Estos días amanecemos con un sinfín de informaciones periodísticas en torno a la conveniencia o no de formalizar alianzas electorales para dar continuidad a la labor municipal, foral, autonómica y estatal. En el caso de País Vasco y Navarra los resultados muestran un eje conservador sólido ante una izquierda que sube pero que no es […]
Estos días amanecemos con un sinfín de informaciones periodísticas en torno a la conveniencia o no de formalizar alianzas electorales para dar continuidad a la labor municipal, foral, autonómica y estatal. En el caso de País Vasco y Navarra los resultados muestran un eje conservador sólido ante una izquierda que sube pero que no es capaz de tejer alternativas serias. Cabe pues un análisis crítico sobre si ante la centralidad del PNV, existe actualmente una verdadera incapacidad de tejer complicidades entre otros sectores políticos ajenos al marco de gobierno actual para buscar la alternancia política.
La centralidad del voto del PNV en estas tierras es un producto múltiple de la incompetencia de la izquierda para tejer aquí una alternativa real con las clases medias (aquellas que actualmente votan a la izquierda o se quedan en casa ante la falta de ilusión), el beneplácito de la izquierda mediática estatal (cómoda bajo el célebre lema de Calvo Sotelo que prefería una España roja que rota) y el miedo creado por los grandes hitos mediáticos de nuestra gestión en el periodo 2011-2015. Así pues los resultados electorales han situado a la izquierda en unos parámetros suficientes para gobernar, pero la falta de complicidades hace imposible el salirse nadie de los actuales ejes de gobierno. Así pues, vista la situación y los resultados, el PNV se muestra como sólido «Rey en el norte».
Respecto a los datos concretos, si realizamos una comparativa entre los votos obtenidos para las municipales, forales y europeas entre los grandes partidos, existen algunas fluctuaciones. Los nacionalistas incrementan a nivel municipal y foral su número de votos con respecto a las europeas y los unionistas por el contrario lo hacen, comparativamente hablando, para las elecciones europeas. Así pues, existe un voto que fluctúa en función de la elección. Sin hacer medias aritméticas estamos ante un 3% orientativo que tiende a ser más estatalista para las europeas y más jeltzale para las forales. La abstención también tiene un papel significativo en todo cambio siendo nueve puntos por encima de las elecciones al congreso y unos 5 puntos menores que en las elecciones al parlamento vasco. Así pues, la utilidad del voto también tiene un cierto valor.
En las grandes capitales de Euskal Herria, el voto se distribuye en función del barrio y del distrito y además se realiza una distribución diferente en función de la renta en la calle o barrio. Así pues tanto el urbanismo como la renta son dos factores determinantes también en esta distribución. Todos estos parámetros menos ideologizados son los que hacen incrementar la ventaja del PNV en todos los frentes.
La clase obrera, que ha sido vilipendiada con las últimas reformas laborales, ha perdido su capacidad de movilidad conjunta. Los sindicatos, divididos por fronteras nacionales, han dejado su paso a las reivindicaciones sectoriales como el feminismo y el ecologismo, lo cual ha favorecido también una mayor individualización de la lucha y por consiguiente una aproximación de las clases medias al voto de confort. Los autónomos, los pequeños empresarios y sobre todo el interesado discurso en torno a los impuestos, ha dado un nuevo giro a la moderación del voto que ha llevado a la práctica desaparición del discurso en torno a los impuestos altos como al mejor forma de redistribuir la riqueza.
Así pues, la izquierda huye del centro en su discurso y sin embargo no encuentra suficientes votos en lo que denomina clases populares, pues estas se han transformado en los últimos años radicalmente y se sienten alejadas de las formas de organización política actuales. La movilización obrera ha dejado su lugar a la movilidad sectorial, a la individualización de la reivindicación y a la búsqueda de transversalidad, obviando la necesidad de escuchar al pueblo como el principal elemento movilizador y la necesidad de superar las líneas rojas que absurdamente los partidos políticos se ponen entre ellos. La izquierda busca discursos que lustren su intención de cambio ante las bolsas de votantes y construye grandes objetivos que son copados rápidamente por partidos de aspecto menos radical (lo veremos de nuevo en los próximos años con el cambio en el discurso del plástico de PNV, PSE o Ciudadanos). Así ni EH Bildu, ni PSE-PSN, ni PODEMOS han logrado cumplir ninguno de sus objetivos políticos, pero todos ellos se refugian en sus resultados para no hablar de sus propias contradicciones.
Así en la ciudadanía vasca se ha impuesto como normal que la izquierda sume pero no gobierne y que prefiera aliarse con partidos de corte liberal porque alcanzar el gobierno es la única fórmula para lograr si quiera alguno de sus objetivos. Otros en cambio se conforman con ser el eterno sub campeón e incluso renuncian a jugar la partida pública para hacer caer en contradicciones a sus propios rivales. Los medios de comunicación estatales hacen de silenciadores interesados de esta realidad y mientras las calles siguen semi vacias, los partidos siguen pensando que los problemas esta en los vecinos y no en sus contradicciones.
Por todo ello, la solución no está en la organización actual sino en el cambio total de estructuras. Para ello la izquierda debe bucear también en los axiomas ajenos y tratar de comprender la construcción real de las actuales clases medidas. El tripartito catalán marcó un camino, Bernie Sanders otro, pero ninguno de ellos daba miedo ni tenían una imagen tan lastrada como la que tienen aquí las izquierdas. Ninguno se fía de ninguno y todos esperan el hundimiento del otro en vez de comenzar a tejer desde abajo, desde los barrios, desde los pueblos. Los tradicionales axiomas de la izquierda le impiden aceptar la diferencia del otro y tratan de volver, una y otra vez, a aquella asamblea nacional constituyente francesa sin darse cuenta que «los tiempos están cambiando». Le cuesta tanto reconocerse a sí misma que le ocurre lo mismo que aquel poniéndose frente al espejo, se mira de verdad con cuarenta años por primera vez. Cada vez que amaga discursivamente con luchar por el gobierno le tiemblan las piernas y termina recitando la vieja lista de los reyes Godos. Así vuelve al discurso rebelde pero olvidan las causas.
La izquierda no tiene ocho apellidos vascos. El cambio debe nacer en las complicidades entre los diferentes buscando humildemente lo común. Que en todo un proceso de negociación nadie haya puesto la posibilidad de un tripartito de izquierdas es el ejemplo perfecto de la incapacidad de los partidos que la conforman para hacer frente al aplastamiento político al que le somete elección tras elección el rey en el norte, el PNV. Ante esto, la izquierda se refugia en el discurso fácil y reniega de sus diferencias con la esperanza de que aunque no exista desgaste, la genética haga lo necesario en unos años. Yo sin embargo prefiero hacer mía la frase de Engels que decía «el trabajo comienza con la elaboración de instrumentos» y añadiría algo más que dijo el viejo Vadimir «salvo el poder, todo es ilusión«. Las izquierdas en Euskal Herria necesitan nuevas herramientas, sino volveremos a optar al subcampeonato.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.