Tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos…». Estas palabras fueron escritas por Camille Claudel al cumplirse el séptimo año de lo que ella misma calificaba como «penitencia», su internamiento en un manicomio. Lo que desconocía entonces es […]
Tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos…». Estas palabras fueron escritas por Camille Claudel al cumplirse el séptimo año de lo que ella misma calificaba como «penitencia», su internamiento en un manicomio.
Lo que desconocía entonces es que el final de sus días, 23 años después, la encontraría en el mismo lugar, el sanatorio mental de Montdevergues, y del mismo modo, encerrada.
La suya es una historia donde se entremezcla el talento con el amor y la locura con el arte. El nombre de Camille Claudel (Villeneuve-sur-Fère, 1864) ha trascendido al tiempo, muy a su pesar, más por ser musa y amante del escultor Auguste Rodin que por su talento artístico. Pero a diferencia de otros dúos musa-artista (Gala y Dalí, Modigliani y Jeanne Hébuterne), éste contaba con un ingrediente que lo hacía más apasionado si cabe: ambos eran creadores.
Hasta no hace mucho las sombras oscurecían las razones por las que Camille, tiempo después de romper con el gran amor de su vida y tras un periodo de enfermedad y encierro, pasó los últimos 30 años de su existencia internada y aislada del mundo a petición de su propia madre.
Recientemente han salido a la luz unos documentos que, aunque encontrados en el sótano de un asilo de París en 1995 por Philippe Versapuech, investigador en historia psiquiátrica, no se han hecho públicos hasta resolverse la batalla legal desencadenada por su propiedad. En ellos consta el diagnóstico realizado en su día por los doctores que observaron en la paciente delirios paranoicos. Pero entre esos papeles también se encuentran cartas de la propia Claudel que denuncian con extraordinaria lucidez la dureza de su confinamiento, su soledad y el odio creciente hacia quien fue su maestro y amante.
Auguste y Camille se encontraron por primera vez en 1883 cuando el escultor, entonces con 43 años, visitó el taller donde ella, de 19, trabajaba. A la joven le había costado mucho esfuerzo que sus padres, de origen modesto, aceptaran su vocación en un tiempo en que las cosas no eran fáciles para una mujer, menos si pretendía ser artista y aún peor si se decantaba por la escultura. Rodin (París, 1840) era un escultor de cierto renombre que ya había parido El pensador y tenía el encargo de crear Las puertas del infierno, inspiradas en la Divina comedia de Dante, para un museo de artes decorativas que nunca se llegó a abrir. El realismo de su trabajo contrastaba hasta tal punto con lo que críticos y artistas estaban acostumbrados que incluso le acusaron de haber moldeado la figura de una de sus obras, La edad de bronce, directamente sobre el cuerpo del soldado que había posado para él.
Su devoción por el arte le llevó a matricularse a los 14 años en la Petite École, una escuela pública donde estudió Dibujo y Matemáticas. En tres ocasiones pidió ser admitido en la Escuela de Bellas Artes y otras tantas fue rechazado. Destrozado por la muerte de su hermana mayor, Marie, había decidido en 1862 ingresar en la orden de los Padres del Santísimo Sacramento, fundada por el padre Eymard. Fue éste quien alentó su vena artística y pronto su falsa vocación le devolvió a la vida laica. Poco después, en 1864, el mismo año del nacimiento de Camille, conocería a Rose Beuret, una costurera que se convertiría en su compañera para toda la vida, madre de su único hijo y vértice de un triángulo donde Camille Claudel era quien más tenía que perder.
Almas gemelas
Aquel primer encuentro en el taller, rodeada de figuras a medio terminar, el polvo flotando en el aire, vestida con el amplio jubón que utilizaba para esculpir, fue impactante para el ya maduro artista de barba rojiza y ojos miopes. Camille le deslumbró. «Una frente espléndida sobre unos magníficos ojos de un azul tan extraño que difícilmente se encuentra fuera de las portadas de las novelas», diría de ella su hermano, el escritor Paul Claudel, en 1951. Pero no sólo fue su belleza, le fascinó su obra. Nada más ver sus yesos descubrió en ella un alma gemela, alguien que como él vivía por y para los perfiles. Alguien que, como él, se zafaba del academicismo para liberar las figuras, dotarlas de movimiento y emoción, transformando poses clásicas en nuevas formas de poderosa vitalidad.
No pasó mucho tiempo antes de que Rodin le propusiera trabajar en su taller. La única mujer entre sus alumnos, rápidamente convertida en objeto de guiños y sonrisas, desde que se hizo evidente el magnetismo que ejercía sobre el maestro. Su rostro, su talle, sus formas, pronto fueron reconocibles en sus esculturas, para escándalo de su familia. Antes musa que modelo y amante.
«Mi muy querida, caído sobre ambas rodillas ante tu precioso cuerpo que abrazo», le escribió Rodin a finales de 1884, principios de 1885. La pasión por el arte y por sus propios cuerpos les unió e inspiró obras como El eterno ídolo, El beso, La aurora y El pensamiento, firmadas por él, y Sakountala o el abandono, La edad madura y los bustos de Rodin, por ella. Robaban tiempo a sus vidas, quedándose un poco más tarde que los demás en el taller para poder estar solos hasta que en 1886 Rodin alquiló la casa conocida como Le Clos Payen o La Folie Neubourg. Allí establecieron un taller privado que, sin embargo, no fue un hogar común. Él nunca abandonó, quién sabe si obedeciendo a la ternura, al amor o a la culpabilidad, a quien fue su paciente y fiel compañera, Rose.
En su pequeño reducto de creación, ambos trabajaban de igual a igual. Pero fuera de esas cuatro paredes, ella era sólo la alumna de Rodin, o peor, su amante. Cada vez que exponía llegaban a sus oídos los comentarios de quienes veían detrás de esos desnudos la mano del maestro, no la creían capaz de crear por sí misma, pese a las palabras del artista: «Le he enseñado dónde encontrar oro, pero el oro que encuentre le pertenece a ella». En general, las críticas fueron positivas pero no vendía, no recibía encargos. Todo lo contrario que Rodin: en su taller los cinceles de sus ayudantes no descansan, es nombrado caballero de la Legión de Honor, expone junto a Monet, le piden un monumento a Victor Hugo y otro a Balzac…
Camille se sentía humillada, oscurecida por el genio de su mentor; quería demostrarse a sí misma y a los demás que era una mujer, sí, pero también una gran escultora. En 1894 se inicia un progresivo distanciamiento de la pareja que se convierte en una ruptura definitiva a finales de 1898. Ella era presa de los celos, artísticos y amorosos. Era consciente de que Rose siempre se interpondría entre ellos porque Rodin ni siquiera se planteó dejarla cuando estuvo embarazada de un hijo que nunca llegó a nacer.
Se estableció por su cuenta. «Se me reprocha (¡espantoso crimen!) haber vivido sola», escribiría en 1917. Pasó así unos años de febril dedicación a la escultura en los que apenas salía de casa, abandonada de sí misma y sufriendo penurias económicas. Finalmente cayó enferma, tanto que en diciembre de 1905 se organizó en París una última gran exposición con 13 de sus esculturas. Pero la muerte se volvió esquiva. Comenzó a sentir miedo, apenas comía por temor a ser envenenada y destruyó a martillazos sus propias obras. Eran los primeros síntomas de una demencia que tenía como eje de sus iras a Auguste Rodin, al que tanto amara.
El 3 de marzo de 1913 moría su padre, Louis-Prosper Claudel, la única persona de su familia en la que Camille encontró algo de comprensión. Una semana después, el 10 de marzo, fue arrastrada fuera de su apartamento e introducida en una ambulancia. Su madre, Louise, había firmado los papeles para su internamiento en el sanatorio de Ville-Evrard ante la opinión médica de que sufría severos trastornos mentales que la hacían peligrosa para sí misma y para los demás. «Triste sorpesa para una artista; eso fue lo que obtuve en lugar de una recompensa, suelen ocurrirme semejantes cosas», escribiría ella después.
Hoy se sabe que, en su primer día de ingreso, el doctor Truelle le diagnosticó «una sistemática manía persecutoria» y «delirios de grandeza» por los que se creía víctima de «los ataques criminales de un famoso escultor», como consta en los documentos recientemente hechos públicos, desmintiendo así la idea, en cierto modo romántica, de que su encierro fue ordenado por su familia para evitar el escándalo. «En el fondo, todo eso surge del cerebro diabólico de Rodin. Tenía una sola obsesión: que, una vez muerto, yo progresara como artista y lo superara; necesitaba creer que, después de muerto, seguiría teniéndome entre sus garras igual que hizo en vida», llegó a escribir, en un ejemplo de cómo la pasión se tornó en odio.
Rodin continuó con su labor creativa y cedió gran parte de su obra al Estado, donación con la que se creó el Museo Rodin que abriría sus puertas en 1919 y que en la actualidad conserva la mayor colección de las obras de Camille Claudel, 15 esculturas. El 29 de enero de 1917, Rose y Rodin se casaban después de compartir 53 años de sus vidas. Ella murió 16 días después de la boda y él, en noviembre de ese mismo año. Reposan juntos en Meudon (Francia), coronada su tumba por El pensador.
Camille vivió en la más extrema soledad («Necesito ver a alguna persona que sea amiga»), ya que su madre solicitó que no se le permitiera recibir visitas ni mantener correspondencia. Así, en total abandono, con la mayor parte de su obra destruida por sus propias manos, olvidada por todos, murió en el sanatorio de Montdevergues (al que había sido trasladada en 1914) el 19 de octubre de 1943. «No he hecho todo lo que he hecho para terminar mi vida engrosando el número de recluidos en un sanatorio, merecía algo más».
Dos años después de conocer a Rodin, en 1884, comenzó a ser su ayudante en el estudio para poder aprender más sobre la escultura. La joven continuó viviendo en casa de sus padres hasta 1888, momento en que se muda a un lugar cercano al estudio de Rodin. La única mujer entre sus alumnos, rápidamente se convirtió en objetos de guiños y sonrisas, desde que se hizo evidente el magnetismo que ejercía sobre el maestro. Su rostro, su talle, sus formas, pronto fueron reconocibles en sus esculturas, para escándalo de su familia. Antes musa que modelo y amante. Aprendió a esculpir estudiando de modelos desnudos, cosa inusual para una mujer del siglo XIX. Modeló los pies y las manos de la escultura de Rodin Los burgueses de Calais y posó para Las puertas del Infierno.
Robaban tiempo a sus vidas, quedándose un poco más tarde que los demás en el taller para poder estar solos hasta que en 1886 Rodin alquiló la casa conocida como Le Clos Payen o La Folie Neubourg. Allí establecieron un taller privado que, sin embargo, no fue un hogar común. Comenzó a exponer pero siempre llegaban a sus oídos los comentarios de quienes veían detrás de esos desnudos la mano del maestro, no la creían capaz de crear por sí misma, pese a las palabras del artísta. Camille se siente humillada, oscurecida por el genio de su mentor; quería demostrarse a sí misma y a los demás que era una mujer, sí, pero también una gran escultora.
En 1893 Rodin trabaja y esculpe para el gobierno francés y Camille queda en un segundo plano para él. El talento indiscutible de Camille se vio opacado por la gran sombra de Rodin, y se especula que fue por tal motivo, que después de aquellos largos y compenetrados quince años, la relación empezó a tambalearse; tal vez ella esperaba demasiado de él. Ella lo amaba profundamente y la gran mayoría de sus obras reflejan el estado y la presión censuradora a la que fue llevada. El abandono de su amante se cree que fue la causa del declinar de la carrera y de su estado mental.
En el año 1893 Camille vive y trabaja totalmente sola aunque mantiene un contacto insetable con Rodin, hasta que en 1898 terminan definitivamente sus relaciones viciado por la comtetencia y porque él nunca abandono a Rose, la compañera con la que vivía y con la que tenía un hijo no legitimado. Ella era consciente de que Rose Beunet, la fiel compañera del creador, siempre se interpondría entre ellos porque Rodin ni siquiera se planteó dejarla cuandso estuvo embarazada de un hijo que núnca llegó a nacer.
Camille se dedicó entonces a la escultura de manera frenética, y se volvió cada vez más arisca. Participó en varias exposiciones de galerías importantes pero no salía de su cuarto donde se dedicaba a esculpir encerrándose en su casa con sus gatos, y con llave puesta en las puertas y ventanas, en acto de inaudita desesperación. Su situación económica se encrudeció y al poco tiempo empezaron a aflorar muestras de problemas mentales. Finalmente cayó enferma, tanto que en diciembre de 1905 se organizó en París una última gran exposición con 13 de sus esculturas. Se volvió una paranoica e insistió en que Rodin la quiería destruir y que la perseguía. Para empeorar las cosas su hermano, con el que estaba muy apegada, se fue a trabajar fuera y la dejó aún más sola. Sin él y la guía de Rodin se derrumbó. Empezó a tener problemas con las galerías al no entregar las obras. El problema no era que no las realizara sino que una vez acabada la escultura la destruía. Comenzó a sentir miedo, apenas comía por temor a ser envenenada y destruyó a martillazos sus propias obras.
El 3 de marzo de 1913 moría su padre, Louis-Prosper Claudel, la única persona de su familia en la que Camille encontró algo de comprensión. Una semana después, el 10 de marzo, fue arrastrada fuera de su apartamento e introducida en una ambulancia. Su madre, Louise, había firmado los papeles para su internamiento en el sanantorio de Ville-Evrard ante la opinión médica de que sufría severos trastornos mentales que la hacían peligrosa para sí misma y para los demás, y quizás porque su extraño comportamiento anterior con Rodin y el actuál manchara la reputación que se estaba creando su hermano en la diplomacia. «Triste sorpresa para un artista; eso fue lo que obtuve en lugar de una recompensa, suelen ocurrirme semejantes cosas», escribiría ella después. Camille fue llevada en 1914 a un asilo mental de Montdevergues donde se quedó hasta su muerte treinta años después en 1943.
Tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos…». Estas palabras fueron escritas por Camille Claudel al cumplirse el séptimo año de lo que ella misma calificaba como «penitencia», su internamiento en un manicomio.No obstante, en su primer día de ingreso, el doctor Truelle, que la atendió le diagnosticó «manía persecutoria» y «delirios de grandeza». Se creía víctima de «los ataques criminales de un famoso escultor». Odiaba profundamente a Rodin y llegó a escribir mostrando claramente como la pasión se había tornado en odio: «En el fondo. todo eso surge del cerebro diabólico de Rodin. Tenía una sola obsesión:que, una vez muerto, yo progresara como artista y lo superara; necesitaba creer que, después de muerto, seguiría teniéndome entre sus garras igual que hizo en vida».
Camille vivió en la más extrema soledad («Necesito ver a alguna persona que sea amiga», ya que su madre solicitó que no se la permitiera recibir visitas ni mantener correspondencia ni trabajar en sus esculturas. Las mañanas, las noches, las horas pasaban y pasaban sin deternerse nunca, siempre iguales, monótonas y lúgubres; y con ellas, una imaginación que núnca se detenía, la tristeza, la ira inútil y crepitante, el alma de una artista aplastada, rota. Así, en total abandono, con la mayor parte de su obra destruida por sus propias manos. olvidada por todos, murió en el sanatorio de Montdevergues (al que había sido trasladada en 1914) el 19 de octubre de 1943. «No he hecho todo lo que he hecho para terminar mi vida engrosando el número de recluidos en un sanatorio, merecía algo más». Escribió a su hermano muchas cartas que no recibieron respuesta aunque si la visitó alguna vez, en contra de la opinión de su madre. En una de sus cartas a Paul le dice: «Ven a verme, amado hermano mío, dime que sí y no quede yo para siempre en esta nada con barrotes que es la prisión de locos, donde mi madre y todos ustedes me han confinado, por haber tratado de ser Camille y mujer, Camille y artista, Camille y amante y libre.»
Su madre jamás fue a visitarla y rechazó, a fines de los años veinte, el consejo de los médicos de regresarla a su hogar. Paul Claudel, embajador y célebre poeta adinerado, se negó, en 1933, a pagar su pensión hospitalaria.
Cuando falleció, dieron el aviso a la familia; nadie respondió y el cadáver se hundió en la fosa común.
Recientemente han salido a la luz unos documentos que, aunque encontrados en el sótano de un asilo de París en 1995 por Philippe Versapuech, investigador en historia psiquiátrica, no se han hecho públicos hasta resolver la batalla legal desencadenada por su propiedad. En ellos consta el diagnóstico realizado en su día por los doctores que observaron en la paciente delirios paranoicos. Pero entre esos papeles también se encuentran cartas de la propia Camille que denuncian con extraordinaria lucidez la dureza de su confinamiento, su soledad y el odio creciente hacia quien fue su maestro y amante.
No obstante Rodin donó parte de su obra a un museo, Museo Rodin, en Francia y allí dejó quince esculturas de Camille para que pudieran conservarse y admirarse.
Existe una película en la que podemos ver reflejada la vida de esta fantástica escultora titulada La pasión de Camille Claudel, realizada en el año 1988 y con la actriz francesa Isabelle Adjani interpretanto el papel de la escultora. Es una película magistral donde percibimos la trágica vida y el derroche de talento de una mujer nacida para ser escultora, que prometía mucho pero que se truncó en plena juventud.