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Respuesta a Juan Malpartida

Fuentes:

Con motivo de su reseña crítica del libro Crisis de palabras de DanielBlanchard (Acuarela Libros & Antonio Machado ediciones, 2007), aparecida en el suplemento cultural del diario ABC el 29-7-2007

Deja uno pasar cotidianamente la basura de la industria cultural, frente a los ojos. Con resignación. Tele, prensa… ¿Para qué molestarse? ¡Hay tanta! Se volvería loco quien pretendiese subir todo el rato a la red, a batirse contra ella. Sin embargo, hete aquí que una pequeña pieza de basura logra sacudir mi tranquila resignación. Se trata de la reseña que Juan Malpartida publicó en el diario ABC sobre Crisis de palabras, un libro de Daniel Blanchard, antiguo militante del colectivo revolucionario Socialismo o Barbarie. ¿Por qué? Total, tampoco es que sea una basura exagerada. El crítico ni siquiera envía del todo al autor a la hoguera de los condenados. Su reseña sólo es el ejercicio típico de mediocridad de un reseñista que malresume, malcomenta, firma, publica y a otra cosa. La cosa no tiene nada de particular. ¿Entonces? La respuesta estriba sin duda en el entusiasmo con que acabo de leer el libro de Blanchard. Esa lectura tan reciente me hace intolerable el contraste entre la voz inteligente y apasionada de Blanchard y la bajeza del crítico que despacha su testimonio en 30 líneas insignificantes, pero con pretensiones. Y el tiempo libre de las vacaciones ayuda a poner por escrito la indignación…

Como mencionaba antes, Daniel Blanchard militó en la organización Socialismo o Barbarie, que en largos años de «exilio interior» elaboró una crítica radical de los regímenes del Este (¡ya en los años 50!) y del Oeste, escapando así por la tangente de la alternativa dominante entonces y anticipando algunos de los contenidos más profundos de Mayo del 68 (el valor de la autonomía, la horizontalidad, la crítica de la vida cotidiana). Junto a los compañeros de SoB, Blanchard se movilizó contra la guerra de Argelia, cuando convertir la calle en un espacio de expresión política no era algo cómodo (Maurice Papon mediante). Fue amigo de Guy Debord y escribieron a 4 manos un manifiesto (reproducido en el libro) donde se dicen cosas que resulta asombroso leer en un texto fechado en 1960 (por ejemplo, el carácter necesariamente experimental, esto es, sin modelo, de toda política revolucionaria). Se dejó arrastrar gozosamente por la marea de Mayo del 68. Se mezcló con la contracultura norteamericana. Etc.

El valor de todas aquellas experiencias es que, a diferencia de lo que ocurre en el caso del trotskismo o del maoísmo, pueden hablar al presente de las prácticas de emancipación. Son infinitamente actualizables por quienes buscan reinventar el pensamiento crítico contra el consenso dominante en torno a la democracia-mercado como horizonte insuperable de la existencia colectiva sobre la Tierra. Pueden inspirar, interpelar e interrogar a todos los que desean hoy «cambiar el mundo sin tomar el poder», como dicen los zapatistas. Sin embargo, no se conocen demasiado bien. Nos han llegado a menudo reducidas a los nombres propios (Castoriadis, Debord, Cohn-Bendit) o a puros planteamientos teóricos, ¡como si hubiese una teoría crítica digna de ese nombre que pudiera no estar sostenida en una experiencia vital de ruptura!

La iniciativa editorial de Acuarela Libros reconstruye puentes rescatando la voz de uno de esos «secundarios» anónimos que hacen la Historia. La voz de Blanchard tiene un timbre absolutamente singular, que atrapa por su autenticidad y su manera de elaborar lo vivido. No fetichiza el pasado ni reniega de él, sino que logra devolverle a la vida, hacerlo presente (es la ironía y no el cinismo lo que tiñe permanentemente su discurso). Se preocupa muy mucho de restaurar una historia compleja de esas aventuras colectivas, sin obviar en su relato las ambigüedades, las contradicciones, las rupturas o las crisis. Sin aspirar a ninguna interpretación totalizante y acabada, suministra algunas pistas cruciales para repensar la teoría crítica de los años 60 y su actualidad posible: el origen militante la noción de creación en Castoriadis, la ambivalencia de lo simbólico en Debord, etc.

Malpartida pasa por encima de todo esto y se las arregla para «enajenarle» al libro todo su valor, su pasión y su presente en 30 líneas. Se nota que lo ha leído, pero no lo entiende: desconoce las referencias de la época y, por tanto, es rigurosamente incapaz de evaluar la contribución de Blanchard a una relectura de Castoriadis o Debord; ni le van ni le vienen los problemas que plantea el autor y, por tanto, es incapaz de imaginar dónde y cómo se ponen en juego en la actualidad; y como está a mil años luz de las vivencias, la sensibilidad y la apuesta política de Blanchard, todo le parece «vago y confuso» (incluido el texto más acabado del libro, que es el que le da título), cuando no condenable: por ejemplo, reprocha a Blanchard «no citar la palabra democracia» (en realidad, Blanchard se pasa el libro hablando del contenido más pleno de la palabra: huelgas, insurrecciones, revoluciones) u olvidar que no hay lugar en el mundo donde se viva de bien como en nuestras «democracias capitalistas avanzadas». Finalmente, opina que su idea de una política en nombre propio, no ideológica, difícilmente puede ir más allá de la obra artística. Vaya usted a saber porqué. Yo, visto lo visto, prefiero ni enterarme.

Lo peor del bla bla bla es que tampoco puede discutirse demasiado en serio, porque no alcanza a plantear cuestiones interesantes o pertinentes. Un opinador procede sistemáticamente cambiando de tema. Así, Malpartida ni siquiera parece haber percibido que el libro no desarrolla fundamentalmente un «diagnóstico» de nuestro presente, sino que se esfuerza más bien en revisar la crítica social del pasado desde la preocupación por elucidar un problema siempre contemporáneo: la relación entre teoría y práctica revolucionaria, existencia política y concepto, símbolo y vida en el caso de los situacionistas. ¿Cuál es la naturaleza de una palabra crítica, de una palabra que quiere morder la realidad y arañar los discursos que justifican el orden de cosas? ¿Cómo se produce, cómo se encarna, cómo se disuelve su potencia? Esa es la pregunta que atraviesa la vida entera de Blanchard. Desde esa herida abierta se vuelve sobre los viejos recuerdos y escribe los textos que componen este librito

Decía Deleuze que nuestro sentimiento de lo intolerable no se despierta ante una injusticia mayúscula, sino ante la basura cotidiana que de pronto percibimos como nuestro medio ambiente y cuyo hedor ya no soportamos más. A esa atmósfera de bajeza y mediocridad organizadas Blanchard la llama «funcionamiento»: hacer por hacer, pero sin elaborar sentido; hablar por hablar, pero sin decir nada. Bla bla bla. ¿No define esa constante «charla» el mecanismo cotidiano de la crítica cultural: leer, opinar y juzgar por encargo, distraer, rellenar el espacio, banalizar las ideas peligrosas? Para interrumpirlo, hay que empezar por reconocer cuando no se tiene nada que decir y escoger entonces el silencio. Para dar ejemplo, yo prometo aquí y ahora no reseñar jamás un libro de poemas de Juan Malpartida.

La reseña de Juan Malpartida puede leerse aquí: http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=7635&dia=&sec=32