En 1960 el filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre visitó a nuestro país. Eran los días de la efervescencia revolucionaria y su programa de trabajo en la Isla incluyó paneles con escritores cubanos, entrevistas y extensos recorridos junto al Comandante en Jefe Fidel Castro. Correspondió a Sartre, además, dejar inaugurada, también junto a Fidel, […]
En 1960 el filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre visitó a nuestro país. Eran los días de la efervescencia revolucionaria y su programa de trabajo en la Isla incluyó paneles con escritores cubanos, entrevistas y extensos recorridos junto al Comandante en Jefe Fidel Castro. Correspondió a Sartre, además, dejar inaugurada, también junto a Fidel, la flamante sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba con su obra La ramera respetuosa.
Sartre, a quien se le otorgaría el Premio Nobel de Literatura en 1964, galardón que por razones conceptuales de su credo filosófico rehusó tajantemente, escribió por esos días un extenso trabajo sobre su estancia en Cuba que fuera publicado por entregas en uno de los más leídos diarios de Francia.
Lo que me trae a estos apuntes , escritos de memoria, tiene que ver, en el plano cultural con la figura del recientemente fallecido Premio Nacional de Literatura Humberto Arenal, y los más esenciales cambios político-sociales de América Latina.
Resulta que en uno de los encuentros de Sartre con los intelectuales cubanos, un entonces joven escritor de nombre Humberto Arenal le preguntó su consideración acerca de cómo la Revolución cubana cambiaría la posición de América Latina hacia los Estados Unidos. Recordemos entonces la felonía de la OEA ( salvando la excepción del gobierno mejicano) y el intento de aislar al naciente estado revolucionario cubano.
La respuesta visionaria de Sartre a aquella pregunta visionaria ponía de manifiesto su confianza absoluta en el cambio del pensamiento político de América Latina y en la comprensión a la postre de que el proceso integrador de los pueblos al sur del río Bravo sería la única alternativa para enfrentar el papel hegemónico y neocolonizador del gigante del Norte y alcanzar al fin la verdadera y definitiva independencia.
Lo interesante es que tales presupuestos no fueron declaraciones finales de una reunión de estadistas, politólogos, ni altos funcionarios. Fue una conclusión en una pequeña sala donde conversaban los escritores cubanos con el filósofo francés.
Como les dije, Sartre rechazó el premio Nobel aduciendo que la acción del hombre y la cultura no necesitaba intermediarios. Sin embargo, posiciones filosóficas aparte y teniendo en cuenta que hasta los filósofos también viven del pan, reclamó con toda elegancia el dinero del premio.
Y hasta aquí lo que les cuento escrito bien de prisa y de memoria.
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