La convocatoria de la huelga general del 29 de septiembre por parte de CC.OO. y UGT es la respuesta a la mayor agresión contra los derechos sociales de los trabajadores tras la instauración de la democracia en el Reino de España. En un giro de 180 grados, el Gobierno Zapatero ha roto un compromiso explicito […]
La convocatoria de la huelga general del 29 de septiembre por parte de CC.OO. y UGT es la respuesta a la mayor agresión contra los derechos sociales de los trabajadores tras la instauración de la democracia en el Reino de España. En un giro de 180 grados, el Gobierno Zapatero ha roto un compromiso explicito con su base social de que defendería la capacidad adquisitiva de los salarios, las pensiones y el gasto social y encabeza una agresión sin precedentes que, en lo fundamental, desarrolla el programa neoliberal del Partido Popular y de la patronal CEOE.
La rapidez y la profundidad de esta ruptura, en nombre de una gestión de la crisis económica y financiera a favor de los beneficios de las grandes empresas y bancos, ha supuesto una caída en las expectativas de voto del PSOE de más de ocho puntos. El proyecto político de Zapatero -un equilibrismo entre intereses sociales y avances parciales en los derechos democráticos- ha quedado desarbolado, provocando una crisis de hegemonía en la izquierda social y política sin precedentes. Y esa falta de proyecto político y social es acompañada por el miedo a un cambio radical en la correlación de fuerzas: en lo social por una reestructuración del mercado de trabajo que agrave los efectos de la crisis económica para las clases trabajadoras; en lo político por una victoria de la derecha en las elecciones autonómicas y municipales en el 2011, empezando por CiU en Cataluña, y del PP en el 2012 que ahonden y profundicen una contrarreforma reaccionaria.
Para los trabajadores es esencial resistir este giro a la derecha con la huelga general. Restablecer la capacidad de negociación sindical y frenar el dumping social en salarios y pensiones del gobierno Zapatero. La reconstrucción de la izquierda parte de esa resistencia social de sindicatos y movimientos sociales contra las políticas neoliberales del Gobierno Zapatero. Pero al mismo tiempo, para poder sostener esa resistencia en el tiempo, necesita abrir la perspectiva de un nuevo proyecto político de izquierdas más allá del «zapaterismo» que implique cambios profundos en la representación política de los trabajadores y trabajadoras. La necesidad de ese proceso de reconstrucción es transversal al conjunto de la izquierda y debe ser abordado a la vez desde una perspectiva unitaria y de alternativa a las políticas neoliberales que han provocado y gestionado la recesión de los últimos tres años.
Del agravio a la sensación social de injusticia
La sensación de agravio e injusticia de los trabajadores son el punto de partida de la convocatoria de la huelga general del 29 de septiembre. Pero ese agravio cobra formas diversas, porque la crisis económica y fiscal afecta de manera distinta a los diferentes sectores de la clase obrera y la pequeña burguesía. El paro ha mordido con especial saña en la construcción y las industrias que la abastecen, donde el numero de trabajadores inmigrantes y temporales es más alto y la capacidad de imponer los resultados de la negociación sindical más débil. Junto con los jóvenes que acceden por primera vez y las mujeres, con una débil tasa aun de participación, los trabajadores precarios son los que han quedado excluidos del mercado de trabajo. Pero también han aumentado los EREs y las reducciones de plantilla, cuando no los cierres, en empresas industriales y de servicios con un importante número de contratos indefinidos y mayor densidad sindical.
La experiencia traumática de la pérdida del empleo o la incapacidad de los jóvenes de conseguir uno para independizarse de la familia, se extiende por toda la clase trabajadora en forma de miedo a sufrir esa misma situación, con la perdida de los derechos laborales y el estatus social que implica el empleo. El ataque a las pensiones, la extensión de la edad de jubilación, el recorte de la inversión pública y del gasto social en sanidad y educación dan cuerpo a ese miedo con recortes del salario indirecto de los trabajadores, que es una parte fundamental de los avances democráticos de los últimos años, a pesar del importante déficit que se ha mantenido e incluso acrecentado con la media de la Eurozona.
Pasar del agravio individual y sectorial a la sensación social de injusticia, es construir colectivamente desde la izquierda un sentido común que explique la razón de estos ataques, señale a los beneficiarios y de instrumentos de respuesta global a las víctimas. Salir de la pasividad y de la división, que son efectos sociales de la crisis, exige plantear unitariamente una respuesta que recoja los distintos agravios de todos en un solo plan de resistencia y abra un debate democrático sobre un proyecto alternativo.
Este esfuerzo de rearticular un discurso social de la izquierda es responsabilidad inmediata de los sindicatos de clase como organismos unitarios y defensivos de los trabajadores. Frente a la «inevitabilidad del ajuste» neoliberal y la explicación bastarda de que las contrarreformas laborales buscan «defender» a los trabajadores en paro o temporales frente a los «privilegios» de los que tienen contratos indefinidos o convenios sindicales (como ha ocurrido en el caso de los controladores aéreos, a semejanza del inicio de la contrarreforma laboral de Reagan en EE UU), la negociación sindical busca generalizar a los sectores mas débiles las reivindicaciones conquistadas por aquellos trabajadores en sectores estratégicos, mayor densidad sindical y capacidad de presión.
Los puntos fuertes y débiles de los sindicatos de clase
El sindicalismo de clase en el Reino de España, en especial CC OO y UGT, ha sido capaz desde el 2004 de aumentar su afiliación y el marco de la negociación intersectorial, con una presión huelguística que se ha situado de media anual por encima del millón de días perdidos y de 60,4 días de huelga por cada 1.000 trabajadores (la huelga general contra el Gobierno Aznar del 2004 superó los 4,5 millones de días-persona y 248,9 días por 1.000 trabajadores)(1). Pero no ha podido limitar los efectos de la temporalidad introducida por anteriores reformas laborales ni forzar un aumento sustancial del gasto social, a pesar de la fase económica expansiva y el carácter moderadamente reformista del Gobierno Zapatero hasta mayo de este año. La resistencia y la movilización continua de la derecha social y política, el peso del sector neoliberal en la administración económica del estado y el Banco de España y la presión del Banco de Santander y el BBVA han marcado los limites de una correlación de fuerzas surgida en las movilizaciones sindicales y sociales del 2002-2004 contra el Gobierno Aznar.
La falta de lazos sindicales con los parados -cuyo carácter estructural ha sumado al 8% inicial otro 9% de la construcciones e industrias afines en el 20% actual tras la crisis-, y la «gestión en frío» del cambio político iniciado en el 2004 por parte del Gobierno Zapatero, evitando las movilizaciones sociales y cooptando a sus dirigentes en la administración, ha provocado también en los sindicatos un envejecimiento de sus cuadros, la falta de recambio generacional y de capacidad de movilización sectorial y de empresa. Aunque la sustitución del equipo de Fidalgo por el de Fernández Toxo en la dirección de CC OO ha supuesto un giro importante que debe hacer matizar los aspectos negativos y hacer evaluar más positivamente los cambios profundos operados en estos años. El giro a la izquierda de la dirección de CC OO ha supuesto también la condición necesaria para una radicalización de UGT y su distanciamiento del giro neoliberal del Gobierno Zapatero, manteniendo la unidad de acción sindical.
La evaluación de las posibilidades de éxito y el ejemplo de los cuadros
La participación masiva en la huelga del 29 de septiembre depende, en definitiva, de como perciban los diferentes sectores de trabajadores su posibilidad de éxito parcial o total. El sentido común de injusticia se esta creando en la preparación de estos meses de la huelga a partir de la explicación sindical del ataque a los derechos sociales de los trabajadores por la reforma del mercado laboral impuesta, el plan de austeridad presupuestaria y la amenaza de una contrarreforma del sistema de pensiones. Pero la convicción y firmeza de los cuadros sindicales es ahora esencial. De su ejemplo y determinación en las próximas semanas depende la percepción de que la huelga tendrá o no un seguimiento masivo y por lo tanto de que es posible sumarse a ella por parte de los sectores más débiles frente a la patronal sin miedo a las represalias, acrecentando para todos los trabajadores la posibilidad de éxito y la masividad de la huelga. Del cálculo individual de rentabilidad entre el riesgo de la represión patronal y la posibilidad de obtener ventajas parciales o amplias de la huelga se pasa así a la apreciación colectiva no solo de la injusticia sufrida sino de la posibilidad de resistencia y de la correlación de fuerzas social.
Esa apreciación de la correlación de fuerzas social -que es al mismo tiempo la de la posibilidad de éxito o no de la huelga general y por lo tanto de la apuesta de implicación personal y colectiva-, es una construcción social que nace de la experiencia y del debate a distintos niveles. Y va más allá de los aspectos meramente sindicales o sociales para incluir una visión de las consecuencias y posibilidades políticas de la propia huelga general.
En primer lugar, que la convocatoria de la huelga general se realiza en una fase de contraofensiva neoliberal y de debilidad política y crisis terminal del proyecto «zapaterista». El principal miedo en este sentido es que el éxito de la huelga general tenga un efecto pírrico: que el éxito de la propia movilización abra las puertas a una victoria electoral de la derecha, menos «presionable» por la izquierda social y política.
El miedo a una victoria electoral de la derecha
Encarar abiertamente en el debate preparatorio de la huelga general este miedo es esencial para mantener el carácter unitario de la movilización, incluyendo a los votantes del PSOE, que son mayoría en UGT y CC OO. Y es también esencial para iniciar la reconstrucción política de la izquierda frente a la contraofensiva y gestión neoliberal de la crisis económica.
El giro a la derecha del Gobierno Zapatero es el resultado de la enorme presión internacional de instituciones financieras y políticas como el G-20, el FMI, la Unión Europea y el Banco Central Europeo, así como de la derecha social y política española, representada en el propio Gobierno y en sectores del PSOE. El «equilibrismo» de Zapatero en la fase de crecimiento económico del 2004 al 2007 -que le permitió combinar el apoyo a los beneficios de las grandes empresas españolas con aumentos del gasto social en el salario mínimo, las pensiones, las prestaciones por desempleo o la dependencia-, quedó roto por su incapacidad y dificultad de gestión de la deuda pública acumulada en el 2007-2010 como estímulos económicos contra la crisis. Esa ruptura, que es la del propio proyecto del «zapaterismo», ha dado paso al giro neoliberal y las políticas de austeridad y contrarreforma laboral.
La reconstrucción de la izquierda, en este escenario de erosión de la correlación de fuerzas, exige un discurso político que plantee primero la necesidad de una resistencia firme, pero también un proyecto de gobierno alternativo más allá del «zapaterismo» y del neoliberalismo. Como vaya tomando forma ese discurso en las distintas organizaciones de la izquierda social y política será inevitablemente desigual y contradictorio. En el PSOE ha comenzado por el PSC con el balance negativo de la política de Zapatero en relación con el Estatut de Catalunya y su alianza con CiU. Y en Madrid por la exigencia de primarias para designar al candidato que se enfrente a Esperanza Aguirre entre el representante de las ciudades obreras dormitorio del sur y el aparato central zapaterista de Ferraz, ligado a los sectores neoliberales del partido. En ERC e ICV, el balance del Estatut y de la gestión de gobierno del Tripartito catalán se une a la presión social frente a la pequeña burguesía independentista. En IU, la refundación no ha podido ir aún más allá de un control de aparatos autonómicos, con un PC paralizado por la contradicción de criticar al PSOE y querer asociarse a él en el próximo gobierno andaluz.
Construir una alternativa política unitaria a la izquierda del «zapaterismo»
La crisis de la hegemonía del «zapaterismo» ha supuesto también la de una dirección política de la izquierda a escala de todo el Reino de España. IU dejó de jugar ese papel a menor escala en el 2007. Lo mismo esta ocurriendo hoy con el PSOE en buena medida. La reconstrucción de la izquierda implica así inevitablemente una política de alianzas de la izquierda social y política a todos los niveles para superar en un frente unitario la dispersión autonómica o nacionalista de su representación política frente a una derecha unificada en un solo partido españolista, el PP, y tres nacionalistas: CiU, PNV y CC.
Más allá de su responsabilidad en el terreno laboral, CC OO y UGT cuentan hoy con los únicos aparatos y direcciones estatales significativos de la izquierda a la hora de la movilización social. La huelga general del 29 de septiembre va a replantear de manera abierta una contradicción soterrada: las reivindicaciones sociales y la representación política que se reclama de ellas no coinciden. El PSOE de Zapatero ha dejado de ser un instrumento de proyección en las instituciones políticas de las reivindicaciones sindicales y de la izquierda social. Pero no aparece al mismo tiempo una alternativa a su izquierda, en un espacio fraccionado y sin coordinación social o política.
Los intentos de avanzar en esa vía, como la Refundación de IU o la nueva confederación Verde que apadrina ICV, tienen importantes limitaciones de orientación estratégica. Dependen en buena medida para no quebrarse del éxito de la huelga general del 29 de septiembre, pero no resuelven el problema político de una alternativa a la dirección «zapaterista» del PSOE que, sin embargo, es esencial para los sindicatos y su capacidad de resistencia a medio plazo a la gestión neoliberal de la crisis. Más pronto que tarde, las direcciones de UGT y CC OO, sobre todo si la huelga general tiene éxito en su convocatoria, no tendrán más remedio que plantearse que para superar el miedo a una victoria electoral del PP, tienen que implicarse directamente a nivel de sus aparatos y cuadros en la construcción de una nueva alternativa de izquierdas.
En definitiva, fue un debate de estas características lo que llevó a la fundación en Alemania de Die Linke. En el Reino de España la mejor posibilidad de reconstrucción de la izquierda alternativa reside en una implicación y una hegemonía en el proceso de los aparatos «realmente existentes» de la izquierda social, que son los sindicatos de clase, hacia los que se orientarán los nuevos cuadros que surgirán de la experiencia de la huelga general. Señalar la importancia de este debate sobre una salida política es también contribuir al éxito de la huelga general y a la larga resistencia contra el ajuste neoliberal que la seguirá.- G.B.,1 de septiembre de 2010
NOTA: (1) Ver «Developments in Industrial Action 2003-2007) http://www.eurofound.europa.eu/eiro/studies/tn0804039s/index.htm y «Developments in Industrial Action 2005-2009» http://www.eurofound.europa.eu/eiro/studies/tn1004049s/tn1004049s.htm, elaborados por el Observatorio Europeo de Relaciones Industriales (EIRO)
Gustavo Búster es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.