Uno de los mayores desafíos que suele plantearse a los nuevos movimientos sociales una vez superada las instancias iniciales de lucha es lograr la sustentabilidad en un entorno en el que las tecnologías y el conocimiento tienden a privatizarse. Frente a esto, sin un desarrollo propio del conocimiento, el proyecto político puede quedar trunco o […]
Uno de los mayores desafíos que suele plantearse a los nuevos movimientos sociales una vez superada las instancias iniciales de lucha es lograr la sustentabilidad en un entorno en el que las tecnologías y el conocimiento tienden a privatizarse. Frente a esto, sin un desarrollo propio del conocimiento, el proyecto político puede quedar trunco o simplemente ser reabsorbido por la dinámica productiva del sistema contra el que luchaba.
El desafío también apura a la gente del Movimento dos trabalhadores rurais sem Terra (MST) de Brasil, formado en 1984 y que actualmente aglutina a cerca de 300 mil familias que ya lograron asentarse en unas 1600 colonias repartidas por todo el país vecino. Gracias a la lucha, estos campesinos lograron apropiarse de tierras improductivas tanto fiscales como propiedad de latifundistas. Una vez recuperada la tierra, descubrieron que sólo habían superado el primer escollo: después de años sin trabajarla por cuenta propia, los campesinos habían perdido el saber de sus ancestros a la hora de producir. Por eso la mayoría se sumó a la lógica agrícola imperante en la que la tierra es un actor pasivo de la agricultura al que se le debe meter un paquete tecnológico de semillas híbridas, fertilizantes y pesticidas varios para luego extraerle la cosecha.
Los problemas de esta agricultura industrial (que también se utiliza en la Argentina) son que la tierra queda degradada por la pérdida de los microorganismos que sostienen el ciclo biológico de los cultivos, se destruye la diversidad y buena parte de la ganancia queda en la empresa que desarrolla la tecnología, casi siempre una multinacional. Además se pierden los saberes rurales de los campesinos que maniobran una especie de «caja negra» agrícola cuyos insumos dependen de un tercero.
Ante este panorama, una lucha que no incluyera otras formas de producción quedaría trunca y correría el riesgo de repetir su triste historia. Como el hambre poco entiende de tecnología, el argumento del MST para romper el camino que devolvía al campesino a una situación de dependencia tuvo que ser más económico que ideológico: se hizo necesario demostrar a los campesinos que si se independizaban podían ganar más. Para lograr esa independencia era necesario recuperar la posibilidad de producir uno de los recursos biotecnológicos más antiguos y que actualmente patentan los grandes laboratorios: las semillas.
Independencia biologica
El fortalecimiento del MST requirió un plan global de una nueva sociedad que se apoyara en muchas patas: los asentamientos tienen una nueva distribución que impide que los campesinos queden aislados, se sacó un periódico propio, se abrieron treinta radios, los chicos van a la escuela bajo una lógica de educación popular distinta de la enseñanza tradicional, etc. También en estos últimos años ha comenzado a sumarse al movimiento la primera generación de universitarios hijos de campesinos, un inusual éxito de movilidad social para uno de los países con mayor desigualdad.
Entre todas estas patas se descubrió que faltaba una para asegurar la independencia económica de los campesinos, en buena parte analfabetos y sin asesoramiento legal, quienes firmaban contratos con multinacionales que les suministraban semillas, fertilizantes, pesticidas y su receta de producción industrial para que produjeran semillas que luego la empresa, si consideraba que el resultado era bueno, volvía a comprar. Un grupo de estudiantes de agronomía vinculados al MST vio el problema y descubrió que en muchos casos los análisis de calidad de las empresas eran distorsionados para bajar los precios y que, en definitiva, todo eltrabajo para recuperar la tierra simplemente terminaba reproduciendo la misma lógica de explotación que había motivado el comienzo de la lucha.
Ante esta evidencia, en 1996 varios miembros del MST formaron la empresa Bionatur en Rio Grande do Sul, una región con el clima frío y seco ideal para cultivar semillas. Bionatur se dedica a recuperar variedades de especies que cayeron en desuso y a distribuirlas entre los campesinos del movimiento, junto con información acerca de tecnologías de producción más amigables/sustentables con el ecosistema, como fertilizantes naturales basados en leches, fosfatos, miel, calcio y demás productos fáciles de conseguir a bajo costo. Gracias a este emprendimiento, muchos asentamientos ya están produciendo y comercializan arroz orgánico, soja, maní, mandioca o yuca, maíz, nuez de cajú, café, plátanos, duraznos e incluso pollos y cerdos alimentados naturalmente.
En 2002 la empresa produjo y comercializó 7 toneladas de 32 variedades de semillas, cifra que esperan que en el 2008 alcance las 15 toneladas y 56 variedades. Bionatur es la única empresa que completa el ciclo de producción, industrialización y distribución de semillas orgánicas del Brasil, sin modificaciones genéticas ni fertilizantes industriales.
Un proyecto general
El proyecto ecológico y productivo del MST no se agota en Bionatur. El objetivo es generar una explotación de la tierra más sustentable en el largo plazo por medio de otros proyectos como el «Abraço Verde» (El Abrazo Verde) en Ribeirao Bonito, que propone crear un cinturón de árboles nativos para proteger los cultivos de la erosión, mientras otros arrasan con la selva amazónica para producir madera y más soja.
El debate que se llevó adelante en el MST está incluido en otro que falta dar: los límites de la biotecnología aplicada al agro. ¿Cuándo sí y cuándo no? o ¿siempre no? ¿Qué pasa cuando el desarrollo de una planta modificada genéticamente permite que se cultive en zonas que no eran productivas? El problema de la biotecnología es que se ha desarrollado por y para el beneficio de un puñado de empresas que sólo persiguen el beneficio propio, mientras argumentan que gracias al desarrollo de la biotecnología el mundo va a poder alimentarse sin problemas. Que en la Argentina haya desnutrición mientras se produce soja para alimentar ganado europeo parece desmentir que esta posibilidad, al menos por ahora, sea factible.