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Refundar la revolución cubana

Fuentes: La Jiribilla

Debo inaugurar e inauguro los trabajos, el fraterno encuentro, la fiesta del espíritu, el intenso programa de proyecciones, diálogos y discusiones que resumen lo que comienza a ser el 26 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Les doy la bienvenida más cálida, serena y entusiasta a Cuba, a La Habana, a vuestro Festival, hermanas y […]

Debo inaugurar e inauguro los trabajos, el fraterno encuentro, la fiesta del espíritu, el intenso programa de proyecciones, diálogos y discusiones que resumen lo que comienza a ser el 26 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Les doy la bienvenida más cálida, serena y entusiasta a Cuba, a La Habana, a vuestro Festival, hermanas y hermanos de América Latina y del mundo todo. Y al mismo tiempo debo decirles así, conversando, que vivo, vivimos en un país sitiado y que el Festival tiene lugar en tales condiciones. No son pocos los cineastas y cinéfilos norteamericanos, anglos o latinos, cineastas unos, especialistas universitarios algunos otros, especialistas en temas de candente actualidad, que se han visto impedidos de cruzar nuestra frontera, el pequeño brazo de mar que nos separa, amenazados de modo más o menos directo con sanciones más o menos severas. Ante esta realidad, los concertados detractores de nuestro país no aprecian violación de derechos ciudadanos ni se alteran sus conciencias inquietadas por métodos represivos que son, además, sistemáticos. Pero, pese a todo, ante el odio de unos y la concertación permisiva de otros, ignorándoles, los cineastas de América Latina nos reunimos en nuestra cita anual que me atreveré a considerar, algo así, como el instante en que una república invisible, sin fronteras, la república latinoamericana de sus cineastas, república virtual, se hace visible. Instante del disfrute, no importa si crítico, de lo logrado por el otro, los otros, no importa si crítico, y siempre disfrute, de lo que acaso hemos logrado. Por eso dije fiesta del espíritu, y he dicho y digo hermanos, porque el Festival desborda la región y entrelaza a los del Sur con los del Norte, a los latinos de USA que se reconocen en nosotros, latinoamericanos, a los anglos y francos de los Estados Unidos y Canadá que se hacen descubrir en persona y obra, y que en obra y persona nos descubren.

De ellos, de unos y otros, de la república virtual y presente, de los cineastas, no hemos recibido improperio o calumnia, no les hemos visto sumarse a quienes paja descubren en el ojo ajeno y andan disimulando éticas cegueras. ¡Qué experiencia más bella! Vivimos al mismo tiempo la virtual, y por diez días, real reunión festivalera de la república de los cineastas en clima de comprensión y amistad. Y con mayor razón, porque en el Festival anda presente y con igual espíritu esa parte de Europa que conserva franjas intelectuales y, claro, cinematográficas que, críticas o no, se sirven en sus relaciones ante todo del diálogo y predican y ejercen el respeto.

Quien conozca siquiera someramente a nuestro pueblo y a sus dirigentes, sabrá distinguir un rasgo que, por orgánico, no puede ser ignorado. El camino de la imposición por mucho que enmascare sus presiones sólo conduce al fracaso. Porque país sitiado y Festival que nos desborda, que no es nuestro, tendré que hacer inesperables referencias. No sólo se nos cerca, también se nos juzga y es por eso, porque Asamblea Anual de la República del Nuevo Cine nos reúne, que no puedo renunciar a algunas reflexiones. Y hasta confesiones; y no porque no esté cerca de mí el único que pudiera de mi persona lograrlo, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, a quien quiero robarle en cambio una cita encontrada en su último ensayo, y por eso doble cita. Recuerda que Chesterton alguna vez encontró singular definición para el milagro; no seré exacto, pero sí esencial: nada puede ser más milagroso que un milagro. La revolución cubana, hermanas, hermanos, es un milagro; como lo es Cuba y nuestra identidad, un milagro que la otra Iglesia no ha reconocido pero es; el milagro que al Padre Félix Varela falta para ser beatificado. Dos milagros por ahora. Pero haré otra cita, siempre de aquellos a quienes amo. Esta vez de Fina García-Marruz. Ella se vuelca sobre un tema clave «el amor como energía revolucionaria en José Martí». Es esa energía revolucionaria que del amor hace manantial primigenio la que importa y define. La que forjó el Moncada, la que hace de Fidel un fundador; la que le permitió señalar un día a José Martí como inspirador-instigador del Moncada. Pudiera parecer que me alejo del tema latinoamericano y cinematográfico, pues no, os lo aseguro, estoy entrando. Es que no puedo soportar en silencio tanta calumnia y tanta incomprensión. Y ante ustedes cineastas de América Latina y del mundo quiero decir mi verdad. ¡Qué importa Fidel! Fidel no es Fidel, Fidel es un símbolo; verdad que un símbolo actuante al que quisieran destruir, destruir su persona para destruir su imagen, para liberarse del símbolo. Y más del símbolo actuante.

Si no le llamáramos por su nombre sino Bolívar igual molestaría; si José Martí o Emiliano Zapata o José Carlos Mariátegui o Julio Antonio Mella o Sandino o Che Guevara no se alinearían menos ni distintos para exigir que abandonásemos el espíritu, la esencia misma, de la revolución. De esa esencial esencia, guardián en nuestro tiempo, es, en el país situado, Fidel Castro re-fundando. Es la tarea que encabeza y para la que recluta. No hay que olvidar ni obviar la revolución, el espíritu revolucionario transformador, ansioso de justicia y de belleza y de solidaridad humana, debe ser re-fundado cada día en la propia conciencia y en los actos y en el pensar y en la sensibilidad. A veces me digo, porque es ésta mi concepción del revolucionario y de la revolución, si no estaré afirmando que todo artista verdadero es por definición revolucionario y tal vez, entonces, que para ser revolucionario verdadero tendría que tenerse en el alma algo de artista. Y entonces por deducción encadenada pudiera acaso decir, y digo, que como el artista, el revolucionario y sus iglesias, organizaciones o partidos o movimientos tendrán que defenderse de sí mismos y de dos principales cercos, la ignorancia, la falta de curiosidad y apertura que se les emparientan y de la rutina.

Por eso re-fundando, re-fundándose, la revolución cubana ha reinventado, o mejor y con más precisión diré, va reinventando el socialismo; y este reinventado socialismo, en el que la solidaridad humana, de persona a persona, uno a uno y no masificado en abstracción teleológica, va realizándose en marco de inenarrables dificultades y desvíos; desvíos porque cada día hay que evitar golpes que llegan, a veces, de inesperados parajes. Nada podrá impedir que se consume, porque esa energía que del amor irradia, energía revolucionaria en su más amplio sentido, aquel que hace de la solidaridad humana, inspiración y brújula, va fijando cimientos y solo tendrá que hacerse más visible. No solo para la realidad, también y para lograrse, para su comprensión.

Pero a su vez me pregunto, para los que no comprenden y dudan, ¿qué será esa realidad o ese proceso o ese combate o ese sueño o ese proyecto o esa previsible hecatombe o ese esperado milagro, ese infierno o ese paraíso que tiene símbolo, símbolo al que herir quisieran con adjetivos como en la brujería con alfileres o cuchillos cuando pretenden en realidad paralizar el proyecto que, hoy, como antes, porque es humano y universal y latinoamericano y cubano, pero más que cubano, y que por eso nos desborda?

Es que de nuevo nace, se refunde y revive y reinventa desde sí mismo el socialismo, e inesperadamente encuentra forma de ser precisa para una realidad específica pero que, no por específica, deja de ir más y más lejos aun sin proponerlo. El tejido de planes que lo arma dice de lo específico; el espíritu que lo inspira, sus dos claves: el ser humano, su dignidad, su preparación como ser autónomo, es decir culto, es decir libre, la primera; la segunda, uno a uno, persona a persona. No me extenderé, bastará buscarse, si interesa, uno de los últimos números de Granma y ahí podrá seguramente encontrarse información precisa.

Nos bloquean y aíslan, se apoyan en nuestros aciertos o errores, no importa que sean lo uno o lo otro, todo puede ser desfigurado y re-figurado por los medios de comunicación, las campañas, la desmesura y las movilizaciones de intereses que en algún punto se entrelacen aun si entre sí encontrados, enemigos, no pueden soportar, y en buena lógica debemos aceptar, que se horroricen cuando calculan que el Socialismo, que nunca ha sido real pese a haberlo intentado, pueda de nuevo dar señales de que es posible poner en marcha, al menos, y cuanto antes, su ética humanista y redentora.

Y retorno a las citas y al milagro. Eran una vez dos jovenzuelos, que viajaban en una nave aérea toda desvencijada y con goteras, tirados en el suelo, sin asientos, casi mirando el cielo por los huecos del techo; conversaban quedamente. Regresaban a casa sobre el mar Caribe, y lo hacían tras incendios, inabarcable muerte, ráfagas, metralla, odio y venganza, sueños, frustraciones; uno de ellos escuchaba y pese a tanta luz de fuego ya vivida otra luz le invadió por un instante; había comprendido que su amigo ya no era aquel, era ya otro. Comenzaba una historia, de la que una parte, llegando a nuestros días, he venido entre flash y flash back narrando.

Ésta es la dimensión que no alcanzan a comprender, o que no hemos sabido hacer comprender. Somos, como otros, portadores de un proyecto humanizante de la convivencia humana y tenemos, como otros, líderes, pensadores y símbolos. Y, como he subrayado «como otros», habrá que preguntarse ¿qué nos hace peores ante miradas tan perplejas? Lo diré claramente, el contagio. El contagio. Un socialismo de la dignidad humana y que lo será plenamente de la libertad desde la cultura, ese socialismo que se refunda y va siendo construido, que resurge para desgracia del imperio y a nuestro riesgo en región que considera si cerca la antesala si más lejos traspatio.

No será fácil para Cuba defenderse, si la batalla de ideas que hoy nos define, y es observada y acechada por el imperio, no alcanzara el despliegue necesario, si no lograra mientras funda y refunda desterrar ese otro oleaje de malolientes marea resaquera que es la chusmería disfrazada de idiosincrasia popular. Ignorarla no será prudente. Pero si ustedes, hermanas y hermanos de América Latina que encuentran sede del Festival en esta ciudad capital y por todo el país, se interesaran por saber dónde y cómo se concentran y crecen nuestras fuerzas y, sobre todo, en la juventud estoy seguro de que no tendremos como hoy amigos queridos y que miran alto sino también entusiastas observadores de una experiencia nueva que devuelve al Socialismo y a sus protagonistas la dimensión profundamente humana y humanista que a veces quedó relegada.

Los cineastas de América Latina y todos los cineastas que anudan sus relaciones durante todo el año sirviéndose de medios electrónicos diversos, y de otros medios, tejiendo una red de tal naturaleza que cubre todo el territorio del continente y de las islas, estructurando esa república virtual traslativa y que ahora aquí se reúne bajo la advocación de dos grandes de América, Alejo Carpentier y Pablo Neruda, y de ese enlace también simbólico que nos une en María Zambrano a la República Española desde la Universidad de Morelia y el Colegio de México y desde la de La Habana y el Grupo Orígenes hasta la Residencia de Estudiantes y Ortega y Unamuno, sobre todo Unamuno; nosotros, ustedes, el país sitiado y sus amigos, insisto, amigos no importa si críticos alguno, nosotros, mujeres y hombres, y entre nosotros tantos jóvenes, al reunirnos constatamos que no somos otra cosa que fabricantes de puentes, incesantes fabricantes de puentes, como lo fueron Alejo, Neruda y la Zambrano, oficialmente un narrador, un cantor y una filósofa, y en realidad poetas los tres de nuestro idioma, ese tesoro-módulo del pensamiento y la cultura del que, con España, somos los latinoamericanos y latinos de USA depositarios.

Porque nací y soy y seré de este país sitiado, porque sitiado el Festival ha encontrado y encontrará fuerzas para ser y seguir, me he atrevido a detenerme en el tema de Cuba, uno entre todos los países de América Latina e Iberoamericana, uno entre muchos en un Festival Internacional. No lo he hecho por oportunismo o desesperación. Hacerlo ha sido cumplir con un dictado de mi conciencia, de mi conciencia, os lo aseguro, de ciudadano de América Latina, latina toda.

Les ruego acepten esta explicación.

El Festival, en realidad, se inaugura con el Canto General de América.

Gracias.

Palabras de Alfredo Guevara en la inauguración del 26 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, teatro Karl Marx, La Habana, 7 de diciembre, 2004