
En el S.XVII Castilla era una de las regiones de producción cerealera más importantes del mundo, pero desde Madrid se obligó a los agricultores castellanos a venderles su producción a un precio tasado y subvencionado para hacer frente a los desorbitados e insostenibles gastos que generaba la corte. Esta intervención del mercado, que hoy desde la capital juzgarían como estalinista, empobreció a los castellanos al reducir su tasa de beneficios y desincentivó tanto la producción como la inversión. Supuso una incalculable pérdida de competitividad con otros mercados, cercenó su capacidad de crear excedentes, susceptibles de ser empleados, a su vez, en crear nueva riqueza, e inició el éxodo poblacional que jamás cesó. Pero, sobre todo, la intervención de los precios del cereal inauguró una forma de relacionarse en la que el resto de España tiene con respecto a la capital un vínculo de vasallaje, que se expresa en una típica relación de explotación colonial.
El trigo de hoy es la producción energética. En una estadística que sonroja por su obscenidad, Madrid es la única comunidad autónoma que no produce energía. Por decirlo con otras palabras: está exenta. Sus números son parejos a la producción de Ceuta o Melilla, y apenas cubre un ridículo 3% de sus necesidades. ¿Pero para qué iba a hacerlo? Si ya lo hacen los demás. En lo que constituye un auténtico expolio, Extremadura produce el 400% de sus necesidades energéticas y Castilla y León casi el 200%. Madrid es España y España es Madrid, para los demás las centrales nucleares y sus residuos, los gigantescos parques solares o eólicos, las minas de carbón, la contaminación, la devastación ambiental y paisajística. Y para Madrid los empleos de alta capacitación y los tributos generados por Naturgy o Endesa que, aunque extraen su riqueza en otros lugares, tienen su sede social en Madrid y vierten allí sus beneficios. Cuando las tecnologías quedan obsoletas, los suelos yermos, las minas y las centrales se cierran, para los demás la ruina social, los pueblos abandonados. Para Madrid la energía gratis. Como dijo Esperanza Aguirre: “Madrid no está para producir energía”.
El Monte Pindo es el Olimpo para los celtas. Su contorno lo adornan ahora molinos eólicos por doquier. El mismo paisaje de palas se extiende por toda la costa, desde la maravillosa ruta de los faros de la Costa da Morte hasta los miradores de la península de Barbanza. Y aunque Galicia ya produce más energía de la que consume, más de trescientos nuevos proyectos de parques eólicos se amontonan en los despachos de la Xunta. Se organizan manifestaciones por todas las ciudades gallegas, al tiempo que en toda la Cordillera Cantábrica surgen plataformas contra las megainstalaciones eólicas. Otras voces alertan en León. ¿Y cuántos molinos hay en la Comunidad de Madrid? Cero. Conviene repetir esta cifra: cero.
¿No es esto un ejemplo típico de explotación colonial?
La cultura
Un ejemplo entre muchos porque esta explotación se manifiesta en todos los ámbitos socio-económicos. En 1849 se aprobó el decreto que regulaba los teatros españoles. Estos se organizaban en tres categorías subordinadas entre sí: de primer, segundo y tercer Orden. Se procedía igualmente a crear el Teatro Español, con sede en Madrid y que se sostenía con fondos públicos. En sus artículos 93 a 95, el decreto obligaba a todos los espectáculos públicos y a todos los ateneos y teatros de España, públicos o privados, a destinar una parte de la recaudación “al sostenimiento” del teatro madrileño.
Así, cada vez que, por ejemplo, un ciudadano de Soria acudía al teatro de su ciudad, estaba pagando las diversiones y entretenimientos de la corte capitalina. Pero el empobrecimiento que causaba esta regulación no se circunscribía únicamente a las enormes cantidades de dinero que Madrid extraía de “las provincias”, sino a que establecía con rango de ley que este teatro era de categoría inferior, apuntalando el prejuicio que permanece hoy en día y que menosprecia e ignora la creación cultural periférica. No solo eso. El hecho de que el Teatro Español pudiese contar con tales sumas, sin competencia posible, supuso también una aspiradora de talento. Actores, dramaturgos y escritores peregrinaron a la capital, el único lugar que podía ofrecer salarios aceptables y, muy importante, donde la censura decidía si sus obras podían o no representarse.
El teatro de entonces tenía una relevancia social equivalente al audiovisual de hoy. La creación en 1962 de la Escuela de Cine en Madrid, así como de toda la estructura de la industria audiovisual, inició el éxodo de actores, guionistas y futuros directores y contribuyó a crear esa visión de Madrid como ciudad cosmopolita, abierta y dinámica, donde ocurren divertidos enredos amorosos frente a la España de provincias, rústica y paleta, a veces mágico lugar donde los hombres crecen en bancales y otras hosca, gris, habitada por ceñudos y silenciosos tipos de negro, escenario de crímenes extraños. La capitalización de talento y recursos en Madrid amputó la posibilidad de que los demás territorios pudiesen ofrecer representaciones alternativas de su realidad social.
La educación
Sus más de tres siglos de existencia y ser el gran centro de excelencia educativa español no salvaron a la Universidad de Henares de su desmantelamiento y traslado a Madrid. Se creó así la llamada Universidad Central (predecesora de la Complutense) que el Decreto Moyano erigía como cabeza del sistema universitario español y, subordinadas a ella, nueve universidades de distrito repartidas por el resto de la península. A estas últimas se les cedían algunos de los estudios más comunes pero solo hasta grados menores. Madrid, por el contrario, podía impartir absolutamente todas las titulaciones hasta el grado de Doctor, privilegio este que conservó hasta mediados del S.XX. Madrid se apropió de todos los saberes más útiles para el naciente capitalismo: las “Ciencias exactas, físicas y naturales”, todas las ingenierías, arquitectos, aparejadores, agrimensores… En Madrid se crearon también los centros de investigación relacionados con cada una de estas materias y aún hoy, de los diez organismos públicos de investigación, nueve tienen sede en Madrid.
La consecuencia es que incluso hasta más allá de 1960, más de la mitad de los universitarios españoles y la casi totalidad de ingenieros y científicos cursaban estudios en Madrid. La ciudad creaba así “la élite política e intelectual del país”, el sitio “donde todos quería estudiar y todos querían impartir”. Y muchos de aquellos titulados pasaron a integrarse en la clase dirigente madrileña dominando la historia de España hasta tal punto que todavía en la actualidad, cerca del 60% de los ministros de la democracia han sido titulados por Madrid y la ciudad monopoliza la alta judicatura, el cuerpo de Abogados del Estado, el Consejo de Estado y así hasta una lista inacabable de organismos que dominan imponiendo a los demás su visión centralista. Tal es el caso del Tribunal Constitucional, cuya función más relevante es la de cercenar y amputar cualquier intento del resto de territorios de legislar sobre sus propios intereses.
Convertida en la gran aspiradora de talento, Madrid no solo absorbió a los mejores estudiantes del resto de España, obligados a dejar sus lugares de origen para cursar estudios allí, sino que durante más de un siglo se nutrió de todos los recursos con los que las familias de estos estudiantes los sostenían. Como ocurrió con el Decreto del teatro, el saqueo era tanto intelectual como poblacional y económico.
El sistema financiero y las infraestructuras
La banca y el sistema financiero corrieron una suerte parecida. En 1856 se fundó el Banco de España, con sede en Madrid. Esta entidad, aunque era privada y solo respondía ante sus accionistas —madrileños— privados, obtuvo el monopolio de la emisión de moneda, el de los préstamos a la Hacienda Pública y el de la recaudación de tributos en todo el Estado. En 1874, absorbió transformándolos como sucursales propias a 12 de los 16 bancos que operaban entonces en el territorio español. Esta operación supuso el drenaje de los escasos ahorros españoles a la capital, que iniciaba sus proyectos de expansión con grandes infraestructuras y necesitaba todos los depósitos de los que pudiera disponer.
La expansión del ferrocarril del último tercio del S.XIX coincidió con las llamadas rebeliones cantonalistas, acaecidas sobre todo en el levante español y que propugnaban un estado de corte federal. Cartagena fue barrida con un “diluvio de fuego” que causó más de 800 muertos. Fueron, pues, los intereses militares los que hicieron valer su peso para que el ferrocarril se desarrollase en cinco ramales que unían Madrid con la periferia, pues el ejército necesitaba poderse desplazar a cualquier lugar de España lo antes posible para sofocar posibles levantamientos populares. Así, la estructura radial de comunicaciones se pensó desde su inicio como si el resto de España fuese la amenaza a Madrid. Es decir, se pensó contra el resto de los españoles. Como no podía ser de otro modo, al ser construida contra toda lógica económica, la estructura radial es, incluso a día de hoy, una de las más ineficientes y costosas en términos energéticos del mundo desarrollado.
El ferrocarril diseñado de ese modo pronto se reveló un negocio absolutamente ruinoso que trajo consigo escandalosos y generalizados casos de corrupción, sobresaliendo por su notoriedad el del Marqués de Salamanca. Todas las líneas ferroviarias eran ya entonces deficitarias y las empresas adjudicatarias, que ni siquiera habían pagado su construcción, fueron rescatadas con dinero público que manaba a espuertas desde la Hacienda Pública sostenida por el Banco de España, que a su vez hundía sus tentáculos en el ahorro nacional. Y así, los españoles pagaban la inacabable expansión de Madrid dos veces: con sus ahorros y con sus impuestos.
Se inauguró entonces el modo de construir infraestructuras que ha perdurado exactamente idéntico hasta nuestros días en el que
1) El poder central decide construir infraestructuras que benefician a Madrid.
2) Se adjudican a constructoras y empresas madrileñas.
3) El dinero se pide a crédito a bancos madrileños.
4) Las comisiones de bancos y constructoras vuelven a la clase política afincada en Madrid.
5) Continúese la rima del 5. O dicho más elegantemente, el resto paga la fiesta.
Este círculo extractivo perfecto en el que todos ganan excepto los españoles, explica desde el primer ferrocarril Madrid-Aranjuez hasta las Autovías y el AVE y une en la misma línea histórica de corrupción al Marqués de Salamanca con los comisionistas de la Gurtel, y al primer ferrocarril con las ruinosas radiales madrileñas de Aznar y Aguirre que rescataron los demás españoles con 3500 millones de euros. Entretanto, los gallegos siguen pagando por los peajes con que les desangra la única autopista que recorre y vertebra su territorio. Nacionalizarla costaría menos de la décima parte que se pagó por el rescate de las radiales madrileñas, pero sugerirlo es pecado. ¿Y cuánto pierde Galicia en términos de competitividad económica al ser el único territorio que paga por sus carreteras?
La estructura radial no es un solo un robo en sí misma sino que supone una ventaja competitiva incalculable frente al resto de los territorios. Yo era un melenudo noctámbulo cuando se inauguró el primer tramo de la Autovía del Cantábrico y un apocado y calvorota padre de familia cuando finalizó el último dos décadas después. Dos décadas de retraso económico para el norte mientras la capital pudo expandirse a todo trapo. Pero los asturianos no deberían quejarse porque el corredor mediterráneo, de una importancia capital para el desarrollo del levante español, lleva aguardando medio siglo a que se inicie siquiera el estudio del proyecto. ¿Cómo se puede valorar el daño que sufren unos y la ventaja que obtienen otros?
Incluso hoy AENA diseña una estructura parecida subordinando los restantes aeropuertos españoles a los intereses de Madrid-Barajas. Y eso explica por qué millones de pasajeros de toda España hacen escala obligatoriamente por Madrid para ir a cualquier otro sitio. Hasta el extremo que los aeropuertos del norte de España llegan a desviar a Barajas siete de cada diez de sus vuelos. A pesar de ello, sus pérdidas tienen que equilibrarse con los beneficios de los aeropuertos mediterráneos.
Menos mal que nos queda Portugal
Hay un ejemplo paradigmático que ilustra como pocos el conflicto invisible entre el centro y la periferia. En una de las últimas Cumbres Hispano-Portuguesas, el gobierno portugués anunció al español su intención de desarrollar su línea de alta velocidad en el eje norte-sur hasta Vigo. Esto puede parecer razonable geográficamente pero los representantes españoles pretendían que Lisboa se comunicase solo con Madrid y no daban crédito a la insolencia y a la imbecilidad de esos portugueses queriendo unir con alta velocidad Braga, Porto y el resto de sus ciudades de mierda. El tono de la discusión fue tan airado que en las semanas siguientes incluso la Ministra portuguesa de Transportes llegó a denunciar públicamente que el gobierno español había tratado de imponer esta solución por medio de amenazas. En este caso hubo un segundo damnificado: la comunidad de Extremadura, que, a lo que se ve, no tiene entidad por ella misma para optar a la alta velocidad si no es de rebote.
En el panorama político varias fuerzas políticas de los nacionalismos periféricos se definen como “soberanistas”. Para la mayoría de la población este término es confuso, parte de la cháchara nacionalista.
Lección primera: ¿Qué es la soberanía? La capacidad que tiene el gobierno portugués de que no le impongan pagar por infraestructuras que no necesita y que solo benefician a otros. Por cierto, ese año el BNG votó NO a los presupuestos españoles. Entre otras razones, porque se rechazaba una enmienda para destinar una cantidad irrisoria a los estudios preliminares de esa conexión ferroviaria de alta velocidad entre Galicia y Portugal. Si una infraestructura no pasa por Madrid, entonces se identifica como su rival y se relega.
Lección segunda: ¿Cómo hacer valer tu soberanía? Siendo una fuerza política con peso para pelear la defensa de los intereses de tu territorio. Porque una de las consecuencias de esta emergencia de fuerzas de la llamada España vaciada es que, de algún modo, suponen una reivindicación o justificación de los nacionalismos periféricos. Es decir, en la actual configuración territorial de España en la que el resto se supedita a los intereses de Madrid, ¡cómo será de necesaria la defensa de los intereses particulares si hasta los territorios sin sentimiento nacional ni lengua propia consideran vital articular sus propias vías de representación!
El entramado político mediático
Precisamente, para luchar contra el contrapeso nacionalista, se ha diseñado un complejísimo sistema de engaño y ocultación que genera incesantemente el complejo mediático madrileño según el cual únicamente lo capitalino se asimila a “lo nacional”. Así, poco importa que periódicos como La Razón apenas vendan un triste ejemplar en el resto de España, pues, por un extraño sortilegio, son igualmente considerados “prensa nacional”. Lo mismo ocurre con las televisiones, todas con sede en Madrid y que sobreponderan sus noticias hasta extremos esperpénticos. A la tormenta Filomena solo le faltó un canal temático 24 horas.
La prensa “nacional”, en un ejercicio escandaloso de cinismo y “doblepensar” es la encargada de estar prendiendo permanentemente la hoguera de los presuntos agravios que sufren “los españoles” por parte de esos egoístas nacionalistas que todo lo quieren.
En Madrid están aproximadamente 20 de los 30 museos nacionales o adscritos a los ministerios. Cada comunidad autónoma paga el mantenimiento de sus propios museos, excepto Madrid, cuyos gastos los sufragan todos los españoles (dos veces, con la entrada y con sus impuestos). Los gastos se reparten pero los beneficios se quedan en la capital. Solo las tres pinacotecas atraen a 7 millones de visitantes y se calcula que El Prado deja casi mil millones de euros a… ¿a quién? A un curioso eufemismo: a “la economía española”. La misma “economía española” donde se crean los 170.000 empleos (cinco veces la población ocupada de Soria) que se estima que generó la ampliación de la T4.
RTVE destina unos 3.000 millones a salarios y otro tanto a compra de material que, en su enorme mayoría, recaen en profesionales o empresas residentes en Madrid. Y así podríamos continuar con la infinita lista de organismos, ministerios, centros de investigación, etc, que pagan todos los demás pero que solo benefician económicamente al lugar donde tienen su sede. Porque Madrid es España y España es Madrid. No es extraño que se aferren a ellos con uñas y dientes y que la sola mención de que, por ejemplo, La Dama de Elche visite la ciudad que le da nombre durante apenas unas semanas, despierte una bronca feroz. Las obras inmortales de El Prado o el Thyssen pueden visitar París o Londres, pero exponerlas en Albacete se considera un desdoro y una degradación.
El encubrimiento es una constante. Madrid es kilómetro 0 de todas las infraestructuras pero su nombre está siempre oculto y así transitamos por la autovía de Extremadura, las “autovías gallegas” o el AVE a Sevilla. Mientras Madrid acumula líneas en todas las direcciones es a los demás territorios a los que se trata de presentar como favorecidos y a los que se les imputa el gasto. El último en unirse a la fiesta de disfraces es el “AVE gallego”, que aunque ignora a Lugo, pareciera discurrir únicamente por nuestras cuatro provincias y que los gallegos pudiésemos ir dando vueltas como en el tren de la bruja. Ocurre igualmente cuando el Gobierno anuncia inversiones millonarias para mejora de “la red de cercanías española”. ¿De qué red se está hablando? ¿Tiene Burgos red de cercanías? ¿La tiene A Coruña? Evidentemente, cuando dicen “española” casi siempre quieren decir “madrileña”.
España es la robada
Para que este sistema de ocultación funcione con tanto éxito se necesita también enfrentar al resto de territorios entre sí. Y pocas expresiones son más desafortunadas que el “España nos roba” que repiten algunos ámbitos nacionalistas. Lo cierto es que España no solo no roba a nadie sino que es la robada. Toda entera en su conjunto y los nacionalismos periféricos quizá deberían ver al resto de esa España vaciada, robada, esclavizada, como víctima de las mismas agresiones seculares que ellos padecen. Por el contrario, la brigada mediática centralista se frota maliciosamente las manos cada vez que expresiones como esa enfrentan a los damnificados entre sí ocultando al verdadero responsable del expolio.
Pese a todo, pese a esa enorme posición de ventaja desde el punto de vista socio-económico, cultural, político, mediático… pese a competir contra los demás en una liga amañada en el que un equipo tiene más jugadores, sus tantos cuentan doble y los árbitros están comprados, pese a eso, todavía el PIB de Barcelona y su entorno era superior al de la capital hasta la llegada del Procés. Lo que demuestra, por cierto, que la despiadada represión que generó el Procés no fue solo ideológica sino que sirvió, números cantan, como excusa para el saqueo. Sin esas malas artes, Barcelona aún sería “la locomotora de España”. Salvo que esa expresión entonces no se utilizaba: la locomotora solo pita si sale de Atocha.
Esta inaudita incompetencia económica solo es explicable por la prevalencia en el tiempo de una clase dirigente madrileña, cortesana, incompetente, nepótica, corrupta, acostumbrada a que los beneficios le caigan del cielo, y que retrataba muy bien Anasagasti en un artículo en el que la calificaba como “palco del Bernabéu”.
Los madrileños también son robados
La existencia secular de esta clase dirigente convierte también a la mayoría de los madrileños en perjudicados de esta lógica imperial. Zamora tiene los mejores números de España en el informe PISA pero esos estudiosos vástagos no encontrarán acomodo en el mercado de trabajo de su provincia. Por su parte, los resultados de Madrid llevan décadas en caída libre. ¿Para qué invertir en educación pública si puedo absorber a los mejores estudiantes que forman los demás? Castilla y León funciona como criadero de los futuros profesionales madrileños pues, una vez que destruyes, desertizas y empobreces todos los territorios limítrofes te conviertes tú en el único lugar posible donde acceder a un futuro laboral. La despoblación, así, se retroalimenta generación tras generación. Y lo extraño no es que la España vaciada se vacíe, lo extraño es que aún quede alguien.
Lo mismo cabe decir de la sanidad pública madrileña que empeora cada año, el acceso a la vivienda y tantos otros factores que convertirían una ciudad en habitable: la clase dirigente no necesita de hospitales públicos, ya tiene sus clínicas. Y tiene sus colegios, y sus universidades y no le importa el valor del suelo porque, convertida Madrid en un paraíso fiscal para millonarios, estos pueden vivir donde les apetezca. El resto de los madrileños que se valga como pueda porque, o trabajas aquí, o no trabajas. Lo tomas o lo dejas.
Esto no es contradictorio con que muchos de esos ciudadanos sientan un legítimo y sano orgullo de pertenencia con su ciudad que juzgan hospitalaria y acogedora, de acuerdo con el mito que parece pensar que en los demás sitios a uno lo reciben a pedradas. Lo cierto es que decenios de construcción cultural por parte del entramado político mediático han naturalizado su hegemonía volviéndola invisible. Hasta el punto que incluso la izquierda madrileña comparte de algún modo esta visión y da la impresión de que todos tuviésemos que sentirnos concernidos por la pérdida de la alcaldía de Manuela Carmena o los vaivenes de Madrid Central.
Como si se tratase de una suerte de patriarcado territorial, Madrid no quiere verse reflejado en ese retrato que le devolvería su rostro deformado. Pero tampoco quieren hacerlo sus víctimas, que son renuentes a reconocerse como colonias de una metrópoli tiránica. ¿Cómo hacerlo si sobre esto pesa un estruendoso pacto de silencio? Las editoriales madrileñas, el mundo universitario, la crítica literaria es completamente refractaria a publicar cualquier investigación que rompa el hechizo. Valga como ejemplo el excelente libro Madrid es una isla, donde el historiador Oscar Pazos hizo un riguroso y metódico análisis histórico sobre muchos de los temas que aquí trato y otros tantos más, que fue absoluta y premeditadamente ignorado en la capital. No me cabe duda de que este artículo, mucho más modesto, correrá idéntica suerte.
Reconócete a ti mismo
No soy optimista con respecto al futuro de la España vaciada pese a este aparente renacer de su conciencia. Hay señales que invitan al pesimismo. La simpatía que despiertan en esos territorios fenómenos como el ayusismo o Vox, precisamente los más salvajes defensores de esa concepción neo-colonial, no invitan a augurar nada bueno. Y la falta de un análisis realista de su situación produce extraños efectos, como por ejemplo que cuando algunas de esas provincias deshabitadas y olvidadas reclaman su parte del pastel, exigen fundamentalmente más autovías a Madrid, más trenes a Madrid, en un gesto que equivale a abrir voluntariamente la ventana al vampiro.
Muy al contrario, su única posibilidad de supervivencia, si es que existe aún alguna, pasaría por analizar las causas de su abandono y desertización, bucear en la historia y en el presente para encontrar las relaciones causales que los han llevado a este estado ante-mortem. Y, quizá, en lugar de enfrentarse a los nacionalismos periféricos, cayendo en la trampa que tiende la brigada mediática madrileña, podrían tratar de extraer sus propias conclusiones analizando el trabajo crítico con que el nacionalismo lleva décadas tratando de levantar los velos que esconden la dominación.
Atreverse a verse como lo que son: las víctimas de siglos de extracción de sus mejores hijos, de sus creadores, de sus trabajadores, de sus ahorros, de sus materias primas. De todos sus recursos.
¿Quién vacía la España vaciada? Habitantes supervivientes de ese páramo cada vez más yermo, atrévanse a decir en voz alta y sin miedo el nombre de ese oculto poder perverso que les sangra. Porque incluso el más siniestro puede ser conjurado. Como con otras fuerzas del mal, basta pronunciarlo tres veces para que se aparezca de entre las sombras:
Madrí, Madrí, Madrí.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/rural/quien-vacia-la-espana-vaciada