Los efectos de la crisis, la corrupción y los recortes pueden pasar factura al gobierno del PP en el País Valenciano (en el poder desde 1995). Algunas encuestas apuntan la posibilidad de que un «tripartito» compuesto por PSPV-PSOE, EUPV-IU y Compromis descabalgue a los conservadores en las próximas elecciones autonómicas. Oteado el riesgo, la formación […]
Los efectos de la crisis, la corrupción y los recortes pueden pasar factura al gobierno del PP en el País Valenciano (en el poder desde 1995). Algunas encuestas apuntan la posibilidad de que un «tripartito» compuesto por PSPV-PSOE, EUPV-IU y Compromis descabalgue a los conservadores en las próximas elecciones autonómicas. Oteado el riesgo, la formación derechista ha recurrido a un expediente que desde hace décadas tiene a mano, y al que vuelve siempre que la coyuntura lo requiere: el miedo al «pancatalanismo». Hace meses que se calientan motores y ultiman preparativos para lanzar la ofensiva en el momento oportuno.
La última polémica vino a cuento del Diccionario Normativo presentado por la Academia Valenciana de la Lengua (organismo de la Generalitat con las competencias para regular la normativa lingüística) a finales de enero. La Academia formalizaba una definición de valenciano en la que venía a reconocer la unidad de la lengua (catalana). Tradicionalmente la derecha ha sostenido en el País Valenciano el «secesionismo» lingüístico, es decir, que valenciano y catalán son lenguas diferentes. La reacción al enunciado académico llegó bien pronto. El Gobierno Valenciano se dirigió al Consell Jurídic Consultiu para que dictaminara con «carácter urgente» si la definición formulada por la Academia se ajustaba al Estatut d’Autonomia. El presidente de la Generalitat fue lapidario en sus declaraciones: «La lengua de los valencianos es el valenciano».
Mientras, la temperatura aumenta grado a grado. «Los estudiantes afines al PP se unen para hacer frente al catalanismo», titulaba ABC (Edición Comunidad Valenciana) el 14 de febrero. «Acto catalanista del tripartito» (Las Provincias, 14 de enero); «El PP retrata al tripartito como
La martingala no es nueva. Forma parte indisociable de la Historia Contemporánea del País Valenciano, al menos en los últimos 40 años. El sociólogo Vicent Bello escribió en su día «La Pesta Blava», editado en 1988 por Tres i Quatre, una de las más incisivas, aceradas y demoledoras radiografías del «blaverismo» (término que viene de «blau» -azul-, color de la franja adjunta a las cuatro barras rojas y amarillas; era ésta la enseña defendida tradicionalmente por la derecha (junto a la denominación «Reino de Valencia»); el Estatut d’Autonomía de 1982 la reconoce como bandera oficial de la Comunitat Valenciana). «La Pesta Blava» explica desde los orígenes las estructuras de un fenómeno que, con sus idas y venidas, perdura hasta hoy.
«Muerto el dictador, en los sectores de la pequeña burguesía afecta al franquismo, iba creciendo la sensación de que se hundía irremediablemente todo su universo de seguridades, garantías y creencias. En esta pequeña burguesía ideologizada en el discurso franquista (españolismo, ultracatolicismo, anticomunismo) y aferrada a los valores tradicionales (familia, trabajo, respeto a las jerarquías sociales, rechazo del desorden en todas sus formas, etcétera) se fue dando una irritación progresiva que se tradujo en acción política directa. La plasmación mayoritaria que esta acción política tuvo en el País Valenciano, particularmente en Valencia capital, fue la creación del
La animosidad y la inquina hacia la lengua catalana vertebrarán al «blaverismo», en la acción callejera, en la política institucional y en unos discursos atiborrados de demagogia. «Catalán» y «catalanista», según el sociólogo, «son los objetos catárticos y diabólicos que simbolizan la crisis del universo de garantías franquistas al que se aferraba la pequeña burguesía conservadora». Bello define al «blaverismo» como «nuevo movimiento fascista». Ahora bien, ¿Cómo empieza a vigorizarse, a cobrar pujanza y asumir influencia política? Hay dos elementos capitales: «La instrumentalización realizada por el aparato del estado (Fernando Abril Martorell) y por los sectores más reaccionarios del aparato provincial de la UCD (Emilio Attard, José Luis Manglano), así como la convergencia de grupos de empresarios (de los ramos del textil, alimentación, construcción, citrícola, cerámica y metal, entro otros) que financiaron la operación política».
Recursos económicos provisionados por los industriales, las instituciones públicas (en una primera época, todavía en manos franquistas) y por la Caja de Ahorros de Valencia dieron aliento a la reacción «blavera». El movimiento encontró otro aliado de mucho poderío en los medios de comunicación, sobre todo en Las Provincias y la figura de su eminente directora, María Consuelo Reyna. Pero no sólo Las Provincias. Según Vicent Bello, «Levante y la Hoja del Lunes, que entonces aún estaban en manos de personajes del movimiento, comulgaron de inmediato con la nueva doctrina xenófoba. Los verticalistas de la CNS (el sindicato único del franquismo) proporcionaron la mano de obra necesaria para los primeros pelotones de activistas». ¿Cómo influye el discurso «blavero» en el conflicto social? ¿Lo azuza, lo mitiga o lo sublima? Es ésta una de las grandes claves explicativas: «La xenofobia anticatalanista desplaza los procesos habituales de lucha de clases en un sentido ultrarreaccionario, polarizando contra la izquierda (catalanista) la acción de los sectores populares convocados con un mensaje falsario de exaltado regionalismo».
Continúa explicando Vicent Bello: «Si la UCD -que dominaba el parlamento español- hizo abiertamente del anticatalanismo un arma política a partir del otoño de 1977, Alianza Popular (vía Giner Boira, entre otros) ya lo hacía desde sus orígenes». Pero «la capitalización autónoma del trabajo político del
«La Pesta Blava» se publicó hace 25 años. La mirada retrospectiva, por tanto, se sitúa cerca del objeto de estudio. Cuenta el ensayo que la extrema derecha en el País Valenciano -en la que se inscribe el «blaverismo»- se apoya en una estructura «compleja» y «diversificada»: órganos de comunicación de masas como el diario Las Provincias o Intervalencia Radio (en manos del grupo de Blas Piñar), numerosas organizaciones fascistas de la «vieja escuela»: Falange Española, FET-JONS, FNT, CEDADE; diversas organizaciones de factura anticatalanista (GAV, ENV-URV, etcétera), un creciente partido de masas como Unión Valenciana; plataformas sectoriales como Alternativa Universitaria; diversas agrupaciones locales de sectas ultras internacionales, así como grupos de skins o ultras del fútbol (Yomus). A ello se agrega, en este ejemplo de transversalidad totalizadora, una enorme y decisiva penetración en instituciones medulares como las fallas y el Valencia Club de Fútbol. Afirma Vicent Bello que el compromiso del Valencia con la política de la reacción «blavera» se produjo sobre todo durante la presidencia de Ramos Costa en la temporada 1978-79. «Se exacerbaron entonces de manera intencional los aspectos más alienantes del fútbol como fenómeno de masas», asegura el sociólogo.
Vicent Bello rescata en su libro una anécdota publicada por el diario Levante el 4 de junio de 1987 que permite caracterizar el «blaverismo» a modo de viñeta gráfica. Filiberto Crespo, a la sazón candidato a la presidencia de la Generalitat por Unión Valenciana, es asaltado por una mujer en pleno acto de campaña: «Pero ustedes, ¿Son de derechas o de izquierdas?». Crespo no se lo piensa y tira de lo que hoy llamaríamos argumentario: «Nosotros somos valencianos, señora». A lo que la mujer persevera: «Sí, pero ¿de derechas o de izquierdas?». Al final, el candidato concede: «¡De derechas! ¡Somos de derechas!». Satisfecha la señora, exclama: «Muy bien, estos son los míos».
Con independencia de surreales caricaturas, el «blaverismo» mostraba en demasiadas ocasiones su faz más temible, la violencia. En la mayoría de los casos, impune. En el ensayo «Recuperando la memoria. La violencia política en Valencia en los años de la transición. 1977-1982» (publicado en Rebelión), Borja Ribera señala que se trata de un periodo «durante el cual se ejerció el terrorismo de manera continuada para la consecución de unos objetivos políticos. El hecho de que quienes ejercieron casi exclusivamente la violencia contasen con la complicidad, cuando no con la colaboración, más o menos encubierta, de elementos como los gobernadores civiles en Valencia, de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o el aparato judicial, me lleva a pensar que pudo tratarse de un caso de terrorismo de estado». (Un apartado del ensayo lleva por título «La dimensión del
Asimismo, asegura Borja Ribera, «se observa una connivencia entre medios de comunicación, importantes miembros de la oligarquía empresarial, figuras destacadas de la alta jerarquía eclesiástica, la derecha política en su práctica totalidad, entidades culturales y organizaciones con una fuerte ascendencia sobre un sector importante de las clases medias y populares valencianas, como la junta central fallera». El periodista y escritor Francesc Viadel también ha ahondado en la cuestión con un trabajo bien documentado, «No mos fareu catalans. História inacabada del blaverisme», publicado por la Universitat de València. Los discursos maniobreros del PP vienen de lejos.
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