Alberto Alonso, director de [el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos del Gobierno Vasco] Gogora, ha atizado la polémica con su idea de que «no se meta en el mismo saco a los cientos y miles de militantes de partidos que exigían y reivindicaban la llegada de una democracia a este país» y a los miembros de ETA Jon Paredes Manot, «Txiki», y Ángel Otaegi, ejecutados hace 50 años. Explica que «luchaban contra la dictadura, pero utilizando las mismas herramientas que utilizó la dictadura, que eran la violencia, el terror y el miedo».
Habría que recordar a este alto funcionario del Gobierno Vasco que los fusilados compartieron lucha y cárcel con «cientos y miles de militantes de partidos» y otras organizaciones que «reivindicaban la llegada de una democracia a este país» y se jugaron la vida en aquel combate. En prisión había desde viejos anarquistas, Testigos de Jehová (primeros insumisos a la mili obligatoria), hasta militantes de todo tipo de siglas, armadas o no, incluido quien suscribe. La mayoría perseguíamos además horizontes más radicalmente justos que «la democracia».
Ni a la mente más plana se le hubiera ocurrido insinuar que estábamos presos por «utilizar las mismas herramientas que la dictadura». Claro que en las abarrotadas prisiones no estaba Alonso, ni nadie de su partido PSOE, para aclararnos esa supuesta coincidencia de las víctimas con el régimen parafascista que las fusilaba. Aunque, de estar informados sobre su propio medio político lo hubieran tenido difícil porque muchos resistentes del PSOE-UGT lucharon con armas contra la dictadura en el maquis. Es más, esa familia política estaba ya curtida en respuestas armadas desde su relación con lo que se llamó «pistolerismo político», fundamentalmente anarquista, a comienzos del siglo XX. O cuando se levantaron en rebeliones armadas socialistas en los años treinta. O practicando todo tipo de violencias durante la guerra civil. Su activismo armado paró, sí, justo en la época a la que se refiere ahora su asalariado del Gobierno autonómico. Pero retornó con la infamia del GAL, sin Franco, ya no contra los facciosos, sino contra ETA, y mayormente contratando sicarios desde los despachos públicos.
Señor Alonso, qué inmenso regalo ofrece a las derechas inmemoriales, sumándose a la revisión reaccionaria de nuestro pasado, precisamente ahora que el posfranquismo aprieta. Aquellos «cientos y miles de militantes» (y en primer lugar, las personas asesinadas) ofrecieron su conciencia progresista y arriesgaron y hasta perdieron la vida por un mundo nuevo. Todo pueblo bajo una dictadura asesina tiene el derecho a combatirla con cualquier tipo de arma.
Insulta usted a aquellos combatientes nada menos que desde la dirección de un «Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos». Comparte, sin embargo, empresa con los organizadores del más alto terror político institucional de la Europa «democrática», que disfrutan de prebendas y retiros dorados, alguno hasta con estatua pública en su honor. Vergonzante juego malabar.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/relatos-del-antifranquismo