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Los partidos políticos

Radiografía de la izquierda: el caso de Madrid (II)

Fuentes: Rebelión

Un análisis sintético de la situación en que se encuentra el panorama de las fuerzas llamadas de izquierda en Madrid.

LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Pese a la disparidad de tipos de partidos, por su tamaño, ideología o estrategia, hay algunos rasgos comunes:

* Atrapados por el centralismo. Madrid es la capital, y por ello el escenario principal de las disputas políticas a nivel de estado. Este hecho ha condicionado siempre la incapacidad de los partidos por tener un perfil propio madrileño, una agenda local; porque aunque las instituciones que gobiernan la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid gestionan enormes recursos, los focos mediáticos suelen apuntar a las instancias estatales. Las secciones madrileñas de los partidos de izquierda no han sabido encontrar su sitio político, porque además suelen estar tuteladas por las estructuras centrales. Es recurrente, por ejemplo, la falta de referentes madrileños en los grandes (y pequeños) partidos de la izquierda, que en cuanto destacan un poco son elevados al ámbito estatal, siendo la mediocridad la tónica de las últimas décadas, convirtiendo la oposición institucional en algo patético, por decir algo. En la derecha en cambio, el PP al menos, ha sido capaz de destacar a figuras que se hicieron notar en Madrid.

Mientras escribo estas líneas irrumpe la convocatoria de elecciones autonómicas en Madrid para mayo de 2021, que de pronto se convierten en un campo de batalla estatal, con la participación de líderes de este ámbito. Dicen que un buen ejemplo vale más que mil palabras.

* Electoralismo. Los partidos que aspiran a participar en las instituciones, vía elecciones, suelen caer, más temprano que tarde, en el posibilismo electoral. Las aristas, las grandes ambiciones, se van limando para no salirse del marco que impone el sistema a través de los grandes medios de comunicación, cayendo en la autocensura, la moderación, en definitiva lo “políticamente correcto”. Curiosamente se olvidan pronto que los mejores resultados electorales se han cosechado con ambiciosas ofertas de cambio, lo que motiva a su electorado; y que, al contrario, en la medida que se parecen a sus partidos rivales, es cuando pierden apoyos a mansalva. Los partidos minoritarios que generalmente no se presentan a las elecciones (más por debilidad que por convencimiento) están cómodos en la crítica a los grandes; pero su falta de valentía para demostrar con hechos que “otra gestión es posible”, hace perder credibilidad a su crítica. Si tan mal lo hacen algunos, sería fácil hacerlo mejor, pero…

* Instalados en la oposición. En 2019 el PSOE fue el partido ganador en la Comunidad, y Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid. Su ausencia política y mediática ha sido manifiesta en los 2 primeros años. Esta falta de defensa de los intereses de quienes les votaron, esta falta de ambición, hace pensar que la oposición es cómoda para personas que cobren un buen sueldo por asistir a reuniones sin mayor responsabilidad, y así que pasen los días… Y lo mismo cabría decir de aquellos minoritarios instalados en la crítica a los grandes partidos, haciendo de ello su particular y cómoda forma de vida política.

* Por detrás de los acontecimientos. Los partidos de ahora han dejado de ser, hace mucho tiempo, organizaciones capaces de alumbrar el futuro social, en un sentido estratégico. Seguramente se trata de una consecuencia del electoralismo señalado antes; el hecho es que ya no existen los llamados grandes estadistas, sino los oportunistas de regate corto, de imagen mediática, que van sorteando los acontecimientos que la evolución social y económica va colocando en la agenda. Son otros espacios, ligados al poder del capital, los que planifican el futuro: universidades especiales, foros como el de Davos, grupos opacos como la Trilateral. La izquierda, que fue la que inventó las diferentes internacionales, es ahora la que menos coordinación tiene a nivel mundial, y sus fundaciones de pensamiento se dedican más a buscar esencias del pasado que en analizar y labrar caminos de futuro. Esto es tangible en los grandes partidos, pero también en los minoritarios y más radicales, para los que su pereza mental e ideológica les lleva a explicar que cualquier nuevo fenómeno es fruto de la rapiña capitalista, y que todos los males se solucionarán cuando se haga la revolución socialista que traerá la felicidad a toda la humanidad.

* No son motor de cambio ni de transformación. Se trata de una consecuencia de lo anterior. En el mundo comunista, siempre se ha considerado que el Partido era el guía que dirigía e impulsaba la lucha, hasta el extremo de que las organizaciones bajo su influencia se convertían en “correa de transmisión”. Esto hace muchos años que ya no es así, al menos por estos lares, siendo casi al contrario en ciertos ámbitos, como veremos. Los partidos esperan a que otros le hagan el trabajo de calle, y, si la cosa cuaja, se suman en la pancarta de cabecera. Y en esto tampoco hay mucha diferencia entre los grandes y los pequeños partidos, por mucho que pretendan enredar en las organizaciones sociales, que generalmente ya no dependen de los partidos para decidir su estrategia.

* Camuflaje. Con el cambio de siglo y ante el declive de representatividad de las organizaciones mayoritarias, llevó a éstas a ocultar parte de su actividad pública en ciertas plataformas supuestamente transversales: los Foros Sociales. De esta manera trataban de dar un lustre diferente a sus convocatorias, y tenían la ventaja de que si eran un éxito, se lo atribuían, pero si era un fracaso, no era de ellos sino de la franquicia que habían creado. A nivel de los partidos políticos esto se agotó, pero siguen funcionando en el ámbito sindical, del que luego hablaré.

* Del centralismo democrático al liderazgo plebiscitario. Dejando de lado el caso del PSOE, cuyo nivel de representatividad institucional le permite mantener cómodamente unas estructuras organizativas relativamente estable, otras organizaciones con vocación transformadora han sufrido una convulsión en los últimos años. El agotamiento de los partidos tradicionales, basados en el centralismo democrático, derivó en una explosión que cuestionaba hasta su papel (el “no nos representan” no distinguía siglas).Pero la recomposición del tablero representativo se ha basado en modelos de fuerte liderazgo, donde la participación se reduce a ciertas consultas plebiscitarias: Vivir para ver. Debo reconocer que no tengo el suficiente distanciamiento para poder realizar un análisis que sea más racional que emotivo, por lo que me limito a exponer una realidad que en cualquier caso no me parece positiva, dado que la batalla de las imágenes se dirime en un terreno de juego dominado por los grandes medios de comunicación, en manos del capital que apoyan, claro está, a la derecha. Si renunciamos a crear nuestro propio terreno de juego, por muy lento y complicado que ello resulte, nos veremos abocados a perder siempre, salvo esporádicas excepciones. La cabeza del líder es presa fácil de la carroña mediática.

* Desdibujamiento de los programas. Es un hecho reconocible que son muy pocas las personas que se leen los programas políticos de los partidos, ni siquiera en período electoral, que debería ser un compromiso ante l@s electores, más allá de los mensajes ingeniosos y de los liderazgos personales. Del famoso “programa, programa” de Anguita, hemos pasado a una definición y un perfil difuso que permite que cada persona seguidora del líder o la “marca” proyecte sus aspiraciones, tengan o no plasmación escrita o concreta. Esta manera de identificación permite una gran variedad de seguidores, que aunque no compartan muchos valores se identifican con el carisma del líder, a quien siguen diga lo que diga o haga lo que haga, siempre dentro de un cierto margan, claro, pero cuyos límites suelen ser amplios, difusos y maleables. La política, y en particular en su vertiente representativa, siempre ha tenido unas grandes dosis de emotividad, y que suelen ser más elevadas en épocas, como la actual, de grave crisis en casi todos los terrenos.

* No es el momento. Es frecuente escuchar a dirigentes de partidos en el gobierno, o cercanos, afirmar que “no es el momento” de abordar reformas de calado, y menos ahora que la alternativa sería un gobierno del trifachido, con la amenaza creciente de Vox. Pues yo soy de los que piensa que la irrupción de la extrema derecha en nuestro país es un síntoma clarísimo de la crisis profunda del sistema, en casi todas sus facetas. El régimen no está débil, pero sí en crisis, y estas situaciones es cuando afloran fuerzas de extrema derecha, que sirven al capital de fuerza de choque ante posibles avances populares y de calado, y que se nutren de votantes deseosos de encontrar certezas frente a un panorama cada vez más incierto y precario. En situaciones de crisis, cuando las fuerzas transformadoras no pueden o quieren afrontar los grandes cambios, es la reacción la que ocupa el lugar de portavoz de los olvidados.

Pedro Casas. Activista vecinal.