En los conflictos, la mujer es un botín de guerra; solucionado éste, es objeto de violencia estructural. Muchas mujeres tienen conciencia de su derecho a la paz y a la libertad, pero no de sus propios derechos como mujeres; por eso, quienes sí la tienen llaman a resistir, luchar y organizarse. Los conflictos no terminan […]
En los conflictos, la mujer es un botín de guerra; solucionado éste, es objeto de violencia estructural. Muchas mujeres tienen conciencia de su derecho a la paz y a la libertad, pero no de sus propios derechos como mujeres; por eso, quienes sí la tienen llaman a resistir, luchar y organizarse.
Los conflictos no terminan con el fin de la guerra y, en el caso de las mujeres, muchas veces lo peor viene después, cuando vuelven a sus casas y ven cómo retroceden los avances hacia su independencia y crecimiento personal logrados cuando los hombres estaban combatiendo. Durante los conflictos, las mujeres posponen sus intereses estratégicos en pro de intereses comunes y luego, al final de los mismos, ven sus luchas invisibilizadas.
La actitud de resistencia ante esta situación, a la que hacen frente en mayor o menor medida mujeres de todo el mundo, es la cuestión que ha reunido recientemente en Bilbo, de la mano de la ONGD Mundubat, a organizaciones de mujeres de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Cuba, Brasil, Sahara Occidental, Colombia y Palestina. «La causa de las mujeres es la misma en todo el mundo a pesar de las diferentes situaciones, los diferentes idiomas y las diferentes culturas. La lucha es única y el problema de la violencia es uno», asegura Jadiya Hamdi, parlamentaria saharaui y representante de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis en el encuentro internacional «Todas estamos despiertas».
Las mujeres ven especialmente vulnerados sus derechos en situaciones de conflicto, pero en esos casos no son sólo víctimas ya que realizan una labor muy importante para la subsistencia de la colectividad, además de promover la humanización de los conflictos y estar a la cabeza en la lucha por el fin de las guerras. «La ausencia de las mujeres en los ámbitos de decisión que conducen a la paz no es justa, pero tampoco inteligente porque no se puede prescindir de sus aportaciones y no se puede construir la paz sobre bases injustas. No será una verdadera paz la que dé cabida a otro tipo de violencia, la estructural», indica Igor Irigoyen, director de Cooperación del Gobierno de Lakua.
Por eso, en muchos lugares del mundo la lucha de resistencia y la lucha de las mujeres tiene un doble frente de batalla. Es el caso de las mujeres saharauis y las palestinas que, además de la violencia estructural, sufren la violencia de la ocupación marroquí e israelí, respectivamente, y una situación muy difícil tanto en los campamentos de refugiados como en los territorios ocupados.
Jadiya Hamdi es categórica cuando afirma que los conflictos siempre son una acción de genocidio contra una mayoría de la población constituida por mujeres y niños, la mayoría desplazados de sus lugares de origen a un destino siempre desconocido.
Recuerda que desde el inicio de la actividad armada del Frente Polisario contra el colonialismo español, primero, y ahora contra el marroquí, «las mujeres han sido las encargadas de brindar apoyo político y moral a la vanguardia de la revolución» y su lucha tiene el doble objetivo de lograr la autodeterminación y la independencia nacional y la igualdad para «dar una posición más positiva y adecuada a las mujeres en la nueva sociedad».
La vida de las mujeres saharauis ha pasado por diferentes etapas desde la década de los 70 del siglo pasado. Durante los primeros años del éxodo, «una de las etapas más duras para nosotras, cuando tuvimos que abandonar nuestros hogares huyendo de los bombardeos de napalm y fósforo blanco», la acción política, la educación y la sanidad estuvo en manos de las mujeres.
En febrero de 1976 fue proclamada en Bir-Lehlú la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). «Proclamar un Estado en situación de exilio es duro, sobre todo para las mujeres, porque son la fuerza permanente en los campamentos mientras los hombres están en el frente militar», constata Hamdi. Las mujeres saharauis tuvieron que asumir la constitución de las instituciones, la organización de la vida cotidiana, la protección de los campamentos de refugiados, la educación de los niños, las campañas de alfabetización, la gestión administrativa, la producción, el trabajo político y diplomático, la sensibilización y organización de masas… Y hay que tener en cuenta que se trataba de una generación de mujeres que empezó la lucha revolucionaria, que no conoció la escuela ni la universidad ni tenía formación profesional o política. Por eso, asegura Jadiya Hamdi que fue un «desafío».
En la actualidad, las mujeres representan el 24% del Parlamento, el 90% de las concejalías regionales y el 100% de las municipales. Pero la Unión Nacional de Mujeres Saharauis piensa que existe un «desequilibrio» y reclama mayor presencia en el secretariado general del Frente Polisario así como en el Gobierno. Hamdi dice que «el problema es que a la hora de votar, las mujeres no quieren votar a mujeres y muchas mujeres no quieren ser elegidas».
Sueño y preocupación
«Es nuestro sueño y nuestra preocupación ver, una vez conseguida la independencia, cómo podremos volver a casa y garantizar una posición más positiva para las mujeres y que podamos compartir nuestra experiencia con otras mujeres», señala. En este sentido, su organización trabaja en el ámbito de la orientación, concienciación y la formación profesional y política.
Hamdi hace, no obstante, un paréntesis para referirse a la situación de las mujeres en las zonas ocupadas, muy diferente de la de los campamentos de refugiados. Se trata de zonas rodeadas por el «muro de la vergüenza» de 2.500 kilómetros, por minas antipersona y cadenas de metal, en las que las violaciones de los derechos humanos, los malos tratos y las torturas y las detenciones y desapariciones de activistas por los derechos humanos están a la orden del día. En especial, recuerda a las Madres de la Prisión Negra, cuya experiencia equiparó con la de las Madres de Plaza de Mayo, en Argentina.
En cualquier caso, destaca la importancia de la experiencia adquirida a lo largo de esta prolongada lucha por el derecho a la autodeterminación y la independencia, por el bienestar de las mujeres y la igualdad, por los derechos humanos y la construcción de puentes de cooperación y solidaridad con otras mujeres del mundo.
«¿Dónde está el mundo, dónde la ONU, dónde la comunidad y la opinión pública internacionales, dónde las ONG para denunciar con nosotras la situación injusta que vivimos en Sahara Occidental y Palestina? -se lamenta Jadiya Hamdi-. Ojalá el mundo escuche nuestra lucha cotidiana por el mayor derecho humano, que es la autodeterminación y la independencia nacional».
Maha Nassar, presidenta de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas, explica que en el caso del movimiento de mujeres palestinas, resistencia y poder han ido de la mano. De hecho, dice, «las mujeres obtuvimos poder a través de la resistencia al tiempo que utilizamos ese poder para reforzar el papel de la resistencia y mejorar su estatus».
Recuerda que la historia de la lucha por la liberación y la independencia, en la que las mujeres se han enfrentado a la más dura de las ocupaciones, ha pasado por varias fases en las que las formas de resistencia han cambiado. «Primero vendían su oro para comprar armas para la revolución (1923-1948), luego utilizaron éstas para resistir (1948-1967-1970), tomaron parte en la Intifada enfrentándose al Ejército israelí con piedras para defender su tierra y sus hijos, participaron en actividades en barrios y medios de comunicación, preservando su identidad y cultura en su papel de madres (1978-1990) y, finalmente, hay que destacar su papel como líderes políticos a partir de su implicación en partidos políticos, siendo partícipes, de 1990 en adelante, de la toma de decisiones», resume. En estos años, el movimiento de mujeres en Palestina evolucionó de grupos de asistencia social y caritativos a un movimiento organizado con programas cuyo fin es el cambio social. «Ahora somos una organización con una agenda ideológica que trabaja por el futuro de las mujeres y por atender sus necesidades», afirma Hassar.
Subraya que pese a la implicación en la lucha nacional, las palestinas «nunca han olvidado que son mujeres», por lo que ambas luchas discurren paralelas, pero a partir de la segunda Intifada. Tras la primera, «creíamos que existía violencia contra las mujeres, pero que se debía a la ocupación». Esta visión cambió con la segunda Intifada, cuando las mujeres tomaron mayor conciencia de su situación y concretaron una agenda que logró un equilibrio entre lo nacional y lo social, para «evitar fundamentalismos que fomenten la resistencia al reconocimiento de los derechos de las mujeres y evitar la globalización que impulsa el liberalismo, el individualismo y que considera `terrorismo’ la resistencia».
Éstos, el fundamentalismo y la globalización, son los dos grandes retos a los que se enfrentan las mujeres palestinas, insiste Hassar, quien defiende el «poder colectivo como proceso social basado en los principios del cooperativismo, que comparte preocupaciones, trabajo e ingresos».
«No propiciaremos el cambio si no somos conscientes de lo que ocurre y no sabemos qué beneficios nos aportará el cambio», afirma. Y lo que está ocurriendo es que estas mujeres viven en una situación muy crítica en la que «no podemos hablar del desarrollo o futuro en un contexto político y teórico relacionado con otras realidades que nos son ajenas. Aquí nos enfrentamos a fuerzas conservadoras que creen en la liberación de la mujer después de la liberación nacional, a quienes creen que el islam es lo suficientemente justo para las mujeres y a los liberales que importan estrategias extranjeras».
«En Palestina -concluye- hablamos de desarrollo como existencia».