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Reseña de Salvador López Arnal, "La observación de Goethe", La Linterna Sorda, Madrid, 2015

Retrato de una época, actualidad de un dilema

Fuentes: El Viejo Topo

Todos los lectores de Rebelión conocen sin duda a Salvador López Arnal. El más prolífico de nuestros filósofos y el más comprometido de nuestros eruditos, matemático, analista político y militante comunista, es difícil leerlo sin provecho; e imposible conocerlo sin estimar su sensibilidad y generosidad. Si algo hay que reprocharle es su modestia, virtud muy […]

Todos los lectores de Rebelión conocen sin duda a Salvador López Arnal. El más prolífico de nuestros filósofos y el más comprometido de nuestros eruditos, matemático, analista político y militante comunista, es difícil leerlo sin provecho; e imposible conocerlo sin estimar su sensibilidad y generosidad. Si algo hay que reprocharle es su modestia, virtud muy rara entre los intelectuales y por desgracia nada contagiosa, pero que en su caso embrida un talento más que vigoroso cuyas huellas luminosas destellan a menudo allí donde él cree estar sencillamente haciendo preguntas o comentarios. Difícilmente podrá exagerarse, por ejemplo, la importancia de su labor como entrevistador; a través de decenas -centenares- de diálogos minuciosos y comprometidos (algunos de los cuales se han convertido en libros), Salvador López Arnal ha ido recogiendo la memoria de la cultura rebelde de los últimos 20 años, obra que el futuro reconocerá como se debe. Otro tanto puede decirse de su labor como pupilo, investigador y divulgador de nuestro filósofo marxista por excelencia, Manuel Sacristán, que los más jóvenes están descubriendo y leyendo gracias a él. Si el marxismo y Sacristán tienen aún algo que decir en España, si pueden aún fertilizar la voluntad de cambio, será en buena parte merced al esfuerzo abnegado y riguroso de López Arnal.

Ahora bien, si Salvador López Arrnal parece haberse impuesto ceder siempre la palabra a otro, no puede hacerlo sin que su propia voz modifique y engrandezca el cuadro. Podríamos decir, evocando a Arquímedes, que no puede sumergir su personalidad en la obra de otro -para desaparecer en ella- sin desbordarla. Cuando hablo de «su propia voz» y su «personalidad» -entiéndaseme- no me refiero a una «singularidad» sino a la generalidad que sólo él puede transmitir. Cada vez que López Arnal se reprime o se comprime, aparece «nuestra época» o, si se prefiere, «el combate de nuestra época» -esa continuidad entre el pasado y el presente que nos obliga todo el rato a recapitular y recomenzar. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en su libro sobre Sacristán y la Primavera de Praga (La destrucción de una esperanza, Akal 2010), libro que será aún más actual dentro de un año. Y eso ocurre también con el libro que aquí reseñamos, La observación de Goethe, recién publicado por La Linterna Sorda, cuya apasionante lectura nos interpela politica y literariamente.

¿Qué es -de qué trata- La Observación de Goethe? Empecemos por la cuestión central y menor: por el móvil -pues todo autor, como todo criminal, tiene uno. Digamos que el último libro de López Arnal pretende ser, ante todo, un acto de reparación. Con esa insobornable pasión por la justicia que siempre dirige todos sus compromisos, López Arnal trata de establecer la verdad histórica en torno a tres episodios -o momentos- de la historia del PSUC bajo el franquismo, tres episodios que tienen como protagonista, y víctima, a Manuel Sacristán. El primero es la detención del poeta Gabriel Ferrater en 1957. El segundo, un año antes, la solicitud denegada de ingreso en el partido del también poeta homosexual Jaime Gil de Biedma. El tercero, la presunta expulsión del PSUC del gran novelista Manuel Vázquez Montalbán en 1962. En los tres casos, y para alivio de los sacristanistas, López Arnal esclarece del modo más convincente y satisfactorio el papel de Manuel Sacristán, que formaba parte entonces de la estructura clandestina de la organización comunista catalana y, al mismo tiempo, ejercía una fuerte y pugnaz influencia en los círculos intelectuales que trataban de resistir culturalmente al franquismo. ¿Por qué la maledicencia intelectual -la más destructiva de las chismorrerías- convirtió a Sacristán en lo que no era? Tras la investigación irrefutable, López Arnal responde a este pregunta a partir de la áspera, dura, a veces demoledora postura de Sacristán frente a los «intelectuales» (esos «intelectuales» cuya quintaesencia queda resumida precisamente en la clasista y reaccionaria «observación de Goethe»). Porque era este su «querer saber cómo son las cosas» y su actuar en consecuencia, dice López Arnal, «era esa filosofía praxeológica, esa militancia documentada, consistente y nada histérica, en absoluto tendente al izquierdismo que grita al aire encendidas proclamas sin solidez ni arraigo, era eso lo que muchos intelectuales españoles del momento no soportaron en Sacristán». El escritor Xavier Rubert de Ventós, alumno suyo, lo expresó sin ambages tras el fallecimiento del filósofo en 1985: «por fin podremos hacer aquello que deseamos y que no hubiéramos hecho con su presencia». La propia evolución de de Ventós indica muy claramente a qué deseos se refería.

Pero si La observación de Goethe fuese apenas un acto de reparación sólo interesaría a los actores inmediatos de la polémica. El «móvil» es en realidad un pretexto y, se quiere, el parterre donde «prende» un bosque entero. La exhaustiva, paciente, rigurosa, serpenteante y bien ceñida investigación documental de López Arnal desborda en forma arquímeda el objeto de las pesquisas para iluminar alrededor una época histórica y un dilema político-intelectual. La observación de Goethe es, en efecto, una formidable reconstrucción de ese período de la historia de España y de Catalunya en la que una generación irrepetible de poetas y escritores (Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Vázquez Montalbán, Carlos Barral, los Goytisolo, el propio Sacristán) atravesó o tropezó o se perdió en la lucha política contra el franquismo y su feroz aparato represivo. López Arnal describe las complicidades y los desencuentros, los malentendidos y las malediciencias, las grandezas literarias y las miserias neuróticas de unos intelectuales «enredados en cosas de este mundo» que vivieron -¡hace dos días, antesala de los nuestros!- «tiempos de silencios forzados, persecución tenaz, dura represión, salvajes torturas, miedos, desconfianzas, inseguridades, acechados por decenas de fantasmas y centenares de incertidumbres». Uno no puede aplazar su «época» para tomar una decisión («ya decidiré cuando se muera Franco» o «espero a la postmodernidad») y, por lo tanto, hasta los aplazamientos son respuestas al cepo concreto de nuestras representaciones abstractas. Lo malo de la política es que -como todo- ocurre en el tiempo.

En este sentido La observación de Goethe es, finalmente, una reflexión mayor sobre el papel de los intelectuales en los procesos de resistencia y transformación social. Tan misterioso es el talento literario como banal es el interés, la cobardía, el autoengaño y el narcisismo. En todas las épocas, el dilema es, ha sido, seguirá siendo el mismo: de lo que se trata es de salvar la belleza sin condenar el mundo.

Para acabar, no creo que a Salvador López Arnal -que, lo confieso, es amigo mío- le moleste el mayor elogio que puedo dedicar a su obra: es entretenidísima. Entretenida de la misma manera, en el mismo molde, que las obras del gran Leonardo Sciascia (pienso, por ejemplo, en La desaparición de Majorana o El Caso Moro): porque la propia musculatura narrativa sostiene, al mismo tiempo, el aparato documental y el esclarecimiento novelesco. Sciascia inventó el «ensayo negro» como se habla de «novela negra» y López Arnal, discípulo de Sacristán, es asimismo dignísimo heredero del genio italiano y de esos ensayos narrativos en los que se trata menos de saber quién es el asesino que de reconstruir el lugar y los medios del crimen. Esa reconstrucción placentera es en sí misma esclarecimiento y verdad verdadera.

Creo que mi amigo Salvador López Arnal debería ser menos modesto y aventurar de una vez por todas su propia voz; es decir, la generalidad que sólo él puede transmitirnos. Entre tanto, gocemos incómodos de esta Observación de Goethe que cumple una vez más el principio de Aquímedes: no se puede sumergir un peso (y menos el suyo) en un líquido sin desbordar la alberca y fecundar los campos circundantes.