Si el temperamento de Rafael (Felito) Lahera se pudiera apresar en una palabra, hablaría de su inquietud. Su mirada supone un escudriñar en todo detalle. Ni para conversar se está quieto. Todo el tiempo necesita saber, conocer, indagar. Este emblema de su personalidad le ha sido útil para una carrera actoral que ya comienza a […]
Si el temperamento de Rafael (Felito) Lahera se pudiera apresar en una palabra, hablaría de su inquietud. Su mirada supone un escudriñar en todo detalle. Ni para conversar se está quieto. Todo el tiempo necesita saber, conocer, indagar. Este emblema de su personalidad le ha sido útil para una carrera actoral que ya comienza a consolidarse y que ahora vuelve a ser referencia, gracias al Premio al Mejor Actor que obtuvo en el recién finalizado Festival Internacional de Cine de Santo Domingo.
En el teatro cubano, Lahera se ha movido por diversos estilos y tendencias. Cuando el acercamiento a lo popular alcanzó un momento culminante al protagonizar «Andoba», de Abraham Rodríguez, Felito da un vuelco al incorporarse a la compañía Teatro El Público que lidera Carlos Díaz. Allí demostró su capacidad para la comedia exquisita en «Así es si así os parece», de Pirandello, y enriqueció su trayectoria al encarar el Trigorin, de «La gaviota», de Chejov. A su vez su presencia ha sido habitual en la televisión cubana en programas para niños, como Dando vueltas hasta su labor protagónica en La cara oculta de la luna, la telenovela que ahora pasa por Cubavisión.
La noticia del Premio en el Festival de Santo Domingo llega en un momento de esplendor de tu carrera. ¿Consideras que tu experiencia teatral ha contribuido en estos resultados? ¿Cómo crees que se integran estos dos medios?
Por supuesto que ha influido, lo que cambia es el medio, pero la base es igual. Toda la experiencia que un actor logre acumular es arsenal interpretativo en cualquier medio. Existen muchos ejemplos de actores que pasean por todos los medios sin ninguna dificultad. Eso sí, hay que estudiar mucho lo que vas a hacer, cómo y dónde lo vas a hacer.
Barrio Cuba fue un proceso bien arriesgado en cuanto a la forma de hacer cine en Cuba. ¿Qué hecho te comprometió a asumir un proyecto así? ¿Cómo resumirías tu relación con un director como Humberto Solás?
El solo hecho de que un director como Humberto, toda una leyenda del cine latinoamericano y realizador de talla mundial, te llame para rodar con él una película es motivo de fiesta para cualquier actor. Cuando eso pasa y con la misma humildad que tiene de grandeza te dice que no hay un centavo para filmar y pide tu pequeña cooperación, te lanzas con los ojos cerrados en cualquier empeño. Aun te digo más, quienes le hicieron ver a Humberto que yo podía hacer este personaje fueron Pichi (Jorge Perugorría), Isabel Santos y Elia, la hermana de Humberto, pero él no estaba muy convencido. Tanto es así que después que habló conmigo por teléfono para invitarme a trabajar, vio algo que yo hice en televisión y se desencantó. La batalla por mí de estos tres amigos y de Elsita, la esposa de Pichi fue titánica y no hubo más remedio que hacer una prueba. Te juro que me estaba muriendo. Cuando terminamos, Humberto solo dijo: «bienvenido, el personaje es tuyo». Después de la relación de trabajo tan inmensa que tuvimos quedó una linda amistad que se alimenta con el rigor profesional que una figura como Humberto merece.
Eres un actor formado en la televisión y, sobre todo, en el teatro. Cada vez te solicitan más los directores. ¿Cuál es tu ideal en cuanto a la participación en un medio u otro? Si te dieran una agenda para que llenaras cada año, ¿qué preferencias tendrías?
Es complicado, en mi caso muy complicado. Diría sin temor a equivocarme que apostaría por una agenda de trabajo con oportunidades en el teatro. La magia del teatro es inigualable. Todos los que me conocen saben todo lo que lucho por hacerlo y ya casi no puedo. Más fácil digo «no« a un programa de televisión que a una obra de teatro, pero la realidad me dificulta mucho el estrenar una obra y la agenda, si en mis manos estuviera llenarla, apareciera así: de enero a agosto, cine; de septiembre a noviembre, teatro; y diciembre, fiesta y pachanga… si se pudiera.
¿Qué recuerdos tienes de tus inicios?
Uf… Es curioso, todavía creo estar en los inicios, cada día descubro, aprendo y me sorprende algo. Pero de los inicios lo que siempre recuerdo son mis comienzos de extra. Era muy jovencito y loquito, de ahí que era doble. Mira, para mí eso era algo grandioso. Por ejemplo, en El corsario negro era el doble de Carlos Gilí. Sabía cómo caminaba, no le perdía ni pie ni pisada y por supuesto que lo estudiaba mientras él estudiaba los libretos, y cuando Gilí terminaba, me ponía su ropa. Para mí era lo más grande, yo era el corsario. Los estudios de televisión fueron mi primera escuela. Para decir un bocadillo costaba Dios y mucha ayuda. A veces un actor no estaba y repartían textos cortos a los extras. Si los decías mal, olvídate de abrir la boca en televisión. Actores como Jorge Villazón te proponían y con mucha dedicación te repasaban los textos. Te daban confianza, y eso se ve poco. Era muy difícil hacer un personaje en la televisión y emigré al teatro. Allí tuve mi primer protagónico, en Don Juan Tenorio, con Tony Díaz. Después de ser premiado con un monólogo que quiero mucho, Lazarito, de Yulky Cary, volví a la televisión y todavía, como te dije, sigo empezando.
Eres de los actores que no pasaron por la academia. ¿Cuál es la forma de autopreparación que permite la calidad actoral que tú has alcanzado?
Al no pasar por la escuela, me las he tenido que inventar. Recuerdo que un grupo de extras convencimos al sindicato, en aquel entonces liderado por Alejandro Lugo, que hicieran un curso de actuación para extras. Lo logramos y fue bárbaro. Después me vinculé al Movimiento de Aficionados, y no había taller que me perdiera, sin dejar de estudiar por mi cuenta, cosa que el actor nunca deja de hacer. A eso le agregas que pasé por dos grupos de teatro que eran verdaderas academias. El primero, Anaquillé, en el cual los actores aprendían a trabajar con muñecos de guante, de varilla, marionetas, teatro folclórico, para niños, teatro calle, comedia de salón, teatro clásico y experimental y varios directores bajo la batuta de Yulki Cary. El otro grupo fue Teatro Caribeño, de Eugenio Hernández Espinosa, que llegó a aglutinar mucho talento de distintas procedencias y los fundió logrando una retroalimentación de experiencias. De allí salieron grandes figuras de mi generación como Bárbaro Marín, Pichi Perugorría, Polito Ibáñez, Mario Guerra, y pasaron desde Pancho Céspedes hasta actores como Charles Arencibia o directores como Pedro Ángel Vera, Tony Díaz, José Milián y tantos que era un lujo de aprendizaje para cualquiera recibir una sencilla clase de percusión o danza en el Verdún. Todo eso, más el privilegio de trabajar con muchos directores de distintas proyecciones estéticas, creo que me ha ayudado a recoger los resultados de hoy.