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Razones y potencialidades del andalucismo

Fuentes: La Hiedra

La cuestión nacional andaluza parece un tema olvidado desde las grandes movilizaciones por la autonomía al final de los años 70. Sin embargo, al calor de los diferentes procesos soberanistas en el Estado español, surge la pregunta de qué posición deben tomar los y las andaluzas respecto a ellas, y qué debemos decir respecto a […]


La cuestión nacional andaluza parece un tema olvidado desde las grandes movilizaciones por la autonomía al final de los años 70. Sin embargo, al calor de los diferentes procesos soberanistas en el Estado español, surge la pregunta de qué posición deben tomar los y las andaluzas respecto a ellas, y qué debemos decir respecto a la propia soberanía del territorio andaluz. Este artículo analiza estas cuestiones desde diferentes ángulos.

La incipiente articulación en Andalucía de un eje nacional radical es ya una realidad con el Sindicato Andaluz de Trabajadores/as (SAT), el Colectivo de Unidad de los Trabajadores – Bloque Andaluz de Izquierdas (CUT-BAI) de Sánchez Gordillo y otras iniciativas municipales y nacionales que han surgido y están surgiendo estos últimos años, como la Juventud Gilenense o la Asamblea de Andalucía, además de las organizaciones de la tradición independentista.

Si bien el eje nacional de izquierdas y combativo muestra gran potencialidad, a día de hoy no tiene capacidad para generalizar una alternativa sindical y política, más allá de determinados sectores laborales y municipios concretos.

En Andalucía, el debate nacional no existe con entidad significativa al margen del debate social. La primera y única vez en la historia que las demandas andalucistas han tenido un carácter masivo fue durante la llamada Transición Democrática a finales de los años setenta, con la aparición del andalucismo obrero, un movimiento que estuvo vinculado al debate autonómico y a la necesidad de un marco político propio que respondiera a la situación de las clases populares andaluzas, bajo una situación con características sociales y económicas compartidas, a pesar de no representar un mapa homogéneo.

No está en duda la existencia de la nacionalidad andaluza, conformada por unas condiciones históricas, culturales y económicas específicas, ni hay en este artículo espacio para tales consideraciones, pero la existencia de la nacionalidad cultural no conlleva necesariamente la aparición de una dimensión política asociada. ¿Tiene la clase trabajadora andaluza interés en la unidad de España? ¿E intereses en una lucha de tipo nacional, por la autodeterminación o la independencia? ¿Cuál debería ser la posición de la gente que resiste a la austeridad y los recortes sobre la lucha nacional en Andalucía? Son preguntas que la nueva izquierda debe realizarse y que este artículo pretende abordar.

Breve contextualización histórica

Reproduzco un extracto de un texto de En lucha – Sevilla para contextualizar las diferentes etapas del movimiento nacionalista andaluz a lo largo de la historia:

No carentes de interés, las dos primeras etapas del movimiento nacionalista andaluz (el ‘nacionalismo cultural’ de finales del siglo XIX y principios del XX y el ‘nacionalismo histórico’ hasta la Guerra Civil) fueron movimientos cuyo único arraigo real se produjo entre sectores de la pequeña burguesía urbana progresista. A pesar de que el movimiento nacionalista andaluz careció de una base popular (en parte por el predominio de las ideas anarquistas y socialistas en el campo andaluz, y en parte por el desinterés de la burguesía dominante en fomentarlo) durante la II República se pone en marcha un proceso autonómico para Andalucía, sin llegar a culminarse antes del estallido de la guerra en 1936. […]

Durante la dictadura franquista se culmina el proceso de apropiación de la cultura andaluza. España usurpa y vacía de contenido crítico muchas de las características y prácticas de la cultura popular andaluza. La dictadura niega cualquier identidad nacional que no sea la española y Andalucía sufre este doble proceso de secuestro de su cultura junto con la negación identitaria.

Desde finales de la década de los 60 comienza a darse una recuperación del sentimiento regionalista andaluz, principalmente entre sectores de la pequeña burguesía progresista sensibilizados con la terrible situación socioeconómica de Andalucía, que debido a la tradicional falta de comprensión de la izquierda española (PCE y PSOE) sobre la cuestión nacional, acaban agrupándose en lo que posteriormente dará lugar al Partido Socialista de Andalucía (PSA). Para mediados de los 70 se está desarrollando ya en Andalucía un movimiento cultural y de recuperación identitaria importante, apoyado e impulsado en la mayoría de los casos por militantes de las organizaciones de izquierda.

Entre el 4 de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de 1980 se produce un estallido del sentimiento colectivo de identidad andaluza. La base para que se produzcan las grandes movilizaciones de masas que reclaman un estatuto autonómico al mismo nivel que el de Euskadi y Catalunya está en el ambiente general de agitación política vivido durante estos años, y en la terrible situación social y económica de los pueblos y ciudades andaluzas. La movilización del 4 de diciembre de 1977 rompe con el mito de que Andalucía carecía de una identidad propia con capacidad para trasladarse al plano político. Las movilizaciones de los meses de diciembre del 77 y el 79 no se trasladan a un movimiento huelguístico generalizado ni de ocupación de empresas, pero sí se desarrolla una potente campaña por el SÍ en el referéndum por la autonomía del 28 de febrero de 1980 que pondrá en movimiento a amplias secciones de la clase trabajadora andaluza. […]

A partir del referéndum del 28 de febrero de 1980, la desactivación de este sentimiento nacional se convierte en una prioridad para la burguesía andaluza y del resto del Estado (no en vano, amenazaba con desestabilizar todo el proceso de configuración administrativa de la España post-franquista). El PSOE se encarga de capitalizar con enorme éxito las demandas de soberanía y, tras su victoria electoral en 1982, comienza a bloquear de una forma explícita cualquier desarrollo de las aspiraciones andaluzas. La decepción que supone el Estatuto de Autonomía de 1981 junto a esta acción consciente por parte de la socialdemocracia acaban diluyendo la memoria de lucha y movilización desarrollada entre 1977 y 1980. (1)

El rol de la economía andaluza

La situación actual de la economía andaluza es consecuencia principalmente de los dos últimos siglos de desarrollo capitalista y de la consolidación de la división territorial del trabajo en la economía española a lo largo del siglo XX.

Tal división territorial del trabajo materializa el acuerdo de intereses de las burguesías industriales y financieras de Catalunya y Euskadi, y la burguesía terrateniente andaluza, que:

[…] ha estado siempre interesada en el subdesarrollo, para así mantener la estructura en la que apoyaba su poder y hacer posible su alianza estratégica con la burguesía industrial y financiera del resto del Estado. La burguesía terrateniente andaluza se opuso a cualquier diversificación económica de Andalucía -y frenó el crecimiento industrial descapitalizando el territorio- para evitar la competencia con estas otras regiones, que estaban interesadas en el mantenimiento del rol andaluz como exportador de materias primas y mano de obra (2).

Según el profesor Manuel Delgado, la división territorial del trabajo se concretaría en Andalucía en «una especialización centrada en la extracción de lo ya producido por la naturaleza y fundada, por tanto, en la explotación del patrimonio natural andaluz» (3), tendencia que no habría parado de profundizarse desde los años sesenta del siglo XX.

Una economía especializada en la agricultura y escasamente industrializada en relación a la economía española, donde buena parte del ya de por sí menguado sector industrial corresponde en realidad a procesos prácticamente inseparables de la producción de materias primas. Delgado analiza así la composición de la industria andaluza:

En Andalucía se produjo la aparición, en algunos momentos, por razones coyunturales, de ciertos establecimientos industriales, textiles y/o metalúrgicos. […] A pesar de que el nacimiento de estas localizaciones, esporádicas y desconectadas de iniciativas anteriores y del resto del cuerpo económico andaluz, dieron pié a la utilización del término industrialización, nunca significaron más allá del 10% de la producción industrial [de Andalucía]. Si por industrialización entendemos un proceso de transformación de un orden socioeconómico hacia otro en el cual la actividad industrial es dominante, este proceso no ha tenido lugar en Andalucía. (4)

Andalucía contenía el 20% de la producción industrial española a mediados del siglo XVIII (5), pero el declinar de la aportación andaluza se ha ido produciéndo paralelamente a la consolidación de Catalunya, Euskal Herria y Madrid como centros industriales durante los siglos XIX y XX. La consolidación de estas economías conllevó progresivamente la especialización asociada de Andalucía como economía primaria aportadora de materias primas, productos ligeramente elaborados y mano de obra.

La producción agraria, la minería y la pesca fueron constituyéndose como los únicos sectores en los que Andalucía realiza una aportación a la economía española que está por encima de su peso poblacional. La economía andaluza es por ello principalmente una economía extractiva. La industria agroalimentaria (localizada cerca de los lugares de cultivo y extracción de materias primas) constituye el núcleo de la aportación industrial actual a la economía española. La aportación industrial global de Andalucía pasó de un 20% a mediados del siglo XVIII a un 10% al final de la década de 1970, para situarse hoy día en un 8% del total de la industria española (6). Aun así, siendo el peso de la población andaluza alrededor del 18% de la del conjunto del Estado, de 1961 a 1995 las actividades asociadas a la industria agroalimentaria retrocedieron en más de 6 puntos en su participación del total español, intensificándose el carácter extractivo de la economía y aumentando a su vez la participación de la agricultura del 17’9% al 28’9% para el mismo periodo.

Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, los datos muestran como el sector terciario andaluz (servicios, turismo, comercio…), que aporta el grueso del PIB andaluz y emplea a la mayoría de la gente, tiene un peso relativo en la economía española mucho menor que la agricultura:

[…] a agricultura, pesca y alimentarias le siguen actividades de servicios, que sobresalen más por la endeblez de las actividades industriales que por su propia entidad. El valor añadido por el terciario andaluz viene representando alrededor del 12’5% sobre el total español equivalente, de modo que no puede decirse que la economía andaluza tenga una especialización productiva ligada al sector servicios (7).

Para el mismo periodo sobre la actividad turística:

[…] los porcentajes de participación del valor añadido por el turismo andaluz en el conjunto de la economía española […] 14’5%, 13’3 y 13’9 [años 1961, 1981 y 1995 respectivamente] son cifras siempre muy por debajo de las que corresponderían a Andalucía […] Es, de nuevo, la ausencia de otras actividades la que hace resaltar, en este caso una actividad turística espacialmente concentrada en el litoral, que supone un uso intensivo de los recursos naturales -en especial agua y suelo-, y un deterioro importante de una parte del patrimonio natural andaluz (8).

Sobre el papel de la economía andaluza respecto a las economías industrializadas, explica acertadamente Manuel Delgado:

La visión que se nos ofrece desde la economía convencional suele concluir que la situación de la economía andaluza demanda mayor integración en el sistema, cuando dicha situación es en gran medida el resultado de un modo particular de articulación o integración dentro del mismo desde un proceso histórico concreto. La economía andaluza ‘entra en juego’, pero para reforzar el ascenso de los centros ‘desarrollados’. De tal modo que, dentro de esta forma de inserción, dependiente y subordinada, intensificar la integración significa reproducir y profundizar las condiciones y los mecanismos que dan pié a la actual situación (9).

Por ello, en todos los momentos históricos en los que Andalucía ha visto crecer su PIB por encima del ritmo del español (especialmente en el periodo entre 1964 y 1975, con un 6,7% anual), el resultado ha sido un incremento de sus problemas de dependencia respecto a otros núcleos industriales del Estado y de su especialización como economía extractiva. En estos periodos sí se produjo un aumento del número y el tamaño de las industrias andaluzas, pero sólo de aquellas que representaban la parte inicial del proceso productivo (por su cercanía con los lugares de extracción de materias primas), intensivas en el consumo de recursos naturales, contaminantes y cuya generación de valor añadido es significativamente menor que la que se produce en las fases finales de la producción, localizadas fuera de Andalucía.

Por tanto, la industrialización no es un modelo a seguir bajo el régimen económico y político que ha consagrado y consagra la actual división territorial del trabajo en el Estado español, del que son cómplices interesados los grandes propietarios andaluces, así como los gobiernos autonómicos y central y las instituciones europeas -miembros y representantes políticos de la clase dirigente. Existe una clara base histórica para considerar a Andalucía como un territorio económicamente dependiente y subordinado. De ahí que los reclamos para una mayor soberanía política andaluza y un mayor control sobre sus propios recursos productivos sigan teniendo sentido hoy día, al igual que lo tenían al final de la década de los 70.

Ayer y hoy de las luchas de liberación nacional

Se hace oportuno contextualizar y analizar el desarrollo, las influencias y el carácter de las luchas nacionales y las demandas democráticas a lo largo de la historia contemporánea, a nivel global y comparándolo con sus diferentes expresiones en Andalucía.

Los principios convulsos del siglo XX eran los tiempos de la Revolución Permanente, un modelo que teorizó el revolucionario ruso Leon Trotsky (1879-1940) según el cual no era posible la negociación entre la clase obrera y la burguesía e incluso las demandas más básicas y democráticas, como las que preconizaban los sectores andalucistas liderados por Blas Infante, solo podrían garantizarse por la lucha del movimiento obrero, y solo si este las unía a la lucha global y estratégica por el socialismo. Sin embargo, el andalucismo de aquellos años surgió principalmente vinculado a los intereses de la pequeña burguesía, tendente al reformismo radical. Por supuesto, no encontraba apoyos en la gran burguesía terrateniente, pero tampoco en un movimiento obrero donde predominaba el anarquismo y el socialismo. Esta falta de base social ayuda a explicar el giro de Blas Infante hacia posiciones más rupturistas a lo largo de su vida.

Durante las décadas de los setenta y los ochenta, el nacionalismo andaluz estuvo influenciado por el estalinismo, como la mayor parte de los movimientos de liberación nacional en el Estado español. La Unión Soviética había supuesto un polo de atracción para los países más empobrecidos y las luchas de liberación nacional, fruto de la estabilización y expansión del estalinismo en el periodo de la Guerra Fría. Al contrario de lo preconizado por la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, durante los años 50 y 60 se desencadenaron procesos donde no era la clase trabajadora asalariada la que jugaba un papel determinante en la consecución de demandas democráticas, sino el funcionariado estatal, la intelectualidad, los pequeños propietarios campesinos, guerrillas o sectores del ejército, como sucedió en la China de Mao, la Cuba de Fidel o las luchas de liberación nacional en África. Todos estos tenían (al menos en un principio) a la Unión Soviética como referente en la lucha antiimperialista.

Un sector de la izquierda que reivindicaba el marxismo clásico (defendiendo que la revolución socialista solo puede tener lugar mediante la acción protagónica de las masas trabajadoras) tuvo que adaptar sus posiciones a esta realidad, al tiempo que mantenía su independencia del modelo estalinista de capitalismo de Estado. Sin embargo, muchos movimientos de liberación nacional, tanto en los países más empobrecidos como en el Estado español, aceptaron esta interpretación de que la lucha por el socialismo podía darse a través de la movilización de una «vanguardia» (una guerrilla, grupo armado, minoría consciente…) y siempre con la salvaguarda de que la liberación nacional antecedería a la consecución del socialismo. Todavía hoy es palpable la influencia y el poso ideológico que esta etapa reciente de la historia dejó, también en las organizaciones del nacionalismo andaluz.

Con el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría empezaría una nueva etapa, aún vigente. Según el marxista palestino Tony Cliff (1917-2000):

El estalinismo, ese gran baluarte que impedía el avance del marxismo revolucionario, ha desaparecido. El capitalismo en los países avanzados ya no se expande, por lo que las palabras del Programa de Transición de 1938 de que ‘no puede haber discusión sobre reformas sociales sistemáticas y elevación de los niveles de vida de las masas’ concuerda con la realidad nuevamente. La teoría clásica de la revolución permanente, tal como fue defendida por Trotsky, está de vuelta en la agenda (10).

Por un lado, el nuevo ciclo de movilizaciones en el que nos encontramos a escala mundial, como las revoluciones árabes, las recientes protestas en Brasil o Turquía o el movimiento 15M en el Estado español en 2011, vendrían a confirmar esta previsión (que la conquista de demandas democráticas sólo puede lograrse a través de una lucha encabezada por la clase trabajadora).

Por otro lado, y a modo de conclusión sobre la relación entre lo nacional y lo social en Andalucía, nos sirven las palabras del profesor Isidoro Moreno:

El nacionalismo andaluz jamás ha tenido, ni podrá tener, las mismas características de aquellos nacionalismos que, sobre todo en sus orígenes -y, en gran parte, en su dirección hasta hoy-, han tenido un carácter burgués. Por la clara razón de que a las oligarquías andaluzas -antes principalmente terratenientes, ahora empresariales- siempre les ha interesado un estado autoritario y centralista que garantizara su poder, incluso con la violencia a ser preciso, y han aspirado a formar parte del bloque hegemónico estatal. El nacionalismo andaluz, e incluso el andalucismo a secas, no puede ser sino popular (11).

Del análisis de la revolución permanente y sus conclusiones se deduce la potencialidad revolucionaria que tienen demandas democráticas básicas en momentos de crisis como el actual o principios del siglo XX, cuando «cada demanda seria» va inevitablemente «más allá de los límites de las relaciones de propiedad capitalistas y del Estado burgués» (12), y del análisis sobre la conformación histórica del Estado español y el subdesarrollo industrial andaluz se deriva el carácter progresista y la potencialidad de la lucha nacional en Andalucía.

Si, como analizaba Pere Durán en el número anterior de La Hiedra, es necesario que las personas revolucionarias impulsemos, en la coyuntura actual del Estado español, alternativas políticas con un discurso democrático radical, entendidas como parte de la lucha anticapitalista (13), cabe ahora preguntarse, ¿qué peso puede o debe tener el discurso nacional dentro de la nueva izquierda democrática radical que estamos impulsando y empieza a conformarse en Andalucía?

A quién interesa la unidad de España

Hay quien desde la izquierda argumenta que territorios como Andalucía o Extremadura se benefician de la llamada «solidaridad territorial» que nos llegaría a través del Estado español desde los territorios más industrializados, como Catalunya o Euskal Herria, motivo por el cual estos no deberían independizarse, pues daría al traste con esa supuesta solidaridad hacia los más empobrecidos. Otra gente enfatiza que al haberse construido el éxito económico de Catalunya sobre el uso de materias primas y mano de obra del sur peninsular, y en buena medida en detrimento de la industrialización de estos territorios, la independencia catalana sería doblemente agraviosa e insolidaria, alimentando el prejuicio xenófobo de que las personas catalanas son tacañas y les importa el dinero por encima de todo.

Pero no es cierto que a Andalucía llegue tal solidaridad territorial a través del Estado. Si bien el balance fiscal es favorable para Andalucía, el Estado español sostiene la división territorial del trabajo que hace perenne nuestro subdesarrollo industrial, perjudicando a la mayoría social y beneficiando en primer lugar a los ricos andaluces. La clase trabajadora andaluza debería apoyar el derecho a la independencia de las clases populares catalanas para debilitar al enemigo común -el Estado español- que impone al mismo tiempo el subdesarrollo industrial en Andalucía y la negación democrática en Catalunya.

Además, ¿cómo pueden hablarnos de solidaridad las mismas instituciones de las que emana la legalidad de los desahucios, el control del déficit, el rescate bancario, la deuda y los intereses usureros? No son precisamente ejemplos de solidaridad. Los mismos intereses que hacen titubear a los ricos catalanes a la hora de ejercer el derecho democrático a la autodeterminación (14), como reivindica la mayoría del pueblo catalán, son los que han convertido a la burguesía andaluza en un parásito que condena a su pueblo al subdesarrollo. El subdesarrollo industrial andaluz y la opresión de los derechos nacionales en Catalunya y Euskal Herria son las dos caras de la moneda del gran capital español.

También debemos valorar que el debate sobre la independencia de Catalunya está abriendo grietas y enfrentando a los miembros de la clase dirigente, mientras la nueva izquierda catalana podría ganar protagonismo ante las divisiones y la cobardía de la gran burguesía, alimentando las luchas por un proceso constituyente catalán para las mayorías. Frente a la independencia de CiU y ERC para que nada cambie, debemos apoyar una independencia para las clases populares catalanas, para cambiarlo todo. Como indica Guillem Boix:

El crecimiento del independentismo en Catalunya forma parte de la respuesta social a la crisis. Para construir una política de clase y anticapitalista que ponga sobre la mesa elementos clave de la salida anticapitalista de la crisis como el no pago de la deuda, la colectivización de las empresas estratégicas, etc. Hace falta plantear esas demandas no como contrapuestas a las demandas «nacionales» sino como confluyentes con el proyecto democrático-emancipador (15).

Hay quien argumenta que la independencia de los territorios afectaría a la unidad de acción de la clase trabajadora, pero la unidad de lucha no puede construirse y garantizarse simplemente a través de estructuras burocráticas, sino a través de la movilización y la presión, de la lucha y la organización desde la base. Si además nos referimos a la estructura de un estado capitalista en tiempos de crisis y en guerra abierta contra la clase trabajadora, esto se hace más evidente. Ejemplos de solidaridad y unidad de acción son las reivindicaciones anti austeridad de la izquierda alemana respecto a los países más afectados por la política económica de Merkel, o la histórica huelga en el sur de Europa en noviembre de 2012 traspasando las fronteras.

La unidad de España no representa ni la solidaridad de los pueblos ni la unidad de las clases populares de los diferentes territorios. Representa el divide y vencerás, el enfrentamiento por la vía del agravio de la clase trabajadora de las diferentes comunidades autónomas, la imposición antidemocrática, la negación de los derechos nacionales y la desigualdad estructural. El pueblo andaluz no tiene ningún interés en su unidad.

Como alternativa a las ideas patrioteras y españolistas difundidas por el nacionalismo de Estado ante el avance de los procesos soberanistas de Catalunya y Euskal Herria, es importante que desde la izquierda andaluza articulemos discursos y campañas solidarias en apoyo a la autodeterminación de estos territorios para frenar el españolismo más reaccionario, al calor del cual también intenta crecer el fascismo. Unidad Contra el Fascismo y el Racismo en Andalucía (UCFRA) o el más consolidado Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) de Catalunya son ejemplos de proyectos unitarios en la acción contra el fascismo, pero también debemos articular una respuesta ideológica como alternativa a la reacción, y es aquí donde cobra especial interés la idea de un andalucismo inclusivo y multicultural, solidario y popular.

Contra el subdesarrollo industrial andaluz

Los capitalistas andaluces le suman a su carácter explotador el de parásitos de su propia tierra, al basar su modus vivendi en la subalternidad económica de Andalucía, entendida como apéndice de las economías centrales más industrializadas. Se hace oportuna la demanda democrática de reestructuración del sistema productivo andaluz: un plan de economía social contra el subdesarrollo industrial, la austeridad y la lógica del déficit de la Junta de Andalucía, el gobierno central y las instituciones europeas.

Debemos luchar por una Andalucía que explote sus potencialidades lejos de los criterios desarrollistas, no para competir con otros territorios, lo cual es ajeno a la clase trabajadora, sino como un valor social y en equilibrio con el entorno natural, para distribuir la riqueza e implementar políticas sociales, para frenar la emigración y desinflar la tasa de paro actual, diez puntos por encima de la media estatal y a la cabeza de la Unión Europea. Medidas como un nuevo modelo energético basado en energías renovables, una reforma agraria que ponga la tierra a funcionar en régimen de cooperativas -que podría acabar con el desempleo en el medio rural andaluz-, la creación de industria textil y agroindustria pública que genere riqueza que permanezca en el territorio, una banca pública que financie estas iniciativas… Estas medidas y otras deberían estar en nuestro punto de mira.

La nueva izquierda andaluza y la cuestión nacional

El primer reto de la nueva izquierda es conectar los diferentes proyectos políticos que están surgiendo y ofrecer una alternativa democrática radical, y sin políticos profesionales, a la crisis del régimen de la Transición y el bipartidismo. Un aspecto deseable sería que la CUT-BAI y sectores combativos de Izquierda Unida por la Base participasen en la construcción de la nueva izquierda andaluza, rompiendo definitivamente con el gobierno de los recortes de la Junta de Andalucía y el aparato burocrático de Izquierda Unida que lo sostiene.

En el Estado español, con una crisis nacional abierta y procesos soberanistas en curso, la cuestión nacional andaluza puede ser útil como apoyo estratégico al discurso social, en espera de posibles nuevos escenarios derivados de la radicalización política y el avance de los procesos soberanistas en Catalunya y Euskal Herria, y sus posibles ecos en Andalucía. También podría facilitar la visualización de los problemas específicos del territorio, muchas veces invisibilizados, y abriría la puerta a nuevos horizontes posibles -aunque no estrictamente necesarios- para la ruptura democrática en Andalucía. Se trata de apoyar el derecho de autodeterminación para Andalucía, siendo conscientes de que actualmente no puede ser considerada una prioridad discursiva, al identificarse la mayoría social con la unidad del Estado. En Andalucía debemos priorizar las demandas sociales, económicas y contra la dependencia y el subdesarrollo industrial. En este sentido, es importante saber explicar la importancia relativa de la cuestión nacional, y al mismo tiempo contrarrestar los discursos de retórica nacionalista que nos aíslen y alejen de los objetivos. Muestras de cómo conectar con éxito lo social y lo nacional ha dejado sobradamente el andalucismo obrero, del que son herederos políticos el SAT (del que fue precursor el antiguo Sindicato de Obreros del Campo) y la CUT-BAI.

Notas:

1 En Lucha Sevilla, 2010: «La cuestión Nacional Andaluza»: http://goo.gl/LsgEyR. Para una aproximación más profunda a este respecto se recomienda la lectura del libro Moreno, I.,1978: Andalucía: Subdesarrollo, Clases Sociales y Regionalismo. Madrid: Manifiesto.

2 En Lucha Sevilla, 2010: op. cit.

3 Delgado, M., 2002: «Andalucía en el siglo XXI. Una economía crecientemente extractiva», en Revista de Estudios Regionales. nº 63, p. 65-83.

4 Ibid.

5 Moreno, I. y Delgado, M., 2103: Andalucía: una cultura y una economía para la vida. Atrapasueños. p. 93.

6 Ibid.

7 Delgado, M., 2002: op. cit.

8 Ibid.

9 Ibid.

10 Cliff, T., 1999: Trotskismo después de Trotsky. Ediciones En lucha: http://goo.gl/GtYGnl.

11 Entrevista a Isidoro Moreno: «Andalucía es una nación con un déficit de pueblo», en Kaos en la Red, 22/02/2011: http://bit.ly/1cNzf50.

12 Cliff, T., 1999: op. cit.

13 Duran, P., 2013: «La idea del proceso constituyente: límites y potencialidades», en La Hiedra, nº7 (segunda etapa): http://goo.gl/yvlhI3.

14 Sans, J., 2013: «Proceso soberanista en Catalunya. ¿Ruptura democrática o nuevo pacto entre élites?», en La Hiedra, nº7 (segunda etapa): http://goo.gl/Tq0Vzw.

15 Boix, G., 2013: «¿Nación o clase? Las respuestas del marxismo a la cuestión nacional» en La Hiedra, nº7 (segunda etapa): http://goo.gl/Ib6s5Z.

José María L. Martínez es militante de En lucha / En lluita

Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra (@RevistaLaHiedra)

http://lahiedra.info/razones-y-potencialidades-del-andalucismo/