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Recuerdos de un amigo dibujante

Fuentes: www.sololiteratura.com

A Mats Andersson lo conocí en el verano de 1983, por intermedio de la amistad de Larry Lempert, el anarcosindicalista con quien tuve la suerte de trabajar en una biblioteca de Estocolmo, donde un día, mientras leía un libro sobre el maravilloso mundo de la literatura infantil, se apareció el amigo dibujante, agarrado de una […]

A Mats Andersson lo conocí en el verano de 1983, por intermedio de la amistad de Larry Lempert, el anarcosindicalista con quien tuve la suerte de trabajar en una biblioteca de Estocolmo, donde un día, mientras leía un libro sobre el maravilloso mundo de la literatura infantil, se apareció el amigo dibujante, agarrado de una bolsita repleta de medicamentos recetados por el médico. «Me han prohibido tomar vino», comentó con un dejo de resignación. Me quedé callado, pero sin dejar de mirarlo de punta a punta. Me llamó la atención su sonrisa franca, su contextura robusta, su melena y barba alborotadas y, sobre todo, su sencillez y preocupación por la problemática de los países del llamado Tercer Mundo.

Mats Andersson, como la mayoría de los militantes de la izquierda sueca, abrazó la causa de los oprimidos y se identificó plenamente con los movimientos de liberación en Latinoamérica, Asia y África. Sus contribuciones, en su condición de dibujante profesional, se encuentran dispersas en diversas publicaciones alternativas de los años 60 y 70, aunque sus mejores creaciones están en los libros destinados a los jóvenes y niños, que él ilustró con pasión y sentido crítico. No existe niño sueco que no haya gozado con el valor estética de sus ilustraciones ni lectores adultos que no se hayan tropezado con sus dibujos satíricos contra los amos del poder.

Mats Andersson era parco en las palabras y cuidadoso en sus juicios. En cierta ocasión, mientras le enseñaba el manuscrito de un libro, animándolo a ilustrar sin más recompensas que la gratitud, le dije que sus dibujos reflejaban una suerte de picardía infantil y un espíritu de artista joven. Él se sonrió y contestó: «Ya soy viejo, pero en mi vida no he hecho otra cosa que ilustrar libros infantiles y juveniles». En efecto, cuando leí un comentario sobre su cuantiosa producción artística en el libro «De tecknar för barn» (Ellos dibujan para niños), pude constatar que detrás de ese hombre afable y sencillo se escondía un currículum y una trayectoria sorprendentes.

En otra ocasión, nos encontramos por casualidad en la parada de autobuses rumbo a Tyresö, donde él integraba un colectivo de personas que, durante los años dorados de la emancipación sexual y las ideas progresistas, decidieron comprar una casa cerca del hermoso castillo de la zona. Él venía de una tertulia de amigos y llevaba un bloc de dibujos en la mano. Nos sentamos en la parte central del autobús, cuando, de súbito, estalló una voz a nuestras espaldas. Nos volvimos y, mirándonos de reojo, nos enfrentamos a una mujer que gritaba: «¡No queremos cabezas negras en este país!». A lo que Mats Andersson, alzando la voz como si el improperio lo hubiese tocado a él, replicó enérgico: «¡Aquí no hay cabezas negras! ¡Aquí todos somos iguales!». Una actitud solidaria que me permitió hinchar el pecho y comprobar que los amigos verdaderos son amigos incluso en las peores circunstancias.

Después nos seguimos viendo, unidos por el proyecto de publicar el libro de cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos. Me encargué de reunir el material en los talleres de escritura organizados por dos bibliotecas y Mats Andersson se encargó de ilustrar los textos. Así surgió el libro de texto Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia (Estocolmo, 1985), que todavía hoy se usa como material de apoyo en la enseñanza del idioma materno.

Un año después de esta inolvidable experiencia, que me permitió conocer al artista y a la persona en Mats Andersson, me llegó la infausta noticia de su muerte. Una enfermedad incurable le arrebató la vida. Sentí una punzada muy adentro y pensé que los inmigrantes perdimos a un valioso compañero, quien supo defender nuestros derechos con la misma convicción con que defendió la causa de Cuba, Zimbabwe o Vietnam.

Desde entonces volví la mirada, una y otra vez, sobre este dibujo que ilustra uno de los cuentos del mencionado libro. Este dibujo, como lo quiso su autor, expresa una inquietud por el creciente racismo y la xenofobia que sacude los cimientos de la democracia, solidaridad y tolerancia.

Mats Andersson, como una ironía del destino, murió antes de que apareciera el Laserman, antes del asesinato del inmigrante africano en Klippan y, por supuesto, mucho antes de que los «cabezas rapadas» y las fuerzas de derecha ganaran espacios en la palestra pública, ostentando una actitud hostil, que él, de seguir vivo, la hubiese rechazado con todo el furor de su conciencia.

Aunque sé que Mats Andersson era uno de esos hombres que no mueren, porque sus vidas se prolongan a través de sus obras, debo reconocer que ha dejado un enorme vacío entre quienes aprendimos a estimarlo por su sencillez y humanismo. No sé cuándo fue la última vez que nos vimos, pero le agradezco por sus ilustraciones publicadas en Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia, cuyos originales los conservo todavía en el baúl de los recuerdos.

Fuente: http://www.sololiteratura.com/mon/montoyarecuerdos.htm