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Saquen la basura, por favor

Fuentes: Rebelión

En la decadencia de un mundo inerme frente a su propia soberbia, el ecologismo adormece amarrado en corto por las fundaciones y los organismos públicos que lo subvencionan. Y en esta contradicción en la que vive, no es de extrañar que abunden personajes que entran a formar parte de los movimientos ecologistas con el único fin de hacer prosperar su propia empresa, su propia cooperativa o su propia persona, según qué caso.
También no pueden faltar quienes escribiendo libros sobre feminismo ecosocial, a la hora de la verdad miran para otro lado cuando tienen de cerca a alguien que sufre un acoso, ya sea este de carácter sexual, laboral o simplemente debido al abuso de poder que el poder mismo convierte en inherente, tal que una cerilla que no tiene otra función que ser prendida, por ser cerilla y ser el fuego su destino, independientemente de todo lo que sea capaz de quemar: corazones, cuerpos, ilusiones, compromisos…

Y por supuesto tampoco los del “ya lo dije”, oportunistas con poca empatía y bastante hipocresía capaces de apuntarse un tanto cuando la gravedad de una situación lo que obliga es a colaborar y a ofrecer ayuda, los mismos oportunistas que no hace mucho se dedicaban a calificar las alertas de los científicos de catastrofistas. Como si la única catástrofe fuera el apocalipsis y no lo que ocurre con normalidad todos los días en uno u otro lugar.

En cierta ocasión me dio por meterme en un grupo de “energía” donde habitaban las mentes más brillantes del “ecologismo” –ese que se reúne con políticos de alto nivel y acude manso a las comerotas de la COP–, mentes favorables a la expansión sin límites de las renovables, pequeñas, grandes y enormes. Como mi pobre cabeza no paraba de querer hacer caso al sentido común obsoleto y era contraria a la norma, comencé a recibir insultos de gran parte de los intervinientes. Recuerdo el último, relativo a un preservativo (¿adivinan el chiste?). Al quejarme al administrador del foro, lo que recibí fue una invitación a marcharme. Días después recibí también una propuesta de “justicia restaurativa” por parte de los jefazos y jefazas de la organización ecologista, ya que al parecer había sido yo quien había herido la sensibilidad de cierta o ciertas personas –nunca lo concretaron–. Esas mismas personas, u otras de talante parecido, que son las que escriben en periódicos comprometidos con la ecojusticia, periódicos que de vez en cuando vetan artículos de opinión que no bailan el agua a “ese” ecologismo y que otras veces guardan un llamativo silencio cuando unas denuncias saltan a la prensa nacional.

No crean que es un caso aislado, lo bueno de sufrir una situación de humillación es que siempre encuentras a alguien más humillado que tú, lo cual confirma que, como norma, los déspotas siguen actuando rodeados de su flamante victimismo, y que esta es su mejor estrategia. Hasta que se queman los dedos con la cerilla, claro.

Opinión personal: hay que sacar la basura porque todo el ecologismo empieza a estar contaminado en su conjunto. Huele fuerte y ese olor penetra en el compromiso activista, y lo pone en entredicho. No somos héroes que tratamos de salvar el planeta –quizá porque ya sea tarde para eso–, simplemente actuamos con la solidaridad y responsabilidad que corresponde a seres–ciudadanos–en el mundo. Y si el ejemplo que dan (en nuestro nombre) no es aleccionador, también estos valores corren el peligro de no ser comprendidos, por mucho que nos esforcemos.

Ya no basta con decir que hay un ecologismo institucional que se vende a la industria del capital y otro ecologismo de base que lucha hasta la extenuación por abrir luces, casi siempre desde lo pequeño y local. Hay que sacar la basura y con ella todas las relaciones nocivas que han monopolizado ese “ecologismo” desde hace años porque de lo contrario nos borrarán a todas y a todos cuando tengan la oportunidad de exponer a gritos sus pueriles argumentos. Y no nos borrarán los “ecologistas” ni las mafias que sobrevuelan de forma permanente estas organizaciones buscando sacar tajada de todo –en especial de las ideas más fraternales y tiernas–, nos borrarán quienes odian el ecologismo para implantar su sistema salvavidas y «vidafóbico». ¿O acaso no somos conscientes de que la metáfora-tópico del Titanic está a punto de cumplirse?

No, el asunto no es que un tipo maleducado y con amplia trayectoria en proyectos ambientales –y trabajando para el enemigo–, aproveche su cargo para intentar obtener beneficios sexuales. El asunto no es que gente así sea protegida y defendida durante años. El asunto no es que se le expulse o se vaya. El asunto no es una nota desafinada en la partitura. El asunto es que la casa del ecologismo ha empezado a estar llena de basura que hay que sacar. Y o la sacan quienes tienen las llaves o, al final, vendrán los bomberos. Quién sabe.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.