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La historiadora Laura Vicente presenta “Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente” en la librería Primado de Valencia

Rafaela Torrents y Teresa Claramunt, la marquesa y la obrera anarquista

Fuentes: Rebelión

«Ya a la edad de 10 años la fiera burguesa me sujetó con sus garras explotando mi débil existencia». La historiadora Laura Vicente Villanueva recupera estas palabras de la obrera anarquista y feminista Teresa Claramunt (1862-1931) publicadas en 1887 en el periódico El Productor. Cursados los primeros años de enseñanza obligatoria (hasta los nueve, según […]

«Ya a la edad de 10 años la fiera burguesa me sujetó con sus garras explotando mi débil existencia». La historiadora Laura Vicente Villanueva recupera estas palabras de la obrera anarquista y feminista Teresa Claramunt (1862-1931) publicadas en 1887 en el periódico El Productor. Cursados los primeros años de enseñanza obligatoria (hasta los nueve, según la Ley Moyano), la anarcosindicalista de madre católica y padre adscrito al republicanismo federal empezó a trabajar en Barbastro (Huesca) y, a partir de los trece años, en las factorías de Sabadell. Las jornadas laborales eran de 11 horas y las fábricas, insalubres.

En el artículo «Teresa Claramunt, memoria y biografía de una heterodoxa» (Arenal, 2005), Laura Vicente recuerda que la joven obrera empezó a adquirir conciencia de clase en las sociedades obreras de oficio de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) y, durante 1883, en la «huelga de las siete semanas» de la industria lanera de Sabadell, que movilizó a miles de personas y por la que fue despedida. Tras intentos como el de la Sección Varia de Trabajadoras Anarco-colectivistas de Sabadell (1884), se acercó a otras tradiciones; así, participó a partir de 1889 en la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona, organización librepensadora y feminista en la que compartía espacio y saberes con la republicana y masona Ángeles López de Ayala y la espiritista Amalia Domingo Soler. El activismo de Teresa Claramunt se concretó también a finales del siglo XIX en la propaganda a favor de la huelga general, la intervención en mítines y la defensa de un anticlericalismo que vinculó a la emancipación de las mujeres; contrajo matrimonio por la vía civil (en el juzgado de Sabadell) con el tejedor y sindicalista Antonio Gurri, y años después iniciaría una relación «libre» con Leopoldo Bonafulla.

Laura Vicente es catedrática de Historia de enseñanza secundaria y forma parte del Consejo Editorial de la revista Libre Pensamiento, de la CGT. En 2014 dedicó en su blog «Pensar en el Margen» un artículo a Rafaela Torrents (1838-1909), titulado «Los ‘poderes’ de una mujer de clase acomodada en la Cataluña decimonónica». Nacida en Vilanova i la Geltrú (Barcelona), Rafaela Torrents provenía de una familia de alcurnia. De hecho, el Ayuntamiento vilanovense consideraba a su padre, en 1849, como el quinto contribuyente del municipio, resalta la historiadora; «además de ser propietarios de fincas urbanas y rústicas, eran beneficiarios del poder municipal y profesionales del Derecho», añade. La autora llama la atención sobre la relevancia del primer tercio del siglo XIX en Vilanova i la Geltrú: se produjo una significativa expansión del comercio y el «arranque» de la industria mecanizada del algodón.

Rafaela Torrents contó con una notable biblioteca en casa; fue hija de una época y sus valores, en que la esposa se subordinaba al hogar y el marido. Su padre falleció en 1851, cuando ella tenía 13 años, lo que le abría las puertas a una parte del patrimonio familiar. A los 18 años, mujer casadera, departía en los hogares de la burguesía, el círculo vilanovés y las tertulias de los domingos. «Las clases acomodadas seguían estrategias matrimoniales comunes para reunir patrimonios y vincular intereses económicos, o de otro tipo», explica Laura Vicente. El futuro cónyuge de Rafaela Torrents, de la familia Samà, provenía de los «indianos» que habían migrado -a partir de la segunda mitad del siglo XVIII- de Vilanova a América; el primer migrante, Pablo Samà, hizo fortuna en Cuba, en parte vinculada al negocio esclavista.

¿Cómo poner en común las semblanzas de Rafaela Torrents y Teresa Claramunt? Es la idea del libro de Laura Vicente «Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente» (Comuniter, 2018). Coincidieron durante 47 años -entre 1862 y 1909- y de ellos 18 viviendo en Barcelona. El texto se inicia con el atentado en el Teatre del Liceu -uno de los referentes de la burguesía barcelonesa- en noviembre de 1893. Santiago Salvador (ejecutado un año después) arrojó dos bombas, de las que explotó una con el balance de 20 muertos y más de una treintena de heridos. Rafaela Torrents, marquesa de Villanueva, estaba en la platea, cerca de la fila 13 donde se produjo la explosión.

En cuanto a Teresa Claramunt, fue detenida en 1893 por los incidentes tras un mitin estudiantil en el Teatro Calvo-Vico de Barcelona, recluida en la prisión de Montjuïc y condenada en Consejo de Guerra a cuatro meses de arresto mayor y una multa de 125 pesetas; será apresada de nuevo tras la bomba del Liceu, (se suspendieron las garantías constitucionales, hubo -según la prensa anarquista- entre 300 y 500 detenciones, también se aplicó la pena capital y los confinamientos). «Es una muestra de la persecución que sufrían los anarquistas que no apoyaban las acciones violentas de los grupos de acción», explica Laura Vicente. En 1894 y 1896, el Gobierno de España aprobó leyes especiales contra los grupos ácratas.

¿Qué metodología sigue la autora de «Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente»? «Prefiero la Microhistoria al ‘Gran Relato’; tampoco escribo para la academia ni para hacer currículo, sino para que se lea Historia en la calle y -sin perder el rigor- que la gente disfrute», afirma Laura Vicente durante la presentación del libro en la Librería Primado de Valencia. Autora de «Mujeres libertarias de Zaragoza. El feminismo anarquista en la Transición» (2017) e «Historia del anarquismo en España» (2013), la investigadora comparte dos ideas expresadas en «El fin del ‘Homus sovieticus'» por la escritora bielorrusa, periodista y Premio Nobel de Literatura en 2015, Svetlana Aleksiévich: «Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo… Porque, en verdad, ahí es donde ocurre todo»; y «a la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas». Otro libro que destaca es «El queso y los gusanos: el cosmos de un molinero del siglo XVI», publicado en 1976 por el historiador Carlo Ginzburg; este texto central para la Microhistoria permite entender las creencias de una época a partir de la biografía de un personaje de las clases populares, Menocchio, procesado por herejía.

Teresa Claramunt fue una de las 400 personas detenidas tras el atentado contra la procesión del Corpus de 1896 en Barcelona. La acción represiva, centrada en la militancia anarquista, culminó en los Procesos de Montjuïc. Los juicios militares sin garantías se saldaron con cinco ejecuciones y largas penas de prisión y destierro. Este episodio «fue decisivo en la vida de Claramunt -apunta Laura Vicente-, su estancia en el castillo de Montjuïc le provocó graves problemas de salud (…); vivió los efectos de las torturas, que le marcaron como persona». Se exilió a Londres con Antonio Gurri, y tras su paso por Francia regresó a Barcelona. La página Web de la CNT de Puerto Real la caracteriza como «fiel al anarquismo puro e intransigente, contraria al sindicalismo negociador y a los trapicheos de la clase política».

Teresa Claramunt se enroló de nuevo en tareas de propaganda y en las luchas obreras, como la huelga general de febrero de 1902. Fue deportada a Aragón tras los sucesos de la «Semana Trágica» de Barcelona en 1909, a pesar de que no participó destacadamente en el levantamiento. En el contexto de la huelga general de septiembre de 1911 en Zaragoza, sufrió una nueva captura -en esta ocasión junto a la pedagoga anarquista y feminista Antonia Maimón y otros militantes ácratas- y entró en prisión. Durante una década, entre 1913 y 1923, se estableció en diferentes ciudades: Mahón, Sevilla, Zaragoza y Barcelona. «Vivía en casa de compañeros anarquistas que la acogían en su casa a cambio de colaboraciones en la prensa ácrata o a cambio de educar a los menores y encargarse de la casa», recuerda Laura Vicente Villanueva.

A los 61 años y con la salud deteriorada, todavía se la relacionó con el atentado que finiquitó en Zaragoza al cardenal Soldevila, en 1923; posiblemente esta muerte fuera la respuesta al asesinato del anarcosindicalista Salvador Seguí («El noi del sucre’), a manos de pistoleros del «Sindicato Libre». Pero si notable fue el activismo de Teresa Claramunt, no se reveló menor su labor propagandística: colaboró en publicaciones como El Productor, La Tramontana, La Revista Blanca, El Porvenir del Obrero y Fraternidad. En 1903 publicó el texto «La mujer. Consideraciones sobre su estado ante las prerrogativas del hombre». Laura Vicente Villanueva subraya el feminismo «innovador» de esta obrera autodidacta, cuyo legado recogería entre 1936 y 1939 la organización anarcofeminista Mujeres Libres; se trataba, a grandes rasgos, de mantener un feminismo autónomo dentro del movimiento libertario, con una organización específica y sin que la emancipación de las mujeres tuviera que subordinarse al objetivo revolucionario. «A la mujer se la esclaviza desde la infancia, con el pretexto de que a las niñas no les está bien ciertos juegos; (…) al pasar de casada a soltera, muda de tirano», escribió Teresa Claramunt en Humanidad Libre (1903).

Por unos carriles diferentes transitó la vida de Rafaela Torrents, quien se casó con Josep Samà en 1859, un año después que el «indiano» retornara de Cuba. El matrimonio fijó su residencia en Barcelona, donde tuvieron que echar raíces y empezar a relacionarse con gente de orden. Un primer paso fue instalarse en la Plaza Real, «zona de prestigio antes de construirse el Ensanche», recuerda Laura Vicente Villanueva. Otra señal de respetabilidad burguesa era la asistencia a las iglesias y el Liceo. La historiadora continúa describiendo las inquietudes de la pareja: «En 1862 se iniciaron las obras de construcción, por encargo de la propia Rafaela, de un palacete digno de su categoría en el Paseo de Gracia».

En 1866 Rafaela Torrents enviudó, con un vástago de cinco años a su cargo -Salvador Samà i Torrents- que heredó el marquesado de Marianao (en 1883, antes de convertirse en diputado y alcalde de Barcelona, Salvador Samà ya figuraba -por su patrimonio inmobiliario- entre los principales contribuyentes al Ayuntamiento de Barcelona); tutora de la fortuna del menor, esta mujer aristocratizada entabló pleitos e invirtió en inmuebles y acciones de empresas. Asimismo trabó una amistad estrecha con Víctor Balaguer, diputado, Ministro de Ultramar durante la Restauración y senador vitalicio desde 1888. Según Laura Vicente, «Rafaela llegó a ser amiga de Balaguer y, a través del afecto, consiguió ella misma influencia y favores». En enero de 1875 el rey Alfonso XII llegó al Puerto de Barcelona, tras el pronunciamiento del general Martínez Campos que liquidó la I República y restauró la monarquía borbónica. Rafaela Torrents celebró la vuelta al orden.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.