LAS ORGANIZACIONES SINDICALES
Entrando a analizar la panorámica sindical, y excluyendo a los conocidos como sindicatos amarillos (promovidos generalmente por las propias empresa o partidos de derecha), cabría distinguir entre las grandes organizaciones (CCOO y UGT, mayoritarios en casi todos los territorios), y otras organizaciones más pequeñas que se autocalifican como “de clase o combativas”. Las diferencias principales entre unas organizaciones y otras se encuentran más en su programa y en un mayor énfasis en la lucha frente a la negociación; pero comparten muchos otros rasgos, como podrá verse.
* Debilidad. Comparado con otros países de nuestro entorno, sigue siendo muy baja la afiliación sindical de nuestro país. La machacona propaganda franquista, de la que permanecen vivos importantes vestigios, hace que todavía, para importantes sectores de la población, los sindicatos tengan un cierto carácter “subversivo”, transcurridos más de 40 años desde su legalización, no sólo los minoritarios sino incluso los mayoritarios (más CCOO que UGT). En demasiadas empresas estar afiliado a algún sindicato que no sea de la empresa, puede llevar aparejado la inclusión en la lista negra de despedibles.
Otro rasgo de su gran debilidad se observa en la desigual implantación que tienen según sectores y tamaños de empresa, destacando en las grandes de la industria o ciertos servicios como Banca o el sector Público. Pero la industria lleva décadas sufriendo la deslocalización y la fragmentación de sus grandes cadenas de producción, lo que ha fragmentado mucho el tejido productivo. La implantación en pequeñas y medianas empresas ha sido tradicionalmente muy baja, y ahora más con la precariedad y externalización de muchos de sus procesos productivos.
La estabilidad y presencia en el empleo son dos condiciones básicas para la afiliación. El teletrabajo, que la pandemia ha favorecido, puede ser la puntilla a unas relaciones laborales ya heridas con la proliferación del trabajo temporal y precario.
Esta debilidad se refleja en las últimas huelgas generales, que, salvo los sectores antes señalados (en los que no hay riesgo de perder el empleo al ejercer el derecho a la huelga), no tienen gran impacto en otros sectores. Se puede constatar que la implantación de CCOO en términos de fuerza (de UGT no se puede hacer esa comparación histórica por apenas tener actividad durante el franquismo) ahora es inferior a la que tenía en los años previos a su legalización: curioso y tremendo.
* Desmantelamiento de las estructuras locales. Los sindicatos han abandonado las uniones locales que proliferaron en los primeros años tras su legalización, y los minoritarios, salvo raras excepciones, ni siquiera se han planteado suplir este vacío. Estas estructuras locales permitían llegar a trabajadores de las pequeñas empresas, o en situación de crónica temporalidad y precariedad; precisamente en estos tiempos que se refuerzan ambas características, se hacen más necesarias que nunca estas estructuras organizativas locales.
* Más negociación que lucha. La falta de reconocimiento de la representación sindical en el franquismo, construyó un sindicalismo combativo, que a base de luchar conseguía negociar mejoras en las condiciones laborales. Tras la restauración de las libertades formales se creó una araña de mesas negociadoras que tienen entretenido y distraído a buna parte del activismo sindical mayoritario, de manera que, salvo raras excepciones, no se recurre a la lucha para mejorar la correlación de fuerzas en la negociación. El extremo aberrante al que se llega es la supuesta “negociación” de los despidos colectivos, sin cuestionar el propio despido, en cuyas mesas se reparten fondos para los sindicatos firmantes. Hace demasiado tiempo que el sindicalismo mayoritario vive cómodo instalado en la aceptación del “mal menor”, sin explorar alternativas ambiciosas. Quienes firman acuerdos posibilistas a la baja mantienen su comodidad laboral y el reconocimiento de los poderes empresariales, en un proceso lento, pero imparable, de esclerosis sindical. La agenda “negociadora” condiciona cualquier posible avance en derechos laborales; pero esa agenda no la controlan los sindicatos.
* Camuflaje sindical. Ya comentamos en el apartado de los partidos políticos cómo, con la moda de los Foros Sociales en el cambio de siglo, se desarrolló una estrategia del camuflaje, y en el caso de Madrid también los sindicatos impulsaron, con otras organizaciones, el Foro Social de Madrid, que era quien convocaba determinadas movilizaciones, de manera que si eran un éxito, se lo atribuían, pero si era un fracaso, no lo asumían. El abandono de la calle ha sido evidente en las dos últimas décadas; anteriormente, cuando alguna organización diferente a las mayoritarias pretendía convocar algo importante, de miles de personas, se encontraba con el dilema de que sin “ellos” no era posible una movilización de envergadura, y “con ellos” muchas veces tampoco porque no querían. Esto ya no es así, y la prueba fue las marchas de la dignidad o el 15M que convocaron a cientos de miles de personas sin necesidad de esperar a que los mayoritarios lo bendijeran.
En los últimos tiempos han sido las Mareas las que han encabezado las luchas en defensa de ciertos servicios públicos, siendo un modelo interesante ya que aglutina las reivindicaciones tanto laborales como sociales, por la calidad del servicio. A falta de une verdadera estructura asamblearia y horizontal, estas mareas se han convertido en espacio de disputa por la hegemonía de todo tipo de sindicatos, y ha hecho que se pierda mucha de su capacidad representativa y reivindicativa, rompiéndose incluso en varios pedazos como ocurrió recientemente con el movimiento pensionista.
Cuando los minoritarios han conseguido mayor capacidad movilizadora que los mayoritarios en la calle (véase pensionistas, o el 1º de mayo), no tardaron en romperse en varios bloques, quizás por una especie de vértigo, por no asumir el peso de la responsabilidad o por alguna mano negra, que cualquiera sabe; en Madrid es lo que ha ocurrido.
* Desconexión con las bases. El que se convoquen cada vez menos movilizaciones se justifica en la supuesta escasa combatividad de “la gente”; pero esta cómoda auto-justificación esconde una falta de confianza en los trabajadores a quienes supuestamente se representa. Para mi gusto una de las muestras de la desconexión de estos sindicatos con sus bases lo constituye la convocatoria anual en recuerdo de los abogados laboralistas asesinados en 1977, que se reduce a un acto institucional para liberados y dirigentes sindicales, en día laborable por la mañana, lo que impide que las y los trabajadores pueden participar.
* Jerarquía organizativa. Esta falta de combatividad de las organizaciones sindicales mayoritarias va pareja con una jerarquización de sus estructuras organizativas, hasta el extremo de que cada vez sea más frecuente que las decisiones sindicales, en ciertas empresas (sobre todo si son importantes), sean tomadas por comités superiores en lugar de las secciones sindicales de la propia empresa. La capacidad decisoria de la asamblea de trabajadores quedó usurpada hace tiempo por las decisiones de las secciones sindicales, y ahora éstas son despojadas por los comités superiores.
* Dependencia financiera. Todo este proceso de auto-debilitamiento no sería comprensible si no tuviéramos en cuenta un aspecto básico, que afecta a todo el proceso: Las enormes cantidades de dinero que estos sindicatos reciben por muy diversos cauces:
- Subvenciones, directas o indirectas, de muchas instituciones.
- Mantenimiento de locales a cargo de la administración.
- Participación en la gestión de planes de pensiones.
- Cursos de formación gestionados por los sindicatos y financiados por las cuotas recaudadas por la Administración.
- Terrenos donde poder construir cooperativas de viviendas.
Es pertinente recoger aquí también las horas sindicales para liberaciones parciales o totales, que si bien son un logro esencial para poder realizar sindicalismo, en algunas ocasiones se han convertido en moneda de cambio en las mesas negociadoras. Una cosa es tener X horas al mes para visitar centros de trabajo, y otra es desaparecer del puesto de trabajo, abandonar la relación con los compañeros y compañeras, para ejercer cómodas labores internas de los sindicatos.
Todos estos recursos son los que permiten mantener en funcionamiento unas grandes estructuras que sin dichas ayudas colapsarían en pocos meses. Y esta dependencia es sobradamente conocida por la administración (Central, Autonómica y Local), que lo alimenta en todos esos niveles, así como las diferentes patronales, lo que ayuda, de manera decisiva, a que las posiciones sindicales sean muy “flexibles” cuando se trata de negociar un convenio, acuerdo marco, EREs , sistema de pensiones, o reforma laboral. Solo esta situación de dependencia absoluta es lo que explica los acuerdos para subir la edad de jubilación, la falta de combatividad contra la canalla reforma laboral de los empresarios que aprobó Rajoy, o que cuando CaixaBank absorbe un banco público como Bankia (que debe al estado 20.000 millones de euros), tan solo muestren una cierta preocupación por la más que segura destrucción de empleo que ha acompañado otras fusiones y absorciones, pero nada digan de la venta y privatización de una banca pública.
* Desnaturalización de su carácter socio-político. La CNT de hace un siglo practicaba un sindicalismo que desbordaba su carácter meramente laboral. Lo mismo le pasó al nuevo sindicalismo, de CCOO y otros, surgido de las luchas en el franquismo. Sin embargo, con el paso de los años ha ocurrido un proceso de repliegue hacia lo meramente laboral, complementado con un sindicalismo de servicios (seguros, vivienda, etc.) Este proceso ha debilitado enormemente a los sindicatos, cuya pérdida de referencia social los reduce a meros defensores de ciertas condiciones laborales, de su sector o incluso de sus afiliados. Es la perversión que puede entrañar las elecciones sindicales, que condicionan a quienes se presentan a ellas a buscar la reivindicación concreta que les pueda dar rentabilidad electoral, frente a otras consideraciones. Esto podría explicar la actitud de algunos sindicatos, que se posicionan en la práctica contra procesos de remunicipalización de servicios, al primar intereses corporativos frente a los intereses colectivos.
Una consecuencia de esta característica se muestra en el hecho de que son pocos los activistas sindicales que se involucran también en las luchas de sus barrios u otros sectores sociales. A nadie se le puede exigir dedicación completa en su vida, pero es que hay dirigentes sindicales que ni siquiera participan en asambleas o movilizaciones en sus barrios, y algunos incluso se marcharon a vivir a otras zonas residenciales, alejadas de la base obrera a la que representan de alguna manera.
* Los Sindicatos alternativos. Aunque ya han sido citados en algunos apartados, quería hacer algún comentario más específico. En las últimas décadas han surgido nuevas organizaciones sindicales que no terminan de crecer porque dedican más esfuerzos a criticar a los mayoritarios que a desarrollar su propio camino. Además, nutridos en muchos casos de activistas de otros sindicatos, CCOO principalmente, han llegado a reproducir muchos de los vicios que supuestamente critican (burocratismo, liberaciones, jerarquización, demasiadas declaraciones y poco activismo de base). Pareciera que no tuvieran ambición de superar a los mayoritarios, sino vivir en la comodidad de una oposición sin afrontar el riesgo de la responsabilidad. Puede ser esa la explicación de por qué no han crecido, a pesar de que los mayoritarios han dejado la calle expedita para que cualquiera la ocupe, y por lo tanto han tenido bastantes oportunidades de competir y superar en el ámbito de las luchas.
Cuando la manifestación del sindicalismo alternativo del 1º de mayo llegaba a superar la del sindicalismo mayoritario (la “oficial”), se han generado conflictos que han frenado en seco dicho ascenso, ocasionando la división.
El caso de la CGT merecería de un estudio a fondo. Surgido de una escisión de CNT fue adquiriendo prestigio por su mayor coherencia en las luchas laborales, y también en las sociales, al tener una concepción socio-política de su papel. En los ámbitos laborales en que desplegaba un trabajo sindical coherente, llegaba a desbancar a los mayoritarios (incluso en la administración pública). Pero entró de pronto en un proceso de autodestrucción, cuyas causas algún día quizás lleguemos a conocer, replegándose al papel de sindicato subordinado y despojado de la responsabilidad de ser mayoritario.
* El nuevo sindicalismo. El vacío que dejan los sindicatos (mayoritarios y minoritarios) en sectores precarios o barriales, está cubriéndose de manera incipiente por colectivos informales que van consiguiendo desarrollar organización y movilización en dichos ámbitos. Me refiero a las llamadas “Kellys” (limpiadoras de hoteles), trabajadoras de ayuda a domicilio, manteros (venta ambulante), inquilinos y otras. Estas iniciativas son un rayo de esperanza en ámbitos que van teniendo cada vez mayor importancia en el tejido productivo y social de los barrios populares. Deben afrontar el reto de consolidarse como organización (no me refiero a su institucionalización), y ser capaces de transcender su ámbito concreto de actuación, para no quedarse en meras organizaciones “gremialistas”.
Pedro Casas. Activista vecinal.