1. Los procesos sociales en colectivos humanos escindidos internamente por la explotación de la mayoría dominada por una minoría dominante, son además de complejos y móviles, también y sobre todo contradictorios e irreconciliablemente antagónicos. Estas características terminan poniendo en serios aprietos a los aparatos de dominación que siempre van por detrás de los acontecimientos. La […]
1.
Los procesos sociales en colectivos humanos escindidos internamente por la explotación de la mayoría dominada por una minoría dominante, son además de complejos y móviles, también y sobre todo contradictorios e irreconciliablemente antagónicos. Estas características terminan poniendo en serios aprietos a los aparatos de dominación que siempre van por detrás de los acontecimientos. La única posibilidad que tiene el poder de acortar en lo posible ese retraso o, cuando más, ponerse a su altura y velocidad para variar su rumbo o desacelerarlo, es intervenir estratégica y sistemáticamente en todos los aspectos de la vida social. La única posibilidad de lograrlo y de mantener esta intervención es poseer un Estado acorde a sus intereses de clase, de nación y de sexo-género dominantes. Por tanto, el Estado es un instrumento crucial para asegurar no sólo el poder establecido sino, fundamentalmente, su ampliación. ¿Por qué es fundamental su ampliación? Porque, de un lado, la experiencia histórica confirma que dos poderes irreconciliables –el de la clase dominante y el que van creando las masas oprimidas, y que, sin precisar, definiríamos como contrapoder, poder antagónico emergente, autoorganización, poder popular, etc.– no se toleran mutuamente sino apenas unos cortos instantes. Tanto para la burguesía como para la clase trabajadora, es suicida prolongar el muy inestable equilibrio social ya que es dar tiempo de recuperación al mortal enemigo. Y porque, de otro lado, para la burguesía es siempre imprescindible esforzarse al extremo con todos los recursos para acelerar el ciclo completo de realización del beneficio, lo que le exige buscar siempre nuevos instrumentos de control, vigilancia, represión y explotación sociales para mantener acobardada y alienada a la fuerza de trabajo. Por esto, el Estado burgués es una necesidad vital para el capitalismo, y lo es tanto que lo adapta y adecua periódicamente pero nunca lo destruye, sólo lo transforma.
Una necesidad vital que se refuerza cuando ese Estado burgués oprime nacionalmente a otro u otros pueblos, incluso cuando es opresión indirecta, es decir, la que consiste en el beneficio que el Estado más fuerte obtiene mediante el intercambio desigual y el comercio injusto con el Estado o pueblo más débil, con menos capacidad productiva, etc. En estos casos tan frecuentes, sobre todo en el primero, el reforzamiento estatal y la ampliación de sus facultades se vuelven una obsesión de la clase dominante. ¿Alguien piensa que, por ejemplo, el pueblo saharaui, al que el PSOE ha abandonado a su suerte, no volvería inmediatamente a su país de no existir el actual Estado marroquí? ¿Alguien piensa, por ejemplo, que los palestinos no volverían a sus tierras si el Estado judío se retirara sorpresivamente de ellas? ¿Alguien cree que la situación vasca, catalana, gallega… seguiría siendo la misma si por arte de birlibirloque se esfumara el Estado español? ¿Alguien piensa, por ejemplo, que Cuba no mejoraría de manera impresionante sus ya excelentes conquistas sociales si cesase la permanente ingerencia del Estado norteamericano? Las respuestas a estas y otras muchas preguntas pasan a la fuerza por elucidar la naturaleza y las funciones del Estado en el capitalismo, y con mayor exigencia en las situaciones de opresión nacional. La opresión de sexo-género se mueve en planos específicos que no podemos analizar ahora.
En el nivel de la opresión nacional, el papel del Estado opresor también se complejiza al extender sus tentáculos administrativos dentro del pueblo ocupado mediante el colaboracionismo de sectores o de toda la clase dominante del pueblo nacionalmente oprimido. Sin mayores precisiones ahora, el bloque de clases dominante más el bloque social de apoyo que mantiene entre las clases trabajadoras en la nación oprimida asume tareas burocráticas, administrativas y represivas esenciales a todo Estado burgués, mediante un pacto con el ocupante por el cual la burguesía autóctona se queda con parte de la plusvalía extraída a su propio pueblo y entrega otra parte a la burguesía poseedora del Estado ocupante. La forma más perfecta y a la vez sutil de colaboracionismo se logra cuando el Estado dominante permite y hasta potencia la creación de subpoderes autonómicos que operan con relativa autonomía por cuanto no están solamente vigilados desde la distancia, sino también desde dentro. Es más, esos subpoderes se han creado a partir de los anteriores, integrando buena parte de los funcionarios del Estado opresor pero cambiándoles de despacho, bata o uniforme, pero no de lengua, cultura y mentalidad.
No se trata, por tanto, de la aparición de un Estado nuevo, o de un pre-Estado, sino de la ampliación del ocupante con la creación de nuevas burocracias adaptadas a las nuevas formas de explotación, opresión y dominación, consistentes en una triple dinámica: ampliar en extensión e intensidad la represión de los revolucionarios independentistas, para lo que permiten la creación de una policía autonómica delegada por y sujeta al Estado; corromper e integrar a sectores de la intelectualidad del país ocupado, especialmente a profesores, periodistas, científicos, abogados, artistas, religiosos, etc., para que legitimen u oculten la ocupación; e, impedir el desarrollo socioeconómico endógeno y autocentrado del pueblo dominado haciéndolo dependiente del Estado central, para lo que potencian el sindicalismo estatalista y amarillo, y el intervensionismo político de las minúsculas asociaciones de empresarios, objetiva y subjetivamente interesadas en mantenerse dentro del mercado estatal y sentirse protegido y representado internacionalmente por él. Uno de los objetivos de esta triple dinámica es el de generar un pensamiento dependiente, la tristemente famosa lógica de la dependencia, es decir, que el pueblo dominado pierda tanto su autoestima colectiva que se hunda en la dependencia psicológica y de perspectiva de futuro hacia lo que le dice el Estado ocupante. En realidad, todo Estado burgués está obsesionado por masificar esa dependencia, que es una forma específica de la alienación y un efecto del fetichismo, pero su logro resulta imprescindible en situaciones de opresión nacional y de sexo-género.
Naturalmente, el Estado se reserva todos los instrumentos decisivos y definitorios en última instancia. Vigila muy atentamente todas las decisiones de los subpoderes y las prohíbe directamente cuando le viene en gana, retrasa durante tiempo su puesta en marcha hasta que se hayan vuelto obsoletas e inocuas, o las lleva a los tribunales internacionales burgueses para que allí las inhabiliten manteniendo así la ficción de democracia. El Estado tiene recursos múltiples para esa vigilancia preventiva, o simplemente los inventa cuando es necesario, al margen e incluso en contra de sus propias leyes, transgrediéndolas sin escrúpulos. Poseedor y alimentador de una polifacética cuadra de intelectuales fanáticamente imperialistas, el Estado puede hacer las cosas más degradantes y denigrantes como torturas, cierres e ilegalizaciones masivas y prohibiciones neofascistas, etc.. sabiendo que todo va a ser aplaudido y coreado, cuando no incluso exigido por antelación según un plan previsto diseñado por determinados poderes estatales, que por algo el Estado es el centralizador estratégico de todas las fuerzas -también las paraestatales y extraestatales– que intervienen en la reproducción ampliada del capital.
Pues bien, entre otros fallos y limitaciones, es en la teoría del Estado en donde reaparecen las impotencias tanto la sociología burguesa como del reformismo español, el del PCE e IU, básicamente. Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar textos de las «izquierdas» españolas en donde al analizar desde su perspectiva el llamado «problema nacional» hagan siquiera una referencia indirecta al papel estratégico del Estado como instrumento de clase dialécticamente unido a la expansión del capita en la península y, ambos, como constructores del marco material y simbólico de acumulación de capital que han dado en llamar «España». Ya hemos desarrollado esta crítica así como la evolución del sistema represivo español en otros textos, y ahora sólo vamos a extendernos un poco en la intervención del Estado español contra Euskal Herria durante el período que va del referéndum europeo a la ilegalización de Aukera Guztiak.
2.
Los resultados del referéndum del 20 de febrero sobre el Tratado constitucional europeo han puesto de relieve la especial situación que vive el Pueblo Vasco desde hace tiempo, pero que en los últimos años se ha agudizado con la ampliación masiva del sistema represivo legado por el PP. Nada de lo que ahora ocurre se puede entender si se olvida la permanente y creciente intervención represiva global del Estado español contra el Pueblo Vasco. Si bien hay que analizar los resultados del referéndum en sus fríos e inmediatos números, siendo esto verdad, sobre todo hay que integrarlos tanto en el contexto del intervensionismo represivo estatal citado, como en el contexto más amplio, que integra al anterior, y que se caracteriza entre otras cosas por la actual aceleración del tiempo sociopolítico al interaccionar cuatro crisis existentes en estos momentos: una, la del cepo estatutario en hegoalde; otras, la crisis estructural del Estado español; además, la crisis de incertidumbre del capitalismo en cuanto tal y, por último, la crisis de y en los sistemas de legitimación. Esta es la primera cuestión que tenemos que tener presente.
En primer lugar, el Estatuto de la CAV está agotado para las tres fuerzas sociales que más implantación tienen en este territorio ya que, por un lado, la izquierda abertzale ha demostrado que tiene razón tras 25 años de denuncia de que ese Estatuto sólo servía al centralismo español y asfixiaba a nuestro pueblo; por otro lado, pare el PNV no sólo está obsoleto por el tiempo transcurrido y superado por las nuevas exigencias del capitalismo actual, diferentes a las del de hace un cuarto de siglo, sino que también asiste impotente –por miedo y cobardía– a su paulatino e imparable recorte desde Madrid, lloriqueando e implorando pero nunca resistiendo; y por último, para el Estado español en su actual fase de gobierno socialista, el Estatuto debe ser «armonizado», es decir, aún más descafeinado, tanto por su necesidad de centralizar la extracción del beneficio para hacer frente a las exigencias de la UE, como por su necesidad de contener su propia crisis interna, la española. El agotamiento estatutario ha sido debido, fundamentalmente, a la tenaz y brillante acción política de la izquierda abertzale, lo que nos lleva al otro territorio de hegoalde, a Nafarroa, en donde también se vive una crisis del sistema foral por razones algo diferentes pero idénticas en esencia. Aquí, el regionalismo en el poder necesita endurecer el sistema foral porque el actual está siendo desbordado en cosas tan decisivas como el aumento de la conciencia euskaldun, la fuerza demostrada de las izquierdas en el herrialde, la debilidad propia de una economía colonizada por las transnacionales, etc. La confluencia de esas tendencias en un proceso sintético producirá una sinergia muy peligrosa para el Estado. De ahí las propuestas de endurecer el régimen foral y cortar incluso los tenues lazos legales que pudieran permitir en un futuro indeterminado un acercamiento institucional entre ambos territorios.
En segundo lugar, la crisis estructural del Estado, que ya hemos analizado en otros escritos y debates, se expresa sintéticamente ahora en dos problemas que tienen directa conexión con el futuro vasco y con la tabla de salvación para el capitalismo español que es la UE. De hecho, no digo nada nuevo porque el mensaje fuerte del PSOE en la campaña del referéndum ha sido precisamente este, que entrando en la UE se resolverán todos los problemas y se fortalecerá España. Uno de los problemas es el del crecimiento de las fuerzas centrífugas, de los «separatismos», sin precisar ahora su alcance. El otro problema es el de la tendencia al ascenso de las luchas sociales, que ahora pasan por un momento de impasse, en general, pero que es clara desde comienzos del siglo XXI. Ambos problemas exigen un análisis de la situación socioeconómica que no se puede realizar aquí, pero que se expresa en el retroceso imparable de la competitividad del capitalismo español en los mercados europeo y mundiales con el debilitamiento del subimperialismo español en la lista de potencias mundiales. La política del palo y la zanahoria es la estrategia del PSOE para intentar resolver las dos crisis: palo a las izquierdas independentistas y a las organizaciones revolucionarias, y zanahoria a las burguesías autonomistas y regionalistas y a los sindicatos amarillos. La zanahoria y el palo se refuerzan y modernizan si logran el impulso de la UE, lo que supone enganchar el capitalismo estatal al último vagón del tren europeo.
En tercer lugar, todo esto se complica con y por la crisis de incertidumbre del capitalismo mundial. Ya sé que hablar de crisis capitalista puede sonar a la cantinela de siempre, pero, desde una perspectiva científica, no tenemos porqué comulgar con las ruedas de molino de la propaganda burguesa que hace esfuerzos titánicos por embellecer un panorama sombrío; que no logra remontar apenas la tasa de beneficios y la desproporción entre la oferta y la demanda mundiales, a pesar de la expansión relativa de China, etc.; que es incapaz de crear nuevos puestos de trabajo; que se ahoga en un océano de deudas, especulaciones e ingenierías bursátiles; que se ha refugiado en la financiarización suicida como única alternativa; que no detiene el aumento del hambre y de las enfermedades; que está al borde de la catástrofe medioambiental… La crisis de incertidumbre -uno de cuyos ejemplos es la crisis de la ONU– consiste en que el capitalismo no puede asegurar definitivamente una larga fase expansiva pese a los inmensos esfuerzos dirigistas e intervensionistas que se están realizando, pese a la política militar-keynesiana de los EEUU, pese a las reuniones casi permanente de los aparatos burgueses si tenemos en cuenta la larga y densa lista de instituciones de todo tipo: FMI, BM, OMC, G-7, G-8, G-20, OCDE, Trilateral, Club de Davos y una larga lista de organismos y organizaciones públicas, privadas y hasta semisecretas, sin olvidar a los grandes truts bancarios, alianzas de grandes corporaciones y transnacionales, etc. Nunca en su historia, el capitalismo ha estado tan vigilado, controlado y guiado como ahora y, pese a ello, la crisis de incertidumbre es tal que sólo la militarización acelerada puede ofrecer un poco de seguridad al moderno imperialismo.
En cuarto y último lugar, como no podía ser menos, estas tres crisis repercuten de diversos modos en los niveles siempre fluctuantes que forman ese entramado de dependencias, miedos, acuerdos, alineaciones, etc., que dan cuerpo a lo que de forma sucinta se define como «legitimidad» de un poder que debe definirse en dos áreas: primero, la aceptación de lo esencial del capitalismo, es decir, la legitimidad del principio burgués de la propiedad privada de las fuerzas productivas; y, segundo, la legitimidad de los aparatos decisivos del Estado –economía, represión, justicia y educación, básicamente–. No es casualidad la sociología burguesa apenas comunique los resultados de sus encuestas y sondeos sobre la primera cuestión, ni que sólo de a conocer una parte sobre la segunda, mientras que se explaya en otras de poco contenido científico-crítico pero de gran capacidad de manipulación propagandística. Volviendo a las dos cuestiones centrales –propiedad privada y Estado– los datos disponibles sugieren que no es tan sólida la coherencia última del poder de clase ya que, por un lado, se mantienen las «dos Españas»; por otro lado, se mantienen las «anti-Españas»; además, los famosos 40 expertos en educación aconsejan reinstaurar de algún modo la enseñanza del «patriotismo constitucional»; también, la alta abstención en el referéndum europeo y el pequeño SI obtenido indican una fuerte indiferencia, o desconcierto de ubicación de «España» en lo internacional; y, por último, pese al lógico apoyo relativo a las fuerzas represivas policiales, sin embargo, crece el rechazo juvenil a las fuerzas represivas militares.
3.
Estas situaciones no se generan ni agudizan de la noche a la mañana, inopinadamente, sino que requieren de tiempo de formación y, a la vez, son reflejo de las luchas sociales de todo tipo que se libran en su interior. No son crisis ni estrictamente «objetivas», ni tampoco únicamente «subjetivas», sino que cada una de ellas engloba en su interior ambos componentes inevitables en toda dialéctica social. A la vez y por ello mismo, cada una es a su vez reflejo activo que no pasivo del intervensionismo estatal, es decir, que su desenvolvimiento repercute en la propia evolución del Estado y por ende en el capitalismo en su conjunto. Tener esto en cuenta es imprescindible para comprender el significado contradictorio del alto abstencionismo obtenido en el pasado referéndum. Una parte sustancial de nuestro pueblo no se ha creído ciegamente las promesas de que con la entrada en la UE se resolverán todos los problemas que padece. No comulga con ruedas de molino porque la trampa es vieja, tanto como el primer referéndum, el constitucional como en especial, en el segundo, el autonómico sólo en la CAV. En ambos se le prometió de todo, en especial en el autonómico, en el que el PNV llegó a caer en el esperpento al decir que con el SÍ al Estatuto obtendríamos poco menos que un nuevo paraíso. Recordemos que en Nafarroa ni siquiera hubo referéndum sobre el sistema foral, «negociado» desde y para Madrid, con lo que se debilitaba aún más la debilidad del sistema de legitimación estatal. Después vino el referéndum sobre la OTAN, que cosechó un masivo e inservible NO, con lo que se debilitaba más la legitimidad del poder.
Los resultados prácticos obtenidos tras estas experiencias oficialmente prometedoras, han sido totalmente negativos. Han sido, por tanto, demasiados años de decepciones y engaños como para las gentes dieran ahora un cheque en blanco, además cuando, pese a toda la propaganda oficial, la situación socioeconómica es cada vez más dura para las clases trabajadoras. De todas formas, una parte de esa amplísima abstención ha estado tentada en votar NO al ver las insalvables contradicciones entre los defensores del SÍ, las contradicciones en el PNV, el cinismo manipulador oficial, etc., y al final ha optado por la abstención tanto por las limitaciones de los defensores del NO, que luego analizaremos, como por las ataduras psicopolíticas hacia sus partidos que todavía sufren. Para estos sectores, es difícil desalienarse y romper esas ataduras psicológicas en momentos en los que la inmensa mayoría de la población vasca cuando menos intuye y siente los temblores de las crisis citadas. En situaciones así, la estructura psíquica de las masas indecisas mira el presente y el futuro con una contradictoria mezcla de inquietud, temor y deseo no racionalizado, actuando en función del choque entre presiones objetivas, chantajes subjetivos y concienciación crítica. La presión de la propaganda estatal directa o indirecta, de su represión global, etc., todo ello influye en el mantenimiento de las indecisiones. Pero también interviene y muy activamente, la presión de los subpoderes autonómicos citados arriba reforzando la alienación y dependencia psicopolítica de esas masas hacia su partido.
Visto esto, que no es poco, podemos ser optimistas ya que no estamos ante un abstencionismo pasivo e indiferente, presa fácil de una mejor manipulación posterior, sino con un cierto contenido de queja y rechazo algo más que difuso e impreciso, con tendencia a la conciencia crítica de una de sus partes. En efecto, como se ha demostrado durante todo el deleznable proceso represivo contra Aukera Guztiak, una amplia masa de la población vasca ha comprendido que estar dentro de la UE no garantiza absolutamente ningún derecho, pues al muy poco tiempo del referéndum que debía confirmar la efectividad de la democracia, ha quedado al desnudo justo lo contrario, que no hay democracia alguna con lo que se merman las posibilidades de manipulación estatal de las ambigüedades inherentes a la abstención. Por los datos disponibles, una parte del abstencionismo ha dado incluso su aval legal a AG, firmando ante notario. El injustificable abuso de control y vigilancia generalizadas al investigar minuciosamente la policía española a decenas de miles de personas para justificar la ilegalización de AG, esta confirmación de la «sociedad policial», también ha afectado directa e indirectamente a muchas gentes que se habían abstenido en el referéndum. Quiere esto decir que, dada la aceleración del tiempo sociopolítico, el Estado se ve en la necesidad de contradecir sus propias promesas democráticas hechas en la campaña del referéndum al endurecer la represión inmediatamente después, aumentando así la posibilidad de que sectores abstencionistas refuercen su conciencia crítica precisamente en la vísperas de las elecciones autonómicas en la CAV. De algún modo, esta posibilidad condiciona la forma y la imagen de la propaganda electoral de las tres fuerzas que pidieron el SÍ –PNV, PP y PSOE– a la UE y que debieron hacer malabarismos verbales para explicar al alta abstención.
4.
Siempre dentro de esta perspectiva larga en la que se suceden pasos y etapas como la del referéndum y sus resultados, podemos tener un optimismo realista, conocedor de las ambigüedades del abstencionismo y, sobre todo, también de las nuestras, los defensores del NO. Nosotros hemos tenido fuertes limitaciones en la campaña europea como el poco tiempo anterior para realizar una precampaña; la casi inacabable complejidad abstrusa del texto del Tratado, que limita mucho una explicación sintética, etc. Pero también hemos sufrido, por un lado, las dificultades causadas por la prolongada y creciente represión que padecemos. Aunque en todo relacionado con la práctica revolucionaria siempre hay que tener en cuenta los efectos retardatarios de la represión, y aunque también hay que considerarlos en el desarrollo de la teoría marxista en general, mucho más urgente es tenerlos en cuenta en los procesos prácticos de liberación nacional y en sus elaboraciones teóricas subsiguientes. La opresión lingüístico-cultural, la lógica de la dependencia, los efectos del racismo español sobre la autoestima de los dominados, la fabricación desde el poder de una historia vasca falsa o mutilada impuesta al pueblo con sus instrumentos de aculturación, desnacionalización vasca y renacionalización española, etc., todos estos factores limitan mucho la capacidad de creación teórica, pero las restricciones fundamentales son las impuestas a la práctica independentista, a sus organizaciones, a sus militantes y, por extensión, a esos amplios y sucesivos círculos de simpatizantes, conocidos, personas afines, etc., que tienen grados menos desarrollados de conciencia y formación y que, por tanto, son más vulnerables a los chantajes, intimidaciones y miedos provocados por la represión estatal.
Una de las consecuencias de este sistema represivo global, práctico y teórico, es el relativo retraso en la elaboración de un proyecto estatal vasco independiente dentro de otra Europa diferente a la que nos han impuesto. Bien es verdad que avanzamos en el debate y estudio nacional de propuestas que se orientan hacia un poder propio, pero aún estamos muy lejos de concretarlo en una forma-Estado adecuada a la evolución de las contradicciones de nuestro tiempo. Limitaciones que nacen del mismo sitio, del Estado español que es una máquina pensante que además de machacar físicamente también frena y retrasa el avance teórico-estratégico del independentismo socialista que se enfrenta cada vez más urgentemente a la necesidad de argumentar las razones de un Estado vasco en proceso de autoextinción en otra Europa. Nuestras limitaciones en este campo no han venido sólo de los lastres que siguen padeciendo todas las izquierdas revolucionarias en lo que respecta a una teoría del Estado adecuada a las condiciones del capitalismo actual, lastres agudizados por el interés de la «izquierda» meliflua y cómoda, o ex-izquierda, por abortarlo, sino también, como venimos insistiendo, de nuestra específica situación de lucha, muy forzada por superar uno a uno los crecientes obstáculos represivos. Quien haya estudiado un poco la historia de las luchas humanas sabrá de lo que hablamos.
La máquina pensante estatal ha participado activamente en la campaña con mucha antelación, desde comienzos de los años ’90 cuando en Maastricht se dio el pistoletazo de salida para llegar al Tratado actual. Desde entonces y a cada avance en la centralización y concentración de capitales, que es el secreto último de la UE, el Estado español reforzaba mal que bien su propaganda e intentaba destruir práctica y teóricamente a la izquierda abertzale y debilitar a la totalidad de nuestro pueblo. Ha sido ésta una lucha a muerte que debe inscribirse dentro de la confrontación más general pero que en el tema de la unificación capitalista de Europa ha adquirido formas propias como, por ejemplo, la estrategia española para impedir que la izquierda abertzale mantuviera su eurodiputado, para denigrar y desprestigiar todo lo vasco en Europa, para hacer creer al Pueblo Vasco que su independencia nacional supondrá «salir de Europa», de que sólo siguiendo dentro del Estado español la sociedad vasca puede beneficiarse del supuesto Cuerno de Oro que es la UE, etc. Con diferencias y altibajos durante estos años, como luego veremos, el Estado ha hecho propaganda activa en esta cuestión, mientras que los independentistas somos responsables de no haber precisado apenas la necesidad del Estado propio y de haber ofrecido un NO débil, defensivo, vacío de un futuro racionalmente factible basado en un Estado vasco integrado en otra Europa.
5.
Nuestro optimismo realista y autocrítico se refuerza con el análisis de las contradicciones de los defensores del SÍ. El Estado español ha defendido mal que bien durante muchos años su integración en la UE porque sufre fuertes discrepancias en el seno de su clase dominante: un sector europeísta y otro fanáticamente proyanqui. Pero ambas coinciden en que sólo la UE y la obediencia hacia los USA pueden sacarle de la crisis actual deteniendo su retroceso en la jerarquía imperialista, reforzando sus armas centrípetas y unionistas, y debilitando las razones centrífugas e independentistas de los pueblos que oprime. Si analizamos con cierto detalle tanto los presupuestos generales del Estados para el 2005 como las medidas que el PSOE está tomando para reforzar la productividad del capitalismo español vemos que, además del neoliberalismo estricto de su política socioeconómica, siguiendo los mandatos del FMI con la misma ferviente sumisión que tenía el PP, también sigue la línea de la derecha neofascista en América Latina aunque con una demagogia democraticista más efectiva porque recupera parcialmente el prestigio perdido por las grandes empresas españolas que tanto roban en aquellos países. Las únicas diferencias exteriores son meramente formales, de apariencia, porque la retirada de Iraq se ha compensado ampliamente con el apoyo logístico peninsular al imperialismo yanqui, además del envío de tropas a Afganistán, etc. La insistencia del PSOE para «volver a Europa» es lo único que de diferencia en algo del PP, insistencia que fue bien acogida por la mayoría de burgueses españoles. Se trata, en suma, de reactivar el capitalismo español antes de que se debiliten cuatro de las varias razones que explican su relativa e incierta comodidad actual: una, la llamada economía del ladrillo; otra, las ayudas exteriores de la UE y la entrada de capitales negros y criminales, especulativos, etc.; además, la industria turística y, por último, la explotación salvaje de la fuerza de trabajo sin invertir apenas en capital fijo, en nuevas tecnologías. Conforme se van agotando estas modalidades irracionales de ganar dinero para ahora y crisis para luego, el capitalismo español va perdiendo potencia, situación paliada en cierta forma porque la UE no termina de salir de su parón.
A esta tarea se le han sumado explícitamente las dos fundamentales burguesías regionalistas –PNV y CiU–, con líos internos, también el SÍ vendido y mercenario de CCOO-UGT; y le han apoyado implícitamente un NO melifluo y timorato, al borde del arrepentimiento a favor del SÍ, de las «capas medias» que dirigen el BNG en Galiza, y el NO sigiloso, dubitativo y vergonzante de IU. La abstención y hasta el NO de fascistas y neofascistas aumentan la confusión y discrepancia de fondo sobre las formas de reforzamiento del centralismo españolista mostrado no sólo en la campaña sino desde hace tiempo. Lo decisivo es que semejante galimatías nace de las crisis históricas que minan periódicamente a «España» como marco simbólico-material de acumulación capitalista, ante las cuales la clase dominante opta por la represión con el apoyo más directo que indirecto de las burguesías regionalistas y del reformismo centralizador de IU y CCOO-UGT. Sin embargo, son esas crisis las que calientan las ollas del descontento social y de las reivindicaciones democráticas de las naciones oprimidas. En la medida en que ellas crezcan e interactúen, aumentarán las posibilidades objetivas de intervención subjetiva de las masas oprimidas, y viceversa. Pero la victoria última no está asegurada automáticamente, sino que depende de la dialéctica entre ambas tendencias, en la que sobresale la capacidad de autoorganización de las oprimidas y oprimidos.
6.
Precisamente es en estos momentos de avanzar en la capacidad de autoorganización popular cuando vuelve a demostrarse la función básica del Estado dominante. Sabemos que la acumulación del capital exige y conlleva la desestructuración de las masas trabajadoras, que son disueltas y pulverizadas como unidad colectiva consciente, y echas retroceder al estado de puntitos individuales aislados entre sí, incomunicados, flotando en la nada del fetichismo, de la mercantilización generalizada y del valor de cambio. Por el contrario, sabemos que la autoorganización de las masas, de clases, de los pueblos, etc., exige y conlleva la desacumulación del capital y la vuelta a la vigencia del valor de uso. El Estado interviene sistemáticamente en esta lucha imparable entre acumulación del capital y desacumulación del capital, entre desorganización del trabajo y autoorganización del trabajo. Llevado este principio teórico aprendido tras largas y sangrientas luchas sociales, a las luchas de liberación de los pueblos tenemos que a mayor autoorganización del pueblo dominado menor efectividad global del Estado dominante. Uno de los objetivos finales del sistema represivo desarrollado por el PP, ampliando y mejorando el anterior del PSOE, fue el de acabar lo antes posible con la creciente autoorganización del Pueblo Vasco. La ilegalización de Herritarren Zerrenda antes del referéndum europeo y de Aukera Guztiak antes de las elecciones autonómicas en el tercio vascongado, no son sino la continuación por el actual PSOE de la estrategia anterior: los gobiernos pasan y el Estado permanece.
La autoorganización, en general, consiste en el proceso mediante el cual el pueblo, en general, va creando sistemas propios de intervención, primero, en defensa de sus derechos básicos; segundo, en avance en la satisfacción de sus necesidades sociales colectivas e individuales; y, tercero, en la creación de instituciones más amplias de representatividad y decisión colectivas. Por esto, la autoorganización conlleva un contenido democrático cualitativamente superior al de la democracia burguesa desde su mismo inicio en cualquier área o zona o problemática, por pequeñas que sean. La secuencia aquí presentada responde al grueso de las experiencias prácticas, pero, en el fondo, los tres momentos guardan una estrecha interacción que puede plasmarse en prácticas colectivas que, en su avance, reúnen los tres sin grandes distancias. Ello es así porque toda autoorganización contiene siempre un grado inevitable de autogestión, pues sin ésta segunda, sin la gestión propia del grado de autoorganización alcanzado, sin ella, bien pronto el colectivo en lucha ve cómo se detiene su avance, cómo se inicia su dependencia hacia quienes gestionan desde fuera su autoorganización.
Gestionar desde fuera quiere decir aceptar la lógica e intereses de las estructuras superiores, burocráticas y por ello mismo relacionadas directa o indirectamente con el poder dominante, o pertenecientes a su Estado. Recordemos que éste es el centralizador estratégico de los poderes paraestatales y extraestatales, y de los subpoderes autonómicos delegados y concedidos a las burguesías periféricas. Toda autogestión supone y exige, si es verdadera, un nivel correspondiente de autodeterminación, de libertad no sólo de decisión colectiva en base a la autoorganización y autogestión practicadas, sino también y sobre todo de ejercicio práctico de esas decisiones tomadas. Por último ¿de qué sirve llegar hasta aquí, hasta el momento cúlmen que no es otro que el criterio de la práctica, como decía Lenin, si a ese colectivo, el que fuera, se le prohíbe hacerlo, se le reprime antes incluso de su acción democrática, o durante o después? La respuesta es muy simple, toda autoorganización lleva en sí el germen y la lógica de la autodefensa que puede plasmarse de múltiples formas, e incluso no violentas, pacíficas y hasta legales si hubiera posibilidad.
La interacción dialéctica entre autoorganización, autogestión, autodeterminación y autodefensa sólo puede ser efectiva bajo, como mínimo, dos condiciones naturales por su misma socialidad básica como son, una, potenciar y asegurar la más plural, rica y representativa participación de la gente en todos las experiencias y luchas; y, otra, asegurar e incentivar los debates constructivos más democráticos y descentralizados posibles. Ambas condiciones naturales surgen de la misma complejidad social que se expresa en la riqueza de los sujetos y colectivos y, a la vez, de la vertebración interna a todas las reivindicaciones que se expresa en la defensa común de las mismas conquistas democráticas esenciales, básicas. Y es que la sociedad capitalista vasca está vertebrada internamente por la triple contradicción expresada mediante la explotación del trabajo vivo, la opresión nacional y la dominación de sexo-género. Su síntesis es la base de los principios estratégicos de la izquierda abertzale. No es fortuito ni casual, por tanto, que, además de otras reivindicaciones más particulares como antirepresivas, antitortura, lingüísticas, deportivas, educativas, culturales, ecologistas, sanitarias, asistenciales, etc., sean estas tres generales y objetivas las que estructuren los grandes cauces por las que avanzan las citadas, que son materializaciones concretas de las anteriores en sus diferentes áreas de la cotidianeidad de la fuerza de trabajo explotada que pertenece a un pueblo oprimido cuya parte más machacada son las mujeres. Semejante dialéctica entre la plural, multiforme y diversificada riqueza del proceso vasco, y la triple contradicción descrita, desborda la capacidad de entendimiento del Estado, de la intelectualidad española y de sus fuerzas políticas.
El Pueblo Vasco va avanzando con problemas y dificultades en una serie de procesos autoorganizativos innegables que se inscriben en su inmensa mayoría dentro de lo que denominamos como «construcción nacional». Esto no quiere decir que, dogmáticamente, la izquierda abertzale niegue toda intervención y utilización puntual de algunas instancias de los subpoderes autonómicos. Hay que entender que si Madrid los ha concedido ha sido, antes que nada, por la heroica lucha de nuestro pueblo; que si no llega a ser por sus sacrificios, jamás se habrían obtenido. También hay que entender que, a pesar de esa lucha, fue la traición del autonomismo y del reformismo la que cerró la puerta de entrada a las enormes posibilidades existentes, aceptando y ayudando a imponer los recortes españoles. Existe, por tanto, una pequeña y siempre insegura posibilidad de utilización de esos subpoderes porque reflejan, a pesar de todas sus limitaciones estructurales, los restos aún vivos de aquellas conquistas. Más todavía, como se ha demostrado con el apoyo condicionado y crítico de la izquierda abertzale al mal denominado «plan Ibarretxe», la presencia activa de los independentistas revolucionarios en una parte muy concreta de esos subpoderes puede demostrar precisamente que sus límites sólo son superables en otro marco y en otro contexto, y que mientras tanto sus muy escasas atribuciones sólo son válidas siempre que actúen en apoyo de la iniciativa autoorganizada de las masas en la calle, en los centros de trabajo, de estudio, en los barrios y pueblos, en los ayuntamientos, en las casas, etc. Quiere esto decir que el avance en la autoorganización nacional vasca puede coger algunos ligeros impulsos en partes muy precisas de esos subpoderes, pero siempre manteniendo el carácter central de la independencia política del independentismo.
Las ilegalizaciones sucesivas de periódicos, revistas, radios, organizaciones, movimientos populares y sociales, colectivos de toda índole, etc., hasta acabar, por ahora, en las ilegalizaciones de Herri Batasuna, Batasuna, Euskal Herritarrok, Herritarren Zerrenda y Aukera Guztiak, responden, en síntesis, a la urgencia por cortar de cuajo el proceso autoorganizativo descrito porque empezaba a coger velocidad y a extenderse demasiado. Sin embargo, la represión no ha destruido esa dinámica como lo han demostrado, por un lado, las tres elecciones en las que decenas de miles de vascas y vascos han seguido votando a una lista ilegalizada; por otro, el cumplimiento de los objetivos y plazos previstos en el proceso de construcción nacional; además, la impactante capacidad de regeneración de nuevos colectivos, aun a sabiendas que la represión está ahí, esperando como las hienas al acecho; y, por último, hasta ahora, con la aparición de EHAK. Naturalmente, dejamos sin citar por falta de espacio otros muchos ejemplos prácticos del avance constructivo.
Pues bien, el intervensionismo represivo estatal brevemente analizado aquí, sin el cual no se entiende nada de las muy diferentes realidades vasca y española, se encuentra actualmente ante la duda de si ilegalizar o no a Euskal Lurraldeetako Alderdi Komunista. Incapaz de comprender el proceso de fondo de la autooganización popular, que hace que a pesar de los golpes represivos se ofrezcan nuevos y diferentes colectivos para coger la bandera de la representación parlamentaria, el Estado muestra sus dudas, su desorientación y sorpresa. ¡Tantos años de ilegalizaciones y siempre resurge del interior del pueblo una nueva fuerza democrática que pasa a primera fila, dispuesta al sacrificio si hiciera falta! En su despiste, muchos intelectuales y ex izquierdistas llegan a creer que EHAK es lo mismo que EHK, Euskal Herriko Komunista, organización revolucionaria compuesta por militantes comunistas vascos que ofrecen al pueblo sus propuestas. Existen intereses claros en negar las diferencias entre ambos para poder arremeter contra las dos. Sin embargo, la primera, EHAK, es un ejemplo de libro de la creatividad inherente al proceso autoorganizativo, que regenera y rehace bajo la peor represión sus instrumentos amplios y plurales de intervención popular en todas las esferas sociales, y en este caso en las instituciones parlamentarias, por muy pobres que sean, como hemos vista. EHAK es, así, continuidad en la actual coyuntura y bajo las presiones represivas de la costumbre autoorganizativa del pueblo trabajador vasco, con sus múltiples matices y diversidades, con sus diferencias de opciones y de grados de conciencia y entrega militante. Cualquier marxista, anarquista y en general cualquier revolucionario que haya leído la historia y la teoría de las luchas sociales sabrá apreciar las diferencias entre ambas.
Partiendo de aquí, y para concluir, si el Estado español ilegaliza a EHAK, cometerá el mismo error que en las ilegalizaciones anteriores. Más aún, en el grado alcanzado ya de acercamiento y concordancia de visiones sobre nuestros problemas y nuestras alternativas, en este nivel de acuerdo ya alcanzado, la ilegalización de EHAK no sería sino un nuevo traspiés para el Estado, para la legitimidad de «España» en tierras vascas. Podría suponer, de inmediato y a muy corto plazo, muy reducido plazo, una ralentización momentánea tanto del proceso de reestructuración y expansión de la izquierda abertzale como, más en general, del avance de y en la construcción nacional vasca, pero casi de inmediato, se pondrían ambas dinámicas de nuevo en marcha. Como se han puesto una y otra vez desde hace mucho tiempo, más del que puede abarcar la corta memoria de la represión.