Rosa Mauriz Díaz ya no está entre nosotros. Murió hace unos años, desconsolada; pero sentimentalmente la «mataron» el 6 de abril de 1976. Ella es la madre de Bienvenido Mauriz Díaz, aquel joven pescador asesinado cuando se encontraban entre Cayo Anguila y Cayo Sal, en las Bahamas. Esa fue una noche de «brindis para el […]
Rosa Mauriz Díaz ya no está entre nosotros. Murió hace unos años, desconsolada; pero sentimentalmente la «mataron» el 6 de abril de 1976.
Ella es la madre de Bienvenido Mauriz Díaz, aquel joven pescador asesinado cuando se encontraban entre Cayo Anguila y Cayo Sal, en las Bahamas.
Esa fue una noche de «brindis para el vandalismo». Una lancha pirata tripulada por elementos terroristas de la organización Alpha 66, procedente de la Florida, atacó a los pesqueros cubanos Ferro 123 y Ferro 119 cuando estos se encontraban en aguas internacionales.
«Los muy asesinos, luego de tirotearlos sin piedad, los dejaron abandonados. Las balas le destrozaron el brazo y una pierna a mi hijo. Fueron asesinos, asesinos, asesinos…», denunciaba la madre a este reportero años después del crimen.
Luego del ataque fueron recogidos por un barco mercante de bandera noruega que los condujo a Miami. Protegiendo el cadáver y la bandera cubana, los pescadores exigieron el inmediato regreso a la Patria.
«Dejaron a una madre llorando todos los días», expresaba conmovida la madre del maquinista del Ferro 119. Las autoridades norteamericanas se desentendieron, no investigaron estos hechos.
«Ellos nunca podrán pagar ese asesinato ni los otros. Estados Unidos tiene que estar en el banquillo de los acusados para acabar con crímenes como esos», expresaba Rosa, quien murió con esa herida en el alma.
En 1976, luego del acto terrorista contra la nave de Cubana de Aviación en Barbados, Rosa dijo a la prensa matancera: «Mi dolor es el mismo que el de todas las madres y familiares de los caídos en este nuevo, alevoso y vandálico crimen perpetrado contra mi hijo. Hoy estas madres pasan por el mismo dolor que pasé y paso yo, al igual que ellas, porque los cadáveres de sus queridos hijos llegan a la Patria de la misma forma que llegó el del mío.
«Que no crea el imperialismo que con estos criminales actos nos van a intimidar; nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro puede estar convencido de que su pueblo no se amedrenta ante esos canallescos actos y que estamos dispuestos a seguir adelante.
«Quiero hacer llegar a todas las madres de los caídos mi más sincero dolor y al mismo tiempo decirles que sus hijos no han muerto, que viven, al igual que mi hijo Bienvenido, en el corazón de nuestro pueblo y en el de cada joven y trabajador de nuestra Patria».
Ella vivía orgullosa de su hijo, quien nació el 14 de junio de 1949. Bienvenido Mauriz Díaz fue secretario de un comité de base de la UJC en la Delegación provincial del Instituto Nacional de la Pesca, participó en varias zafras azucareras y había recibido reconocimientos por su destacada labor en el sector pesquero.
Epígolo de una horrenda noche
El joven motorista del Ferro 119, Bienvenido Mauriz Díaz, estaba en la popa del barco junto a Pipo y Ramón, cuando escucharon un ruido metálico y seco. Otro marinero reconoció el tableteo de armas automáticas y gritó: «¡Al suelo, caballeros, que nos matan».
Bienvenido llevaba un pañuelo blanco en la cabeza y quizá sin quererlo dirigió el cañón del asesino. Fue un blanco fácil para los terroristas y el ensañamiento mortal de sus armas automáticas de grueso calibre.
Bienvenido, herido en un brazo y una pierna, se quejaba; tenía casi el brazo desprendido y perdía mucha sangre. Un panorama atroz en medio de la noche, que disfrutaban los agresores a solo 200 metros de la embarcación.
Los cubanos lograron arrancar la nave, que tenía decenas de impactos tanto en estribor como a babor, en la popa y en la cabina. Era literalmente un barco agujereado de proa a popa.
Al llegar la hora de abandonar el barco, ante su inminente hundimiento, ya Bienvenido era cadáver. A pesar de los torniquetes y todos los esfuerzos de sus compañeros, murió en la cubierta, desangrado.
Después de tres días los pescadores del Ferro 119 fueron recogidos por un barco mercante que los trasladó a Miami, después los llevaron a Kingston, Jamaica, el 10 de abril, y desde allí los trasladaron a su tierra en una nave de Cubana de Aviación.
Piratas modernos
En la sostenida hostilidad contra Cuba se han modernizado las técnicas de antaño. La impunidad y la tolerancia que consiente Estados Unidos a las agresivas bandas contrarrevolucionarias radicadas en su territorio y que se vanaglorian de asesinatos y de hechos ignominiosos contra nuestro pueblo, han permitido una extensa hoja de servicios a esos miserables que un mal día nacieron en esta Isla.
Según recordaba Ricardo Ávila, patrón del Ferro 119, los agresores eran de origen cubano: «Escuché una voz con un acento tan cubano como el mío que decía a bordo de la lancha: «Acércate un poquito más chico, acércate un poquito más».
Aquellos minutos debieron ser muy amargos, silbando el plomo por todos lados. El mismo 10 de abril, el Gobierno de Cuba publicó una nota de protesta al Gobierno de los Estados Unidos: «Si las circunstancias no indicaran ya el origen de esos ataques y su procedencia, servirían para confirmarlos las confesiones públicas que impunemente han estado repitiendo por todos los medios de publicidad de Miami los promotores de ese cobarde crimen, atribuyéndose sin recato el hundimiento de barcos y la muerte ocasionada al compañero Bienvenido Mauriz Díaz».
Miles de matanceros, indignados como el resto del pueblo cubano, rindieron tributo póstumo al joven. La asistencia de pueblo a la funeraria en la ciudad de Matanzas y las honras fúnebres en la Necrópolis de San Carlos, que devinieron espontánea manifestación popular, fueron otro espaldarazo a la Revolución.
Rosa ya no está, pero su voz apagada por la muerte acusará eternamente a estos criminales.