En un reciente artículo publicado en El País (2-8-04), titulado «IU, a la búsqueda de su espacio político», Héctor Maravall, responsable del Área de Bienestar Social de IU de Madrid, hace una serie de afirmaciones en donde por primera vez, a mi entender, se esbozan de una forma explícita el proyecto (?) y las verdaderas […]
En un reciente artículo publicado en El País (2-8-04), titulado «IU, a la búsqueda de su espacio político», Héctor Maravall, responsable del Área de Bienestar Social de IU de Madrid, hace una serie de afirmaciones en donde por primera vez, a mi entender, se esbozan de una forma explícita el proyecto (?) y las verdaderas raíces de la izquierda verde de Llamazares y su camarilla.
Este texto ejemplifica más que ninguno de los artículos publicados hasta el momento la «ideología» de la actual dirección de IU. Por este motivo he querido responder de esta forma y en un ámbito que va más allá de lo que sería razonable o mediáticamente correcto.
Antes de entrar a analizar las tres cuestiones principales que trata el mencionado artículo, me parece recomendable comentar algunas impresiones generales sobre el texto, considerado globalmente, y hacer algunas precisiones puntuales al respecto que me parecen de gran importancia.
Si hay algo que sobresale por encima de todo en este artículo como en otros de la misma procedencia es el pobre análisis, la superficialidad y la falta de datos que avalen los argumentos. Si no hay un mínimo análisis no puede haber diagnóstico y, por tanto, el tratamiento será paliativo o prácticamente inexistente. Plantea algunos problemas pero de una forma mediocre y sin atender a sus causas, y las soluciones son igualmente insulsas, no hay trasfondo, más allá de las «sutiles» referencias ideológicas. En suma, es un ejemplo de lo que quiere hacer la actual dirección de IU: que todo cambie para que todo siga igual, es decir, un lavado de cara y una vuelta más o menos oficial a las raíces eurocomunistas. Lo que representa una última vuelta de tuerca en este continuado proceso de autodestrucción que, si no se para a tiempo o se hace con inteligencia y previsión, va a llevar consigo no sólo la desaparición de IU sino también el final a medio plazo de cualquier proyecto amplio d e izquierdas en el estado español. Es posible que lo mejor para la izquierda actualmente sea que desaparezca el «dique de contención para las tentaciones antisistema», como denomina el diario ABC a IU. Pero si esta voladura no se hace de forma controlada podemos correr el riesgo de que nos vayamos al carajo, por efecto de la onda expansiva, el resto de la izquierda anticapitalista.
A mi entender, el artículo se puede considerar en muchos aspectos, aunque no lo sea de forma explícita, como una carta de amor hacia los «camaradas eurocomunistas y verdes» de Cataluña, el proyecto de ICV. Pero sobre todo lo que se manifiesta de un modo palpable es el olvido reiterado e intencionado de la época Anguita, lo cual se ha convertido en una consigna de la actual dirección, como se vio en la última asamblea federal (que contó, por cierto, y después de muchos años con Santiago Carrillo). No quiero decir con esto que el período Anguita sea lo que tienen que recuperar, ni mucho menos. La IU de los años 90 tuvo aciertos, esto es, un discurso mínimamente coherente y ético, distinto del resto de partidos, que confrontaba, con sus claroscursos, con el sistema. Pero también tuvo graves errores, que se sintetizan en la falta de previsión organizativa y estratégica, un mal endémico de la izquierda en las últimas décadas. Valgan tres ejemplos de esto último:
– El discurso de las dos orillas y el sorpasso, intachable desde la sobriedad ideológica, se convirtió en un apoyo tácito, aunque seguramente inconsciente y no intencionado, a la campaña de descrédito de la derecha (y de medios como El Mundo) contra el PSOE y que culminaría en el año 96 con el triunfo del PP. Lo que además dio lugar en el otro lado (los medios del grupo PRISA) a toda clase de manipulaciones como la tristemente famosa «pinza».
– El tratamiento tardío y torpe de la disidencia interna (el PDNI) y externa (IC). La ruptura y expulsiones se realizaron de forma tan poco inteligente que hicieron un daño irreversible a la organización, cosa que es palpable en el momento actual. ¿Porque en qué se distinguen los discursos de Nueva Izquierda y de la Izquierda Unida de ahora? Prácticamente en nada.
– La salida de Anguita y su equipo se hizo de mala manera, y por la propia voluntad de todos ellos, en un momento clave como era el del vergonzante pacto Frutos-Almunia. Aquello fue la gota que colmó el vaso de muchos militantes que a partir de aquel momento se plantearon su continuidad en IU.
Las causas de la debacle de IU
Según Maravall, los motivos por los cuales IU ha perdido base social tienen que ver básicamente con la imagen y hay que buscarlos en la «escasa renovación de sus dirigentes (sin apenas presencia de mujeres y de jóvenes), en el lenguaje envejecido, en los debates burocráticos, en las luchas de camarillas y en la obsesión por ser más de izquierdas que nadie en un país en el que la extrema izquierda ni siquiera es residual». Esto último lo vuelve a mencionar al final del artículo, aunque en clave interna, y lo denomina el «complejo de Peter Pan de la extrema izquierda». Continúa con dicho discurso y añade que se ha demostrado la falta de ambición política de IU, «queriendo representar a un puñado de pequeños sectores antisistema o en la marginalidad política. Muchos de ellos nunca van a votar o, si excepcionalmente lo hacen, su voto útil contra la derecha volverá a ir al PSOE».
En este párrafo se palpa claramente un discurso reduccionista de la acción política, por otro lado generalizable a un grupo importante de gente que encabeza el actual coordinador, y que se resume en que las elecciones son lo único importante para IU, renunciando por ello a una de las teóricas (sólo teóricas, lo recalco) señas de identidad de la organización: ser un movimiento político-social y, por tanto, no otro partido más en la mercadotecnia electoral.
En cuanto a los motivos que se aluden algo de razón tiene, pero no es sustancial porque no son más que factores estéticos o consecuencias que sólo tienen verdadera importancia cuando se entiende la política únicamente como la intervención desde las instituciones. Y son parte del mensaje que llega a la gente, un mensaje superficial que sólo se diferencia en pequeños matices de los mensajes del resto de partidos y, en particular, del PSOE y de los partidos nacionalistas de izquierda. No entra en los problemas reales (o en sus causas) que han condicionado decisivamente el desastre organizativo, la huida de sus militantes y la pérdida de votos y apoyo social.
Mucha gente, organizada o no, que se sitúa a la izquierda de IU y que normalmente no vota, sí lo hizo en las pasadas elecciones generales y votó al PSOE, como una forma de apoyar la lucha contra la guerra y contra los neo-franquistas del PP. Hay gente que considera esta decisión como una traición, para unos por no votar al «único referente político de la izquierda» (IU), para otros, por votar, lo que significa un contradictorio apoyo al sistema. Seguramente todos tienen razón y ninguno. Pero los que tienen menos argumentos de peso, y más después de leer el artículo de Maravall, son lo que denuncian la falta de apoyo electoral a IU. Porque hoy en día el mensaje que llega de IU no se diferencia apenas, como sí lo hacía en tiempos de Anguita, del mensaje del PSOE. Por lo que la gente apuesta por el más fuerte o el que tiene más posibilidades. Aunque seguramente todo dependa del punto de vista desde donde mires, si te acercas mucho verás grandes diferencias, si te alejas demasiad o no verás ninguna.
Las ideologías tradicionales (anarquismo, comunismo, socialdemocracia, autonomismo, etc.) asumidas por las personas que forman grupos organizados no guardan relación alguna con la «conciencia política o social» de la población general, que se mueve por impulsos menos dogmáticos, que quizás por exceso de información o por falta de ella se comporta según un cierto eclecticismo pragmático y que, como mucho, se definen, independientemente de su formación intelectual, como de derechas, de izquierdas o «apolíticos» (es decir, «que no saben/no contestan»). Por lo que no tiene ningún sentido hablar de que los posibles votantes de IU, su teórica base social, sean de izquierda moderada o de extrema izquierda. La gente común, no formada o «deformada» políticamente, funciona con instintos más primarios pero no se deja embaucar tan fácilmente como piensan algunas «mentes privilegiadas» de la política por operaciones de imagen más o menos ingeniosas o sutiles.
La recuperación del espacio electoral y político
Según Maravall, el potencial espacio político a recuperar habría que buscarlo en las elecciones generales de 1979, en donde los resultados del PCE-PSUC se situaron en torno al 20% en Cataluña y al 15% en alguna otra comunidad autónoma.
Bueno, esto es una burda manipulación de unos resultados electorales. Pero ya que entra en estas cuestiones es necesario situar los datos en su justo contexto. En 1979 el PCE-PSUC obtuvo un 10,47 % de los votos (1,9 millones). Por lo que hablar de «veintes por ciento» en Cataluña está fuera de lugar. Cuando además sería en todo caso el referente verde de Cataluña (ICV) el responsable de la pérdida de votos.
Y además «olvida» que dos años después esta misma gente perdió 1 millón de votos y casi seis puntos porcentuales. No hace falta haber estudiado demasiado el tema, la fuerte pérdida de votos del PCE en 1982 tuvo que ver con el voto útil relacionado con la mínima distancia ideológica en aquel entonces entre PSOE y PCE.
Al parecer, según Maravall, los resultados de IU en la era Anguita fueron únicamente una consecuencia del desgaste del PSOE, como deja entrever de forma implícita al principio del artículo. Hay que recordar que IU llegó a sobrepasar en tres ocasiones ese porcentaje de voto (13,44 % en las Europeas del 94, 11,68 en las Locales del 95 y 10,54 en las Generales del 96) y en cuatro ocasiones el número total de votantes (2,2 millones en la Generales del 93, 2,4 millones en las Europeas del 94, 2,5 millones en las Locales del 95 y 2,6 millones de votos en las Generales del 96).
Posteriormente describe los enfrentamientos que protagonizaron carrillistas, leninistas, renovadores y prosoviéticos, que provocaron la destrucción irreversible de aquel proyecto político (el eurocomunismo). Y explica que, aún habiendo arruinado la herramienta política, el espacio político siguió existiendo, sin que haya sido ocupado por el PSOE ni siquiera en sus momentos más expansivos.
No se si se refiere a ello, pero es cierto que durante el período que hay entre la victoria felipista del 82 y la de Zapatero en el 2003 apenas se producen trasvases de votos, significativamente importantes, de antiguos votantes del PSOE a IU y viceversa. Habiendo dos momentos en los que el PSOE le roba literalmente la cartera al PCE-IU, en las generales de 1982 y de 2003, curiosamente los momentos de menor distancia programática entre el PSOE y el PCE-IU; aunque lo cortés no quita lo valiente, dos momentos muy especiales en la historia de España. Lo importante en este asunto es que a lo largo de esos años se ha venido produciendo un «extraño fenómeno» de abstención selectiva que explica en cierta forma el fracaso del sorpasso y las recuperaciones sucesivas del PSOE. Por lo que no tiene sentido, mientras no cambien de forma sustancial las condiciones sociales y económicas, plantear a corto plazo desde la izquierda del PSOE (IU) un cambio en la hegemonía parlamentaria dentro d e la izquierda (entendida muy ampliamente). Por tanto, cualquier intento a corto plazo de quitarle votos al PSOE por medios convencionales no resiste crítica alguna. La base electoral está en otro lugar.
Si esto es así, como avalan los resultados electorales de los años noventa, ¿por qué toma como referencia una época tan lejana como el año 1979, en lugar de los años noventa? La única respuesta que me dicta la lógica es que lo dicho tiene más que ver con una opción ideológico-afectiva que con un análisis riguroso de la realidad.
Para el autor del artículo, «la actual IU no sirve si queremos volver a ser una fuerza política que influya en los cambios de este país. Para ello nuestro programa no necesita demasiadas elucubraciones: desarrollo del Estado del Bienestar, política fiscal progresiva, sector público eficaz, igualdad de derechos en todos los sectores sociales, educación pública y laica, respeto medioambiental, reconocimiento de los derechos nacionales, solidaridad, políticas de paz, compromiso europeísta.»
En este párrafo se evidencia el talante «progresista» de los actuales dirigentes de IU. Entiendo que estas políticas progresistas se diferencian de otras políticas igualmente progresistas (como las del PSOE) en que tampoco requieren de demasiadas elucubraciones. En realidad en estas líneas lo que se expresa nítidamente es la escasa distancia programática entre IU y el PSOE en el momento actual.
Por último, en una sola frase nos aclara las ideas de una forma absoluta: «No se trata de volver al pasado, ni de resucitar al eurocomunismo que frustramos. Pero sí de aprender de lo mejor de la experiencia eurocomunista, de aspectos positivos del PSOE y de otros movimientos y organizaciones sociales».
Más claro el agua.
¿Pero qué fue el Eurocomunismo y qué se puede aprender de la experiencia eurocomunista?
El Eurocomunismo nació a mediados de los años 70 por obra y gracia del Secretario General del PCI, Federico Berlinguer, discípulo en su juventud del «camarada» Palmiro Togliatti, fundador del PCI y «muy conocido» comisario estalinista durante la república y la guerra civil española.
Aparentemente el eurocomunismo era una corriente «renovadora», un nuevo tipo de de comunismo que aceptaba las reglas del juego de la democracia parlamentaria, que se mantenía independiente y crítica con la URSS, repudiando la vía violenta al socialismo.
El Eurocomunismo francés (Georges Marchais) enriqueció su sustrato ideológico, sobre todo, por la polémica surgida en el XX Congreso del PCF (1976) con respecto a la eliminación de la expresión Dictadura del Proletariado. Las razones esgrimidas por los comunistas franceses fueron (José Manuel Fernández Cepedal, 1979, www.filosofia.org/rev/bas/bas10802.htm):
– La identificación del término con el socialismo en los países del este, con el socialismo real.
– Las connotaciones negativas del término dictadura, al haber sido utilizado también para describir los sistemas autoritarios y/o totalitarios fascistas.
– La contradicción existente entre la vía histórica de la dictadura del proletariado como tránsito al socialismo y la vía democrática, que era la que ya adoptaron los partidos comunistas como adaptación de la lucha de clases a la época de los años setenta.
Sin embargo, esta última tesis no se sostiene según un análisis riguroso de los textos marxistas (los dos primeros puntos son meramente coyunturales o pragmáticos). Puesto que no tiene sentido alguno, tanto desde el punto de vista histórico como conceptual, contraponer teóricamente la dictadura del proletariado a la democracia (Etienne Balibar, La dictadura del proletariado, 1976). Desde la perspectiva marxista, todo Estado (capitalista o proletario) es en el fondo una dictadura de clase. La dictadura del proletariado es una fase superior a la de la democracia burguesa y se entiende como una etapa de transición del capitalismo al comunismo. Y al identificar la democracia burguesa con el Estado Burgués, de lo que estaríamos hablando es de una dominación de clase, concretamente de una minoría (la burguesía). La dictadura del proletariado también sería una dominación de clase, pero de la clase proletaria, o sea, de la mayoría del pueblo. En pureza esta fase sería obviamente muc ho más democrática que la del estado burgués.
Otra cosa es lo que se pudo convertir el marxismo-leninista en la URSS, ya que la dictadura del proletariado en su proyección estalinista no resistía más que una interpretación unívoca, la vía violenta al socialismo. Por lo que en la práctica se convirtió en una dictadura de la burocracia y, por tanto, de clase (aunque más restringida, el partido), cuando no en una dictadura personalista y en un sistema totalitario. Este es curiosamente el concepto (estalinista) que repudiaba Carrillo en «Eurocomunismo y Estado» (1977), lo que quiere decir, lógicamente, que anteriormente era el concepto que aceptaba, interpretando que el régimen soviético (antes y después de la muerte de Stalin) era una verdadera «dictadura del proletariado».
En realidad el eurocomunismo fue la deriva natural en la era fordista y en el mundo occidental de la interpretación reduccionista de Stalin sobre el marxismo-leninismo y, en cierta forma, y usando un lenguaje de influencias psicoanalíticas muy apropiado para la época, un doble parricidio ideológico. Porque si Lenin había sido el padre ideológico del movimiento comunista en el siglo XX, Stalin lo había sido de los partidos comunistas y de sus tácticas.
Con respecto al caso español hay que señalar que en 1977 todavía no estaba clara la situación y el futuro del PCE, por lo que Carrillo aceptó reconocer la monarquía y aparcar la reivindicación republicana sine die a cambio de la legalización del partido; apoyando, junto con CCOO, el modelo de estado, el sistema electoral parlamentario y la reforma sindical que nació de los Pactos de la Moncloa. Los argumentos de Carrillo y sus colegas se fundamentaron entonces en el miedo, en una posible vuelta atrás de la reacción franquista debido a las presiones de una izquierda rupturista, por lo que creyeron necesario aislar tácticamente toda oposición a estos acuerdos tanto desde dentro como desde las otras organizaciones de izquierda. Lo que fue aparentemente una decisión táctica se convirtió en una seña de identidad por la práctica.
Así, la acomodación al eurocomunismo por parte del PCE significó la eliminación del término «leninismo» en la denominación del partido (IX Congreso del PCE, Abril de 1978) y también una gran purga de militantes, «en la mejor tradición de los partidos estalinistas», concretamente de aquellos, entre otros, que se opusieron a este cambio desde las posiciones del marxismo-leninismo.
Aunque también existe una interpretación todavía más maquiavélica (propia de dirigentes criados en el «maternal calor del Komintern»), y, por tanto, menos complaciente y sensible a las disquisiciones intelectuales. Según las manifestaciones de antiguos agentes de la KGB, la relación con Moscú no era tan mala como parecía, por lo que es posible que los dirigentes de estos partidos hubieran estado haciendo un doble juego táctico, tanto con la URSS como con sus Estados y, en la práctica, con sus propios militantes. Un hipotético doble juego que, independientemente de su causa, ha terminado de forma funesta para el comunismo en Europa y en el mundo. Lo que no sé es si para bien o para mal.
Una vez asentadas dichas premisas, y sabiendo lo que se puede aprender de la experiencia eurocomunista, uno se pregunta qué puede tener de atractivo actualmente esta experiencia histórica. La respuesta es sencilla, es la única herramienta ideológica a la que se pueden arrimar una serie de personajes cuya formación y motivación políticas no van más allá de perpetuarse en los cargos o en las instituciones. Es la única herramienta, estando o no en la periferia de la socialdemocracia, que puede avalar su supervivencia; que puede reforzar conceptualmente a una izquierda verde y «light» en un objetivo inaudito para un discurso transformador: la defensa del sistema parlamentario y del estado monárquico o, como ampulosamente se dice, la defensa de la «democracia» y el «Estado de Derecho». Aunque quizás no sea necesaria tanta movida cuando en el PSOE les esperan seguramente con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos, sus viejos camaradas de la extinta «Nueva Izquierda». Porque en el fondo, ¿qué diferencias hay entre la socialdemocracia y el eurocomunismo hoy, sea verde o rojo? Muy pocas y poco consistentes.
Sin embargo, en IU creo que todavía hay una gran cantidad de personas con sentimientos e ideas contrarias al sistema, al modelo parlamentario, al capitalismo. Todavía hay, y es una recuperación relativamente reciente, republicanos y gentes que creen aunque sea tímidamente que es posible otra democracia, y no estoy hablando de cambios superficiales del sistema electoral (como la creación de un colegio de restos). Estoy hablando de lo que llaman míticamente algunos (los marxistas) la Dictadura del Proletariado o, inocentemente otros (los que tienen un ramalazo libertario) la democracia directa. En un lenguaje más actual, de lo que estaríamos hablando es de una democracia radical, de base, participativa y sistémica o integral.
Aunque, claro está, antes de cualquier iniciativa en ese sentido, IU debería revisar sus estatutos y/o su funcionamiento interno para convertirse en una organización que practique la democracia de base desde dentro, cosa que actualmente no existe. No se puede defender un modelo de democracia radical o participativa cuando internamente tiene los mismos vicios que el modelo representativo parlamentario que pretende transformar o destruir. Aunque si esto se consiguiera ya no podríamos hablar de Izquierda Unida sino de otra cosa.
Todo esto no quiere decir que IU, con refundación o sin ella, sola o en compañía de otros, tenga futuro. Aunque tampoco quiero decir lo contrario. Pero eso es otra historia.
Salud, Unidad y Reorganización de la Izquierda.