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Intervención de Felipe Pérez Roque, Ministro de Relaciones Exteriores, ante el 59 Período de Sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas

Sabemos que algún día conquistaremos la justicia social y el desarrollo

Fuentes:

Señor Presidente: Cada año cumplimos en Naciones Unidas el mismo ritual. Asistimos al debate general sabiendo de antemano que el clamor de justicia y paz de nuestros países subdesarrollados será otra vez ignorado. Sin embargo, persistimos. Sabemos que tenemos la razón. Sabemos que algún día conquistaremos la justicia social y el desarrollo. Sabemos también que […]

Señor Presidente:

Cada año cumplimos en Naciones Unidas el mismo ritual. Asistimos al debate general sabiendo de antemano que el clamor de justicia y paz de nuestros países subdesarrollados será otra vez ignorado. Sin embargo, persistimos. Sabemos que tenemos la razón. Sabemos que algún día conquistaremos la justicia social y el desarrollo. Sabemos también que no nos serán regalados. Sabemos que los pueblos tendremos que arrancarlos a los que hoy nos niegan la justicia, porque sostienen su opulencia y arrogancia en el desprecio a nuestro dolor. Pero no será así siempre. Lo decimos hoy con más convicción que nunca antes.

Dicho esto, y sabiendo -como sabemos- que incomodará a algunos poderosos -pocos- aquí presentes, y sabiendo también que son compartidas por muchos, Cuba dirá ahora algunas verdades:

Primera: No existe, después de la agresión a Iraq, la Organización de Naciones Unidas, entendida como foro útil y diverso, basada en el respeto a los derechos de todos y con garantías también para los Estados pequeños.

Vive el peor momento de sus ya próximos 60 años. Languidece. Jadea, aparenta, pero no funciona.

¿Quién maniató a las Naciones Unidas a las que el Presidente Roosevelt les puso nombre? El Presidente Bush.

Segunda: Las tropas norteamericanas tendrán que ser retiradas de Iraq.

Después que la vida de más de 1 000 jóvenes norteamericanos fuese sacrificada inútilmente para servir a los intereses espurios de una camarilla de amiguetes y socios, y tras la muerte de más de 12 mil iraquíes, está claro que la única salida para el ocupante ante un pueblo insurrecto es reconocer la imposibilidad de dominarlo y retirarse. A pesar del monopolio imperial de la información, los pueblos siempre llegan a la verdad. Algún día, los responsables y sus cómplices enfrentarán ante la Historia y sus pueblos las consecuencias de sus actos.

Tercera: No habrá por el momento reforma válida, real y útil de las Naciones Unidas.

Requeriría que la superpotencia, que heredó la prerrogativa inmensa de usufructuar sola un orden concebido para un mundo bipolar, renunciara a sus privilegios. Y no lo hará.

Desde ahora sabemos que el anacrónico privilegio del veto se mantendrá, que el Consejo de Seguridad no podrá ser democratizado como debiera ni ampliado con países del Tercer Mundo, que la Asamblea General continuará siendo ignorada, y que en Naciones Unidas se seguirá actuando según los intereses impuestos por la superpotencia y sus aliados. Tendremos los países No Alineados que atrincherarnos en la defensa de la Carta de Naciones Unidas, porque de lo contrario también será reescrita y borrado de ella todo vestigio de principios tales como la igualdad soberana de los Estados, la no intervención, y el no uso ni la amenaza del uso de la fuerza.

Cuarta: Los poderosos conspiran para dividirnos.

Los más de 130 países subdesarrollados debemos construir un frente común para la defensa de los intereses sagrados de nuestros pueblos, de nuestro derecho al desarrollo y a la paz. Revitalicemos el Movimiento de Países No Alineados. Fortalezcamos el Grupo de los 77.

Quinta: Los modestos objetivos de la Declaración del Milenio no serán cumplidos. Llegaremos al quinto aniversario de la Cumbre en peor situación.

• Nos propusimos disminuir a la mitad para el 2015 los 1 276 millones de seres humanos en pobreza extrema que había en el año 1990. Se requeriría reducir más de 46 millones de pobres cada año. Sin embargo, excluyendo a China, entre 1990 y el año 2000 la pobreza extrema creció en 28 millones de personas. La pobreza no disminuye, crece.

• Quisimos disminuir a la mitad para el 2015 los 842 millones de hambrientos registrados en el mundo. Se requería disminuir 28 millones por año. Sin embargo, apenas se ha estado reduciendo 2,1 millones de hambrientos por año. A este ritmo la meta se lograría en el año 2215, doscientos años después de lo previsto y eso solo si nuestra especie sobrevive a la destrucción de su medio ambiente.

• Proclamamos la aspiración de lograr en el 2015 la enseñanza primaria universal. Sin embargo, más de 120 millones de niños, 1 de cada 5 en esa edad escolar, no van a la escuela primaria. Según UNICEF, al ritmo actual la meta se alcanzará después del año 2100.

• Nos propusimos reducir en dos terceras partes la mortalidad en menores de cinco años. La reducción es simbólica: de 86 niños que morían por 1 000 nacidos vivos en 1998, ahora mueren 82. Siguen muriendo cada año 11 millones de niños por enfermedades que pueden ser prevenidas o curadas, cuyos padres se preguntarán con razón para qué sirven nuestras reuniones.

• Dijimos que prestaríamos atención a las necesidades especiales de África. Sin embargo, se ha hecho muy poco. Los pueblos africanos no necesitan ni consejos ni modelos foráneos, sino recursos financieros, y acceso a los mercados y a las tecnologías. Ayudar a África no sería un acto de caridad, sino de justicia; sería saldar la deuda histórica de siglos de explotación y saqueo.

• Nos comprometimos a detener y comenzar a revertir para el 2015 la epidemia del SIDA. Sin embargo, en el 2003 provocó casi 3 millones de muertos. A este ritmo, en el 2015 habrían muerto, sólo por esta causa, 36 millones de personas.

Sexta: Los países acreedores y los organismos financieros internacionales no buscarán una solución justa y duradera a la deuda externa. Nos prefieren deudores, es decir, vulnerables. Por eso, aunque hemos pagado 4,1 millones de millones de dólares por servicios de la deuda en los últimos 13 años, nuestra deuda creció de 1,4 millones de millones a 2,6 millones de millones. Es decir, hemos pagado tres veces lo que debíamos y ahora nuestra deuda es el doble.

Séptima: Somos los países subdesarrollados los que financiamos el derroche y la opulencia de los países desarrollados. Mientras en el 2003 ellos nos dieron como Ayuda Oficial al Desarrollo 68 400 millones de dólares, nosotros les entregamos como pago por la deuda 436 mil millones. ¿Quién ayuda a quién?

Octava: La lucha contra el terrorismo sólo puede ganarse mediante la cooperación entre todas las naciones y con respeto al Derecho Internacional, y no mediante bombardeos masivos ni guerras preventivas contra «oscuros rincones del mundo». La hipocresía y los dobles raseros deben cesar. Dar refugio en Estados Unidos a tres terroristas cubanos es un acto de complicidad con el terrorismo. Castigar a cinco jóvenes luchadores antiterroristas cubanos, y a sus familiares, es un crimen.

Novena: El desarme general y completo, incluido el desarme nuclear, es hoy imposible. Es responsabilidad de un grupo de países desarrollados que son los que más venden y compran armas. Sin embargo, debemos seguir luchando por él. Debemos exigir que los más de 900 mil millones que se dedican cada año a gastos militares sean empleados en el desarrollo, y

Décima: Existen los recursos financieros para garantizar el desarrollo sostenible a todos los pueblos del planeta, pero falta la voluntad política de los que dominan el mundo. Veamos:

Un impuesto para el desarrollo de apenas un 0,1 por ciento a las transacciones financieras internacionales generaría recursos por casi 400 mil millones de dólares anuales.

La condonación de la deuda externa a los países subdesarrollados les permitiría disponer para su desarrollo de no menos de 436 mil millones de dólares anuales, que hoy dedican al pago de la deuda que, sin embargo, no deja de crecer.

Si los países desarrollados cumplieran su compromiso de dedicar el 0,7 por ciento de su Producto Nacional Bruto como ayuda oficial al desarrollo y no 0,2 como dedican hoy, su contribución se elevaría de los 68 400 millones actuales a 160 mil millones de dólares por año.

Finalmente, Excelencias, quiero expresar claramente la convicción profunda de Cuba de que los 6 400 millones de seres humanos que habitamos este planeta y que, según la Carta de Naciones Unidas, tenemos iguales derechos, necesitamos imperiosamente un nuevo orden, en el que el mundo no esté en vilo, como ahora, esperando el resultado de las elecciones en una nueva Roma en las que participará solo la mitad de los votantes y se gastarán aproximadamente 1 500 millones de dólares.

No hay desaliento en nuestras palabras, debo dejarlo claro. Somos optimistas, porque somos revolucionarios. Tenemos fe en la lucha de los pueblos y estamos seguros de que conquistaremos un nuevo orden mundial basado en el respeto al derecho de todos; un orden basado en la solidaridad, la justicia y la paz, hijo de lo mejor de la cultura universal y no de la mediocridad y la fuerza bruta.

De Cuba, a la que ni bloqueos, ni amenazas, ni huracanes, ni sequías, ni fuerza humana o natural pueden apartar de su rumbo, no digo nada.

El próximo 28 de octubre esta Asamblea General discutirá y votará por decimotercera vez una resolución sobre el bloqueo contra el pueblo cubano. Otra vez la moral y los principios derrotarán a la arrogancia y la fuerza.

Termino recordando las palabras que 25 años atrás pronunciara en este mismo lugar el Presidente Fidel Castro: «El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos…»

Muchas gracias.

Nueva York, 24 de Septiembre de 2004