Podemos salió malherido de su segundo Vistalegre. Las causas hay que buscarlas, en buena medida, en el primero. En otoño de 2014, el núcleo fundador del proyecto, que pocos meses antes había pilotado con brillantez la campaña de las elecciones europeas, impuso unas normas draconianas que le sirvieron para acaparar la dirección y acallar expeditivamente […]
Podemos salió malherido de su segundo Vistalegre. Las causas hay que buscarlas, en buena medida, en el primero. En otoño de 2014, el núcleo fundador del proyecto, que pocos meses antes había pilotado con brillantez la campaña de las elecciones europeas, impuso unas normas draconianas que le sirvieron para acaparar la dirección y acallar expeditivamente toda forma de pluralidad y disenso interno. El liderazgo carismático de Pablo Iglesias fue clave a la hora de imponer la estrategia de normalización diseñada por Íñigo Errejón, en la que ―siguiendo la muy cuestionable relectura de la sociología política de Antonio Gramsci propuesta por Ernesto Laclau― los sectores más concienciados y organizados de la sociedad y la militancia ―bien vinculados a las izquierdas tradicionales, bien a los nuevos movimientos sociales―, con sus demandas de funcionamiento interno más horizontal y participativo y su ambiciosa agenda de transformaciones políticas, económicas o medioambientales, suponían un obstáculo para conectar con las grandes mayorías electorales, y debían en consecuencia adaptarse férreamente a la hoja de ruta del partido o ser excluidos de su dirección y estructura.
Así fue como, en aquel primer Vistalegre, el denominado «núcleo irradiador», en lugar de entablar un proceso de diálogo y cooperación orientado a sincronizar la pluralidad de orientaciones teóricas y prácticas del campo político, social, sindical y cultural transformador, hizo simplemente valer la fuerza de sus números, basados sobre todo en la nueva militancia captada a través de los medios de comunicación de masas, con escasa o nula experiencia política previa y una conexión sobre todo emocional con el partido a través de la figura de Iglesias. Trasladada a territorios y municipios mediante las denominadas «listas avaladas por Pablo Iglesias» ―construidas sobre el único criterio de la lealtad incondicional al equipo dirigente y sus directrices―, esta lógica de administración de la pluralidad mediante el aplastamiento numérico logró, con apenas un puñado de excepciones, disciplinar y homogeneizar la organización, al precio de provocar una primera sangría entre sus bases y extirpar de ellas casi cualquier rasgo de autonomía y creatividad.
Es probable que Iglesias y Errejón jamás pensasen entonces que, solo dos años después del primero, concurrirían enfrentados a un segundo Vistalegre, y que aquella ausencia de dispositivos de mediación y representación de la pluralidad, que experimentaban entonces como una ventaja, convertiría su disputa en un choque de ferocidad descontrolada y costes exorbitantes en términos de capital humano e imagen pública, de los que Podemos dista de haberse recuperado e incluso parece seguir agravando desde entonces ―como estos días ejemplifica el conflicto abierto entre la dirección y los órganos de garantías del partido. Es ahora, cuarteada la cohesión y el aura taumatúrgica del núcleo fundador, cuando se perciben en toda su gravedad las consecuencias de la disparatada pretensión errejonista de presentar batalla a la dañada pero todavía resistente hegemonía sistémica neoliberal mediante un partido sin apenas dispositivos de movilización social ni pedagogía política, desenraizado de la sociedad civil organizada y la cultura y la comunicación críticas, drásticamente centralizado y jerarquizado y casi enteramente dependiente del liderazgo carismático y su expresión mediática ―carencias todavía más evidentes desde que Podemos ya no disputa la hegemonía del campo progresista a un PSOE desvencijado por las aspiraciones de perpetuación de su vieja guardia, sino reforzado y a la ofensiva bajo el nuevo liderazgo de Pedro Sánchez.
Iglesias ganó a Errejón este segundo Vistalegre apostando por un nuevo protagonismo de las bases y el activismo, capaces de extender a la materialidad de las relaciones sociales cotidianas los avances conquistados en los medios de comunicación y las instituciones. Por desgracia, no parece haberlo conseguido, ni en realidad parece haberlo intentado seriamente, para acabar enseguida asumiendo, sin el virtuosismo dialéctico y estratégico de los errejonistas, su misma hoja de ruta, apenas salpimentada por tramabuses y otras gesticulaciones efímeras, quizás suficientes para agitar a una cada vez más reducida hinchada de incondicionales, pero completamente inútiles, cuando no contraproducentes, a la hora de rearticular sus relaciones con la sociedad civil organizada, cuya actividad en el período 2011-2013 abrió la ventana de oportunidad a su éxito inicial.
Es mérito incuestionable del equipo fundador de Podemos haber resuelto con su golpe inaugural de talento y determinación el paralizante impás en que las fuerzas transformadoras de la sociedad española se hallaban sumidas tras aquel ciclo de protestas de 2011-2013. Pero también ha sido su error creer que podía conducir en solitario el proceso de cambio, sin reincorporar a esas fuerzas transformadoras y mancomunar con ellas su dirección, mediante procedimientos de reconocimiento mutuo, cooperación y codecisión, sin duda muchísimo más complejos y costosos, pero también más productivos y duraderos, que el órdago plebiscitario y la fruición disciplinaria. A la vista de su convulsa vida interna, su tambaleante línea estratégica, su frágil implantación territorial y su menguante impacto cultural, se hace evidente que el modelo de partido del primer Vistalegre, agónicamente prorrogado tras el segundo, conduce inexorablemente al declive. En los próximos meses ―ya con las elecciones autonómicas y municipales en el horizonte, y ante la permanente posibilidad de un adelanto de las generales― Podemos deberá elegir entre persistir en esta deriva declinante o reiniciarse en una clave completamente nueva, aspirando a federar, en un proyecto de cambio realmente consensuado y compartido, todo el genio creativo de las fuerzas transformadoras de la sociedad. De ello depende, no solo el futuro del partido, sino la posibilidad del cambio político en nuestro país.
Publicado originalmente en Diario Hoy, 10/09/2017
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