Para Anna Miñarro (Barcelona, 1959), hablar sobre la memoria es tratar el olvido impuesto. Esta psicóloga clínica y psicoanalista, codirectora de la investigación Fosas cerradas y heridas abiertas, la primera en España sobre el trauma psíquico y la transmisión intergeneracional que supuso el franquismo, conoce bien el funcionamiento de la mente de las víctimas directas de la dictadura. Por eso, afirma sin ambages que el silencio es la impunidad sobre la que se ha construido la actual democracia. Y denuncia que la sociedad continúa adoleciendo de una escucha pausada y reposada de los miles de represaliados.
A lo largo de su carrera como psicóloga, usted ha recabado unos 1.400 testimonios de familiares y víctimas del franquismo. ¿El relato de estas personas sigue un patrón? ¿Es similar en hombres y mujeres?
No, nunca siguen un patrón. Pero en todos los casos, el relato tiene un claro efecto terapéutico. Vemos una diferencia entre hombres y mujeres. A ellos les cuesta mucho más desde el punto de vista emocional. Ellas, en cambio, de entrada, llegan con llanto, tristeza y melancolía, y hablan mucho más. Los hombres, por ejemplo, tienen tendencia a iniciar las conversaciones con anécdotas.
La escucha es imprescindible, pero no solo a las víctimas directas, también a las segundas, terceras y cuartas generaciones. Llevo en este trabajo de escucha desde 2003, y veo que muchas de estas personas tienen una capacidad enorme de transformar el dolor en espíritu de lucha: han transformado la vulnerabilidad en fortaleza al convertir su herida personal, traumática y privada en una acción social compartida.
¿De qué forma se ve afectada la salud mental de los familiares de víctimas del franquismo?
Lo primero que hay que tener claro es que los familiares sufrieron el escarnio, la represión del poder que los difamaba, acosaba y, en algunos casos, amenazaba. Por ejemplo, desde mi trabajo en Catalunya escucho muchos testimonios de personas que se consideran inmigrantes, aunque sean españolas. Evidentemente no lo son, pero se sienten refugiados. Son personas refugiadas en su propio país: fueron desterradas al salir de prisión u obligadas a dejar sus hogares por estar perseguidas.
La salud mental de todas estas personas se ve afectada, sobre todo la de las mujeres, quienes soportaron mayormente la catástrofe social y el trauma. Vivimos en un Estado heredero del franquismo que conserva todos los elementos represivos intactos.
Formó parte del equipo psicosocial que el Ayuntamiento de Barcelona creó durante su iniciativa para reconocer públicamente a las personas represaliadas del tardofranquismo (1955-1977). ¿Qué vivencias encontró diferentes a aquellas experimentadas durante la posguerra?
Algunas de ellas eran exactamente iguales a la primera generación, aunque otras estaban algo aminoradas tras terminar la gran represión de la posguerra. Pero todos ellos perdieron su identidad, ideales, modos de defensa y mitos, y vivieron marcados por el sufrimiento psíquico.
En 1939, los supuestos vencedores sí pudieron avanzar hacia el duelo de manera inmediata, saber dónde estaban enterrados sus parientes para llevar a cabo el ritual que conviniera. En cambio, hay unos 120.000 cuerpos de los vencidos por exhumar todavía, aunque se esté trabajando en ello.
Mucha gente tiene la sensación de que no es preciso hablar más del tema, pero es todo lo contrario: hay cuestiones que hace falta decir muchas veces, explicar muchas veces. Igual que la memoria histórica sí es abordada desde lo jurídico, social, sociopolítico, antropológico y el periodismo, la salud mental ha quedado relegada.
En general, ¿qué traumas se encuentra cuando atiende a los y las represaliadas por el franquismo?
Lo más común es un nivel de tristeza enorme, un llanto insostenible que normalmente se convierte en melancolía al acumular una historia tan larga, dolorosa y muy vergonzante.
En mujeres encontramos esa tristeza enorme, que a veces se convierte en depresiva, y tiene consecuencias como enfermedades psicosomáticas, entre las que se encuentran la fibromialgia y la fatiga crónica, enfermedades muy difíciles de explicar para un médico de cabecera o especialista sin tiempo para atender a sus pacientes.
¿Hasta qué punto estos traumas se resuelven? ¿Se traspasan de generación en generación?
Son necesarios suficientes profesionales de salud mental que creen el espacio propicio para que las víctimas hablen. Hay que acompañarlas. El trauma no se resuelve del todo nunca, porque siempre queda la marca. Pero hay gente que, al dar su testimonio, repara una parte de este trauma.
El impacto del tiempo pasado en una represión constante es imposible de olvidar. El olvido no existe, y las heridas que persisten se transmiten de generación en generación.
En este sentido, la primera generación que sufre el trauma no puede hablar de él, acepta el silencio impuesto por el franquismo, aunque en algunos casos es un silencio decidido para proteger a la familia. La primera generación, así, queda totalmente bloqueada. Si eso ocurre, la segunda generación no puede nombrar porque no conoce absolutamente nada; y la tercera tampoco sabe lo que le ocurre: es como si circulara un fantasma a su alrededor. Y todo esto pasa a la cuarta generación, la más actual, en la que encontramos muchas enfermedades psíquicas por este motivo.
Usted defiende hablar, compartir… presentar a la sociedad estas experiencias traumáticas. En cambio, los partidos de derechas abogan por el silencio y lo justifican como un proyecto de pacificación entre españoles.
Sí, lo muestran como una especie de reencuentro entre españoles, pero quienes proponen el silencio hoy continúan con el silencio impuesto por la dictadura. Y eso lo proponen ahora, cuando la gente empieza a hablar de ello. Estas propuestas existen porque siempre existió la impunidad como represión social interna. Tenemos que insistir en que esta impunidad afecta a la salud mental de toda la sociedad, no solo de los represaliados directos. Debemos superar ese silencio que se impuso y que fue la única manera de sobrevivir.
Verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición son las cuatro demandas históricas del movimiento memorialista. Centrémonos en la reparación: ¿hasta qué punto es importante un acompañamiento psicológico para todos estos cientos de familiares que siguen buscando a sus seres queridos en las cunetas y fosas comunes?
Tan importante que no se puede hacer de otra manera. La única comunidad autónoma que ha integrado la presencia de profesionales de la psicología durante el desarrollo de las exhumaciones es Islas Baleares. Una figura así es esencial para reparar, no solo a los ciudadanos víctimas y sus familias, sino también al imaginario social.
En momentos como las exhumaciones, salen muchos recuerdos y duelos no resueltos. Curiosamente, a pesar de lo que pueda creer la mayoría, cuando la gente habla de querer ser reparada no pide que se le devuelva la casa o el terreno que el franquismo le robó. Reclaman ser escuchadas, sin rencores ni venganzas. Lo que ocurre es que la vinculación de la justicia con la memoria es un requisito ineludible para revertir el pesimismo, la amargura y la desidia.
Usted también forma parte del equipo psicológico que se ha incorporado en la cuarta fase de la Ley de Fosas de Islas Baleares. Es la primera vez que una especialista como usted se incluye en un plan de estas características desde una Administración pública. ¿Exhumar a un ser querido puede llegar a ser un punto de inflexión en la vida de alguien?
Sin duda, pueden recuperarlo todo. Al ser escuchadas, se empieza a curar el trauma, hasta entonces oculto. En estos casos de exhumación, también se repara lo que yo denomino el exilio interno que sufren los familiares, que afecta a su identidad.
Imagino que muchas de las víctimas reciben terapia psicológica de forma privada, o no especializada. ¿Por qué diría que es crucial que una figura como la suya sea proporcionada por la Administración pública?
Yo creo que lo que se ha conseguido en las Islas Baleares es el resultado de la movilización y lucha de las asociaciones memorialistas, como Memoria de Mallorca. El problema está en que esto ha tenido cabida en un gobierno de izquierdas, y está el miedo de lo que pueda pasar tras las elecciones de 2023.
En cambio, una figura como la suya no está contemplada en la recién aprobada Ley de Memoria Democrática estatal.
Esta Ley, en algunos aspectos, no va a resolver los conflictos que venimos arrastrando desde hace décadas. Por ejemplo, en Adamuz, un pueblo de Córdoba, la asociación memorialista no ha conseguido que en la placa que recordará a varias personas asesinadas aparezca que fueron víctimas de la represión franquista, y eso con un gobierno del PSOE.
Esta segunda generación de la que hablamos son personas de edad muy avanzada. Muchas, de hecho, mueren sin llegar a encontrar los restos de sus familiares. ¿De qué forma afecta esto a sus pacientes?
Si en la primera generación encontramos un silencio total, las siguientes padecen emociones angustiosas a las que no son capaces de poner nombre. Les aparecen síntomas en el cuerpo que a veces están desprovistos de sentido, que no se explican. Son los síntomas idiopáticos de los que hablábamos antes. Por eso quieren una reparación, para poder sanar, y el hecho de llegar a la exhumación final puede ser un gran paso para ello, un alivio increíble.
Por último, de las muchas que conoce, ¿qué historia le ha impactado más?
Hay muchos testimonios escalofriantes, pero recuerdo dos en especial.
Había un hombre en Mallorca que murió un año y medio antes de que identificaran a su padre en una fosa común. Cuando traté con él, era anoréxico y recordaba con profundo pesar que, de joven, aunque le gustase bailar, no podía hacerlo, porque los hijos de rojos tenían prohibido ir a las fiestas mayores. A través de un acompañamiento terapéutico pudo recuperar muchísimas funciones, porque se había quedado traumatizado desde el asesinato de su padre, cuando era un niño.
La otra historia es la de la primera mujer a la que escuché. Tras su relato, la que enfermó fui yo. A ella, los sublevados la habían violado con 20 años, delante de dos niñas pequeñas, justo cuando estaba cruzando la frontera. Ese relato sí que me impactó, muchísimo.